La esclava africana que España liberó y se convirtió en una de las terratenientes más ricas de América
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Tras su secuestro en Senegal, en 1806, la princesa wolof Ante fue vendida como esclava y enviada a Cuba y Florida, donde se casó con un comerciante de esclavos del que heredó toda su riqueza a pesar de la oposición de las leyes y la sociedad
Desde su muerte en junio de 1870, Anna Kingsley descansa en paz en una tumba sin nombre ubicada en un bosque tranquilo del Cementerio Clifton, en Jacksonville (Florida, Estados Unidos). Apenas es visitada ni reconocida entre las lápidas, salvo que algún trabajador te indique su ubicación. Y su vida tampoco es muy conocida, a pesar de ser una de las más singulares y fascinantes de la historia de América del Norte desde que se estableciera la esclavitud al principio de la era colonial y, después, cuando se ratificó en Estados Unidos con la Declaración de Independencia de 1776.
Y decimos singular, porque no se conocen muchos casos de una esclava africana que acabara convirtiéndose en una de las terratenientes más ricas de Estados Unidos antes de que se aboliera la esclavitud al acabar la Guerra Civil, en 1865. Pero ocurrió. Anna Kingsley había nacido con el nombre de Anta Madjiguène Ndiaye en el poderoso Reino Wolof, en la actual Senegal, en 1793. Y no era una ciudadana cualquiera. En su tierra natal era conocida como la Princesa Anta, nieta por parte de madre del entonces Rey de Wolof y cuyo padre, Mba Buri Nyabu Ndiaye, era la opción más probable para convertirse en el próximo monarca.
La Princesa vivía, por lo tanto, una vida de lujos y rodeada de guardias y mayordomos hasta que, en 1806, fue secuestrada junto a dos de sus sirvientas por unos asaltantes que con toda probabilidad desconocían su linaje. Aquí comenzó el infierno de Anta. Sus padres, devastados, la buscaron durante años en su propio reino y en los reinos vecinos, pero terminaron por perder la esperanza.
De la isla Gorée a América
Después de su captura, Anta fue traslada a Gorée, la pequeña isla cerca de Dakar por la que transitaron buena parte de los veinte millones de africanos que, a lo largo de casi cuatro siglos, fueron enviados a América para llevar una vida de miseria y servidumbre. La primeraCasa de Esclavos fue construida por los portugueses a mediados del siglo XVI y la última, a finales del XVIII, por iniciativa de los tratantes holandeses. En una de estas casas la Princesa permaneció retenida cinco años en condiciones inhumanas, hasta que unos comerciantes la compraron y la enviaron a Cuba junto a otros negros de los más diversos puntos de África Occidental.
En La Habana permaneció unos días hasta que fue comprada de nuevo, esta vez, por Zephaniah Kingsley, un rico propietario de una gran plantación que, a su vez, era empresario y capitán de uno de los barcos de esclavos que comerciaba con Florida. Hasta allí que se fue nuestra protagonista, cinco años después de que viera a su familia por última vez. En ese momento Anta tenía 18 años, era guapa, esbelta y culta, y su dueño no tardó en enamorarse de ella.
El resultado fue que ambos se casaron. Un matrimonio que, sin duda, fue un regalo caído del cielo para la princesa y esclava, que a partir de entonces pasó a llamarse Anne Kingsley. Su marido creía en la esclavitud, por supuesto, pero se dice que su trato era mucho más humano que el de la mayoría de sus homólogos. Bajo su mando, de hecho, la plantación funcionaba con una especie de «sistema de asignaciones», según el cual había dividido sus tierras en parcelas de un cuarto de acre y, más tarde, había asignado a cada esclavo una actividad específica en cada una de ellas: sembrar, arrancar las malas hierbas o recolectar. Y cuando terminaban sus obligaciones, podían regresar a las pequeñas casas de madera que Zephaniah les había construido para atender a las necesidades familiares, mientras que los días de lluvia estaban eximidos de trabajar hasta que esta cesara.
La Florida española
No hay que olvidar que la historia de los afroamericanos en Estados Unidos no arranca en los campos de algodón de Carolina del Sur. Mucho antes de la importación masiva de esclavos negros por parte de los despiadados plantadores de las colonias británicas, como fueron los antepasados de Kingsley, los españoles ya habían llevado consigo hasta esas tierras a los primeros africanos, que bajo el dominio hispano tuvieron un tratamiento mucho mejor. Por eso quiso Zephaniah Kingsley instalarse allí, porque aquella Florida española se llegó a convertir a partir del siglo XVII en la promesa de libertad para los esclavos sometidos a la cruel explotación de los ingleses.
Muchos amigos de Zephaniah se posicionaron en contra de su matrimonio con Anna e, incluso, se alejaron de él. Y, además, muchas leyes en Florida no permitían que un blanco se casara con un esclava, de ahí que ambos lo hicieran por el rito cubano. Sin embargo, este terrateniente de origen inglés lo tenía muy claro y solicitó a las autoridades españolas que le emitieran los documentos necesarios para que su esposa pudiera emanciparse y obtener la libertad. Había en la colonia resquicios legales para conseguirlo, como así hizo. Kingsley elogió la «amabilidad y fidelidad» de esta, así como sus «buenas cualidades». También liberó a los tres hijos mulatos que había tenido con ella, identificándose como el padre de todos: George, de casi 4 años; Martha, de 20 meses, y Mary, de un mes. Y, por último, le concedió a la antigua princesa autoridad sobre su propiedad cuando él estuviera ausente. Un hecho sin precedentes que convirtió a Anna en una esclava muy rica en solo cinco años.
