23 noviembre, 2024

La amarga y olvidada pérdida en 1898 de la isla más recóndita del Imperio español

La vergüenza de Guam: Así perdió el maltrecho Imperio español su última perla del Pacífico - ABC
La vergüenza de Guam: Así perdió el maltrecho Imperio español su última perla del Pacífico – ABC

El 20 de junio de 1898, el pequeño destacamento que defendía Guam se rindió ante un gigantesco ejército estadounidense

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Ni batallas hasta el último hombre, ni combates a ultranza para defender el que -por entonces- era uno de los últimos retazos del ya inexistente Imperio español. La forma en la que Estados Unidos arrebató Guam a los nuestros el 20 de junio de 1898 no fue heroica, al igual que tampoco lo fue la resistencia planteada por el minúsculo destacamento hispano de la isla. Al contrario de lo que acaeció en Filipinas, en este caso el peso de la realidad cayó de forma inexorable sobre los 58 militares encargados de proteger aquel perdido enclave. Los últimos de Guam eran hombres que no tenían ninguna posibilidad de victoria ante el inmenso ejército yanqui y que, sabedores de su inferioridad numérica, prefirieron capitular sin combatir. Todo, para evitar una matanza.

Pero la historia de la pérdida de Guam va más allá de una mera rendición. Habla de unos soldados totalmente olvidados por su gobierno. De unos combatientes españoles que, cuando los buques estadounidenses arribaron a la «Perla del Pacífico» (como era conocida la isla), no pudieron siquiera hacer fuego contra ellos debido a la penosa situación en la que se hallaban sus cañones.

Aquellos hombres fueron los últimos en la lista de prioridades de una España desvencijada que se agarró como pudo a las escasas posesiones de ultramar que todavía atesoraba. Un país en otros tiempos imperial que privó de armas, munición, refuerzos y hasta información a los combatientes afincados en regiones menores como Guam. No en vano, cuando los norteamericanos fondearon en el puerto de Guaján (nombre castellano de la isla hasta la aparición de los norteamericanos) los hispanos desconocían que se había iniciado la guerra entre ambos países. Nadie les había informado de ello. La situación llegó a un punto de ridículo tal que los oficiales españoles atrincherados en la isla pensaron que los primeros disparos que se hicieron desde los bajeles enemigos eran las salvas previas a una visita de cortesía.

Hacia el Pacífico

La presencia española en Guam comenzó a fraguarse allá por el siglo XVI. Más concretamente, cuando la expedición europea de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano arribó a las Marianas en su viaje de circunnavegación del globo. Así lo desvela el Coronel del Ejército de Tierra en la reserva José Antonio Crespo-Francés en su dossier «Los olvidados de Guaján». En él, señala que los hispanos se detuvieron en la zona el 6 de marzo de 1521 para aprovisionarse de víveres y agua. Aunque aquel primer encuentro acabó en desastre (los nativos robaron una buena parte del cargamento a aquellos visitantes del otro lado de las aguas) sirvió para poner los primeros mimbres de la presencia hispana en la isla.

Fue necesario esperar casi cincuenta años para que otro navegante, Miguel López de Legazpi, tomase posesión de la isla (así como de todo el archipiélago) en nombre de España el 22 de enero de 1565. Otro siglo después se presentó en la zona el jesuita Diego de San Vitores con la intención de predicar el catolicismo ente los isleños.Este puso a aquellas islas su nombre actual de Marianas, para honrar a la reina regente, Mariana de Austria. En este punto existen controversias. Algunos autores afirman que nuestros compatriotas fueron bien recibidos, mientras que otros como el mismo Crespo-Francés son partidarios de que -aunque en un principio recibieron el cariño de los chamorros (o lugareños)- no tardaron en nacer diferencias entre ambos bandos.

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Declaración de guerra
Declaración de guerra

Mosquete para arriba, espada para abajo, los españoles terminaron por imponer la paz en Guam. Al fin y al cabo, la isla (de solo 500 kilómetros cuadrados) era determinante para el Imperio, pues en ella podía hacer una parada el popular Galeón de Acapulco (más conocido como el Galeón de Manila); un bajel encargado de cubrir la ruta comercial entre Manila Nueva España. Su importancia, así como las riquezas que transportaba, hizo que llegase hasta Guaján un destacamento español dedicado a su protección.

Guam sirvió a los marineros del Galeón de Manila como plaza en la que avituallarse hasta que la ruta comercial cayó en desuso. A partir de entonces, fue una isla accesoria para España. Un pedrusco olvidado guardado por unos pocos soldados al que, quizá como castigo, se solía enviar a políticos que habían demostrado sus ideas progresistas en la Península.

