La batalla en la que los ‘moros’ de Franco aniquilaron a los republicanos del puente del Pindoque mientras dormían
ABC visita las trincheras y búkeres originales para recrear junto a «Imperial Service» uno de los enfrentamientos más cruentos de la Guerra Civil
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Una noche calurosa y aparentemente tranquila de 1937. Ese fue el escenario que acogió, entre el 10 y el 11 de febrero (en plena batalla del Jarama), una acción militar en apariencia menor, pero que permitió al ejército franquista superar este río y continuar su avance a Madrid. La toma del puente del Pindoque aparece relegada en los libros de Historia, pero tuvo una importancia determinante durante el que, a día de hoy, es recordado como uno de los enfrentamientos más sangrientos de la Guerra Civil.
Aquella jornada, los hombres del I Tabor de Tiradores de Ifni (principalmente soldados marroquíes) lograron conquistar a cuchillo uno de los puntos vitales de la defensa republicana. Y, para asombro de todos, lo hicieron al abrigo de la oscuridad y mediante armas blancas para no ser descubiertos. Por suerte para ellos, la mayor parte de sus enemigos se hallaban durmiendo.
A pesar de ese golpe de mano, los nacionales no lograron finalmente conquistar Madrid. De hecho, el frente se estabilizó hasta 1938, cuando la República construyó una línea de búnkers en las inmediaciones del Jarama con el objetivo de evitar un posible avance enemigo. Y son precisamente esas posiciones las que, de manos del grupo de recreación «Imperial Service», visita el diario ABC.
Desde las trincheras excavadas a mano en Arganda, hasta un búnker franquista cercano a la carretera de Valencia, los recreadores históricos nos han mostrado cómo se encuentran los restos hoy en día.
Madrid no se rinde
En 1937 Madrid constituía más que una ciudad. Era uno de los bastiones morales del ejército republicano. Y por eso la ansiaban con tanta vehemencia sus enemigos. Sin embargo, en febrero el ejército nacional ya se había estrellado varias veces contra sus férreas defensas populares. La determinación de las tropas estacionadas en la ciudad llegó a sorprender al mismísimo Presidente de la República (Manuel Azaña) por llevarse a cabo en unas condiciones más que precarias. «A todo suplió el entusiasmo de los combatientes, tropas voluntarias, poseídas de un espíritu exaltado hasta el paroxismo, seguras de la victoria», afirmó.
El político se deshizo en elogios hacia aquellos hombres mal armados que no estaban dispuestos a ceder ni un metro ante los sublevados: «A fuerza de arrojo, de buena voluntad, muchas veces de heroísmo, hicieron cosas utilísimas para la defensa, y como no había otras mejor pensadas y mejor ejecutadas, eran insustituibles». Estas palabras quedaron recogidas en una de sus obras. Un compendio de artículos sobre el enfrentamiento llamado «Causas de la guerra en España».
Asfixiar la ciudad
Ansioso por destruir el corazón de la resistencia republicana, el mando del ejército franquista decidió iniciar una gran ofensiva desde el este. El plan tenía como objetivo conquistar la carretera de Valencia, la misma que nutría de vituallas y refuerzos a Madrid. A su vez, los oficiales se autoimpusieron la misión de llegar hasta la localidad de Alcalá de Henares para completar un letal cerco sobre la urbe.
El objetivo final era asfixiar a los defensores hasta obligarles a rendirse a causa del hambre y la artillería. Pero cumplir este audaz plan obligaba a los sublevados a atravesar el río Jarama (a las afueras de la capital). Y, para ello, debían romper las defensas republicanas ubicadas en sus principales puentes.
A principios de febrero llegaron a la zona 20.000 soldados nacionales. Un número considerable que dio cierta seguridad a los mandos. De hecho, poco antes del comienzo de la ofensiva el coronel Barroso –jefe de operaciones de Franco– se mostró optimista: «En cinco día estaremos en Alcalá de Henares». No podía estar más equivocado, pues aquella se iba a convertir en una larga y sangrienta contienda.
El 6 comenzó la ofensiva y, en poco tiempo, los franquistas se extendieron sobre una gran franja del territorio.
