21 noviembre, 2024

La histórica deuda contraída e impagada de Estados Unidos a España

Cuadro de la escena de la rendición de la batalla de Saratoga por John Burgoyne, 1777. (Wikipedia)
Cuadro de la escena de la rendición de la batalla de Saratoga por John Burgoyne, 1777. (Wikipedia)

La enorme ayuda procurada por España en material bélico fue determinante para que las colonias británicas lograran la independencia frente a Gran Bretaña

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Durante la Guerra de la Independencia norteamericana, es sabido que la contribución española fue determinante tanto en términos económicos como logísticos y humanos. Si hoy existe esa nación, es más que probable que, en mi opinión, sin la ayuda española no hubiera sido posible dicha emancipación de las trece colonias iniciales que configuraron el principio de este estado federal. Gran Bretaña tuvo presencia en América del Norte desde 1607 (los españoles llevábamos más de cien años dando vueltas por aquellos pagos), siendo Virginia la primera población sedentaria con colonos británicos. A lo largo del siglo XVII, otras colonias con elementos procedentes de las islas allende el Atlántico, se subordinarían al poder militar o al control de Gran Bretaña. Una población heterogénea configuraba aquel mosaico de ambiciosos blancos en pos de un sueño vital de alcance.

En aquellos territorios de Norteamérica, a la primera presencia inglesa, se solaparía la de los inmigrantes irlandeses, alemanes, escoceses, flamencos y los protestantes hugonotes franceses que estaban en plena desbandada tras la terrible degollina de la noche de San Bartolomé. Algo entrado el siglo XVII, holandeses (Nueva York) y suecos (orillas del Delaware) habían establecido pequeñas colonias a lo largo del este de la costa norteamericana y de a poco, irían configurando lo que en aquel momento daría un perfil previo a la gran nación que es hoy Norteamérica.

La presión fiscal y administrativa sobre las colonias crearon un ambiente muy hostil hacia el rey ingles Jorge III y su pomposa cohorte de cortesanos

Pero las cosas se suelen complicar por la sempiterna ambición humana y su corolario de conflictos derivados. Una guerra de cerca de ocho años a partir del año 1775, que acabaría con un tratado en Paris que dejaría a los ingleses fuera de juego del su entonces enorme imperio, perdiendo así un buen trozo de pastel cuyo detonante fue un impuesto adicional al té que exportaba al continente americano. La ebullición de un sentimiento de agravio concluiría en la inevitable Guerra de la Independencia norteamericana alimentada en su sustrato por diferentes ingredientes que detonarían como germen de la rebelión.

Obviamente la presión fiscal y administrativa sobre las colonias, y sobre todo los intereses de la oligarquía norteamericana, crearon un ambiente muy hostil hacia el rey ingles Jorge III y su pomposa cohorte de cortesanos. La masacre de Boston sobre unos manifestantes asesinados a sangre fría por las tropas inglesas y el golpe de efecto de los colonos disfrazados de Mohawks (el Boston Tea Party) que vaciaron un barco de la Compañía de las Indias Orientales –monopolista del té- en el mismo puerto, fue el detonante para la sublevación.

Representación de la matanza de Boston realizada en 1772. (Wikipedia)
Representación de la matanza de Boston realizada en 1772. (Wikipedia)

Inglaterra venía muy castigada de su enésima guerra con Francia y sus arcas estaban con telarañas. Esto, por lógica elemental, devino en una subida de impuesto en todas las latitudes del imperio colonial de los rubicundos británicos y por ende, en un cabreo monumental en el conjunto de los súbditos. Pero en aquella situación había que sumar la inquina secular entre dos perros de presa. España aprovecharía la oportunidad junto con Francia (Pactos de Familia entre Borbones) enviando a los EE. UU. 120.000 reales de a ocho contantes y sonantes. A esta pasta gansa se le añadirían órdenes de pago por importe de otros 50.000 reales; eran los célebres ‘Spanish dollars’ que servirían para respaldar la deuda pública estadounidense, y que más tarde darían lugar u origen a su propia moneda, el dólar estadounidense.

