Historia: Siguió a Hitler hasta el Polo Norte: la historia nunca publicada del último soldado nazi. Noticias de Alma, Corazón, Vida
La Segunda Guerra Mundial dejó tras de sí numerosas historias de personas anónimas. Una de ellas es la del teniente Wilhelm Dege, que cuenta su propio hijo. Te va a sorprender
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La Segunda Guerra Mundial dejó tras de sí numerosas historias. Más de cien millones de militares fueron movilizados en la que fue la mayor contienda bélica de todos los tiempos. Duró seis años (1939-1945), y comenzó como acabó: con la muerte masiva de soldados y civiles. Un conflicto que implicó a la mayor parte de las naciones del mundo y se convirtió en el más mortífero de la historia de la humanidad, con más de 60 millones de víctimas.
Información sobre la guerra no falta. Setenta años después, libros, documentales y estudios ofrecen hasta el más mínimo detalle. Pero, ¿qué fue de las personas implicadas en ella? Algunas historias anónimas han trascendido hasta nuestros días. Una de ellas es la del teniente Wilhelm Dege, el último soldado nazi en rendirse. Su hijo, Eckbart Dege, de 74 años, ha revelado en una entrevista cómo fueron los últimos días de su padre en la Segunda Guerra Mundial. Una historia que ahora ve la luz, incluso para los alemanes.
Analizando el tiempo desde el Polo Norte
La historia del teniente Dege, galardonado con la Cruz de Hierro, comienza en el Ártico, donde estaba destinado por Adolf Hitler para observar y predecir los cambios en el estado del tiempo que pudiesen afectar a las tropas germanas. Su labor era fundamental, pues desde que estalló la guerra Alemania, no pudo acceder a la red meteorológica internacional, controlada entonces por los países aliados.
Para luchar con eficacia, los alemanes se vieron obligados a establecer su propia estación en el Ártico. Y allí estaba Wilhelm. Elaboraba informes que eran cruciales para salvaguardar la estrategia militar alemana. Tan importante fue su papel que fue el encargado de conducir la Operación Haudegen. Día tras día, durante un año, el teniente y su equipo estuvieron enviando informes a los altos mandos militares a través de un transmisor inalámbrico.
(«Mañana despejado oeste. Bien atacar». «Niebla norte. Lluvia media tarde». Imaginamos)
Tras doce meses agotadores en condiciones extremas en el Polo Norte, sobreviviendo a ataques de osos polares y bajo la amenaza de emboscadas del bando británico, Wilhelm y su equipo recibieron una orden clara y concisa: destruir todo el equipamiento científico y técnico. Alemania se había rendido. Hitler se había suicidado junto a Eva Braun y la guerra iba a terminar en cuestión de días.
Abandonados y rescatados por los noruegos
Wilhelm y su equipo se quedaron solos, abandonados. Esperaron en un pequeño bote hasta que una barca noruega les avistó y rescató el 3 de septiembre de 1945. Allí, en aquel barco, el teniente alemán y sus soldados vivieron una de las situaciones más raras de su vida.
Pudieron entenderse con el capitán, L. Albertsen de Tromsø, gracias a que Wilhelm hablaba noruego con fluidez. El bote se convirtió en una fiesta improvisada.
Muerto el perro, muerta la rabia.
Como si de un guateque se tratase, noruegos y alemanes comenzaron a charlar distendidamente. «Venga, que le invitamos a tomar café y aguardiente», dijeron los germanos, que comenzaron a agasajar a sus ‘salvadores’ con los manjares que aún tenían en el bote. Alimentos ricos, bebidas y cigarrillos comenzaron a pasar de mano en mano. La fiesta estaba servida.
Fin y comienzo de la fiesta
«Sí, señor, entendido…».
La cara del capitán cambió tras recibir un aviso de la Marina Noruega. Se puso nervioso. «¿Cuál es el problema?», preguntó el teniente alemán. «Verá, los altos mandos me han ordenado que se rinda. La verdad es que no sé cómo se hacen estas cosas…». Ahí estaban. El par de dos. Reflejando el poco sentido que tenía la guerra. Eran unos iguales, encontrados en medio de la nada. Personas que se ayudan por el mero hecho de ser personas.
Como acto de buena fe, el teniente sacó la pistola que tenía en la funda, la puso sobre la mesa y se la entregó al capitán noruego, que estaba muy perdido. «Después, redactaron un documento de capitulación y ambos lo firmaron. Así se entregó la última unidad alemana de la Segunda Guerra Mundial», detalla el hijo de nuestro protagonista. Una rendición extraña… y un tanto cómica.
El buque partió al día siguiente de vuelta a Alemania, con los últimos once soldados en rendirse después de la guerra. Al menos, así contó Dege su historia a su hijo.
Wilhelm Dege regresó a su vida normal como civil. Mantuvo el contacto con su equipo de soldados. Se veían al menos una vez al año. En 1979 el teniente muere, y en 1984 su hijo acude a una de estas quedadas tras ser invitado. Los miembros de la Operación Haudegen estuvieron viéndose regularmente, con algunos parones debido a la Guerra Fría. Eckbart Dege conoció a aquellos soldados, y hoy quiere que todo el mundo conozca la historia de su padre, a quien la guerra mandó del Polo Norte a Noruega, quien comenzó analizando el tiempo y acabó en un barco brindando con unos enemigos que nunca lo fueron.