23 noviembre, 2024

La matanza de Alesia: la batalla real en la que ‘Asterix’ casi aplasta al Ejército de Julio César

Vercingetórix, poco antes de rendirse ante Julio César tras la batalla de Alesia, según la pintura de Henri Motte de 1886
Vercingetórix, poco antes de rendirse ante Julio César tras la batalla de Alesia, según la pintura de Henri Motte de 1886

Vercingetórix, poco antes de rendirse ante Julio César tras la batalla de Alesia, según la pintura de Henri Motte de 1886

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A finales del verano del 52 a. C., los ejércitos de la República de Roma, dirigidos por el más brillante de sus generales, Julio César, se enfrentaron en la región de Alesia, en la actual Borgoña francesa, a una confederación de tribus galas lideradas por Vercingétorix, jefe de los arvernos. El mismo que sirvió de inspiración a Albert Uderzo y René Goscinny para crear, en 1959, el personaje de Asterix y el famoso cómic que comenzaba precisamente así: «Estamos en el año 50 a. C. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor».

El cómic, que se convirtió en uno de los más famosos y vendidos de la historia, se inspiró en parte en esta batalla que a punto estuvo de aplastar a Roma en su expansión por aquella región de Europa. Un enfrentamiento enmarcado dentro de la guerra de las Galias que, en su conjunto y a diferencia de lo reflejado en la obra de Uderzo y Goscinny, están consideradas como uno de los grandes éxitos militares de César y todavía se estudian como un ejemplo clásico de sitio a una fortificación. En los últimos años, recientes descubrimientos arqueológicos y estudios han arrojado nuevos datos sobre la forma en que el famoso general romano venció, entre el 58 y el 51 a. C., a 250.000 guerreros celtas con 50.000 soldados.

Lo cierto es que, cuando se inició esta guerra de siete años, los romanos y los galos llevaban tres siglos y medio enemistados. Un tiempo en el que, según la tradición, estos últimos llegaron a apoderarse de la ciudad de Roma. Desde entonces, invadir las Galias se convirtió en una obsesión para César, la venganza que necesitaba contra aquellos crueles bárbaros que habían capturado y humillado a los habitantes de su capital, muchos de los cuales tuvieron que huir.

El general partió hacia la actual Francia en el año 59 a. C. y enseguida extendió su mandato en aquella región compuesta por un gran número de tribus celtas. Algunas tenían acuerdos con la República, otras habían abandonado su organización tribal e instalado sus propias repúblicas inspiradas en la romana y, por último, las había que mantenían enfrentamientos intermitentes con sus conquistadores. Es decir, que Julio César se enfrentó a un país dividido en tribus, a las que fue aniquilando poco a poco.

La unión de los galos

Dos años antes de la batalla de Alesia, la tribu ya pacificada de los eburones protagonizó un nuevo intentó de rebelión que despertó de nuevo los sentimientos antirromanos en las Galias. Julio César, que años después se convertiría en el dictador de Roma, no había comprendido que su dominio inicial sobre ellos era mucho más frágil de lo que pensaba, por la sencilla razón de que sus victorias venían acompañadas de desproporcionadas recaudaciones de impuestos. Fue entonces cuando los galos comprendieron que divididos nunca recuperarían la libertad.

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Según recoge el propio Julio César en su célebre libro ‘La guerra de las Galias’, esta unión se produjo bajo la mano de Vercingétorix, al que los galos coronaron como su Rey en Bibracte, la capital de los eduos. El general romano pronto se dio cuenta de que aquel joven líder se convertiría en un rival muy duro de vencer, sobre todo porque comprendió que para enfrentarse a él debía superar la organización política tribal y guiar a sus soldados con disciplina y un mando único. Por eso él fue elegido comandante de los ejércitos unidos de la Galia, entre los que se encontraban, junto a los arvernos, los aularios, audecaros, turones, lutecios, senones y rutenos, entre otros.

Sólo los remos y los lingones prefirieron mantener su alianza con Roma, aún sabiendo que Vercingétorix podía conducirlos a la victoria contra el invasor. Su padre, el gran líder de la tribu de los arvernos, Celtilo, ya se había enfrentado a Roma, pero no le salió como esperaba y fue ejecutado. En un primer momento, y quizá removido por las ansias de venganza, el nuevo jefe galo tuvo la sangre fría de colaborar con los romanos a pesar de haber asesinado a su progenitor. Muchos historiadores creen que lo hizo para aprender sus tácticas y conseguir los apoyos necesarios para convertirse en el rey de todas esas tribus, pero al no lograr el apoyo de Julio César, se rebeló contra él a principios del 52 a. C. y no defraudó.

