La enorme ciudad fortificada que Napoleón construyó en el centro de Madrid de la que nunca oíste hablar
Ocupó gran parte del Retiro y en ella vivieron más de 2.000 soldados franceses hasta el final de la Guerra de Independencia, causando enormes daños al famoso parque, al talar casi todos sus árboles para alimentar sus hogueras. Era tan grande que se dibujaron planos de ella para que quedara constancia de sus caminos, jardines y viviendas
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«Es un juego de niños, esa gente no sabe lo que es un ejército francés; créame, será rápido», aseguró Napoleón en el otoño de 1807. Poco después, el Emperador engañó al primer ministro Manuel Godoy para que firmara el Tratado de Fontainebleau y obtuvo el permiso del Rey para atravesar España con más de 110.000 soldados con el objetivo oficial de, supuestamente, conquistar Portugal. Pero todo fue un engaño. A su paso por la península, el ambicioso general fue conquistando casi todas las ciudades españolas que encontró a su paso.
Cuando el 24 de marzo de 1808 Fernando VII hacía su entrada en la capital por la Puerta de Atocha, aclamado por su pueblo, la escena no era tan bonita como la describía Benito Pérez Galdós en sus «Episodios Nacionales»: «Parecía un día de junio, en el que la naturaleza sonreía como la Nación».
Mientras los madrileños celebraban la llegada de su nuevo Rey, el cuñado de Napoleón y jefe de su Ejército en España, el famoso general Joaquín Murat, se apostaban en Chamartín. Su nuevo jefe de estado mayor, Augustin Daniel Belliard, fue destacado para preparar el alojamiento del cuartel general con veinticinco mil hombres.
Las calles se mantuvieron relativamente tranquilas en las semanas siguientes gracias a la presencia de los soldados galos, que paseaban a sus anchas por el resto de la capital sin que los madrileños se hubieran percatado del desdén con que trataban a su Monarca. «Nos cuesta mucho trabajo creer que los propósitos de los franceses no fueran evidentes ante los ojos de nuestros conciudadanos. Los testigos de aquella situación nos hablan insistentemente del malestar creciente de la población madrileña. ¿Qué hacer? Porque los franceses tenían en Madrid y sus alrededores a 25.000 hombres ocupando el Retiro con numerosa Artillería», explicaba el historiador José Manuel Guerrero, comandante del Ejército de Tierra, en su artículo «El ejército francés en Madrid», publicado en la «Revista de Historia Militar» en 2004.
«¡Armas, armas, armas!»
La capital era ya una ciudad completamente tomada el célebre 2 de mayo de 1808, cuando Madrid saltó por los aires y dio comienzo la Guerra de Independencia. «No se oían más voces que ¡armas, armas, armas! Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores», contaba Galdós. El pueblo español no tardó en levantarse, convencido de que podía y debía echar al invasor. El Gobierno llamó a filas a sus ciudadanos y consiguieron reunir a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate.
Los asedios a las ciudades recordaban a los de la Antigüedad. Reducirlas suponía meses de lucha, calle por calle, casa por casa, peleando contra hombres, mujeres y niños. Todas estas escenas sumieron a los soldados franceses en un infierno que no habían conocido hasta ese momento, con un ejército compuesto de jóvenes reclutas organizados apresuradamente y obligados a invadir, en condiciones lamentables, un país que se suponía aliado. Se dividía en tres cuerpos: uno con destino a Portugal, al mando de Jean-Andoche Junot; otro para internarse en España, con el objetivo de llegar a Cádiz, y el tercero, denominado «Observación de las Costas del Océano» bajo pretexto de reforzar las costas del sur contra los británicos, pero cuya misión encubierta fue, efectivamente, ocupar Madrid.
Primero, en tiendas de campaña
Y a mediados de junio, ante la incertidumbre y las continuas bajas, los franceses deciden fortificar El Retiro entero. «A pesar de todo, no tuvieron la más mínima demostración de cortesía», recordaba años después Mesonero Romanos, que tenía cinco años cuando vivió aquel inmenso despliegue de fuerzas, distribuidas por el convento de San Bernardino (actual Ciudad Universitaria), las calles Leganitos y Fuencarral, el barrio de El Pardo y Carabanchel, además del famoso parque donde acampó la artillería y la caballería, con su memorable brigada de Dragones de Moncey, utilizando las tiendas confiscadas al ejército español en Ciudad Rodrigo y Zamora.
