La Lista de Eidenbenz, una gesta para la Historia. (Héroes del exilio, Guerra Civil).
El bebé lloraba de hambre y de frío día y noche. Cuando se agotaba de tanto llorar, se dormía, y ella le protegía con su cuerpo, pues las mantas estaban todas mojadas. Cuando salía el sol, la madre enterraba al bebé, menos la cabeza, en la arena para que ésta le sirviera de abrigo. Pero al cabo de unos días, el niño murió de hambre y frío.
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!No se trata del fragmento de una novela de Dickens, sino de un hecho real y muy frecuente, testimoniado por muchas mujeres inmersas en la marea humana que se refugia en Francia huyendo de las represalias de las tropas franquistas.
Tras la derrota republicana, medio millón de españoles cruza los Pirineos. Desbordado por la situación, el gobierno francés concentra a los refugiados en las playas de Argelès-sur-Mer, Rivesaltes, Saint-Cyprien y Barcarès en el sur del país.
Los oficialmente llamados campos de acogida –en la práctica, verdaderos campos de concentración– son construidos a toda prisa en plena playa, sin apenas instalaciones sanitarias, sin lugares para resguardarse. Las personas viven a la intemperie, hacinadas, sin comida, sin higiene…
Niños esperando para cruzar la frontera. S.B.H.A.C. |
A pesar de todo, la vida continúa y numerosas mujeres ingresadas en los campos se ven obligadas a dar a luz en pésimas condiciones. A las de Argelès las llevan a las caballerizas de Hares, cerca de Perpignan, donde dan a luz en medio de los excrementos y de la paja.
El hospital está saturado y la administración prioriza a heridos y enfermos por delante de las parturientas, debido a lo cual las mujeres embarazadas están condenadas a perder a su hijo o morir en el parto. En muchas ocasiones fallecen tanto la madre como el recién nacido. Los bebes que no mueren -la mortalidad infantil alcanza, de hecho, el 95 %– son introducidos en cajas de cartón y devueltos junto a sus madres a los campos de concentración.
Percatándose del grave peligro que corren las embarazadas y sus bebés, una indignada mujer de apenas 24 años se dispone a intentar que las mujeres puedan dar a luz con dignidad y a garantizar la supervivencia de los niños.
Elisabeth Eidenbenz es una enfermera voluntaria que ha estudiado Magisterio en su país natal, Suiza, y dado clases en escuelas de adultos en Dinamarca. En este país ha conocido las nuevas corrientes del pensamiento pacifista pero pronto se le presenta la oportunidad de trabajar de forma más directa por sus ideales.
Refugios improvisados en una playa francesa. S.B.H.A.C. |
En Suiza muchas organizaciones sociales se reúnen para preparar una acción conjunta de ayuda a los republicanos españoles. Se organiza una recogida masiva de alimentos, ropa, zapatos y dinero para comprar artículos de uso diario. Con todo el material se llenan cuatro camiones que, junto con los voluntarios, viajan a España en abril de 1937. Elisabeth Eidenbenz se encuentra entre estos voluntarios que llegan a España en plena Guerra Civil para realizar tareas humanitarias en las zonas republicanas.
Son dos años de guerra y destrucción que acaban con el triunfo del fascismo y la huida de miles de personas que a través de la frontera francesa tratan de ponerse a salvo. Los caminos y carreteras que conducen a Francia se llenan de personas que huyen en medio de la nieve y el frío, sin comida ni ropas adecuadas. Las largas caminatas y las duras condiciones provocan que centenares de personas mueran por el camino. Al llegar a Francia, los refugiados son albergados en campos de concentración.
La joven enfermera suiza busca un lugar y los medios humanos y materiales necesarios para que las mujeres puedan parir con seguridad y dignidad. Lo encuentra en un antiguo palacete abandonado en la villa rosellonesa de Elna, muy cercana al campo de Argelès-sur-Mer.
«Rocinante», la furgoneta de la Maternidad.Marivi-Hypatia |
Tras conseguir los 30.000 francos necesarios de una organización humanitaria, la Asociación de Ayuda a los Niños de la Guerra, se dispone a convertir el caserón en una maternidad con la ayuda de unas cuantas mujeres embarazadas y de otras enfermeras voluntarias.
Pero le ponen dificultades para obtener el permiso de apertura. La joven no se amilana. “Con un compañero periodista fotografiamos el estado lamentable de las mujeres embarazadas a punto de parir entre la paja de los establos. Cuando pedimos permiso para abrir la maternidad, aquellas fotos intimidaron al prefecto que tenía miedo de que en Europa se conociera cómo trataba Francia a los refugiados españoles. Justo al día siguiente, teníamos la autorización”, cuenta Elisabeth.
Finalmente en diciembre de 1939, la Maternidad de Elna abre sus puertas. Dispone de 50 camas, distribuidas por habitaciones de entre 4 y 8 camas cada una. La mayoría de estas habitaciones han sido bautizadas con nombres de ciudades españolas: Barcelona, Bilbao, Madrid, Santander, Sevilla y Zaragoza. También hay otras con los nombres de Suiza, Polonia, Marruecos y París. El paritorio es una pequeña habitación blanca dotada de una cama, una mesa, un lavabo y un armario para los utensilios de la comadrona.
El edificio en la actualidad, con los Pirineos al fondo. Xavier Aldekoa |
En los primeros años se mantiene gracias a las donaciones voluntarias que llegan de Europa. Pero tras el comienzo de la segunda guerra mundial, los fondos disminuyen y comienzan a llegar refugiados de Francia y el resto del continente. Principalmente son mujeres judías que huyen de la ocupación nazi. Por ello, la maternidad se ve obligada a asociarse con la Cruz Roja y a acatar la política de ésta sobre neutralidad.
Esto impide a la maternidad acoger a refugiados políticos, principalmente judíos, y por ello se decide falsear la identidad de gran parte de ellos con el fin de burlar estas leyes. La GESTAPO acosa a la Maternidad de Elna y Eidenbenz llega a ser detenida. Pero su labor consigue salvar la vida a aproximadamente 400 niños españoles y 200 niños judíos procedentes de Europa.
Niños nacidos en la Maternidad de Elna. Xavier Aldekoa |
Todos ellos tienen en común haber abierto por primera vez los ojos en las acogedoras habitaciones que Eidenbenz habilitó para recibirles mientras sus padres, hacinados, hambrientos, derrotados física y moralmente, esperaban tiempos mejores internados en medio de las precarias condiciones de los campos.
Contrariamente a lo que suele ser común, a partir de 2002 le comenzó a llegar a Elisabeth Eidenbenz el reconocimiento a su labor, con la publicación de varios libros sobre su gesta y la concesión de varias distinciones individuales. Ella,modestamente, siempre ha sostenido que no hicieron, ni ella ni su equipo de comadronas y enfermeras voluntarias, nada excepcional, sino lo que les correspondía hacer en aquel momento.
Sin embargo, muchos testimonios de niños nacidos en su maternidad definen a Elisabeth Eidenbenz como un ángel caído del cielo dentro del infierno que les tocó vivir.
El 23 de mayo, tras una vida dedicada a la solidaridad, Elisabeth Eidenbenz moría en Zúrich a los 97 años.
Que no se olvide su historia.