27 abril, 2024

¿Justicia o venganza? La triste muerte del verdugo de Napoleón que masacró al pueblo español

El dos de mayo de 1808 en Madrid también conocido como La carga de los mamelucos, pintura de Goya (1814) ABC
El dos de mayo de 1808 en Madrid también conocido como La carga de los mamelucos, pintura de Goya (1814) ABC

El 13 de octubre de 1815, el general Murat, ese que lideró la barbarie gala sobre Madrid el 2 de mayo, fue fusilado por sus súbditos en Nápoles

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Era pretencioso hasta la extenuación y demostró su altanería casi tantas veces como borlas sumaba en su caro uniforme de mariscal de campo. Y eran muchas. Joachim Murat, cuñadísimo de Napoleón Bonaparte, dejó una marca de muerte indeleble sobre el pueblo español, al que masacró entre el 2 y el 3 de mayo de 1808. Pero la venganza se sirve fría, y la de los madrileños llegó a la mesa cuando el sueño imperial del ‘Sire’ quedó aplastado en Waterloo y nuestro ‘Joaquín’ regresó a Nápoles –territorio del que había sido nombrado monarca– para sentar de nuevo sus reales en el trono. Fue entonces cuando terminó atrapado y fusilado por los mismos súbditos a los que creía leales. Con todo, demostró ser un dandi incluso cuando la misma parca llamaba a su puerta, pues se presentó ante sus verdugos ataviado con sus mejores galas militares.

Murat tuvo que hacer frente a la muerte el 13 de octubre de 1815 en Pizzo tras tratar de recuperar un reino que jamás le perteneció. Aquella jornada, según narra el doctor en historia Amadeo Martín-Rey y Cabieses en ‘Regicidios, el peligro de ser rey’, el mariscal rechazó la silla que le ofrecieron sus verdugos y se negó a que le vendaran los ojos al grito de «J’ai bravé la mort trop souvent pour la craindre» («He desafiado a la muerte demasiado a menudo como para temerla»). Todo ello, antes de besar un camafeo con la imagen de su esposa y hacer su última petición al pelotón de fusilamiento. «Sauvez ma face, visez à mon cœur… Feu!» («Salvad mi cara, apuntad a mi corazón… ¡Fuego!»).

Con los fusilazos posteriores acabó una vida en la que el hedonismo ocultó los grandes hitos militares de un mariscal de campo a la altura de su cargo. Un oficial que, antes de traicionar a Napoleón Bonaparte negándose a combatir por él para mantener su reino, logró gestas tales como la de contener con 11.000 jinetes a 20.000 soldados rusos en la batalla de Eylau. Pero ya lo dice el sabio refrán castizo: el que a hierro mata a hierro muere. Y, al igual que Murat fusiló a miles de patriotas madrileños por alzarse contra la ocupación de la ‘Grande Armée’, él mismo se marchó al otro barrio a base de plomo y pelotón. La justicia que, en ocasiones, es irónica en extremo.

Nace el diablo

Para entender el odio que despertaba Murat tanto dentro como fuera de Francia no hay más que leer el comienzo de la biografía escrita por Lewis Goldsmith, contemporáneo de este personaje, en su obra ‘Historia secreta del Gabinete de Napoleón Bonaparte y de la corte de San Clud’. En la misma, le define como el «usurpador» del trono de Nápoles. «El diccionario biográfico de la Revolución Francesa no es capaz de presentar un monstruo más sanguinario, más cruel, más avaro, más insolente y orgulloso que este Murat: se parece enteramente y bajo todos los aspectos a su imperial cuñado Napoleón», afirmaba.

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Pero, como la cortesía y la valentía pueden ir de la mano sin problemas, el autor también dejó sobre blanco que era un «gran mariscal de Francia». Todo ello, antes de señalar que Joachim Murat nació en Querey allá por 1771 en el seno de una familia trabajadora, pues su padre regentaba un pequeño mesón galo. Lo cierto es que, apoyado en una revolución en la que la aristocracia era vista como el enemigo a derrocar, sus humildes orígenes no podían ser mejores para ascender en el escalafón. Y así sucedió, aunque antes tuvo que pasar por la guardia constitucional de Luis XVI y por los cazadores de caballería durante la época absolutista.

