John Downie, el chiflado escocés que combatió a Napoleón vestido como los Tercios de Flandes
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!¿Era la venganza de la España imperial contra Napoleón? En sus memorias el capitán inglés William Webber recordaba que el mariscal francés Soult creyó haberse encontrado con «unos cómicos españoles»
Don Quijote de la Mancha leyó tantas novelas de caballería que, por empacho o por fascinación, se creyó el protagonista de una de ellas y se lanzó a combatir gigantes y salvar dulcineas. Del escocés Juan (John) Downie Forrester no se sabe que leyó, o tal vez que tomó, para presentarse en la Guerra de Independencia española vestido de soldado de los Tercios de Flandes, armado con la espada de Pizarro y obsesionado con unas glorias imperiales que, a falta de unos años para el surgimiento de las repúblicas americanas, sonaban a cantos de otra era.
Nacido en Stirling, Escocia, John Downie era un hijo segundón de la aristocracia local que se enriqueció en la isla caribeña de Trinidad, que hasta 1797 había pertenecido a los españoles, lo cual explica en parte su admiración por los conquistadores de antaño. No obstante, un percance económico dio con sus huesos en las filas de Francisco de Miranda, el criollo que intentó levantar Nueva Granada contra España, y más tarde en el Ejército británico. Buscaba fortunas y aventuras: que mejor que hacerlo en las tierras del Quijote y de Pizarro…
La aventura anacrónica
A España viajó por primera vez con el general John Moore, cuya muerte y derrota a manos francesas devolvió muy pronto al escocés a las Islas británicas. En 1810, el aventurero y militar volvió a Extremadura para controlar los suministros con el cargo de intendente de los Dragones Ligeros. Robusto y de casi dos metros, este peculiar militar escocés sirvió con un arrojo inaudito a Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington, llamando la atención de numerosos oficiales. El de intendencia August Schaumann anotó en memorias sobre una incursión suya a Talavera:
«Fue liderado por un Don Quijote segundo, un colega mío, oficial segundo de Intendencia en funciones, Mister John Downie. […] Por encima de su uniforme de intendencia llevaba una pesada cartuchera de los Dragones, y en la mano una carabina lista para disparar»
Downie resultaba un oficial estrafalario a ojos de los suyos. Un hombre que apreciaba a los españoles y su historia. El personaje idóneo para dar forma a una unidad híbrida, que actuara en vanguardia del ejército que pretendía expulsar a los franceses de la Península. El 22 de julio de 1810, el Consejo español de Regencia, establecido en Cádiz, autorizó al extravagante oficial crear la Leal Legión Extremeña, una unidad privada, pero reconocida de forma oficial, integrada por 3.000 voluntarios españoles, que el escocés hizo vestir a sus hombres como en los tiempos de Carlos V.
Moyle Sherer, en sus «Recollections of the Peninsula» (publicado en 1824), describe esta unidad con palabras gruesas:
«Vi un cuerpo de la Legión Extremeña; un cuerpo reclutado, vestido y liderado por un General Downie, inglés, que anteriormente había sido Intendente en nuestro servicio. Nunca he visto nada tan caprichosa ni ridícula como la vestimenta de este cuerpo; se suponía que era imitación del vestido antiguo español. El sombrero con ala volteada, jubón cuchillado y manto corto, podrían muy bien figurar en una obra de teatro de Pizarro … pero en el campamento rudo y primitivo, parecían absurdos y mal elegidos».
De aquella guisa se enfrentaron, en 1812, al mariscal francés Nicolas Jean de Dieu Soult, destinado por Napoleón a Andalucía para frenar la ofensiva anglo española sobre Huelva. Concretamente en el Puente de Barcas, uno de los accesos a Triana, el mariscal atisbó la estampa de un estrafalario tropel de caballería ataviado a la usanza del siglo XVI, con jubones, calzas y greguescos. ¿Era aquella la venganza de la España imperial contra Napoleón? En sus memorias el capitán inglés William Webber recordaba que el mariscal francés Soult creyó haberse encontrado con «unos cómicos españoles», pero lo cierto es que aquella farándula escupía fuego de verdad y pinchaba hasta dar en carne. De hecho, Downie iba armado con la espada del conquistador Francisco Pizarro, que le entregó una descendiente del conquistador extremeño, la Marquesa de Conquista, y que hoy se expone en la Real Armería de Madrid.
