La Bella Otero, la ludópata y cortesana española que se codeó con la realeza europea
- La mujer más codiciada de Europa durante la «belle epoque» perdió toda su fortuna y dignidad en el Casino Montecarlo, para pasar el resto de sus días en una pensión en Niza olvidada por todos
La Bella Otero representó a la «femme fatale» de la «belle epoque». Sin embargo, detrás de ese mito frívolo que se forjó alrededor de esa identidad falsa (en la cual se hizo llamar Carolina), se escondían los jirones de una niña herida que nunca más volvió.
Su verdadero nombre era Agustina Otero Iglesias y únicamente había conocido el hambre y la miseria humana durante su infancia, la que le robarían a la edad de 10 años. Un salvaje la embistió hasta romperle la pelvis y casi dejarla sin vida, a causa de las hemorragias que le provocó el violador. A pesar de la evidencia, los vecinos de la aldea de Valga (Galicia) la culparían por provocación.
Con la rabia carcomiéndole las entrañas ya estériles, y el corazón en un puño decidió sobrevivir al infierno al que la habían condenado. La pequeña, como pudo, aprendería a maquillar ese dolor para volver a nacer.
Agustina regresaría a la vida como Carolina Otero. Esta nueva identidad se convertiría en el gran papel de su vida. Hasta sus 46 años -luego desaparecería de la vida pública- interpretaría a una dama sin escrúpulos, que con su magnetismo y las artes de la seducción, lograría coronarse con las grandes fortunas y la eterna devoción de los más influyentes aristócratas y empresarios de la época.
La sensualidad de aquella mujer fue un fenómeno casi místico e irrepetible en la Historia. Ésto le ayudó a posicionarse como la cortesana más codiciada de Europa entre los siglos XIX y XX y con ello, se convertió en una de las mujeres más ricas del continente -hasta dilapidar su fortuna en el Casino Montecarlo-. No obstante, su condición de prostituta jamás le costó el repudio, sino que aquel corazón gélido le facilitó el control sobre cada uno de los hombres de su vida.
La Bella Otero trató de anestesiar el desgarro emocional causado por el episodio traumático durante su niñez. Sin embargo, aquella puesta de escena, donde se esbozó a sí misma con éxito y sin levantar sospechas sobre su verdadero origen, pudo engañar a toda las casas reales de Europa. No obstante, su subsconsciente enfermo la haría una ludópata esclava de sí misma.
Según la perspectiva que se estudie a este personaje, la Bella Otero podría ser la representación de una mujer corrompida por la sociedad o bien podría decirse que fue una sobreviviente que trató de no ahogarse en su dolor -de la única manera qué supo-, «haciendo de tripas corazón» y con la misma frivolidad con la que la la recibió un mundo hostil.
La inocencia robada
«En 1879, con sólo 10 años de edad, Agustina Otero fue violada en las afueras de su aldea. El violador fue reconoció por dos mujeres del pueblo que auxiliaron a Agustina, y se dio a la fuga, no sabiéndose nunca más de él. Era apodado como «Conainas». La violación fue brutal, quedó en estado somático grave, con importantes desgarros y hemorragia, y llegó a temerse incluso por su vida. No existen datos sobre dónde fue internada para recibir atención médica. Como consecuencia de esta brutal agresión, quedó estéril».
Antes de darse a conocerse en Francia, huiría de su casa con sólo 12 años. En la primera biografía de esta señora «Les souvenirs et la vie intime de la Belle Otero», escrita por Claude Valdemont (1926), la Bella Otero narra acerca de un recorrido por Portugal y posteriormente Barcelona.
Ernest Jungers y el amor desesperado
El prototipo de belleza de la mujer andaluza estaba revolucionando el canon estético de la época y un millonario empresario llamado Ernest Jungers recorría Europa en busca de bailarinas con este perfil.
Después de la vida ambulante en el circo, Agustina decidió probar suerte en el país vecino. Se instalaría en Marsella donde ejercería la prostitución. No pasaría mucho tiempo cuando el destino aparentaría sonreirle a la joven. Allí conocería al rico magnate, con el cual comenzaría a saborear aquella vida fastuosa donde la tierra giraría alrededor de ella.
Jungers y Agustina iniciarían un «affaire» nada más conocerse. El papel que desempeñaría el empresario fue crucial para que ella saltase a la fama. Ernest se involucró en cuerpo y alma en su magistral creación: Carolina Otero. Un personaje pefectamente esbozado y pensado para que ella lo interpretase como su salvación, aunque ninguno era consciente de la cruz que cargarían sobre su espalda.
