La ‘gran evasión’ de la Guerra Civil que acabó con 206 fusilados y casi nadie conoce
Un grupo de presos del fuerte San Cristóbal, en 1941, entre ellos algún fugado que se salvó de ser ajusticiado
El golpe fue repentino, no podía ser de otro modo si querían tener éxito. «¡Ahora!», gritó uno de los amotinados, probablemente el cerebro, Leopoldo Picó. Habían planeado la toma del penal durante semanas y ese 22 de mayo de 1938 era la fecha señalada. Sabían que el momento del reparto de la cena era el más vulnerable del día. La tropa de guarnición también se encontraba cenando y había un constante abrir y cerrar de puertas. Los amotinados, un grupo de 50 prisioneros, casi todos versados en el esperanto, se abalanzaron sobre los oficiales que supervisaban la entrega de alimentos, consistentes en poco más que agua y patatas, y los redujeron por sorpresa. En cuestión de minutos tomaron el fuerte. Levantaron los cerrojos de las celdas y pabellones e invitaron a todo el mundo a escapar. Y así, a la carrera y sin saber muy bien hacia dónde ir, 795 presos políticos, la mayoría sindicalistas, todos republicanos, huyeron del fuerte San Cristóbal, en el monte Ezkaba junto a Pamplona, en la mayor evasión carcelaria conocida en Europa.
La adrenalina del instante, la ilusión de alcanzar la frontera con Francia, situada a 50 kilómetros a través de las rutas del contrabando, se diluyó en pocas horas para dar paso al horror y la masacre. Los huidos se habían dividido en grupos para dificultar la persecución de las tropas franquistas, pero el desconocimiento del terreno y el penoso estado de salud de la mayoría de fugados convirtió la huida en un caos. Los soldados, guiados por paisanos falangistas y requetés, se abrieron en abanico por los montes, avisados casi al instante por al menos un centinela que logró escaparse, y pronto empezó la cacería. Un total de 206 presos fueron fusilados en los márgenes de los senderos y enterrados en fosas comunes. El resto, más de 580, regresaron al fuerte San Cristóbal, bien capturados o por su propio pie, aterrorizados y desnutridos.
Imagen actual del interior del fuerte San Cristóbal. (José Luis Larrión)
Ya en el penal, recuperado el aliento y aplacada la revuelta, la guarnición fusiló a otras 14 personas acusadas de organizar la evasión. Otras 46 morirían de enfermedad y malos tratos en años sucesivos. Solo tres personas, tal vez una cuarta aún por confirmar, consiguieron dar sentido al motín y cruzar la frontera con Francia. En pocos días, los tres estarían de regreso en la guerra, en concreto en Cataluña, tratando de revertir el curso de la contienda, muy decantado ya hacia el bando nacional. En realidad, escapar a Francia para luego volver y apoyar a la República en el frente del Ebro era el objetivo de los organizadores, si es que en verdad había alguno más allá de huir para no morir de hambre, frío o enfermedad.
En ‘La gran evasión’ se fugaron un total de 76 personas. Aquí hablamos de 795 escapados de una de las cárceles más duras
«Es sorprendente que la mayor fuga carcelaria de Europa haya pasado tan desapercibida en España. Es un episodio excepcional que ocurrió frente a la puerta de casa de muchos navarros. Todos conocemos la épica historia de ‘La gran evasión’, en la que 76 pilotos aliados logran escapar del mayor campo de seguridad nazi y luego 50 de ellos son capturados y fusilados por orden de Hitler. Aquí estamos hablando de 795 escapados de una de las cárceles más duras del bando nacional durante la Guerra Civil, que por ejemplo sí mereció la atención del diario ‘The New York Times’ en tres reseñas», subraya Fermín Ezkieta, autor del libro ‘Los fugados del fuerte Ezkaba, 1938’ y uno de los mayores expertos en este episodio histórico. «La fuga fue organizada por los presos que estaban en los pabellones más duros, los que sufrían peores condiciones de salubridad y alimentación. Y es curioso también que el plan se idease en idioma esperanto. Se sabe que en aquella época las organizaciones sindicales anarquistas tenían el esperanto como lengua franca, y terminó siendo una herramienta clave en el motín”, prosigue.
