La burda falsificación del pasado que inventó para los Habsburgo unos orígenes épicos
Frente a los títulos que debían su poder a emperadores medievales muy recientes, ellos presumían de haber sido elegidos por el mismísimo Julio César y una larga tradición de emperadores romanos
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España vivió a principios de la Edad Moderna una auténtica obsesión por la pureza de la sangre que, llevado al extremo, pretendía demostrar que todas las grandes casas descendían de cristianos viejos y hasta entroncaban con la Monarquía visigoda. «Las descendencias gastan muchos godos; todos blasonan, nadie los imita», decía un poema de Francisco de Quevedo sobre las disparatadas contorsiones que hicieron los cronistas de algunas familias para abrillantar sus pasados.
No obstante, esta necesidad no fue ni algo exclusivamente español ni propio solo de las casas nobles. Las grandes dinastías, una vez encaminados hacia el trono, también requirieron una invención de sus orígenes para vincularse a los grandes personajes clásicos, que tan de moda estaban en la tradición renacentista. Uno de los casos de falsificación más estrambóticos lo protagonizaron los Habsburgo, que antes de reinar en España y de ponerse a la cabeza del Sacro Imperio Germánico habían tenido un transcurrir histórico bastante discreto en la región suiza de Suabia.
Los Habsburgo extraían a mediados del siglo XIV su fuerza económica de Suabia y su prestigio de Austria, donde eran duques ausentes y poco preocupados por esta parte heredada de su patrimonio. No fue hasta el reinado de Alberto el Cojo (1298-1358), quien trasladó la sede familiar a la Fortaleza Antigua de Viena, cuando los Habsburgo se ganaron el sobrenombre de los ‘austriacos’ y centraron sus ambiciones sobre este territorio. No solo a nivel de expansión militar, sino también en la búsqueda de un pasado más glorioso que el que habían tenido hasta entonces.
Austria, llamado en su día el Reino Oriental, contaba con una larga tradición literaria que presentaba a sus habitantes y nobles como poderosos herederos godos que habían resistido con gran pompa los años más oscuros de la Edad Media. Sus primeros monarcas, los Babenberg, incluso decían descender de Hércules y codearse con personajes tanto de la mitología griego como de la germánica. Conscientes del poder de estas historias en el imaginario europeo, el aparato propagandístico de los Habsburgo se dedicó a partir de su desembarco en Austria a engrandecer los recuerdos de los Babenberg y a fusionar su pasado con el de estos reyes míticos. Así pasaron a presentarse, sin que mediara mucha explicación, como descendientes sanguíneos de esta casa.
Propaganda para crear grandeza
Los Habsburgo habían ejercido ya como emperadores del Sacro Imperio Germánico, pero, acorralados por sus enemigos, no habían sido capaces de hacer el título hereditario y estaban lejos de volver al trono. Siendo una de las tantas familias que habían ostentado el título imperial, los ‘austriacos’ trabajaron en las siguientes décadas para venderse como excepcionales en el relato histórico.
Como explica Martyn Rady en su obra de referencia ‘Los Habsburgo: soberanos del mundo’ (Taurus), Rodolfo de Habsburgo, heredero de Alberto el Cojo, ordenó a sus escribanos elaborar cinco documentos falsos que ratificaran a la dinastía como la más cualificada por su pasado romano, godo y santo para reinar en el imperio. El objetivo era unir la historia de Roma, Austria y los Habsburgo sin que hubiera forma de ver dónde empezaba una y dónde terminaba otra.
«La de Rodolfo fue la labor de falsificación más ambiciosa de toda la Europa medieval desde la Donación de Constantino, allá por el siglo VIII, que declaraba al papa soberano de toda la cristiandad. Y además estaba bastante mejor hecha», asegura Rady, catedrático en University College de Londres.
De los cinco documentos tres eran confirmación de los otros, y dos eran los pilares de la falsificación. El ‘Pseudo-Enrique’ era un conjunto de cartas, entre ellas una donde Julio César ordenaba a los austriacos que obedecieran a su tío, designado su soberano como señor feudal para el resto de los siglos. El tío romano, obviamente, era un remoto familiar de los Babenberg. En otra, el Emperador Nerón declaraba al pueblo austriaco como el más esplendoroso del imperio y lo eximía del pago de impuestos y les daba libertad para siempre.
Si bien el ‘Pseudo-Enrique’ era una ficción absoluta (incluso contenía fallos históricos, como el considerar a Julio César cabeza del Imperio romano, que ni existía), el otro documento principal, ‘el Privilegium Maius’, estaba basado en el privilegio imperial por el que Federico I Barbarroja elevó Austria a la condición de ducado. Sin embargo, partiendo de este privilegio real el añadido Habsburgo catalogaba a Austria, en palabras supuestamente del Emperador, como el «escudo y corazón» del Imperio Romano Germánico y concedía a sus titulares el honor de ser archiduques del palatino y sentarse a la derecha del Emperador, entre otros privilegios. Todo ello estaba pensado para justificar que los miembros de la Casa Habsburgo tuvieran preeminencia en actos y ceremonias políticas sobre otros aristócratas.
Por conveniencia política Carlos IV dio por válido todos los textos y permitió que la dinastía extendiera su poder absoluto por toda Austria
La respuesta a tan gruesa falsificación la encabezó el humanista Francesco Petrarca, quien avisó al Emperador Carlos IV sobre este texto «vano, rimbombante, carente de verdad, concebido por alguna persona desconocida, pero indudablemente no por un hombre de letras… No solo es ridículo, sino que revuelve las tripas a cualquiera». Así y todo, por conveniencia política Carlos IV dio por válido todos los textos y permitió, a excepción de la composición del colegio de príncipes electores donde nunca entraron los Habsburgo, que la dinastía extendiera su poder absoluto por toda Austria, así como que usara el título de archiduque y la corona de inspiración romana que la familia se había inventado.
Rodolfo, conocido a la postre como ‘el fundador’, sentó de esta manera las bases teóricas para que los Habsburgo no volvieran a sentirse inferiores a otras casas nunca más. Frente a los títulos que debían su poder a emperadores medievales muy recientes, ellos presumían de haber sido elegidos por el mismísimo Julio César y bendecidos por una larga tradición de emperadores romanos. «El imaginario pasado romano y austriaco, con la corona y el título de archiduque que se habían inventado, inspiró en sus sucesores un sentido de solidaridad y de determinación que se volvería más profundo a medida que fueran pasando las generaciones», explica Rady en su obra.
Hasta avanzado el siglo XVIII no se demostró que estos textos eran una falsificación, fecha en la que los Habsburgo ya habían tenido tiempo de ganar y hasta perder el primer imperio realmente global de la historia.
Origen: La burda falsificación del pasado que inventó para los Habsburgo unos orígenes épicos