La gran estafa nazi sobre la muerte de Rommel a manos de Hitler en la Segunda Guerra Mundial
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El 14 de octubre de 1944, el Tercer Reich ofreció dos posibilidades al Zorro del Desierto: suicidarse o someterse a un proceso que acabaría con su honra como militar y condenaría a su familia. Aunque eligió la primera, existen muchas incógnitas en torno a su fallecimiento
El nombre de Erwin Rommel siempre estará ligado a dos cosas: a la Segunda Guerra Mundial y al Afrika Korps. De poco importa que el mariscal estuviera también al mando de parte de las defensas del Desembarco de Normandía y que dirigiera la posterior organización de las tropas germanas ante el avance del gigante Aliado. Su apodo, el Zorro del Desierto, evoca los meses que pasó enfrentándose a Bernard Montgomery y a los británicos en Alejandría, Libia o Túnez. Esos años fueron los que le convirtieron un mito dentro del ejército alemán, le granjearon el cariño de sus compatriotas y le elevaron hasta los altares de los ejércitos de la Wehrmacht. Genio de la estrategia militar y maestro a la hora de utilizar los carros de combate que tenía a sus órdenes, su máxima siempre fue explotar de la mejor forma los escasos recursos que tenía a su alcance.
Por todo ello, a Adolf Hitler (uno de sus principales valedores en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial) le resultó tan difícil acabar con su vida cuando empezó a sospechar que había participado en un complot para asesinarle. Su merecida fama de genio militar llevó al Führer a darle dos opciones cuando se le metió en la cabeza que era un traidor: suicidarse o sufrir un proceso judicial que acabaría con él y con severas represalias contra su familia. El Zorro aceptó y, el 14 de octubre de 1944, se tomó una pastilla de cianuro después de recibir la visita de dos oficiales que le comunicaron el ultimátum. Que aceptara fue la mejor noticia que pudo recibir el líder nazi, pues le permitió seguir utilizando su figura como arquetipo de militar valeroso después de convencer a la sociedad de que había fallecido aquejado de una herida en un accidente de coche.
Aquellas falacias arribaron incluso hasta nuestro país. El ABC, en su edición del 17 de octubre de 1944, se hizo eco de las mismas en un artículo titulado «Ha muerto el mariscal Rommel». «El general feldmariscal Rommel ha fallecido, de resultas de la grave herida que en la cabeza recibió en un accidente de automóvil, siendo jefe de un grupo del Ejército del Oeste». Hitler le colmó de honores en la muerte. Ordenó que se esculpiese una escultura en forma de león en su honor, dispuso que fueran «tributadas honras fúnebres nacionales a los restos» y resaltó, por activa y por pasiva, la ingente cantidad de victorias que había logrado para el ejército alemán. «Su nombre quedará unido para siempre a la lucha que, durante dos años, libró el Afrikakorps», añadía este diario.
Gran complot
El comienzo de esta historia nos lleva hasta 1944, un año en que el viejo Zorro ya empezaba a barruntar que era imposible ganar la Segunda Guerra Mundial. Según parece, se preocupó de que muchos de sus allegados supieran lo que pensaba. Pocas cosas más pueden explicar el por qué, entre enero y febrero de ese mismo año, varios oficiales nazis disidentes se pusieron en contacto con él para que liderara una conspiración contra Adolf Hitler. La idea era que, como figura pública destacada del Tercer Reich, ensombreciera a la infinidad de lugartenientes del Führer que tratarían de sentarse en la poltrona una vez que este se hubiese ido al otro mundo.
Por si fuera poco, y como se señala en la obra «Genios de la estrategia militar: Erwin Rommel, en Zorro del Desierto», Rommel también era un oficial reconocido y de alto rango. Dos ventajas que eran claves para que la Wehrmacht siguiera sus órdenes y, llegado el momento, pudiera enfrentarse a las ideologizadas tropas de las SS. «Rommel era ambas cosas. A pesar de sus enemigos en el OKW, era una figura ampliamente respetada en el ejército, e inclusive en las Waffen-SS, y además era la figura más popular de Alemania después del propio Hitler. Si se ofrecía a liderar el complot, la victoria estaría un poco más cerca de sucederse.
Cuando todavía faltaban meses para que las lanchas de desembarco entrasen por la costa norte de Francia, Rommel recibió la visita de su amigo Karl Strolin (alcalde permanente de Stuttgart), quien le desveló la existencia de los campos de exterminio y le invitó a participar en el complot. El Zorro del Desierto, sin embargo, no era partidario de asesinar al Führer, ya que, según creía, eso lo convertiría en un mártir. Él apostaba más bien por ponerle bajo arresto y hacerle comparecer ante un tribunal militar por sus crímenes. «Aquí cedía a su carácter propio, pues los asesinatos le repugnaban», explica Paul Lemond en «Los secretos ocultos del Tercer Reich». Entonces no llegaron a nada claro.
