La estafa de los duelos a muerte y otras 4 mentiras del Salvaje Oeste que hemos creído 200 años
Ni los nativos iban armados hasta los dientes, ni los forajidos más reverenciados por Hollywood fueron tan sanguinarios como nos ha vendido el cine
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El visionado de un sin fin de películas del Salvaje Oeste americano ha dejado una impronta imborrable en nuestras mentes. Aquel que no asocie esta época a los duelos a muerte en la vía principal del típico pueblo de «Saloon» y «Bank» es que no ha disfrutado de los largometrajes rodados en lugares tan castizos como nuestro desierto de Tabernas. El cine nos ha vendido un siglo XIX norteamericano lleno de nativos armados hasta los dientes y «Sheriffs» pateándose las polvorientas calles ávidos de meter un cartucho entre pecho y espalda al bandido de turno.
Pero, como suele suceder, la realidad dista bastante de la ficción . ¡Qué sorpresa! La verdad es menos épica, pero igual de llamativa. Un ejemplo es que los duelos eran una práctica minoritaria por una razón sencilla: los buenos pistoleros sabían que eran peligrosos, por lo que los evitaban, y los malos no querían exponerse a morir ante un enemigo más versado en el buen arte de llenar de plomo al contrario. Además, la poca calidad de la pólvora hacía imposible que aquellos que se tiroteaban hicieran blanco sobre su enemigo a la primera. Más bien se disparaba a toda velocidad desde la cadera con la esperanza de que, por estadística, alguna bala llegase hasta el cuerpo del adversario.
Y como esta falacia, otras tantas. Ejemplo de ello es que los nativos americanos, al menos durante las primeras etapas de la conquista, no disponían de armas de fuego y se batían a arco, flecha y hacha. Tampoco es cierto que otros forajidos como Billy el Niño fueran tan letales como nos han vendido o que, entre otras tantas cosas, los «Sheriffs» contaran con las mismas responsabilidades que nos han narrado hasta la saciedad las pelícucas de Hollywood.
La verdadera conquista del Oeste
Corrían tiempos inciertos en Norteamérica durante el siglo XIX. Eran años de guerra para los habitantes de los recién creados Estados Unidos, pues vivían en un continente aún sin explorar en su totalidad y que todavía estaba dominado por los nativos allí asentados desde tiempos inmemoriales. La frontera –el territorio conocido y en el que residían los estadounidenses- se hallaba en 1845 a la altura de Montana. Oklahoma y Luisiana, lo que aún dejaba un buen pellizco del país por anexionar hacia el oeste. En principio, no se dio mayor importancia a este territorio, pero la superpoblación de las ciudades y la falta de trabajo provocaron que esta región se viera con otros ojos.
Poco a poco, fueron partiendo a su conquista cientos de peregrinos que, muertos de hambre en sus hogares, poco tenían que perder. Acababa de comenzar, en definitiva, la toma del lejano e inexplorado oeste americano.
«La llamada conquista del oeste fue un movimiento migratorio poco o nada programado (al menos, al principio), en el que una ingente e inagotable corriente continua de emigrantes provenientes de muy distintas partes de Europa (y también de otras partes del mundo, como el lejano Oriente o el cercano México) se fue abriendo paso por un inmenso territorio. El este norteamericano necesitaba expandirse para absorber a sus millones de inmigrantes y la partida hacia el oeste fue la gran solución», explica, en declaraciones a ABC, Gregorio Doval, autor –entre otros muchos libros relacionado con el tema- de «Breve historia del salvaje oeste» (editado por «Nowtilus»).
No obstante, en estas regiones desconocidas del oeste estaban asentados los erróneamente llamados indios, los cuales no sentían demasiado aprecio por los «caras pálidas» y quienes, para defender su territorio, no dudaron en hacer uso del arco, las flechas y las hachas. Su objetivo: resistir el asedio al que les estaba sometiendo el ejército y los colonos norteamericanos. Estos últimos (que, al igual que los militares, llegaban armados hasta las cejas de carabinas, escopetas, sables y revólveres) eran aquellos viajeros que, en gigantescas caravanas formadas por cientos de carretas, atravesaban el país con la adrenalina como principal compañero de viaje (la cual se agravaba aún más debido a la escasez de datos que había sobre el nuevo territorio).
«Sobre el Oeste corrían todo tipo de rumores más o menos fundados: que era un inacabable desierto sin agua y sin recursos; que su fauna era temible (incluso se llegaba a decir que abundaban los dinosaurios); que había tribus hostiles… Pero los rumores no detuvieron a los colonos. Al final, esta gran migración humana, concentrada en unas breves décadas de la segunda mitad del siglo XIX, adquirió un carácter epopéyico porque los peligros eran realmente muchos y reales, incluyendo la inimaginable distancia, el desconocimiento casi absoluto del territorio y la falta de guías, los desaprensivos que se aprovechaban de ellos y también, cómo no, un conglomerado muy diverso de tribus indígenas», destaca el experto.
