6 diciembre, 2024

La historia de los supuestos hijos del Zar Nicolás II que sobrevivieron a la matanza comunista

El zar Nicolás II, su esposa y sus hijos, pocos meses antes de ser ejecutados ABC
El zar Nicolás II, su esposa y sus hijos, pocos meses antes de ser ejecutados ABC

Durante más de cien años, investigadores de todo el mundo se han preguntado dónde fueron a parar los cadáveres de la familia Romanov o si alguno de sus miembros sobrevivió a la ejecución perpetrada por los bolcheviques en julio de 1918

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Durante más de cien años, historiadores e investigadores de todo el mundo se han preguntado dónde fueron a parar los cadáveres de la familia Romanov o si alguno de los hijos del zar Nicolás II sobrevivió a la matanza perpetrada por los bolcheviques, en la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918. Aquel «vergonzoso crimen», según lo definió en 1998 el primer presidente de Rusia tras la desaparición de la URSS, Boris Yeltsin, tuvo lugar en la casa Ipátiev tras el triunfo de la revolución.

Cuando el 30 de julio de ese año llegó el Ejército ruso a la ciudad de Ekaterimburgo para salvar a la familia imperial rusa, retenida en la citada casa, el zar, su esposa y sus cinco hijos ya habían sido brutalmente asesinados. Todos ellos fueron trasladados al sótano con el pretexto de tomarles una fotografía, pero, después de colocarse confiados, el responsable del escuadrón llegado desde Moscú para ejercer de verdugo, Yákov Yurovski, entró con un revólver y varios soldados armados con fusiles y bayonetas y les comunicó que habían sido condenados a muerte.

Y, sin mediar más palabras, comenzó la carnicería. Según la versión oficial, Nicolás II, su mujer y sus hijos fueron fusilados durante varios minutos junto a varios sirvientes, el doctor y el perro. El zar y la zarina, Alexandra Fiódorovna, mueren al instante. El zarevich Alexéi fue apuñalado y rematado en medio del humo que envolvió la habitación. Al comprobar que Olga, Tatiana, María y Anastasia agonizaban en el suelo, fueron disparadas de nuevo en la cabeza o ensartadas con la bayoneta.

Inmediatamente después hicieron desaparecer los restos, asegurándose así que la revolución seguía su curso con el establecimiento, poco después, de la Unión Soviética. Con esta matanza se ponía punto y final a la historia oficial, pero en ese mismo momento comenzaba la leyenda. ¿Qué había ocurrido realmente en la casa Ipátiev?, ¿dónde fueron a parar los restos? y, sobre todo, ¿sobrevivió algún miembro de la familia Romanov?

‘Estoy viva’

A lo largo de este siglo, fueron muchas las personas que aseguraron ser hijo o hija de los zares y, por lo tanto, haber vivido para contarlo. Fueron decenas, de las cuales más de veinte eran, supuestamente, la Gran Duquesa Nikolaevna Romanov, la primogénita y supuesta heredera del trono de no haberse instaurado la URSS. Algunas de estas gozaron de una credibilidad sorprendente entre los rusos, como Marga Boodts, que a mediados de los 50 publicó una autobiografía titulada ‘Estoy viva’, reeditadas en España por la editorial Martínez Roca en 2012.

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En ellas, la supuesta hija de los zares describía así la matanza de la casa Ipátiev: «Disparos, un alarido de mamá, blasfemias, lamentos… Un torrente de fuego me cubrió los ojos. Yací herida en el suelo, boca abajo, con el cráneo destrozado y un silbido lacerante en los oídos. Varias balas me habían rozado, una me había dado de lleno. Sentía la sangre caliente que empapaba mi vestido. Oh, terrible: estaba muerta y estaba viva. No, no estaba viva: era Dios que me permitía ver desde el más allá. En el suelo, un mar de sangre. Alguien aún gemía. Intentaba levantarme, pero caía sobre mí misma. Me esforzaba por abrir los ojos para disponerme a morir, pero antes quería mirar por última vez el rostro de mis seres queridos. De pronto, me pareció disolverme en un largo sopor. Ya no vi nada, solo una turbia luz que se apagaba. ¿Por qué, Dios mío, has querido que yo, sola, sobreviviera a mi familia?».

La rebautizada Marga Boodts tenía ahora pasaporte alemán, pero era solo una de las muchas identidades que tuvo que adoptar a lo largo de los años para escapar de los espías soviéticos. Según contaba en su libro, en la época del crimen mantenía una relación sentimental con un joven de la Guardia Imperial, Dimitri K., cuya existencia nunca se ha podido probar. Fue él quién la habría salvado de la muerte tras infiltrarse entre los bolcheviques para permanecer cerca de la Familia Real.

«Os golpeé en la cabeza con el revólver con la esperanza de que perdierais el conocimiento y disparé, intentando no daros», le habría contado este a la Gran Duquesa. Después, los asesinos habrían amontonado los cuerpos a la espera de que un camión se los llevara al bosque para enterrarlos. Dimitri se ofreció voluntario y, cuando un borracho intentó despojar a los cadáveres de sus joyas, lo mató y enterró su cuerpo en vez del de ella. A continuación cogió a Boodts , la metió en un saco y la sacó de allí. Tras una larga travesía acabó en Alemania y, antes de la Segunda Guerra Mundial, se estableció en Italia. Antes de morir en 1976, seguía defendiendo que solo ella había sobrevivido a la matanza y que demandaría a Anna Anderson.