De guerra en guerra por Fernando VII
Este particular ejército, formado por cuatro batallones de infantería ligera, tres escuadrones de caballería y lanceros, una compañía de artillería a caballo y una compañía de zapadores, se hizo célebre al liderar una carga casi suicida hacia el cruce del río Guadalquivir. Tras sendos intentos infructuosos de desplazar a los franceses, Downie se adelantó solo, espoleando a su caballo para saltar por el puente de barcazas hasta las mismas fauces de los cañones.
Aquella locura provocó la huida de los franceses por la Puerta del Arenal y su marcha de Sevilla, pero tuvo un enorme coste para el escocés. Downie perdió un ojo, quedó con la mejilla destrozada y terminó prisionero de los franceses. Según narra el historiador José María García León en su libro «En torno a las Cortes de Cádiz», fue abandonado por estos moribundo en Marchena cuando se batían en retirada. Volvió al Reino Unido para la convalecencia, si bien para octubre de 1813 ya estaba de vuelta en su patria de adopción.
Con la llegada de Fernando VII, el escocés fue nombrado teniente de alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, caballero de la Orden de Carlos III, y la Regencia le hizo caballero Gran Cruz de la Orden de San Fernando. Por descontado, Downie aceptó la nacionalidad española y abrazó la fe católica con gran devoción, aunque parece que no solo se trataba de fe, sino de negocios. Después de la guerra, puso sus conocimientos de suministros de material bélico a disposición de la Corona, lo cual le permitió vender armas en el país. Además, fue admitido como miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, «en atención a su carácter distinguido [y] decidida afición por las nobles artes y el progreso que debido a este amor por ellos la escuela de dibujo de esa ciudad [Sevilla] puede conseguir»
Como recuerda Mervyn Samuel, de la Universidad de Oxford, en un monográfico dedicado a este personaje, en los años siguientes a la guerra el caballero británico se hizo enormemente célebre en la sociedad española, y su amigo Ángel de Saavedra, que más tarde heredó el título de Duque de Rivas, le dedicó un soneto en su volumen de «Poesías»:
Al bizarro escocés D. Juan Downie
Oh de Fingal héroe descendiente,
que de las selvas de la Escocia fría,
volaste a defender la patria mía
con duro brazo y corazón ardiente.
Tú que del manso Betis la corriente
con tu sangre teñiste el claro día
que Hispalis admiró la valentía
con que libraste a su oprimida gente.
Tu merecida gloria eterna sea;
por donde quier que esgrimas el acero
victoria grata tus esfuerzos vea.
Y sigue siempre al estandarte ibero,
pues España se jacta y se recrea
de contar en sus huestes tal guerrero.
Antes de fallecer en Sevilla en 1826, aún tuvo tiempo de participar en una conjura absolutista para liberar a Fernando VII, preso durante el Trienio Liberal, cuando iba a ser trasladado precisamente del Alcázar hasta Cádiz ante la inminente llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis. No obstante, este plan preparado sobre la marcha llegó al conocimiento del Ministro de la Guerra, el general Sánchez Salvador, que arrestó a Downie y sus colaboradores, enviándoles a la cárcel de la Carraca en Cádiz. El Rey y la familia real les siguió por el difícil camino a Cádiz unos días más tarde, y ninguno de ellos recuperó la libertad hasta meses después. Fernando, por supuesto, no olvidó el gesto del escocés.
A pesar de que para sus compatriotas resultaba un personaje pintoresco, un «héroe de teatro» porque no empleaba el uniforme reglamentario ni empleaba métodos ortodoxos, también en las Islas británica fue homenajeado. Glasgow le concedió la libertad de la ciudad y el Príncipe Regente (el futuro Jorge IV) le creó caballero.
Origen: John Downie, el chiflado escocés que combatió a Napoleón vestido como los Tercios de Flandes