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Además, a todo esto, a través de la naviera Gardoqui radicada en Bilbao, se enviarían 30.000 mosquetes, 30.000 bayonetas, 512.314 balas de mosquete, 215 cañones de bronce, 12.868 granadas de mano, 30.000 uniformes , 4.000 tiendas de campaña y 300 000 libras de pólvora con protección de sal contra la previsible humedad que te acosa en el mar de mala manera. El valor total de estas entregas era de 946.906 reales. El ejército americano que combatió y ganó la batalla de Saratoga, sin ir más lejos, fue armado y equipado íntegramente por España, provocando como valor añadido la entrada de Francia en la guerra por los pactos antes mencionados.

Londres siempre fue un Gran Casino: era la capital invisible del intangible dinero negro que circula de forma natural por sus venas

Obviamente, los ingleses no suelen ser bienvenidos, y como decía el nada hipócrita primer ministro Lord Palmerston en su día, Inglaterra no tiene amigos, solo intereses. Pero entretanto en medio del Atlántico ocurrían cosas. La fatalidad caía sobre la Corona Británica con un ímpetu inusual. En aquella nada líquida, un atrevido almirante español, González de Córdova, echó el guante a una entera flota inglesa de más de 55 navíos con abastecimientos para las tropas inglesas en América. A los anglos, les salió el tiro por la culata. España acabaría reventando literalmente la Bolsa de Londres. Las hazañas del almirante Don Luis de Córdova quedarán registradas en los anales de la historia de nuestro país por su enorme influencia y osadía simpar. Para ponernos en situación se hace necesario hablar de lo siguiente.

Londres siempre fue un Gran Casino: era la capital invisible del intangible dinero negro que circula de forma natural por sus venas, una forma de impunidad amparada por su tradicional afán de afananza, o lo que es lo mismo, de hacerse con lo ajeno con ese peculiar ‘fair play’ en el que te están quitando la cartera mientras te piden que les indiques una dirección puntual. Este coloso intocable que siempre infundió respeto, hacía más de un par de siglos que litigaba con la otra gran potencia que en su prolongada decadencia peinaba canas. Entrenada en el cuadrilátero de la geopolítica y de la guerra, tenía mucha cintura para aguantar unos cuantos asaltos más.

Una lucha «a cara de perro»

Se llamaba España. Esa enorme potencia desfigurada hoy por la erosión de la arena del tiempo, luchó a cara de perro en todas las latitudes repartidas por el globo contra esa otra potencia emergente que era Inglaterra primero, y después Gran Bretaña. Durante más de 500 años (si incluimos las razias castellanas en tierras inglesas por parte de los almirantes Tovar, Bocanegra y Pero Niño), había sido la pesadilla número uno de los estirados isleños; Castilla primero y luego España, habían sido una lacra para esta alegre panda de chorizos titulados.

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En un lugar remoto del Atlántico profundo se iba a dirimir una de las derrotas más duras que jamás encajaron los británicos. Los servicios de inteligencia españoles (a veces funcionan bien), habían obtenido una información altamente fiable de los estibadores irlandeses, siempre de ADN revoltoso y con ganas de hacerles pagar a los estirados isleños todas las facturas y agravios que a lo largo de la historia, su pequeña isla había recibido. Mas esta increíble hazaña ejecutada por un almirante que se vestía por los pies, lamentablemente no figura en la Wikipedia británica pero si se estudia en la Academia naval de Annapolis (Estados Unidos) como una de las maniobras más brillantes jamás efectuadas en un escenario bélico.