Las investigaciones sobre el terreno, las entrevistas a testigos hoy ya ancianos y la lectura de documentos oficiales por parte de Ezkieta no solo son un esfuerzo por recuperar un episodio único del pasado, sino por hacer justicia con el presente. Sus pesquisas han puesto tras la pista en varias ocasiones a la Sociedad de Ciencias Aranzadi para localizar y exhumar fosas comunes con restos de decenas de fugados. Solo 32 de los 206 fusilados a sangre fría han sido rescatados de los montes navarros hasta la fecha, la mayoría reclamados al instante por sus respectivas familias y enterrados en sus lugares de origen.
La última fosa ha sido localizada esta misma semana en Burutáin. Solo 32 de los 206 fusilados han sido rescatados de los montes navarros
La última fosa ha sido localizada esta misma semana en Burutáin, 16 kilómetros al norte del fuerte San Cristóbal y 35 kilómetros al sur de la frontera francesa. Un equipo de antropólogos forenses liderado por Francisco Etxeberría, presidente de la Sociedad Aranzadi, inició el martes los trabajos de exhumación de la fosa, que «podría contener unos 10 cuerpos». «El procedimiento será el mismo que en anteriores ocasiones: exhumar los cuerpos, lo que nos llevará entre dos y tres días, y luego realizar el informe técnico pericial y las pruebas de ADN en el laboratorio», adelanta Etxeberría.
«La fuga del fuerte San Cristóbal tiene la ventaja de que sabemos quiénes son todos los muertos gracias a la investigación oficial que se hizo. Hay un expediente judicial muy detallado de quiénes murieron y quiénes retornaron, y eso nos permite localizar a las familias y devolver los restos en los casos en que conseguimos una muestra de ADN válida», prosigue el presidente de la entidad de referencia en la exhumación de fosas del franquismo. Esqueletos maniatados y con impactos de bala en cráneo y huesos son la norma en este tipo de trabajo.
«La fuga fue un desastre. Iban todos en alpargatas corriendo en desbandada. A Francia llegas en un día si sabes adónde vas, pero si no, te pasa como a ellos, que al tercer día se entregaron derrotados. Tenemos testimonios tremendos, como el de una mujer que cuenta cómo un domingo por la tarde se presentan en su casa tres fugados, y lo recuerda porque era el día de su cumpleaños. No sabía quiénes eran, pero recordaba el olor horrible que desprendían y el miedo que eso le provocó. En casa les dieron comida y al poco llegó la Guardia Civil. Los detuvo y los fusiló a las afueras del pueblo», narra el presidente de Aranzadi.
Y añade: «En los pueblos siempre se ha sabido dónde están las fosas, pero durante durante años no ha habido condiciones para hablar con naturalidad. Nadie quería meterse en líos, incluso los propietarios de los terrenos se quedaban callados. Ahora, desde la apertura de la primera fosa en el año 2000 y la recuperación de la memoria histórica, la gente mayor ha empezado a perder el miedo, y ya es más fácil entrevistarlos y que te cuenten. Recuerdo que al principio nos pedían por favor que no le dijéramos a nadie lo que nos habían contado». En estos 17 años, en España se han abierto cerca de 500 fosas comunes, algunas con miles de cuerpos como la de San Rafael en Málaga, y se han recuperado 8.100 esqueletos.
Las 150 familias que continúan sin conocer el paradero de su familiar fugado del penal San Cristóbal siguen con impaciencia las investigaciones y se sobresaltan cuando, como esta semana, otro puñado de identidades vean la luz. «He seguido todos los libros, documentales y noticias de prensa sobre el fuerte con interés, orgullo y una obsesión: encontrarlo. Se lo prometí a mi padre antes de morir y me lo he marcado como uno de los objetivos de mi vida. Con el inicio de la exhumación de fugados en Elía —como mi propio nombre—, tengo la intuición gallega de estar en el camino, una verdad acariciada durante mucho tiempo: mi tío podría dejar de estar ‘desaparecido’. Toda ayuda en esa búsqueda ayudará a cerrar una herida que no ha dejado de sangrar desde 1938«. Así se expresan en ‘Los fugados del fuerte de Ezkaba’Elía y Marga Valladares, sobrinas de Antonio Valladares, uno de los organizadores de la fuga asesinado en el valle de Juslapeña en los días posteriores a la evasión.