El Romanticismo seguía manifestándose en la literatura, música y plástica; e infiltrándose de manera dolorosa en la vida de muchos artistas. En esta corriente se apreciaba a la tragedia como la máxima culminación del amor. Sin embargo, dentro de la nobleza de estos sentimientos, se daba simultáneamente una maldición y un vacío existencial, cuando el ser humano no podía gestionar semejantes emociones, apareciendo el suicidio como la única respuesta al conflicto.
Ernest Jungers se convertiría inconscientemente en uno de esos trágicos románticos que se expresaron a través de la muerte. Sin embargo, nunca podrá saberse de cual de esas dos mujeres se enamoró, si de Agustina o Carolina. De esa niña desagarrada y prófuga o de la mujer desalmada a la que entregarían su corazón los caballeros más influyentes del mundo y por la que se quitarían la vida al menos seis hombres más.
El empresario sacrificaría el amor de su familia para apostarlo todo por la Bella Otero. Invertió todas sus emociones y esfuerzo en ella. La refinó, la instruyó en idiomas, en danza y canto; con el fin de que aquella sensualidad no fuese desperdiciada en vulgares «cuchitriles» de París. Agustina parecía tomar fuerza, mientras se convertía en una estrella que sepultaría vivo a su pasado. Sin embargo, sus traumas se manifestarían más adelante en su adicción al juego.
Gracias al impulso y entusiasmo de Jorgens, Carolina consiguió reinventarse. De esta manera, con aquel extraordinario erotismo logró embrujar a todos durante la época dorada del teatro Folies Bergèreen París.
A pesar de su entrega, el perro fiel recibió una humillante patada,. Los traumas de la pequeña Agustina no permitían que la nueva Bella Otero abriese su corazón ni que tampoco pudiera entregarse y disfrutar en al acto sexual.
Carolina se infiltró en la aristocracia, donde ocuparía una posición estelar en cada uno de los magnos eventos de ese periodo dorado. Ya no necesitaba ser introducida por el perro fiel y por esta razón se iría alejándose de su creador, no sin haberlo arruinado previamente.
Jurgens pasaría por el infierno antes de morir. Este pobre diablo ya sin un franco en el bolsillo, con el repudio de su familia y sin la misercordia de la piel de su Carolina, se quitaría la vida en aquella pensión de mala muerte. Si la Bella Otero no se dignaba a mirarlo ¿qué sentido tenía la vida?.
Carolina era conocida por ese carácter frívolo y dominante, además de ser la cortesana de todos pero corazón de nadie, sin embargo a ninguno de sus muchos amantes parecía pesarles. Quizás la historia ficticia de su vida -en la que se decía que había renunciado a su título de condesa para ser solo la Bella Otero- les hizo creer que era un símbolo de «la mujer», entregada a los placeres mas no a la necesidad de la prostitución. Ella no se había enamorado de nadie y de alguna forma cada uno de ellos buscó ser el primero.
«Imagínate el desprendimiento, el cálculo, la fría inteligencia con que, al hacerlos suyos, Carolina Otero luchaba, y vencía, por conservar su virginidad, esa virginidad definitiva de la indiferencia y el talento sexuales. Hay que ser muy optimista para amar así, sin desesperación, sin prisa», relató Carlos Fuentes en su obra «Cambio de piel».
El desencanto sexual
«Podía fingir la voluptuosidad más exarcerbada. Para mí el juego del amor no fue sino oficio, fruto de la experiencia como los años de conservatorio para una pianista. Me interesó para obtener un beneficio inmediato. ¿Por qué fue así? Alguien me dijo que por la violación que sufrí, por la carencia de padre o por la miseria de mi niñez. Pamplinas», relató Ramón Chao en su obra «La pasión de la Bella Otero».
Que Carolina fuese cortesana no implicaba que fuese promiscua, al fin y al cabo la única excitación que sentía estaba promovida por los juegos de azar. De esta manera su posible desencanto sexual estaba sujeto al episodio de violación que había sufrido cuando era una niña de 10 años. El psicoanalista Sigmund Freud explicó en su obra«Nuevas observaciones sobre la neuropsicosis de defensa»: «Las experiencias y excitaciones que motivan tras la pubertad la histeria son por la huella mnémica de traumas infantiles sexuales como la verdadera violación sexual».
La evolución psicológica de Otero podría haberse desencadenado en una personalidad histérica, con un «bloqueo libidinal» para disfrutar del acto sexual placentero, reemplazando dichos estímulos con el goce de otras actividades como ocurría cuando jugaba en el Casino Montecarlo.
«Creemos que la sexualidad de ésta debía ser fingida, mecánica, con una frigidez subyacente. Es decir, que, como al parecer era una de las mejores en su oficio de cortesana, llegaría a fingir una enorme voluptuosidad, pero sin que esto llegase a afectarla íntimamente. Incluso sin que sus contactos sexuales, tan frecuentes y variados, llegasen a proporcionarle verdero placer» asegura Joaquín Carlos Martínez Muñoz en su ensayo «Unos apuntes psiquiátricos sobre la Bella Otero» recogida en el libro «Sexualidad, psiquiatría y biografía».