Don Luis de Córdova infligió a los británicos una derrota de proporciones bíblicas. Fue de tal magnitud el desastre que superó de lejos la colosal paliza que sufrieron en una acción combinada durante la II Guerra Mundial a manos de la Luftwaffe y de una manada de U-Boote durante el transito del famoso convoy PQ 17 hacia el ártico. Es notorio y algo muy habitual en sus acaramelados libros escolares, sobre todo en esta adulterada disciplina tal que es la historia en la que los británicos parecen pisar pétalos de flores aderezados de música de liras y loas sin fundamento. Afortunadamente, la historiografía reciente, los va desnudando en su sibilina hipocresía.

España ofreció una ayuda económica vital a las colonias inglesas en América del Norte en su proceso de emancipación de la metrópolis

Este duro golpe a la armada británica detrajo increíbles recursos orientados hacia el combate contra los alzados en las colonias y junto con las derrotas infligidas por Bernardo de Gálvez (Pensacola) en el flanco sur de los engreídos isleños y la enorme ayuda procurada por España en vituallas, munición, mantas, pólvora, fusiles, artillería, y el apoyo adicional de más de 11.000 soldados, supusieron el negado descalabro de los engreídos británicos que en su adulterada historia nacional ni si quiera recuerdan que Tovar, Bocanegra, Pero Niño y otros muchos marinos castellanos pegaron fuego durante más de 200 años a sus ciudades sureñas incluyendo al puerto comercial de Londres al sur del Támesis (Gravesend) en una de las hazañas más increíbles de la historia bélica de todos los tiempos. Cosas de la amnesia propia de estos perillanes y de un mínimo de rigor histórico o, de meter en el tambor de la lavadora los complejos y lavarlos con lejía y agua fría a secas.

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El final de la guerra

Si, España ofreció una ayuda económica vital a las colonias inglesas en América del Norte en su proceso de emancipación de la metrópolis y con esa ingente cantidad de dinero los padres fundadores de la naciente nación pudieron financiar su Guerra de Independencia. No obstante, la nueva república jamás llegó a pagar su deuda con España. Un estudio jurídico cuantifica cuánto fue el monto de aquella contribución y en el se demuestra que nunca fue devuelto ni un céntimo.

Tras el tratado de Paris como cierre de aquella agarrada, Estados Unidos sólo reconocería una deuda sensiblemente inferior, y un reconocimiento de deuda que quedó en papel mojado. Ya apuntaban maneras sobre cuáles serían las coordenadas políticas de su futuro y del significado de la palabra agradecimiento Por ello, desde estas líneas este escribano aconseja que cuando le des la mano a un norteamericano simultáneamente tiéntate la cartera por si acaso.

¿Está esta deuda prescrita? La Academia de Jurisprudencia y Legislación dice taxativamente que ni en la tradición anglosajona ni en la española se prevé la extinción conforme al derecho internacional». Por lo tanto es una deuda plenamente vigente por la que los EEUU deberían a España si añadimos solo un 5% de intereses a la cifra inicial, un mínimo de 3 billones de dólares, más del doble del actual PIB español. Es evidente que España no tiene instrumentos políticos ni el necesario peso militar para reclamar esta cantidad.

Además, ¿para qué? Es mejor tenerlos lejos que cerca. Lo del “amigo americano” es una mamandurria impuesta por la ‘realpolitik’ y aunque jurídicamente la reclamación estuviera ajustada a derecho, ¿Quién le pone el cascabel al gato? Nos bastaría saber con quién no hacer tratos, eso sería suficiente. Pero parece que nos va la marcha… Tanto el tristemente asesinado John F. Kennedy como el controvertido Richard Nixon (Impeachment y caso Watergate) coincidían en que uno de los grandes errores de la historia de Norteamérica en lo tocante a su pasado, ha sido la total omisión del compromiso largamente sostenido por España en la realización como nación de EE.UU. Palabras honorables sí, pero que podrían ser aderezadas con algunas reparaciones más efectivas y con menos oratoria.

Origen: La histórica deuda contraída e impagada de Estados Unidos a España

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