A pesar de los múltiples errores históricos que se han generalizado en la sociedad gracias a la ciencia ficción norteamericana, Hollywood no lo hizo todo mal. De hecho, la mayoría de «westers» representan a la perfección como era la vida en los pequeños pueblos del salvaje Oeste.
A medida que los colonos y el ejército de los Estados Unidos se expandían kilómetros y kilómetros por el desierto a base de disparos y violencia, también se alejaban más de su hogar. Por ello, no pasó mucho tiempo hasta que, en medio de las estepas antes dominadas por indios, estos «rostros pálidos» crearon poblaciones en las que vivir, descansar, tomarse algún que otro lingotazo (en el bien conocido «Saloon»), y pasar una noche de desenfreno junto a una moza por pocos dólares. Estos minúsculos pueblos del oeste han quedado retratados a la perfección gracias a la factoría Hollywood, la cual ha hecho pasear a través de sus calles a vaqueros tan insignes como Clint Eastwood y John Wayne.
«Los pueblos del Salvaje Oeste (en realidad, la inmensa mayoría, no más que aisladas aldeas) fueron surgiendo poco a poco por muy distintas razones: atender a ese continuo flujo de personas en camino hacia el lejano oeste; explotar los recursos que se fueron encontrando en aquellos nuevos territorios (minas, madera, ganado y caza); servir de puestos avanzados al Ejército y servir de asentamientos para los miles de trabajadores involucrados en la vertiginosa construcción de los ferrocarriles y en el masivo traslado de millones de reses hacia el más próspero y hambriento nordeste norteamericano», añade Doval a ABC.
Sin embargo, existen otras tantas mentiras que rodean el «Far West»…
1-Indios asesinados por colonos
La primera de las grandes mentiras que se ha extendido a lo largo de las décadas es la que afirma que los nativos americanos cayeron a miles a manos de los europeos. Según explica Doval, aunque las campañas del ejército norteamericano a mediados del XIX sí costaron una infinidad de vidas a los «indios», la realidad es que, al menos durante las primeras fases de la coloninazación las enfermedades fueron mucho más letales que las armas.
«Hay que aclarar que la inmensa mayoría de los indígenas sucumbieron mucho antes por las plagas y el hambre que por las balas. Con un sistema inmunológico en absoluto preparado para resistir a las enfermedades que trajo consigo y esparció el “hombre blanco”, muchas tribus fueron diezmadas e, incluso, desaparecieron de la historia. Y cuando las autoridades estadounidenses de la época decidieron exterminar a los bisontes, sabían muy bien que, con ello, privaban a los indígenas de su principal medio de subsistencia. De hecho, buena parte de las tribus que luego han pasado a la historia (y que nunca fueron muy numerosas) no eran sino alianzas y amalgamas de los restos demográficos de las anteriores», afirma a ABC el experto.
2-Nativos armados hasta los dientes
Otro tanto sucede con la imagen mitificada del nativo americano armado hasta los dientes con fusiles y pistolas. Una instantánea que, en palabras de Doval, ha sido extendida por el cine.
«Al principio, no. Pero no hay que minusvalorar lo valiosos que son un arco y unas flechas en una guerra de guerrillas como aquella. Se tarda mucho menos en «recargar» un arco que un arma de pistón. Así que un arquero a caballo era una poderosa arma móvil y evasiva, difícil de contrarrestar. Por otra parte, en la segunda fase, la final, de las guerras indias, los indígenas ya contaban con rifles de repetición, con lo que, en ese sentido, las desventajas desaparecieron», señala.
3-Los «Sheriffs» mitificados
A la par que el oeste era colonizado por trabajadores que pretendían ganarse la vida buscando oro, transportando ganado o creando un pequeño negocio en las nuevas ciudades fronterizas, también aparecieron indeseables que, haciéndose expertos en el manejo de las armas, dedicaban su vida a atracar a los mineros, robar caballos o hacerse con los dólares que eran transportados a través de diligencias de una ciudad a otra.
Así pues, además de defenderse del ataque de los indios, los estadounidenses también se enfrentaron a estos nuevos bandidos, forajidos y cuatreros, unos enemigos que no dudaban en desenfundar si su codicia lo consideraba oportuno. Algunos de sus nombres, de hecho, son a día de hoy famosísimos gracias al cine.