La nueva señora Kingsley había sobrevivido al cautiverio, a cinco años de maltratos y a un viaje desgarrador a través del Atlántico en la bodega de un barco lleno de esclavos –muchos de los cuales morían y eran arrojados al mar–, para convertirse en la dueña de una granja de cinco acres y ser nombrada responsable de un comercio minorista. Y eso no fue todo, porque Zephaniah mandó construir a continuación una gran casa solo para ella y, además, le puso 12 esclavos a su nombre, los cuales irían creciendo en número junto las hectáreas de su propiedad.
La venta de la Florida
Cuando comenzó la Guerra de los Patriotas en 1812 –insurgentes y aventureros apoyados por tropas estadounidenses para intentar expulsar a los españoles de Florida–, los invasores se apoderaron de todos los esclavos y negros libres que se encontraron por el camino. No hicieron diferencias a la hora de venderlos a las plantaciones de Georgia. Por eso Anna, amenazada de nuevo con convertirse en esclava, incendió todos los edificios de la plantación de su marido y de la suya para evitar que los ocuparan.
Eso hizo que no se acercaran a ella ni la secuestraran de nuevo, pero el matrimonio tuvo que mudarse a la isla de Fort George, el lugar más al sur de la cadena de islas conocida como Sea Island, cerca de Jacksonville. Fue allí donde sus hijos George, Martha y Mary llegaron a la madurez y se casaron. Y también allí donde tuvieron a su cuarto hijo, John Maxwell Kingsley. Allí sobrevivieron y acrecentaron sus riquezas de nuevo, hasta que la libertad de Anna fue de nuevo amenazada en 1839 y tuvieron que huir esta vez a Haití. Era una forma de huir también de las políticas raciales discriminatorias que se habían implantado en Estados Unidos después de que España le cediera el control de Florida en 1821. Los americanos no podía permitir que una esclava acumulase semejante poder y fortuna, no estaba bien visto.
Haití, en cambio, era una república negra independiente que se había formado, en 1804, tras una rebelión de esclavos africanos contra los gobernantes franceses. Anna y Zephaniah compraron un terreno gigante en el que establecieron una colonia agrícola, a raíz de la cual se vieron obligados a dar un vuelco a su situación. Como hombre blanco, al señor Kingsley se le prohibió poseer ningún tipo de tierra, por lo que el matrimonio tuvo que poner todas las propiedades a nombre de la antigua princesa de Senegal.
«Podía confiar en ella»
A Zephaniah no le importó. Como quedó constatado en una entrevista realizada por la abolicionista estadounidense Lydia Maria Child, en 1842, el señor Kingsley describió a Anna como una mujer «alta y negra como un chorro, pero muy hermosa». Y lo más importante, alguien «muy capaz que podía llevar a cabo todos los asuntos relacionados con la plantación en mi ausencia. Podía confiar en ella». Un año más tarde, casi al final de su vida, y preocupado como estaba por cómo podrían considerar las leyes inglesas a su esposa, ya que nunca se habían casado oficialmente por la Iglesia o el Estado, Zephaniah escribió en su testamento: «Ella siempre ha sido considerada y tratada como mi esposa. Y, como tal, la reconozco yo. No creo que su verdad, honor, integridad, conducta moral y buen sentido pierdan si se la compara con cualquier otra persona».
Zephaniah Kingsley murió en 1843 y su hermana menor, Martha Kingsley McNeill, presentó rápidamente una demanda para desheredar a Anna y sus hijos, todos con sangre africana. Tres años después, esta regresó a Florida para luchar por su herencia, es decir, por todas esas extensas tierras que había acumulado el matrimonio en Florida y que la habían convertido a ella en una de las personas más ricas del país. Las cuestiones raciales estaban en su contra, porque ni siquiera la esclavitud había sido abolida aún, pero finalmente los tribunales de Florida le dieron la razón.
Anna permaneció en Estados Unidos y se convirtió en la matriarca del clan Kingsley. Compró nuevas granjas y fundó una comunidad formada por decenas de familias negras en el actual vecindario de Arlington, en Jacksonville, entre los que se encontraban sus antiguos esclavos, a los que llegó conceder la libertad antes de que la esclavitud se aboliera. Con la Guerra Civil y el conflicto racista de por medio, muchos de estos esclavos se marcharon al norte. Anna también se marchó con sus hijas y solo regresó al terminar el conflicto en 1865, a lo poco que quedaba de sus propiedades. Allí pasaría los últimos cinco años de su vida junto a una de sus hijas. Durante mucho tiempo después fue recordada en el norte de Florida, Cuba y Haití, pero odiada por los europeos y partidarios de la esclavitud.