La humillación de Aljubarrota (1385): la sangrienta batalla en la que Portugal aniquiló a Castilla
Cuando en el siglo XVI, antes de que Felipe II anexionara Portugal, un franciscano visitó la corte portuguesa se encontró en medio de la algazara por el aniversario de la batalla de Aljubarrota. El Rey portugués preguntó al español si en Castilla se celebraban también fiestas tales por semejantes vencimientos. «No se hacen, porque son tantas las victorias nuestras, que cada día sería fiesta, y morirían los oficiales [artesanos] de hambre», contestó el franciscano. Una respuesta conforme a la bravuconería española, pero que escondía el terrible recuerdo que aún pesaba en la memoria castellana por aquella batalla celebrada el 14 de agosto de 1385, con el infausto Juan I como Rey.
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!A la muerte de Enrique «El Fratricida», el primero de los reyes de la dinastía de los Trastámara, le sucedió en el trono castellano su hijo Juan I de Castilla, que también tuvo que luchar para defender sus derechos al trono frente a los descendientes de Pedro «El Cruel», de la dinastía depuesta. Juan fue un continuista del anterior reinado y el artífice de un periodo de maduración institucional para la Corona de Castilla, precisamente, porque los enemigos exteriores acosaban sus fronteras y se hacían fuertes en el país vecino.
Como prueba de ello, en julio de 1380 se firmó en Estremoz un acuerdo secreto que preveía una acción anglo-portuguesa sobre Castilla para sustituir al trastámara por Juan de Lancaster, casado con la hija de Pedro «El Cruel». Afortunadamente para la estabilidad de Castilla, la operación fue un fracaso y, de la enemistad con Portugal, se transitó de golpe a la amistad a través de la boda de Juan y la hija del Rey luso.
Castilla se apropia de la Corona de Castilla
Con la intención de evitar un nuevo desembarco inglés en Portugal, Juan de Castilla reclamó a la muerte del Rey de Portugal los derechos dinásticos de su esposa para establecer un protectorado sobre el reino portugués a partir de 1383. El matrimonio fue reconocido como Rey y Reina de Portugal por la nobleza, con la oposición del pueblo en algunos puntos del país, lo cual encendió una revuelta en Lisboaencabezada por el maestre de Avís. El levantamiento en torno al hermano bastardo del anterior Rey se extendió pronto a Oporto.
En un momento dado la Reina Leonor se distanció de su marido para apaciguar a los revoltosos, lo que dio lugar a una situación confusa en la que convivieron tres poderes en el país vecino: el de Leonor, el de Juan y el del maestre de Avís, proclamado por elementos populares con el título de Defensor del Reino.
Como se explica en el libro «Historia de España de la Edad Media» (Ariel), coordinado por Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, Juan exigió en enero de 1384 desde Santarem la entrega de poderes a su esposa, que cuando se negó fue recluida en Tordesillas, como un siglo después lo sería la célebre Juana «La Loca». Así las cosas, Santarem se convirtió en la sede del poder castellano en Portugal, donde acudieron numerosos nobles a jurarle lealtad a Juan, alarmados por las consecuencias de la revuelta popular.
El Monarca decidió marchar, por tierra y por mar, sobre Lisboa para acabar con la revuelta de Avís definitivamente.
La desesperada resistencia de Lisboa y Oporto y la aparición de la peste negra colocaron al ejército castellano al borde del desastre. El 3 de septiembre de 1384, Juan I de Castilla dejó guarniciones en las plazas de sus partidarios, regresó a Castilla y pidió ayuda al Rey de Francia. El poder militar de Castilla y el gran número de fortalezas bajo su control siguió manteniendo vivas las esperanzas de victoria. Sin embargo, su ausencia en Portugal fue aprovechada por el Maestre de Avís para que las Corte reunidas en Coimbra le proclamaran como Rey Joao I de Portugal, el 6 de abril de 1385.
Mientras Juan obtenía el apoyo de Francia y Aragón, Joao I ofreció a Inglaterra una alianza militar y el respaldo al candidato Lancaster al trono castellano. De manera que cuando Juan inició una nueva invasión con la intención de reforzar su posición en las distintas guarniciones leales, las tropas de Joao habían crecido ostensiblemente. En mayo de 1385, las tropas castellanas experimentaron un primer tropiezo en Trancoso, pero la flota y el ejército continuaron con sus planes.