Desde El Retiro había salido precisamente el mariscal Emmanuel de Grouchy el día del levantamiento para recorrer la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo hasta la Puerta del Sol. En las cercanías de la plaza –calles Mayor, Alcalá, Montera y Carretas– se reunieron la mayoría de los rebeldes y vecinos. «La evacuación de las calles no detenía la viva fusilería y la lluvia de piedras y de tejas que, desde las ventanas y los tejados de las casas, nos alcanzaban y herían a mucha gente. Vanamente he intentado mediante oficiales franceses y españoles que los habitantes cesaran el fuego, pero los portadores de estas palabras de paz han sido recibidos a tiros de fusil», detallaba el informe del enemigo recogido por Guerrero.
Vista la situación, la orden de Belliard para que se construyera el enorme complejo se produjo así: «Debéis tomar el mando del Retiro [general Lagrange] y considerarlo como ciudadela dependiente de la plaza de Madrid bajo el mando de Grouchy». Al día siguiente, este último subrayaba: «Su Alteza Imperial ordena que toda la administración sea establecida en El Retiro. Debéis ocuparos particularmente del establecimiento del Retiro, que desde este momento debe considerarse una colonia francesa. Es necesario que esa ciudadela haga temblar a la villa y que pueda albergar con seguridad a todos los franceses si las circunstancias exigen que las tropas partan para disipar algunas concentraciones». Y contaba después en sus memorias un desconocido capitán Boulart: «Fui encargado del armamento de las fortificaciones del Retiro, que se había fijado en 50 bocas de fuego, número elevado, porque se quería contener la población de Madrid por medio de medidas enérgicas […]. La temperatura era de 28 grados a la sombra, y todos los trabajos se hacían bajo este sol».
Los hombres de Napoleón no tardaron en levantar en aquel emplazamiento una gigantesca fortificación, tan grande que ocupaba casi por completo el famoso parque, actualmente considerado el principal pulmón de Madrid. Un complejo del que no queda absolutamente nada hoy en día. Conocemos su existencia, de hecho, gracias a una serie de documentos gráficos que revelan la enorme cantidad de soldados que lo habitaron y la actividad que concentró.
Se convirtió en el cuartel general francés, desde donde los mandos franceses tomaron las principales decisiones en lo que respecta a la ocupación de la ciudad y el país. Cuesta imaginarse en la actualidad semejantes instalaciones, con sus calles, casas y almacenes llenos de baterías y piezas de artillería, en un remanso de paz como el famoso parque de 1.180.000 metros cuadrados. Murat, además, construyó dentro de él una gran una ciudadela, aprovechando que era uno de los puntos más elevados de la ciudad de Madrid.
Las instalaciones erigidas en el Parque del Retiro eran tan grandes que más de 2.000 soldados vivieron en ellas hasta el final de la Guerra de Independencia en 1814. Seis años en los que, incluso, tuvieron que dibujar los planos del lugar, para que quedara constancia de los caminos, jardines y viviendas construidas en su interior, con el objetivo de que los militares no se perdieran caminando por dentro. Todo ello mientras en el resto de la ciudad las noticias de los enfrentamientos se sucedían con expresiones como esta recogida por el «Diario de Madrid»: «En todos los barrios, los madrileños asesinaban a los franceses que encontraban solos».
Desde que se levantó en junio de 1808, la población gala que vivió en el Retiro causó enormes daños sobre el famoso parque. Podaron prácticamente todos los árboles para alimentar sus hogueras. El centro neurálgico de la fortificación se encontraba donde hoy se ubica la Fuente del Ángel Caído. Pero, tras seis años de bulliciosa actividad, los ingleses se encargaron de hacerla desaparecer. Al entrar en Madrid en apoyo de los españoles, lo primero que hicieron estos fue marchar sobre el fuerte y arrasarlo. Eran conscientes de que si lo tomaban, se harían con la ciudad entera. Y cuando estos últimos se fueron, los vecinos de Madrid acudieron a El Retiro a terminar de destruir lo que quedara en pie. Todo aquello había sido una pesadilla y quería deshacerse de cualquier vestigio de sus restos.