Anna Anderson

Anderson, por su parte, aseguró durante toda su vida ser Anastasia, la hija más joven del zar Nicolás II, mientras su cuerpo permaneció desaparecido. Esta joven había sido internada en un hospital psiquiátrico dos años después de la matanza, después de que intentara suicidarse en Berlín. Fue registrada con el nombre Fräulein Unbekannt, que en alemán significaba literalmente «señora desconocida», porque se negó a revelar su identidad. El apellido que la hizo famosa lo adoptó en 1922, cuando anunció su supuesta identidad y atrajó la atención de la prensa de toda Europa.

Muchos miembros lejanos de la familia Romanov dijeron que era una impostora, pero otros estaban convencidos de que era Anastasia. Una investigación privada financiada por el hermano de la zarina, en 1927, la identificó como Franziska Schanzkowska, una obrera polaca con un historial de enfermedades mentales. Sin embargo, en 1958, ABC todavía informaba de su reclamación en titulares como ‘Anna Anderson defenderá en Hamburgo su derecho a ser reconocida como la Gran Duquesa Anastasia’ y anunciaba el estreno de películas sobre el caso con la siguiente llamada de atención: «Desde hace 36 años incita a todo el mundo con el enigma de su personalidad».

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Después de un pleito legal que se prolongó durante décadas, los tribunales alemanes resolvieron que Anderson no había logrado demostrar que era Anastasia, al igual que ocurrió con otros singulares personajes como Vasily Filátov, Eugene Nicolaievich, George Zhudin, Alexander Savin, Heino Tammet, el agente de la CIA Michael Goleniewski o Michael Grey, que aseguraron ser el zarevich Alexéi. Este último, un escritor de Irlanda del Norte y trabajador de Naciones Unidas, cuenta que escapó por mar con su madre, también superviviente. A lo largo de su vida posterior y hasta su muerte en 1987, tuvo incluso el apoyo de algunos exiliados rusos.

Michelle Anchez

Eugenia Drabek, fallecida en 1997 en Estados Unidos; Eleonora Kruger, que murió en Bulgaria en 1954; Nadezhda Vasilyeva, que acabó sus días en un centro internado psiquiátrico de Kazán (Rusia) en 1971, y Natalya Bilikhodze, que en el año 2000 se fue a Moscú a reclamar «su parte» de la fortuna de los Romanov como herencia, también aseguraban ser Anastasia. Para Tatiana, la segunda hija del zar, también hubo pretendientas como Michelle Anches, que apareció en Francia, en 1920, y dijo que venía de Siberia. Durante años se negó a revelar cómo escapó de la matanza y comentó que solo se lo contaría a su abuela, María Fiódorovna Romanov, pero la exzarina falleció en 1928 sin que el encuentro se produjera.

El de Larissa Tudor es un caso diferente, pues su caso se hizo muy popular en Londres poco después de finalizar la guerra civil rusa. Ella realmente nunca declaró ser Tatiana, pero recibió una gran herencia y sus allegados comenzaron a difundir los rumores de que era la hija del último zar. Llegaron a esa conclusión por la sencilla razón de que nunca habló de su pasado ni desveló de donde procedía dicha herencia. Natalia Radísheva, por su parte, fue reconocida como una Romanov por el arzobispo Andréi Sheptytsky y algunos representantes de la Iglesia católica rusa. Según ella, tras sobrevivir a la matanza fue reclutada por el servicio de inteligencia alemán, pero tras la Segunda Guerra Mundial se le perdió el rastro.

La búsqueda, en realidad, comenzó mucho antes. Tan solo un año después del crimen, en 1919, el investigador monárquico Nikolai Sokolov aseguró que los asesinos habían desnudado a los cadáveres y los habían subido a un camión para trasladarlos a una mina de sal: «En el camino, sin embargo, el vehículo se averió y los bolcheviques decidieron cavar, precipitadamente, una zanja poco profunda a orillas de la carretera. A continuación, para dificultar el reconocimiento de los cuerpos, los rociaron con ácido sulfúrico antes de rellenar la fosa».

El último episodio de este misterio tuvo lugar en julio de 2020, cuando el Gobierno ruso anunció por sorpresa que los restos humanos hallados en el verano de 2007, cerca de Ekaterimburgo, pertenecen a los dos hijos del último zar de Rusia que quedaban sin identificar: la princesa María y el príncipe heredero Alexei, los últimos grandes emblemas de la dinastía de los Romanov. La identificación se produjo «mediante exámenes genéticos moleculares realizados a los restos de dos personas descubiertos cerca del lugar donde yacen otros nueve muertos», anunciaba la experta del Comité de Investigación de Rusia, Marina Molodtsova, en una entrevista con el periódico ‘Izvestia’.

Molodtsova no solo confirmó que el parentesco biológico entre Alexei y María –que tenían 13 y 19 años en el momento de su muerte– con sus padres está demostrado «casi al 100 por 100», sino que el pequeño número de fragmentos óseos encontrados hace pensar que cerca del lugar del hallazgo podrían encontrarse uno o más sitios de sepultura de otros de miembros de la Familia Real. Asimismo, el Comité desmintió una de las versiones históricas de que los cadáveres «fueron eliminados mediante la aplicación de ácido sulfúrico y fuego».

Desde la investigación realizada por Sokolov pasaron seis décadas de silencio. En 1979, un grupo de investigadores disidentes halló, por fin, los posibles restos del zar, su esposa y tres de sus hijas, a pesar del testimonio de las supuestas supervivientes que iban apareciendo. Por temor a las represalias que pudieran llegar por parte de las autoridades de la URSS, guardaron en secreto su descubrimiento durante 10 años. Lo hicieron público en 1989, durante la Perestroika, el periodo de deshielo que dio paso a la desmembración del bloque comunista dos años después.

Origen: La historia de los supuestos hijos del Zar Nicolás II que sobrevivieron a la matanza comunista

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