Según desvela el diplomático del siglo XIX François-René Chateaubriand, la llegada de la Revolución le alzó hasta los brazos de Napoleón, quien también había sido tildado de ‘terrorista’ –es literal– durante los turbios años previos a que terminara por las bravas el Antiguo Régimen. Con todo, parece que en principio su relación no fue demasiado buena y que el altivo Murat eludía a Bonaparte. Al menos, así lo afirma el propio Goldsmith en su obra.

«En Tolón fue donde conoció a Bonaparte: más este era tan mal visto en aquella ciudad que el mismo Murat se avergonzaba de hacerle lado: y habiéndose después vuelto a encontrar en Niza, renovaron su amistad, y pronto se hicieron íntimos. Hicieron pasar por las armas a muchas personas que estaban encerradas en el castillo mandando entre ambos aquellas sanguinarias ejecuciones, y prevenían que sus satélites tirasen de modo que la desgracia de las víctimas después de haber recibido el tiro pudiesen aún vivir algunos minutos a fin de que (decían ellos mismos) pudiesen disfrutar por más tiempo del placer de ver los visages que hacían los aristócratas cuando morían».

Ya en las filas del nuevo ejército, su valentía y su pericia a lomos de los jamelgos le convirtieron en uno de los oficiales más apreciados por el Pequeño corso. Si la campaña de Italia le permitió empezar a asomar la cabeza ante sus superiores, la misión secreta a Egipto, y en especial la batalla de Aboukir –donde una carga a sus órdenes puso en fuga al grueso del ejército otomano y capturó al líder enemigo–, le granjeó un sitio de honor entre los generales. «En esta época hizo Murat prodigios de valor, y se distinguió tanto que Napoleón, colmándole de alabanzas, le proclamó ante el ejército valiente entre los valientes», explica el escritor decimonono Elbert Hubbard en su obra ‘Personajes célebres del siglo XX’.

La cercanía entre ambos hizo que Napoleón animara a Murat a que cortejase a una de sus hermanas, Carolina, lo que derivó en una boda allá por el año 1800. Al menos, según afirma el historiador Andrew Roberts en ‘Napoleón, una vida’. Con todo, esta parte de su historia es controvertida, ya que no faltan las fuentes que señalan que Bonaparte estaba en contra de este matrimonio y que solo permitió la boda cuando supo que el galán accedía a abandonar sus aventuras amorosas. Con todo, y según desvela Antonio Manuel Moral Roncal en ‘Pío VII: un papa frente a Napoleón’, pasaron el resto de su vida entre tensiones matrimoniales e infidelidades.

Pero donde realmente demostró su barbarie este personaje fue en España. Murat arribó con un gran ejército a Madrid después de que Manuel Godoy, valido del monarca, entregara a los franceses un permiso de paso a través del país para arribar a Portugal. Y, como cabía esperar, aquello generó los recelos de los habitantes de la actual capital.

Al final, la paciencia de los ciudadanos se terminó en el Palacio Real, cuando observaron que Murat pretendía trasladar a un miembro de la monarquía española fuera de Madrid. Ese mismo día, el 2 de mayo de 1808, el pueblo se levantó contra la ocupación francesa. Para desgracia madrileña, Joachim y sus hombres respondieron de forma tajante cuando se percataron de que los ánimos se caldeaban. Los primeros en actuar fueron los miembros de la Guardia Imperial que, según explica José Muñoz y Gaviria en sus ‘Recuerdos históricos del dos de mayo de 1808’, abandonaron sus labores de escolta y no dudaron en disparar sobre la multitud indefensa.

A continuación, Murat dio órdenes de que los grupos sin armas fueran atacados a sablazos por el general Duamenil. El resultado fue la brutal carga de los mamelucos que quedó inmortalizada para siempre por Goya. A partir de entonces, multitud de madrileños salieron a la calle armados con todo tipo de rudimentarias armas para combatir al ejército imperial en defensa de la libertad e independencia española. Pero no tuvieron el apoyo oficial del ejército español, cuyos altos mandos dependían de la Junta de Gobierno y habían dado órdenes de permanecer en los cuarteles. Tan solo Luis Daoíz y Pedro Velarde se atrevieron a unirse al pueblo y defender los intereses españoles ante los tiradores de la ‘Grande Armée’.