Traición

Mientras los españoles de Guam vivían de forma apacible, la tensión fue creciendo a nivel internacional. Cuando el calendario marcaba 1898 las cosas no pintaban, de hecho, todo lo rojigualdas que el gobierno penínsular hubiera deseado. Para empezar, porque las revueltas locales empezaron a generalizarse en las colonias. Pero también porque Estados Unidos (un país con menos de dos siglos de historia) decidió que el norte se le había quedado pequeño y empezó a mirar hacia el exterior en busca de nuevos territorios. ¿Cuáles fueron los seleccionados? Pues los nuestros. Entre otros, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Sabedores de la desesperación que generaban en la Península estas colonias y la cantidad de hombres y monedas que estaban costando a España, los norteamericanos entendieron que era el momento de apropiarse de ellas. O al menos, intentarlo. En principio los gobernantes de las barras y estrellas ofrecieron oro a nuestro país. Pero desde aquí les respondimos con una sonora negativa. Aquello cambió la forma de pensar de la nueva potencia mundial: si no podían hacerse con ellas por las buenas, lo harían por las malas. Así fue como Estados Unidos comenzó a ayudar de forma disimulada a las colonias con armas y dinero para fomentar su independencia.

La situación volvió a dar un vuelco el día 15 de febrero de 1898 cuando, en mitad de la noche, el buque estadounidense Maine (el cual había llegado a las costas cubanas en misión de paz, aunque sin previo aviso y armado) voló por los aires. Sin mediar palabra, los norteamericanos culparon de la explosión a los españoles y nos declararon la guerra. Aunque no tardó en demostrarse que todo había sido un desafortunado accidente, a Estados Unidos le vino como anillo al dedo esta catástrofe, pues gracias a ella pudo iniciar las hostilidades y preparar a sus hombres para tomar las ansiadas posesiones hispanas al otro lado del globo. Había comenzado la contienda, y los militares de la rojigualda iban a pasarlo mal si querían mantener los últimos retazos de su antiguo Imperio.

Dewey
Dewey

La tensión, sin embargo, no alcanzó a la pequeña Guam. Mientras el mundo se caía a su alrededor, la guarnición española de la isla, formada por 54 soldados y 4 oficiales, desconocía la existencia de la guerra y permanecía ajena a cualquier noticia de España. Valga como ejemplo que el último mensaje con información patria les había llegado desde Manila 10 días antes y solo afirmaba que el gobierno pensaba acercarse de forma amistosa a los Estados Unidos para evitar un enfrentamiento directo.

Por descontado, los españoles tampoco eran conscientes de que se dirigía hacia Guam un gigantesco contingente norteamericano para tomar por las bravas la región. Un ejército al mando del capitán de navío Henry Glass y que, en palabras de Crespo-Francés, se había desviado hacia la «Perla del Pacífico» tras recibir «órdenes de dirigirse a Filipinas para reforzar al almirante George Dewey».

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En la actualidad existe cierta controversia entre los historiadores a la hora de enumerar las tropas que partieron hacia la isla. Las fuentes anglosajonas nos hablan de un crucero protegido (el Charleston), tres transatlánticos (el City of Pekin, el Australia y el City Sydney), 2.386 soldados y 115 oficiales. La mayor parte de ellos, voluntarios procedentes de los estados de California y Oregón.

Salvas de… amistad

Glass llegó a Guam en la mañana del 20 de junio de 1898 y declaró sus intenciones con tres andanadas de cañón. A partir de aquí la historia varía atendiendo a las fuentes. La versión más extendida es la que ofreció el capitán Pedro Duarte, el primer oficial que, según su propio relato, avistó a los bajeles norteamericanos. Este afirmó que los buques maniobraban cerca de los arrecifes de coral que protegían el puerto al sur de Agaña, la capital de la isla y principal punto de desembarco de todo Guam. Tras percatarse de lo que se les venía encima, el militar avisó de la llegada de la flota al capitán del puerto, el teniente de navío Francisco García.

García no se mostró nervioso y consideró que aquellos disparos no eran más que las salvas habituales hechas por los bajeles extranjeros al entrar a puerto. En lugar de desesperar, se limitó a llamar al doctor Romero (cirujano naval), a un sacerdote chamorro y a José Portusach (hijo de un rico comerciante de la zona). Este último, por su facilidad para el inglés. Una vez reunidos, el militar pidió prestado un bote y se preparó para dirigirse hacia el Charleston a conversar con el oficial norteamericano. Allí fueron recibidos de forma muy cortés por Glass.

Acorazados estadounidenses, en la batalla de Manila
Acorazados estadounidenses, en la batalla de Manila

Uno de los primeros en dirigirse a los norteamericanos fue el doctor quien, en virtud del reglamento militar, preguntó si había alguna novedad sanitaria en el buque. Luego tomó la palabra el teniente español, que se disculpó por no haber respondido a las salvas de saludo. Según se excusó, porque los cañones del fuerte se hallaban en un estado deplorable y podían provocar una desgracia si eran disparados. Glass no salió de su asombro y tuvo que pasar el mal trago (a nadie le sienta bien dar una noticia así) de informar al enemigo de que había comenzado una contienda entre ambos países. También desveló que el bajel había disparado munición real, aunque no con demasiada buena puntería…

Aquel encuentro fue más fructífero, en lo que a información se refiere, que las noticias que habían llegado de España. Y es que, por si fuera poco, Glass también explicó al oficial que España había perdido la mayoría de su flota en el combate de Cavite el 1 de mayo. Una contienda en la que, en apenas seis horas, el almirante español Patricio Montojo y Pasarón sufrió de primera mano la potencia naval yanqui. La cara de García debió ser todo un poema. Más sabiendo que -hacía apenas unos meses- habían solicitado a la metrópoli el envío de seis centenares de fusiles para armar a los nativos en caso de conflicto. Petición que no fue siquiera respondida.

