La absurda odisea de Carlos V hasta Asturias: el desembarco que cambió la historia de España
Un nuevo libro analiza la llegada del monarca a España a bordo del Engelen, un barco danés que terminó hundiéndose en Pasajes.
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Un 19 de septiembre de 1517, el joven príncipe Carlos de Habsburgo avistaba por primera vez la tierra que debía gobernar como Carlos I de España. Se trataba de Tazones, un pueblo que actualmente cuenta con numerosas placas que rememoran el acontecimiento histórico. En la pequeña pero turística villa de pescadores recuerdan un desembarco que poco tuvo que ver con la agenda preparada para el emperador.
Aquel viaje a la costa asturiana fue, según el historiador Claudio Sánchez Albornoz, uno de los tres trayectos en barco que cambiaron la historia de España y del mundo. El joven monarca había pospuesto durante mucho tiempo su llegada al país. No solo necesitaba sustento económico, también el apoyo de grandes líderes extranjeros.
Tras la muerte de los Reyes Católicos, Carlos —también V de Alemania— no solo debía impedir que su madre Juana reinase, sino que se veía en la necesidad de convencer con su candidatura a la regencia. Al fin y al cabo, Fernando I de Habsburgo era el nieto favorito de Fernando de Aragón. Además, su educación había sido plenamente española y, a diferencia de Carlos, quien se encontraba a miles de kilómetros del país, hablaba castellano perfectamente.
Una vez consolidadas las alianzas externas con Francia, Roma e Inglaterra, Carlos V preparó su odisea desde Flandes. Para ello necesitaba una nave y no sería de procedencia flamenca ni española. Un barco danés fue el encargado de transportar a un hombre nacido en Gante en su misión de acceder al trono de España.
Esta embarcación concretamente tenía el nombre de Engelen. Formaba parte de la flota de Christian II, rey de Dinamarca, quien había contraído matrimonio con la hermana de Carlos I, la infanta Isabel de Austria.
«De acuerdo con esta norma para un desplazamiento mínimo estimado para el barco de entre 1.000 y 1.500 toneles se necesitarían entre 200 y 300 hombres de tripulación», escribe el investigador Francisco Javier López Martín en El primer viaje de Carlos de Habsburgo a España y el hundimiento del Engelen (Fundación Alvarogonzález). El autor bien indica que aquel barco legado por los daneses era «mucho más que un simple cascarón de madera«.
Viaje
Tal y como afirma López Martín en su obra recién publicada, de alguna u otra forma aquel viaje afectó a la mayor parte de Europa, de Escandinavia a las orillas mediterráneas y de Portugal a las fronteras con el imperio otomano. Lo cierto es que nunca se dio a conocer el puerto al que se dirigían cuando zarparon desde Zelanda.
Se había planteado Santander como puerto de llegada y fieles a Carlos se acercaron a la ciudad costera, pero jamás se confirmó la noticia. «Había miedo al desembarco y más miedo aún al cardenal Cisneros y a la fuerza que pudiera tener el apoyo al infante Fernando. El primer desembarco de Carlos en España, que no fue otra cosa sino un calco del que hizo su padre en 1506, lejos de ser fortuito pudo ser muy premeditado», apunta el autor.
A escondidas y con miedo a que su candidatura al trono no fuera aceptada, dio su primer paso en suelo español, como bien se sabe, en Tazones. El escritor tilda de «absurdo» esta llegada a la Península Ibérica. «Bien puede calificarse de absurdo el que un joven que iba a convertirse en uno de los reyes más poderosos de la cristiandad y que llegaba por fin a heredar sus bien amados territorios hispanos no tuviera concretado un puerto seguro en el que desembarcar donde fuera convenientemente recibido junto con el enorme séquito de miles de personas que le acompañaban en la flota de acuerdo con su elevada dignidad. El primogénito de la reina legítima doña Juana, nieto mayor de los Reyes Católicos, había llegado a casa, donde tanto se le deseaba, y nadie le estaba esperando«, narra.
Además, el futuro rey se vio obligado a iniciar un ridículo periplo a pie por la cornisa cantábrica hasta entrar en la meseta castellana y tuvo que alojarse «en escondrijos agrestes y en casas desgraciadas con las paredes cubiertas de pieles de osos y jabalíes». Hasta le tuvieron que dejar un rocín a quien ostentaría el trono del país: «Todo era una enorme improvisación, o eso parecía. Para un séquito de unas 200 personas entre caballeros, damas, señores, pajes, sirvientes y gente de armas, no había más que 40 caballos y era imposible encontrar otros tan precipitadamente porque en aquellas tierras tan montañosas los principales, se decía, iban a pie».
El Engelen
Por su parte, el desenlace del barco que le había traído a su nuevo hogar tuvo un destino diferente. El navío fue enviado al puerto de Pasajes en Guipúzcoa y fue designado para realizar un nuevo traslado, esta vez para alejar a alguien de España.
El infante don Fernando debía ser enviado inmediatamente a los Países Bajos para alejarlo de cualquier conspiración contra su persona. «Los consejeros y mentores del nuevo soberano pronto se dieron cuenta de que el joven Fernando tenía muchos partidarios, más, quizás, a su entender, que el mismo Carlos, por lo que aconsejaron a este que lo alejara del lugar cuanto antes, para evitar, según decían, un levantamiento dinástico», narra la escritora Vicenta Márquez de la Plata en Póker de reinas: las cuatro hermanas de Carlos V (Ediciones Casiopea).
Así, se preparó el Engelen para la partida de Fernando. La puesta a punto del barco la realizaron los locales de Pasajes y zonas de alrededor. Sin embargo, el 4 de mayo de 1518, poco antes de la partida del infante, el barco se incendió y se hundió. «Los accidentes ocurren efectivamente, por desgracia, pero sin menospreciar las causas del accidente no hay que olvidar el grado de crispación que se vivía en la corona de Castilla durante esos meses, tanto por la llegada de Carlos y su corte de flamencos como por la marcha de don Fernando», considera Francisco Javier López Martín.
«Es posible entonces contemplar el incendio del barco como un sabotaje llevado a cabo con el fin de evitar, o cuando menos entorpecer, la salida del infante», añade. Tras el desastre, el rey español ordenó que se rescataran del fondo del mar la artillería del barco. Su empeño revela el rechazo que sentía gran parte de la población hacia su mandato. «El gasto de la operación de rescate se intentó cargar a cuatro ciudades colindantes con el puerto, las de San Sebastián, Rentería, Fuenterrabía y Oyarzun, pero los concejos se negaron a pagar los costes alegando que ni el barco estaba a su cargo, ni habían sido responsables de su accidente, ni —excepto en el caso de San Sebastián— el puerto era suyo», detalla el autor.
Finalmente, Fernando abandonó España desde Santander, a bordo de la Trinidad. Pasaron los años y aunque nunca olvidó sus raíces, pues no dejó de hablar el español, sí tuvo que dejar atrás su tierra y acostumbrarse a una germanización que finalmente le llevarían a convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, heredando el cargo de su hermano.
La marcha del infante calmó la tensión política en España hasta que los castellanos se levantaron contra la Corte de Carlos. Al emperador le tomó un lustro conformarse como el emperador que unía grandes dominios europeos con las recién descubiertas tierras en América. Con él empezó el Imperio español que dominaría el mundo durante varios siglos.
Origen: La absurda odisea de Carlos V hasta Asturias: el desembarco que cambió la historia de España