Tras una serie de combates infructuosos y una larga travesía en medio del calor de agosto, las tropas castellanas se toparon con el enemigo en una colina cerca de Aljubarrota. En total, los fatigados castellanos sumaban 31.000 hombres, entre ellos 2.000 caballeros franceses, frente a solo 6.000 portugueses, asesorados por mandos ingleses.
La trampa portuguesa
Los portugueses les estaban esperando, aun cuando estaban en inferioridad numérica, porque confiaban en que la altura les daba ventaja. Siguiendo el mismo plan con el que los ingleses habían sorprendido a los franceses en las recientes contiendas de la Guerra de los Cien años, la caballería desmontada y la infantería se colocaron en el centro de la línea rodeadas por los flancos de arqueros ingleses, protegidos por varios riachuelos. En la retaguardia, se situó el propio Joao para realizar una posible salida cuando –esperaban los portugueses– los castellanos se estrellaran con su muro defensiva.
El Rey de Castilla también advirtió la dificultad de un ataque frontal contra los portugueses, más cuando sus tropas estaban exhaustas. Sin embargo, sus exploradores encontraron que en la vertiente sur de la colina había un desnivel más suave para realizar un asalto a las líneas lusas. Sin pestañear, el ejército portugués invirtió su disposición y se dirigió a la vertiente sur. Los portugueses tuvieron tiempo de construir trincheras y cuevas frente a la línea de infantería.
El combate se trabó con las últimas luces de la tarde del 14 de agosto de 1385. Como habían previsto los lusos, los castellanos atacaron de forma desordenada colina arriba en la clásica carga de la caballería francesa. En lo alto, los atrincherados arqueros ingleseses del ejército de Joao, cerca de un centenar, causaron graves estragos a la caballería. La infantería portuguesa se encargó de aniquilar a los restos de la caballería francocastellana.
Todavía en superioridad numérica aplastante, Juan de Castilla hizo avanzar a su infantería. Los arqueros ingleses dieron un paso atrás para que los infantes portugueses organizaran un movimiento envolvente. Sobre las desorientadas huestes castellanas, cayó Nun Alvares Pereira, condestable del reino, para consumar la catástrofe. A la puesta del sol, con el día perdido, Juan I de Castilla ordenó una retirada que terminó en desbandada. La cifra de muertos fue dantesca, cerca de 10.000, entre ellos dos hermanos de Nun Alvares Pereiraque luchaba con los castellanos y numerosos miembros de la nobleza patria.
Uno de estos caídos fue Pero González de Mendoza, capitán general del ejército castellano, que entregó su caballo al Rey Juan I cuando una flecha portuguesa mató a su montura. El Rey le ordenó que subiera a la grupa para escapar ambos, a lo que González de Mendoza contestó: «Non quiera Dios que las mujeres de Guadalaxara digan que aquí quedan sus fijos e maridos muertos e yo torno allá vivo».
La mayoría de bajas se produjo en esta huida, cuando la retirada castellana derivó en una gran matanza a manos de los soldados y de los lugareños. La leyenda de la panadera Brites de Almeida ilustra el odio que se desató entre los locales. Esta mujer, cuya panadería se encontraba a once kilómetros del escenario bélico, halló a siete soldados castellanos (el número varía según la versión) escondidos en el horno del pan y, usando la pala con la que sacaba la comida, los fue matando a golpes según iban saliendo de su improvisado refugio.
Enfermo y agotado, Juan I cabalgó hasta Santarem para reunir a los supervivientes y, tras descender por el Tajo, se reunió con su imponente flota en el estuario del río. En Sevilla evaluó la situación catastrófica. Sin recursos económicos ni humanos para continuar la campaña, el Rey dejó caer las fortalezas que mantenía en Portugal e inició una estrategia defensiva para prevenirse de un contraataque inglés. De la pujanza hacia el exterior, se retocedió otra vez en Castilla al tiempo de las luchas internas.