Mala pinta

Sin más noticias que darle (como si fuesen pocas) Glass preguntó sin rodeos a García cuántos españoles defendían Guam. El español respondió también sin florituras: apenas 54 soldados, 4 oficiales y algunos chamorros. Todos ellos con munición más que escasa. A su vez, informó al mandamás enemigo de que el cañón del fuerte estaba en una situación penosa debido al salitre y a la falta de mantenimiento.

A continuación, Glass escribió en un papel las fuerzas que estaban a su cargo:

«Crucero protegido Charleston, con 2 cañones de 20 centímetros, 6 de 15 centímetros y unos 14 de otros calibres, y 600 hombres, y transatlánticos, City of Pekin, Australia y City Sydney, conduciendo una División del Ejército americano al mando del general Anderson».

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Hoy se cree que el militar engrosó las cifras de hombres. Una treta entendible si con ello conseguía que el enemigo se rindiese sin presentar batalla. Cuando terminó de hacer el recuento, el norteamericano pidió al teniente español que hiciese llegar aquel mensaje al mandamás de la plaza: el general Juan Marina. Y, ya que estaba, le solicitó que le transmitiese su invitación para subir al Charleston a parlamentar sobre aquel embrollo. Así acabó la entrevista.

Isla de Guam
Isla de Guam

Viaje va, viaje viene, Marina (al que le quedaban pocos meses para jubilarse) y Glass establecieron al cabo de unas horas que se reunirían en Punta Piti, ubicada en tierra firme, para discutir la situación. Lo harían de día y en persona. La noche que siguió fue más que toledana. En las siguientes horas, el oficial español reunió a su plana mayor para discutir si plantar cara al enemigo y morir como héroes, o rendir Guam sin combatir.

Hubo opiniones para todo. Los unos usaron como ejemplo Numancia. La idea de que sus nombres quedaran grabados en los libros de historia como sucedió con los celtíberos era agradable en sus mentes. Los otros se limitaron a hacer números y señalar la imposibilidad de defender la colonia ante un ejército que (según creían) podía desembarcar a más de 5.000 combatientes en la región. Al final triunfó la lógica y se estableció que tocaba plegarse.

Rendición sin condiciones

La mañana siguiente, con el rabo entre las piernas (pero sabedor de que no quedaba otro remedio) Marina acudió a la cita junto con DuarteGarcía y Romero. Los estadounidenses hicieron lo propio, aunque sin Glass, que temía una emboscada hispana. Así lo confirman León Arsenal y Fernando Prado en «Rincones de historia española». El militar llegó a eso de las nueve y media a la zona acordada portando en sus manos el siguiente mensaje:

«Al salir de América, mi Gobierno me ordenó que tomara posesión de esta isla. Es preciso que se rinda usted con todos los oficiales al servicio de España y que entreguen las armas, municiones y banderas. El oficial portador de esta carta tiene órdenes de esperar solo treinta minutos».

Marina trató de engatusar al norteamericano. Quizá pensaba que, en cualquier momento, llegaría ayuda de la misma metrópoli que les había olvidado. Pero nada de nada. Cuando pasaron los treinta minutos de rigor, entregó su rendición:

«Sin defensas de ninguna clase, ni elementos que oponer con probabilidad de éxito a los que usted trae, me veo en la triste precisión de rendirme, bien que protestado por el acto de fuerza que conmigo verifica y forma en que se ha hecho, pues no tengo de mi Gobierno de haberse declarado la guerra entre las dos naciones».

Lo que vino a continuación se sucedió en un abrir y cerrar de ojos. En cuestión de horas, los oficiales fueron detenidos y llevados como prisioneros de guerra al Charleston. A continuación, una compañía del regimiento de Oregón fue la encargada de desembarcar para desarmar primero a la guarnición española y a la fuerza de auxiliares chamorros, e izar luego la bandera estadounidense. Los nuestros fueron llevados poco después al buque City of Sydney, donde permanecieron hasta que fueron entregados a los rebeldes indígenas de Filipinas. Una vez firmada la paz, fueron liberados.

Así, de esta guisa, fue como perdimos la «Perla del Pacífico», vendida posteriormente cuando nos percatamos de que ya poco podíamos hacer allí. Aquel día, más de tres siglos de presencia española en la isla acabaron de un solo golpe.

Origen: La amarga y olvidada pérdida en 1898 de la isla más recóndita del Imperio español

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