En 1938, una expedición de las SS se adentró en el Himalaya, supuestamente en busca de una raza aria primigenia. Ahora disponemos de nuevos detalles sobre esta aventura. Por Matthias Schulz
En 1938 comenzó una de las expediciones científicas más controvertidas de la Historia. El zoólogo Ernst Schäfer se dirigó al Tíbet con el tétrico emblema de las SS cosido en su mochila.
Los expedicionarios alemanes midieron cráneos de nativos y recogieron unas 7000 semillas. También volvieron con 17.500 metros de filmaciones y una carta del jefe del Gobierno tibetano dirigida al «sublime señor Hitler».
¿Ciencia o espionaje? El antropólogo Bruno Beger mide el cráneo de una tibetana. Los ingleses creían que los nazis no realizaban en los Himalayas ninguna investigación científica, sino espionaje en una zona que sería clave en el futuro
El porqué de que la misiva, que hoy se encuentra en la Biblioteca Estatal de Baviera, nunca llegara a su destinatario es tan misterioso como casi todo lo que rodea a aquella expedición. La versión ‘oficial’ es que el grupo de científicos emprendió su viaje por encargo de Heinrich Himmler, líder de las SS, con la misión de encontrar «una raza primigenia» de hombres de cabellos rubios, antepasados comunes de los pueblos arios. También debían buscar variedades de caballos resistentes al frío, de cara a la inminente guerra que se avecinaba.
La dureza de la aventura La expedición y sus porteadores ascienden hacia la zona prohibida de Lhasa. 400 kilómetros de estepas nevadas y tormentas
Sin embargo, los servicios secretos del Reino Unido, que observaban con gran recelo esta avanzadilla alemana a través de la India británica, sospechaban otro objetivo. el espionaje. Incluso algunos historiadores han apuntado que la intención real de los nazis era explorar unas regiones que iban a ser de gran interés para el Tercer Reich y Japón una vez ganada la guerra.
Himmler creía en una superraza primigenia ‘nórdica-atlante’ cuyos vestigios habrían sobrevivido en el Himalaya
En Alemania se acaba de publicar el libro Nazis en el Tíbet, el enigma de la expedición de las SS de Ernst Schäfer, con nuevas conclusiones sobre el verdadero trasfondo de la misión. Su autor, Peter Meier-Hüsing, cree que la incursión en el reino de las nieves no fue una acción encubierta planeada al detalle y ejecutada por miembros selectos de las SS, sino una caza de trofeos improvisada y encabezada por un polémico científico y aventurero.
El autor del libro ha buceado en archivos y documentos que describen a Ernst Schäfer como un «excelente tirador y trampero, fascinado por la naturaleza salvaje». Los agentes coloniales británicos no tenían tan buena opinión de él, lo consideraban «enérgico e instruido», pero también «vanidoso hasta el infantilismo».
El jefe de la expedición El joven zoólogo Ernst Schäfer formaba parte del círculo de la Ahnenerbe, una comunidad pseudocientífica creada por Himmler
Hijo de un próspero empresario, Schäfer empezó sus estudios de zoología a los 19 años. Poco después, un personaje cambió su vida. Se trataba de Brooke Dolan II, un excéntrico millonario estadounidense deseoso de conocer las poco exploradas regiones occidentales de China y que lo contrató como acompañante cualificado. La Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia quedó tan fascinada por el botín zoológico que trajeron que nombró a Schäfer miembro de la institución.
De vuelta a casa, el joven estudiante narró su increíble aventura en un libro que rápidamente se convirtió en un éxito de ventas y que le abrió las puertas de las SS. El joven zoólogo se integró en el círculo de la Ahnenerbe, una comunidad pseudocientífica creada por Himmler, cuyos miembros defendían la cosmogonía glacial. Según esta teoría, existió una cultura primigenia ‘nórdica-atlante’ que resultó aniquilada por un cataclismo lunar. Los únicos vestigios de aquella superraza perdida habrían sobrevivido en el Himalaya.
El palacio de Potala, en Lhasa, en 1939. Los expedicionarios nazis realizaron más de 40.000 fotos de su aventura
Es esta faceta sobrenatural de la misión al Tíbet la que más tarde explotaron los aficionados a cierto esoterismo de tintes ultraderechistas. En la actualidad, multitud de obras pseudomitológicas y páginas web nazis siguen presentando al zoólogo Ernst Schäfer como un buscador del Santo Grial vestido con el uniforme de las SS. Según Meier-Hüsing, en cambio, Schäfer no le veía mucho sentido a la descabellada teoría de Himmler sobre la raza aria ancestral.
Cuando Himmler asumió el patrocinio de la misión, convirtió a todos los integrantes del equipo en oficiales de las SS. No fue fácil adentrarse en el Tíbet. En aquella época, el reino del dalái lama parecía una fortaleza cerrada al mundo. Los británicos habían forzado una cierta apertura: en 1903 entraron en el país con un ejército, pero el territorio consiguió mantener un estatus semiautónomo y prohibió el acceso a extranjeros.
Schäfer logró entrar engatusando a un funcionario con regalos y buenas palabras. Era muy persuasivo. El Consejo de Ministros del Tíbet autorizó al «maestro de las cien artes» y a sus hombres a visitar durante 14 días la ciudad prohibida de Lhasa.
El encuentro cultural entre los monjes y los alemanes fue más bien una serie de juergas ‘regadas’ de alcohol
Recorrieron 400 kilómetros a través de estepas nevadas y tormentas de nieve. En la capital vivían unas 25.000 personas. Casi el mismo número de monjes habitaban los tres enormes monasterios que rodeaban la ciudad. Uno tras otro, los notables del país acudieron como invitados a sus fiestas. Los expedicionarios no actuaban precisamente «como emisarios de la superior raza aria en busca de sus primos perdidos en el Oriente». Lo que oficialmente se describió como el encuentro entre «las cruces gamadas de Oriente y Occidente» fue más bien una serie de «francachelas presididas por el alcohol».
El equipo de las SS en el Tíbet: la expedición alemana al completo en su campamento, con visitantes tibetanos, en 1938
A pesar de este ambiente festivo, los alemanes capturaron gran cantidad de mamíferos y aves, realizaron mediciones geomagnéticas y estudios etnológicos. También filmaron a monjes borrachos, midieron cráneos, mandíbulas y rasgos anatómicos de los nativos y vertieron negocoll en los rostros de los voluntarios tibetanos para obtener moldes craneales.
Tres semanas antes del estallido de la guerra llegó a su fin aquella extraña misión en la que se combinaron espionaje, bacanales y unas razias zoológicas de primera categoría. Junto a los ejemplares disecados de más de 3000 aves, los expedicionarios volvieron a su país con 400 cráneos y pieles de mamíferos, así como reptiles, anfibios, varios miles de mariposas, langostas, diversas muestras de minerales, mapas topográficos y 40.000 fotos en blanco y negro.
Muchos de estos tesoros dormitan hoy en los archivos alemanes. No están bien vistos debido a sus orígenes nazis. Después de la guerra, Ernst Schäfer tuvo que pasar por los procesos de desnazificación y acabó escribiendo para una revista alemana dedicada a la caza.
El timo del buda nazi
«El hallazgo del siglo». En el año 2002, la prensa se hizo eco de la aparición de este buda de mil años, tallado en un meteorito y, decían, parte del botín recogido por los nazis en el Tíbet. La pieza tenía una cruz gamada invertida. Las especulaciones duraron poco. El Instituto de Paleontología de Stuttgart descubrió que era una falsificación hecha en Europa.
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