Los atacantes solo vieron detenido su avance el 9 de febrero en tres puntos clave: los puentes del Pindoque, de San Martín de la Vegay de Arganda. Sus posiciones quedaron establecidas, así pues, en la margen oeste del Jarama. Y solo después de que los mandos republicanos ordenasen un contra ataque lo suficientemente potente como para rebajar el furor nacional, y de que las lluvias detuviesen el asalto.
Republicanos
Después de que el frente se estabilizara, la XII Brigada Internacional fue la encargada de crear una línea defensiva a lo largo de la orilla este del río. Bajo sus fusiles quedó la responsabilidad de asegurar el Pindoque, misión para la que sus oficiales destinaron una sección de la Segunda Compañía (apodada como André Marty). La mayoría de aquellos combatientes eran franceses y belgas. Y su armamento no iba mucho más allá de fusiles de cerrojo (los que había que amartillar tras cada disparo) y varias ametralladoras pesadas.
El número de ametralladoras de las que disponía la sección a la que le fue encargada la vigilancia del puente varía. El general soviético P. Batov afirmó en sus informes que cuatro. Sin embargo, el popular historiador francés Delpierre de Bayac es partidario de que tres (su versión es la más extendida). En lo que sí coinciden ambos es que eran las famosas Maxim. «La Maxim era la primera ametralladora automática portátil. Podía disparar 600 balas por minuto, lo que era equivalente al poder de fuego de 30 fusiles de cerrojo» afirma Luis Otero Soler en su obra «Muy breve historia de África. Cuna de la humanidad».
Los republicanos del André Marty ubicaron dos de las Maxim a izquierda y derecha del Pindoque para atrapar a todo aquel que quisiera atravesarlo en un fuego cruzado letal. Además, situaron una más en el centro para asegurar todavía más la posición. Y, por si algún nacional destrozaba las defensas, colocaron también cargas de demolición bajo el puente. Así, en el caso de que fuese tomado,podrían volarlo para evitar que el grueso del contingente enemigo lo usase para atravesar el Jarama.
La defensa podría haber sido perfecta, pero los hombres del André Marty cometieron un error que, a la larga, les salió caro. Así lo explican Rafael R. Permuy y Artemio Mortera en su dossier «The battle of Jarama»: «No dispusieron centinelas en la orilla Oeste del puente [la contraria]». Al no tener «ojos» en aquella zona, se arriesgaban a ser atacados por sorpresa. Por si fuera poco, y en palabras de estos expertos, el día del asalto al Pindoque la mayoría los defensores se encontraban adormilados en las trincheras ubicadas varios metros detrás del puente.
Un ejemplo de la descuidada defensa que plantearon los republicanos lo ofrece Bayac en un testimonio recogido dentro del completísimo dossier «La XII BI en la Batalla del Jarama» (ubicado en la página web oficial de la «Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales»): «El Jarama chapotea y arrastra arbustos arrancados en las últimas lluvias. Se han previsto turnos de guardia en cada sección, pero no hay centinelas en el puente ni en la orilla de enfrente. Tampoco se ha hecho un reconocimiento del terreno. El voluntario Marc Perrin, de Lyon, es el tirador de la Maxim instalada en el centro. Se ha enrollado en su manta y duerme cerca de su pieza».
El puente del Pindoque
Pero… ¿Cómo era el paso del puente del Pindoque que tenían que defender los hombres del André Marty? Permuy y Mortera dan una descripción exacta del mismo al señalar que contaba con unos 200 metros de longitud y 2,50 de ancho. «Configuraban el puente tres tramos de viguería metálica apoyados sobre pilastras de piedra», añaden en su obra.
Sobre este armazón descansaba una estrecha vía de ferrocarril apoyada –en palabras de los autores- «en unas planchas de hierro que se prolongaban lateralmente hasta unirse a las dos barandillas». El paso era, en definitiva, poco apto para la infantería, sumamente molesto para la caballería, y casi impracticable para los carros de combate. Pero había que cruzar el Jarama.
La conquista
Con la necesidad imperiosa de atravesar el Jarama en mente, el mando nacional dio la orden a una pequeña unidad de dar un «golpe de mano» (un ataque rápido con el que superar a un enemigo desprevenido) y conquistar el Pindoque. La misión recayó sobre el I Tabor de Tiradores de Ifni (una unidad formada en su mayoría por soldados marroquíes, aunque con mandos españoles) al mando del comandante Molero. Estos hombres, calificados como «la extrema vanguardia» de las tropas de Barrón, tendrían dos ventajas: su mayor entrenamiento en el arte de la guerra, y el uso de la noche como aliada para cruzar el puente sin ser vistos.