Un tema tabú en los pueblos
Cada vez son menos los testigos del suceso con vida, y buena parte de las esperanzas de las familias y de los investigadores radica en que, inesperadamente, alguno de ellos rompa su silencio de 80 años y decida hablar. «El año pasado, un señor de 95 años me acompañó al monte en Olave y dijo, ‘aquí está’. Un equipo cavó el terreno y, en efecto, aparecieron 16 fugadosdel fuerte. Y a raíz de ver eso, otros testigos pierden el miedo y dicen, ‘pues yo sé dónde hay otra’. Los que eran niños en el 38 tienen el recuerdo de ver cómo fusilaban a gente en los pueblos”, recuerda Ezkieta.
En este último descubrimiento ha pasado algo parecido: un hombre decide dar un paso al frente casi al final de su vida y señalar el lugar de la infamia. «En estos valles ha habido mucha gente guardando el secreto de la masacre del fuerte. Ha sido un tabú vinculado a la Guerra Civil que solo se hablaba en el entorno familiar más directo. Llevamos 32 rescatados y con suerte alcanzaremos los 50. Que en Navarra tengamos un inmenso cementerio sin paredes y sin flores, en mitad de los bosques que separan el monte Ezkaba de la frontera francesa, es una anomalía», se lamenta el autor.
Para Francisco Ferrándiz, antropólogo social del CSIC, ha habido un «proceso de normalización» de las exhumaciones en nuestro país en los últimos años. «Existe un debate público tenso y mucha crispación política, en especial en todo lo relacionado al Valle de los Caídos, pero hay una diferencia importante entre lo que ocurre en las tertulias televisivas o en el Congreso y lo que pasa sobre el terreno, donde encontramos una gran comprensión por parte de la sociedad», apunta el experto. Y señala: «Los historiadores cifran en 150.000 los cadáveres enterrados en fosas comunes, pero al contrario de lo que suele creerse, las exhumaciones actuales no son las primeras, sino las últimas. Ha habido cuatro momentos necropolíticos de exhumar cuerpos, los primeros de ellos impulsados por el franquismo con sus muertos, y ahora estamos en esa última etapa».
Para Ferrándiz, desenterrar las fosas comunes es una «cuestión de humanidad, una muestra de calidad democrática de un país». Y lo argumenta: «Una procesión con 20 o 30 cajas fúnebres que vuelven a un municipio es un antes y un después en la vida de ese lugar. Se trata de vecinos que retornan no solo a su lugar de origen, sino a la comunidad de muertos de la que fueron expulsados. Que los vecinos y familiares puedan visualizar eso es algo muy importante, tiene un efecto reparador enorme».
Una procesión con 20 o 30 cajas fúnebres que vuelven a un municipio es un antes y un después; tiene un efecto reparador enorme
Etxeberría sostiene esa tesis: «La gente normal comprende y apoya las exhumaciones. Ese discurso político de que esto divide a los ciudadanos es una tontería, es falso y está estudiado. Hay muchos alcaldes y concejales que nos han dado todas las facilidades porque les parece inconcebible que en su término municipal haya enterramientos clandestinos». «El problema —cierra Ferrándiz— es cuando los portavoces del partido que gobierna, como es el Partido Popular, insultan a las víctimas y dejan sin presupuesto la Ley de Memoria Histórica. Es un error muy grave que nos mantiene a la cola de Europa en este aspecto. Si se tuviera la voluntad de ayudar a las familias a cerrar heridas, en 10 años lo tendríamos solucionado«.
El fuerte San Cristóbal continuó siendo uno de los penales más insalubres y penosos de la dictadura franquista hasta su cierre en 1945, cuando fue reconvertido en un sanatorio para tuberculosos. Actualmente, pertenece al Ministerio de Defensa y su futuro es motivo de debate social. En 2001 fue declarado bien de interés cultural y distintas asociaciones reclaman convertirlo en un museo del archivo de la memoria. Entretanto, se sigue abriendo, previa solicitud, a los visitantes curiosos y a los familiares de la gran evasión olvidada de nuestra historia.