No fue hasta el 17 de mayo cuando le confirmaron, durante una reunión con varios conspiradores, que su petición no había sido aceptada y que asesinarían al Führer. Él se negó y tuvo la suerte de que, mientras se ultimaban los detalles finales, los Aliados arribaron a las costas de Normandía el 6 de junio de 1944. Aquello le impidió dedicarse a otros menesteres más que a combatir la invasión. Si antes ya estaba seguro de que Alemania no vencería y de que había que buscar una paz pactada, a partir de entonces se mostró convencido de que era imposible contener al enemigo y de que solo era cuestión de tiempo que el Tercer Reich, ese que Hitler había prometido que duraría mil años, se evaporara.
Creyera o no que la Segunda Guerra Mundial estaba perdida, Rommel era un soldado y, como había hecho siempre, combatió en primera línea contra los Aliados. Quizá fue por ello por lo que, el 17 de julio, la mala fortuna le atrapó mientras viajaba solo hacia su cuartel general de la localidad gala de Roche-Guyon. A eso de las cuatro de la tarde su vehículo fue ametrallado por dos cazas Spitfire británicos. El Zorro del Desierto, el hombre que había hecho temblar a los británicos en El Alamein, salió despedido del coche. La caída le dejó inconsciente, aunque ese no fue su máximo problema. Además, sufrió una fractura cuádruple en el cráneo, heridas en la cara (producidas por los cristales del parabrisas) y un golpe en el ojo izquierdo que le provocó una severa hinchazón.
De forma rauda, el Zorro del Desierto fue trasladado a un hospital cercano de la Luftwaffe, donde los doctores llegron a temer por su vida. «La mayor parte del tiempo estaba inconsciente. Se despertaba de forma esporádica, pero era incapaz de moverse y apenas podía hablar», añaden los autores de la obra anglosajona.
Sospechas
El 20 de julio, Von Stauffenberg cumplió con la tarea que se orquestaba desde hacía meses. En la conocida como «Guarida del lobo» (uno de los cuarteles generales de Führer ubicado en Prusia), y durante una reunión de suma importancia, dejó una maleta explosiva bajo la mesa de reuniones que iba a presidir Adolf Hitler. Como estaba previsto, la bomba estalló, pero la endiablada suerte del dictador hizo que no sufriera más que unos rasguños. La operación «Valkiria», uno de los intentos de acabar con la Segunda Guerra Mundial asesinando a su instigador, había fallado. Poco después comenzó la represión contra los supuestos instigadores.
Mientras todo aquello ocurría, y para sorpresa de muchos, Rommel empezó a mejorar levemente, aunque todavía combatía su particular batalla contra la muerte. A su lado, eso sí, tenía al doctor Esch, uno de los más populares del régimen nazi. Este trabajó sin descanso para mantenerle con vida. Y lo logró, aunque no como habría querido. «Rommel superó las operaciones con el ojo izquirdo totalmente cerrado, completamente sordo del oído izquierdo y con terribles jaquecas transitorias. Era la sexta herida que recibía en acta de servicio», se destaca en la obra anglosajona. Al final fue llevado hasta París y, desde allí, a su casa cerca de Ulm (en Alemania).
Para entonces ya había perdido el favor del Führer después de que uno de los implicados en el atentado hubiera repetido varias veces su apellido y de que el Generalleutnant Hans Speidel, también colaborador activo en el complot, declarara en su contra. Según la teoría que el controvertido historiador David Irving mantuvo en «El rastro del zorro», es probable que este conspirador (el único que sobrevivió a la persecución del Tercer Reich) acusara al mariscal azuzado por Martin Bormann y Hermann Goering; dos personajes que envidiaban a nuestro protagonista.
Muerte en la Segunda Guerra Mundial
En todo caso, el accidente fue para Rommel el triste preludio de su viaje hasta el más allá. Harto de hospitales, en octubre ya descansaba en su vivienda de Herrlingen. A su lado estaban su hijo Manfred (quien había pedido un permiso en la unidad de defensa antiaérea en la que estaba destinado para acompañar a su padre); su esposa; un capitán de su total confianza y un ordenanza. El día 7, el chico, entonces de solo 15 años, tuvo que escuchar de la boca de su propio padre que se había iniciado una persecución contra él y que, a pesar de que le habían solicitado viajar a Berlín el día 10, se había negado.
Su negativa no le sirvió de nada. Como bien confirma el popular dicho de la montaña y Mahoma, el 14 de octubre el Tercer Reich fue en su busca. Así lo explicó el propio Manfred en una carta posterior en la que narró todo lo sucedido: «Mi padre ya estaba bien. Nos vimos a las 11 en punto y, durante el paseo, me dijo que dos generales vendrían ese día. A saber: Meisel y Burgdorf. […] Dijo que el asunto era muy sospechoso y que no estaba seguro de si el motivo que le habían dado, discutir con él su futuro destino en el ejército, no era más que un complot». Padre e hijo caminaron durante una hora, hasta que les informaron de que sus dos ‘invitados’ habían llegado en un coche de la Wehrmacht conducido por un miembro de las SS.