En la noche del 10 al 11 de febrero, a eso de las tres de la mañana, el I Tabor de Tiradores de Infi partió de La Marañosa en dirección a su objetivo, ubicado a pocos kilómetros de distancia. Junto a ellos dejó el campamento también una compañía de zapadores de Lareche. Ellos serían los encargados de dar buena cuenta de las cargas de demolición antes de que fueran detonadas por los republicanos.
Los defensores del André Marty no podían imaginarse que la muerte estaba a punto de cernirse sobre ellos. «Los republicanos del lado este debían hallarse adormilados o guarecidos del frío de la noche en la casucha del guardavía que se alzaba al pie del mismo [puente] y hacía las veces del cuerpo de guardia. El resto de la compañía descansaba al amparo de tan precaria cobertura en las trincheras excavadas tras el terraplén del ferrocarril que discurría paralelo al río», completan los autores de «The battle of Jarama».
Bayac corrobora esta teoría al señalar que el voluntario Marc Perrin, el encargado de la ametralladora Maxim ubicada en el centro del puente, «se ha enrollado en su manta y duerme cerca de su pieza».
Entre las tres y las cuatro de la madrugada ocurrió el desastre para los republicanos. Al abrigo de la oscuridad, un pequeño grupo de marroquíes se separó del contingente principal y logró cruzar el Pindoque. Nadie les vio. No se dio la voz de alarma. No sería de extrañar que con el miedo en los huesos, pues cualquier descuido podía hacer que los enemigos se despertaran y les acribillaran.
Una vez en la orilla contraria comenzó la lucha. Los marroquíes fueron los primeros en atacar y degollaron a varios republicanos del André Marty en pocos minutos. Mientras, los zapadores cortaban los cables de encendido de las cargas explosivas. Poco después, y ya sin las molestas (y peligrosas Maxim) acechando, el resto del tabor cruzó a la carrera el Pindoque y atacó a las tropas atrincheradas en las cercanías con granadas de mano. «Se usaron Laffite con las cintas cortadas para asegurar su explosión a corta distancia», completan los autores.
Bayac (en un texto recogido en la «Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales») explica así el golpe de mano: «Estallan granadas, los hombres gritan, otros corren en la noche. Marc Perrin, de pie, no tiene tiempo de enterarse de lo que pasa. Su jefe de pieza, Pecqueur, le grita: “¡Pronto! ¡Dejamos el campo!” La Maxim es demasiado pesada para un solo hombre. Perrin quita la culata móvil y se la lleva. Camina sin dirección fija con Pecqueur y otros cinco o seis y se refugian en los edificios de una antigua azucarera a unos trescientos metros del Pindoque. Otros se unen a la 3ª compañía mandada por Boursier, excontramaestre de marina».
En poco tiempo la misión había terminado. Solo hubo una contrariedad. Y es que, a los zapadores debió pasárseles por alto un cable, pues algunos minutos después los republicanos activaron las cargas y una gran explosión resonó en todo el valle del Jarama. Nuevamente la diosa Fortuna se alió con los hombres de Franco ya que, aunque uno de los extremos de la construcción se elevó en el aire por la fuerza de la detonación «cayó de nuevo casi intacto sobre su apoyo original». Posteriormente, aquellos republicanos que no fueron pasados a cuchillo fueron hechos prisioneros. Otros, como ya se ha especificado, lograron huir.
Sin novedad en el Jarama
El éxito del I Tabor de Tiradores de Ifni fue real, pero efímero. Tras casi un mes de batalla, el frente se estabilizó. Los nacionales únicamente lograron avanzar unos pocos kilómetros hacia Madrid, pero no cumplieron su objetivo. Todo ello, a pesar de las miles de bajas (entre 10.000 y 20.000) que sufrieron entre ambos bandos. Ni la carretera de Valencia fue tomada, ni se cerró un cerco total sobre la ciudad.
En 1938, los republicanos construyeron una línea defensiva compuesta de multitud de búnkers (los mismos que hoy pisan los miembros de «Imperial Service») para defenderse de un posible ataque franquista. Y esos son, precisamente, los que se pueden disfrutar en la actualidad.