El azar, su emoción y ruina
Entre las paredes del Casino Montecarlo se vivieron numerosos escándalos y entre ellos la pérdida de grandes fortunas. No obstante, ese lugar recreativo fue clave en la reunión de importantes personalidades de todas las épocas; la Bella Otero fue una de ellas, a quien la ludopatía ejerció sobre ella un poder incontrolable, perdiendo en menos de un minuto toda la gloria y su juventud en vano. Ese patrimonio, por el que intercambió su cuerpo con hombres que ni quiso ni disfrutó, lo perdió en cada uno de esos ataques de compulsión, posiblemente motivados por la histeria.
«La verdadera pasión es cuando uno se olvida de todo, cuando se olvida de sí mismo, y eso sólo me lo ha dado el juego; existen para mí dos placeres incomparables en esta vida: uno es ganar, y el otro perder» recogió esta declaración la escritora Carmen Posadas en su libro «La Bella Otero».
El psiconoalista autríaco, Otto Fenichel, clasificó y explicó la ludopatía dentro de la «neurosis impulsiva» en su obra «Theory of neurosis ». En este estudio sostuvo que el juego compulsivo es un síntoma que se manifiesta de manera posterior a un conflicto vinculado a la sexualidad infantil, bien provocado por el miedo o la culpa. En gran medida, Otero, lejos de sentirse una víctima, se sentía culpable por haber sido embestida por aquel criminal y por esta razón, aliviaba -como cualquier otro ludópata- ese sentimiento de culpa durante las partidas.
Una anciana olvidada
«Carolina Otero murió de puro vieja. Noventa y siete años con su clítoris gordote dando la guerra. Aquí lo dice el periódico. Murió en un cuartito cerca de la vía del tren. Debía varios años de alquiler. No tenía más riqueza que un paquete de acciones zaristas, con un valor nominal por más de un millón de rublos. Se las había regalado un noble ruso, pero luego vino la revolución. Siempre llega la revolución y adiós acciones» añadió Fuentes en «Cambio de piel».
Ninguno de los «the royal cocks» -como así llama Carlos Fuentes a la realeza de principios del siglo XX- con quienes compartió cama y juego en el Casino Montecarlo (entre ellos Eduardo VII de Inglaterra, Nicolás II de Rusia, Alfonso XIII de España, Guillermo II de Alemania y Leopoldo II de Bélgica) la salvarían de su propios demonios.
En la biografía escrita por Arthur H. Lewis«La Belle Otero» se puso de cabeza a cada una de las memorias escritas con anterioridad (como la de Claude Valmont). En ella, gracias a su intensa investigación, se desmitifica la leyenda sobre los orígenes de esta pobre mujer sobre la que giró el deseo de los poderosos de Europa.
Agustina se esbozó a sí misma de manera perfecta. Gracias a su prodigiosa imaginación y el cinismo que le permitió continuar danzando sobre ese mundo fantástico de la Bella Otero; una puesta de escena que todos se creyeron, tanto la realeza, como los periodistas y los escritores.
Pero si el hambre no hubiera traicionado a una anciana de 87 años, la biografía que escribiría sobre ella Claude Velmont en 1926 –animada por sus conocidos, cuando su ruina en el Casino Montecarlo fue evidente- posiblemente nunca se hubiera conocido la verdad sobre la cortesana más famosa de la belle epoque.
Sin embargo, la miseria la obligaría a acudir a la Seguridad Social francesa para solicitar una pensión, como requisito se le exigió un acta de nacimiento. Muy angustiada solicitó al alcalde de su pueblo natal, un certificado del mismo. Ese ridículo detalle tiraría abajo su gran leyenda bohemia, la cual había construido junto a Ernest Jurgens. La Bella Otero relataba la épica historia sobre cómo su madre, una hermosa gitana, se casó con un acaudalado oficial griego y posteriormente la concebirían.
Tristemente, esta mujer nunca fue libre ni del destino ni de su grave adicción. El dinero la volvería vulnerable dándole las armas a un trauma que nunca pudo tratar. Una infeliz que creyó que el juego podía anestesiar, la culpa, la rabia y ese insoportable dolor.
Si Agustina no hubiera sido víctima de aquella macabra violación, quizás nunca hubiera cruzado los Pirineos, ni se hubiera convertido en una leyenda. Pero quizás tampoco hubiera mendigado por recuerdos ni a la Seguridad Social de Francia, para finalmente morir olvidada en una pensión en Niza.