Rommel, su hijo y los dos generales acudieron a una sala de la vivienda. «Mi padre me pidió que dejara la habitación», dejó escrito Manfred en su carta. Antes, el Zorro del Desierto había solicitado a uno de sus ayudantes que le entregara una carpeta en la que había recogido decenas de documentos que demostraban que sus decisiones no habían provocado la debacle de las defensas nazis en el Desembarco de Normandía. Al parecer, temía ser procesado por ello, como ya le había sucedido a otros tantos oficiales en el frente soviético. Pero aquel no era el problema. Una hora de charla después, los tres implicados salieron de la habitación. Los generales se dirigieron entonces al coche, mientras que Erwin subió las escaleras para hablar con Lucie.
«Vengo a decirte adiós. Dentro de un cuarto de hora estaré muerto. Sospechan que tomé parte en el complot para asesinar a Hitler. Al parecer, mi nombre estaba en una lista hecha por Goerdeler en la que me consideraban futuro presidente del Reich. […] Ellos dicen que Von Stülpnagel, Speidel y Von Hofacker me han denunciado. Es el método que emplean siempre. Les he contestado que no creía lo que decían, que tenía que ser mentira. El Führer me da a elegir entre el veneno o ser juzgado por un tribunal popular».
Por si todavía le quedaban dudas, Hitler ordenó a sus subordinados informarle de que, si elegía ser juzgado, su carrera se vería ultrajada y el Reich cargaría también contra su familia y los miembros de su Estado Mayor. Cuando acabó de hablar con Lucie, Rommel bajó las escaleras, le contó lo mismo a su hijo y añadió que nadie podría saber que era un suicidio ordenado por el Führer. Lo cierto es que no tenía muchas más opciones. Además de estas presiones, las SS habían ubicado guardias en las cercanías de la vivienda por si trataba de huir. No había a dónde marcharse. El Zorro del Desierto tomó su decisión. «Ante todo, debo pensar en mi esposa y en Manfred».
Ya decidido se despidió de su familia, cogió su gorra y su bastón de mando y se dirigió hacia la salida. Rommel se sentó en la parte delantera del vehículo, junto a un conductor de las SS. Detrás de él se ubicaron los generales Meisel y Burgdorf. «Otro automóvil los seguía, con SS Calaveras, por si Rommel se negaba a suicidarse. Entonces lo habrían detenido y devuelto a Berlín», añade Paul Lemond.
La fúnebre comitiva puso entonces dirección a Ulm, pero no llegaría muy lejos. A unos 200 metros de la vivienda, Burgdorf ordenó que el coche se detuviera y que sus ocupantes salieran. Todos menos él y el Zorro del Desierto. Algunos minutos después, el oficial bajó y llamó a sus colegas. «Al acercarse, declararon haber visto a Rommel encorvado y tendido en el asiento trasero, con la gorra y el bastón de mariscal en el suelo del vehículo, en los últimos momentos de su agonía», explica el autor. Había tomado una pastilla de cianuro.
Mentiras
Hitler cumplió su palabra y extendió la mentira de que Rommel había fallecido aquejado de un fallo cardíaco. A su vez, afirmó a la opinión pública que el médico responsable del hospital de Ulm había intentado reanimarle, pero no lo había logrado. En un tiempo récord se organizaron funerales nacionales a lo largo y ancho de Alemania. El Führer, además, encargó a un famoso artista diseñar un monumento «para gloria del mariscal». El Reich recordó con gloria los últimos días del héroe del Afrika Korps, pero no así su mujer, quien no pudo quitarse de la cabeza «la expresión de un desprecio inefable, que jamás había visto» en su cadáver.
Las falacias extendidas por Hitler llegaron incluso a España. El ABC, por ejemplo, publicó en un artículo titulado «Ha muerto el mariscal Rommel» la versión del Tercer Reich:
«El general feldmariscal Rommel ha fallecido, de resultas de la grave herida que en la cabeza recibió en un accidente de automóvil, siendo jefe de un grupo del Ejército del Oeste. El Führer ha dispuesto que sean tributadas honras fúnebres nacionales a los restos de uno de los jefes del Ejército alemán que -se hace resaltar- logró más victorias y cuyo nombre quedará unido para siempre a la lucha que, durante dos años, libró el Afrikakorps. Erwin Rommel nació el año 1891 en Neidenheim (Würtemberg) y en la Primera Guerra mundial se distinguió ya por su heroísmo extraordinario y su temeraria audacia. En el otoño de 1915, siendo primer teniente, fue condecorado con la Cruz de Hierro, y en 1918, le fue concedida la preciadísima orden Pour le Mérite. En la actual contienda, el mariscal Rommel ha sido un jefe ejemplar e imbuido del espíritu nacionalsocialista; por sus méritos en África del Norte fué ascendido al empleo que ahora ostentaba. En marzo de 1943 le confirió el Fuhrer las hojas de Roble con Espadas y Brillantes de la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro».
Origen: La gran estafa nazi sobre la muerte de Rommel a manos de Hitler en la Segunda Guerra Mundial