Así lo explica Muñoz y Gaviria:

«Las tropas que se hallaban en Madrid recorrieron las calles, y sus jefes destacaban partidas que entrasen en las casas donde se les había hecho fuego, y castigasen a los agresores. La artillería volante hizo algunas descargas en la calle Alcalá sobre la multitud que no por ello se arredró, y continuó el ataque: la columna apostada en la plaza de Palacio subió por la calle Mayor haciendo fuego a los balcones y ventanas, y al mismo tiempo y hora de las doce, las columnas francesas de los campamentos de Chamartín, San Bernardino y la Casa de Campo, entregaron en la capital y ocuparon todas las calles» .

En palabras del mismo experto, la caballería de la Guardia Imperial penetró por la «Puerta de Alcalá y la Carrera de San Gerónimo», en donde «son inhumanamente asesinados grupos de enteros de patriotas». Al mismo tiempo, una columna de infantería acudió a la Plaza de Santo Domingo para reforzar las tropas que defendían las inmediaciones del palacio de Murat. El mismo francés que, según la fuente, había ordenado que no se diese cuartel a aquellos que se hallaban en Monteleón. La represión fue tan sangrienta que, al final, los «ministros de la junta agitaron sus pañuelos blancos para publicar una amnistía, si los habitantes deponían sus armas y se retiraban a sus casas».

El galo, que se había visto contra las cuerdas, aceptó. Pero todavía le quedaba cobrarse su venganza y, como último acto de terrorismo, dio orden de fusilar a todos aquellos que se hubieran mostrado partidarios a la revuelta. «La metralla y la bayoneta despejaron las calles», afirmó por carta a Napoleón. Bonaparte debió de sentirse avergonzado por aquello, ya que años después su secretario introdujo en sus memorias una carta más falsa que un real de madera en la que afirmaba que había escrito a su cuñado solicitándole «cuidado y moderación». La carta que sí mando Murat fue una misiva en la que explicaba, con su característica altanería, los sucesos acaecidos el 2 de mayo y los posteriores fusilamientos:

«En general, la tranquilidad pública ha sido perturbada en la capital […] Tan temprano como a las ocho de la mañana, ayer, la chusma de esta ciudad obstruyó todas las avenidas del Palacio, así como los juzgados. […] Las tropas corrieron hasta los puntos que tenían órdenes de ocupar en caso de alarma. […] Quedaron dispersados y todo volvió al orden. Cincuenta campesinos, tomándose las armas mano a mano, fueron fusilados anoche Cincuenta más lo han sido esta mañana. La ciudad será desarmada, y será anunciado que cualquier español que sea encontrado con un arma será considerado un sedicioso y se le disparará. Esta proclamación será enviada por el Gobierno a todos los Capitanes Generales y a todos los oficiales que comandan los diferentes cuerpos del ejército español».

Murat añadió que, «por la buena lección que acabo de dar», la tranquilidad pública no sería perturbada. Sus frases finales fueron igual de crueles: «En el día de ayer hubo al menos 1.200 hombres muertos, ya sea población o burguesía de Madrid; y de nuestro lado, solo tuvimos unos pocos cientos de heridos, y eso porque estaban solos en las calles».

Al bueno (o malo, más bien) de Bonaparte no debió sentarle mal aquello, pues le hizo llegar una misiva el 2 de mayo en el que le hizo una propuesta más que curiosa: «Te daré el reino de Nápoles o el de Portugal. Dame una respuesta inmediata porque tiene que ser cosa de un día». El oficial eligió el primero y, a la postre, traicionó al mismo hombre que le había alzado hasta la posición de rey. Tras luchar junto al ‘Sire’ en Rusia, y en vistas de que la derrota del «pequeño corso» estaba casi asegurada, negoció con sus enemigos en 1813 para que respetasen su poltrona a cambio de que no combatiese a su lado en la ofensiva final.

Origen: ¿Justicia o venganza? La triste muerte del verdugo de Napoleón que masacró al pueblo español

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