Para meter en vereda a estos delincuentes, en las ciudades se eligieron todo tipo de representantes de la justicia que les obligaran a cumplir la ley. A día de hoy, se suele creer que el más famoso de ellos era el «sheriff», sin embargo, el cine se ha olvidado de dar visibilidad al resto de personas que, arriesgando sus vidas, velaban por la seguridad de los ciudadanos.
La columna vertebral del cuerpo de «policía» en las ciudades era el «marshal», quien podía rodearse de una serie de ayudantes para poner a los forajidos tras los barrotes. La jurisdicción del «sheriff», en contra de lo que muestran las películas, era el condado, una región mucho más grande que la docena de casas que se pueden ver en las películas norteamericanas.
A nivel general (y en el último peldaño de esta pirámide de placas justicieras) se encontraban los «marshals federales», que podían actuar en todo el territorio y solían perseguir a desertores del ejército y ladrones de bancos. Finalmente, y tal y como explica Gregorio Doval en «Breve historia del Salvaje Oeste: Pistoleros y forajidos», en los lugares más apartados y menos poblados los encargados de mantener la paz eran los «rangers», policías montados en caballos que combatían tanto a los indios como a los bandoleros y ladrones de ganado.
4-La estafa de los duelos a muerte
Además del de los «sheriffs», otro mito muy extendido gracias a las películas norteamericanas es el que afirma que solían sucederse duelos armados en mitad de las calles de ls ciudades. Una gran mentira, según Gregorio Doval: «Los famosos duelos entre pistoleros profesionales en la calle principal de los pueblos del salvaje Oeste fueron una auténtica rareza. Un mito alentado por Hollywood. Los buenos pistoleros, como es lógico, no eran muy proclives a comprobar si su rival era aún mejor. Los malos, como es todavía más lógico, no querían demostrar su impericia. En realidad, los esporádicos tiroteos era protagonizados por tiradores emboscados y, a ser posible, disparando por la espalda».
De la misma opinión es José Luis Cabañas (propietario de la armería «San Huberto» de Madrid y experto en el manejo y uso de los revólveres). Según afirma, la pólvora de por entonces era de tan poca calidad que era absolutamente imposible que se sucediera un tiroteo de la forma en la que aparece en los largometrajes.
«En el Oeste, a una distancia de pocos metros no se solía dar al adversario. Esto se producía debido a que querían disparar rápido y apuntaban desde la cintura. Así conseguían hacer fuego a una gran velocidad, pero no tenían ninguna precisión. Además, la pólvora que usaban era tan mala que provocaba una cantidad de humo tal que, en un tiroteo, no se veían unos a otros. Al final, mataban más con escopetas de cañones recortados que con los revólveres, porque eran muy imprecisos. Su única finalidad era sacarlos y disparar a toda velocidad», señala Cabañas.
5-El bandido más letal
Hablar de las lejanas llanuras del Oeste americano, de sus ciudades y de sus armas, es hablar de los forajidos. Y éste término es, a su vez, sinónimo de Billy el Niño («The Kid», para los norteamericanos). Según la leyenda presentada por los largometrajes de Hollywood, este cuatrero era un imberbe cuando empezó a delinquir y robar diligencias y trenes. También ha pasado a la historia por su gran rapidez con el revólver y por haber acabado con decenas y decenas de sus enemigos antes de haber cumplido los 18 años. Sin embargo ¿Qué hay de verdad y qué de ficción en la historia de este ladrón?
«Otro ejemplo significativo de la exageración de las películas es lo que ha sucedido con un pistolero tan famoso y de leyenda tan negra como Billy el Niño, que murió violentamente a los 21 años. A Billy se le atribuyen “sólo” unas 20 muertes. No obstante, en realidad –y que se sepa de un modo cierto- sólo mató a unas nueve personas. Además, a ninguna en asesinato alevoso, sino al evadirse de la cárcel (y de la soga) o durante sus enfrentamientos con los matones a sueldo de los grandes empresarios ganaderos», completa Doval en declaraciones a ABC.
En este sentido, también ha sido exagerada las malas condiciones que debían soportar aquellos que viajaban al Oeste americano. Esto se debe a que, como bien señala el experto español, la vida en los pueblos de la llanura no era más dura que la que de aquellos que vivían en las viejas ciudades estadounidenses.
«También se ha ignorado el hecho histórico de que, en esos mismos momentos, el este norteamericano era mucho más peligroso y violento, con muchísimas más muertes por armas que el Oeste (un territorio, no lo olvidemos, por entonces prácticamente despoblado). Quien recuerde, por ejemplo, la película “Gangs of New York” sabrá a qué me refiero. En términos generales, el Oeste fue un territorio más de cazadores, pequeños agricultores y tenderos, que de pistoleros», finaliza Doval.
Origen: La estafa de los duelos a muerte y otras 4 mentiras del Salvaje Oeste que hemos creído 200 años