A la caza

Vercingétorix no presentó batalla campal a los romanos, cuya superioridad en táctica y armamento los hacía prácticamente invencibles, sino que optó por una especie de guerra de guerrillas, combinada con matanzas de ciudadanos romanos en toda la región. Pronto controló todas aquellas tierras que se mantenían independientes del poder de Roma y amenazó a las controladas por el invasor. Julio César se puso rápido en marcha para aplastar a su ‘Axtérix’. Al llegar a la Galia central, dividió sus tropas, enviando cuatro legiones al norte para combatir a los parisios y los senones, y llevándose él mismo a seis para frenar a Vercingétorix.

El general romano intentó reprimir la sublevación, destruyendo las ciudades más ricas de las tribus rebeldes, mientras que el líder galo optó por una táctica de «tierra quemada», arrasando cosechas y aldeas hacia las que se dirigía el procónsul. Así conseguían que las legiones no encontrasen avituallamiento en su marcha. En un principio, la jugada le salió bien a Vercingétorix, que consiguió acorralar a Julio César, pero después cometió su primer error: al llegar a la capital de los bituriges, Avárico, cedió a las súplicas de sus jefes y no la incendió. Consecuencia: de los 40.000 habitantes sólo 800 pudieron huir y unirse a Vercingétorix.

Los galos no solo no se asustaron, sino que más tribus se sublevaron contra César. Entonces, Vercingétorix optó por refugiarse en Gergovia, capital de los arvernos, una fortaleza inexpugnable. En la primavera del año 52 a. C., el general romano decidió ir a por él con sus seis legiones. Fue allí donde sufrió su primera derrota, perjudicado porque el Ejército galo se encontraba en una posición más elevada, y tuvo que abandonar su asedio. La noticia se extendió como un reguero de pólvora por toda la Galia, uniéndose al guerrero celta todavía más tribus.

César, vulnerable

De repente, César parecía vulnerable. El mito del general invencible había caído. Esta batalla supuso un punto de inflexión y los galos eran ahora los que amenazaban a los romanos. Tras el revés, Julio César se unió a sus tribus del norte, puesto que el enemigo lo requería. Ya no eran unos salvajes cualquiera y en los siguientes enfrentamientos se fueron alternando las victorias para unos y otros. Ambos bandos aprendieron de los errores y aciertos hasta que se encontraron finalmente en Alesia, la ciudad fuerte de los mandubios.

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Allí se había retirado Vercingétorix a esperar la llegada de refuerzos del resto de la Galia. Todas las tribus galas que anteriormente no se habían unido a la revuelta se sumaron a ella. Todos los enemigos de César estaban en Alesia, ocupada por pequeña meseta de 18 kilómetros de perímetro y 150 metros de altitud, rodeada de valles y ríos excepto por la parte occidental, por la que se abría a una zona llana. Cesar comenzó el asedio y, como relata en ‘La guerra de las Galias’, marcó el perímetro con veintitrés fuertes que les sirvieran de protección en caso de ataque de los galos y cavó una gran zanja de seis metros de anchura con sus 50.000 hombres.

Los galos tenían suministros para treinta días. Debió ser una pesadilla para Vercingétorix ver, desde su colina fortificada, como estaba rodeado por un ejército romano de unos 50.000 soldados. Podía divisar cómo Roma le ponía la soga al cuello, mientras esperaba a que el resto de la Galia viniera en su rescate, a pesar de que contaba con 80.000 guerreros tras los muros de la fortificación. Pronto la comida empezó a escasear y el líder galo ordenó a las mujeres, niños y ancianos abandonar la plaza para tener menos bocas que alimentar, confiando en que Julio César los alimentaría, aunque los convirtiera en esclavos. Pero no, se mostró inflexible y los dejó morir de hambre mientras vagaban como zombis.

Cuadro de Lionel Royer, con Julio César y Vercingétorix, pintado en 1899

250.000 guerreros

Sin embargo, la suerte del asedio cambió de nuevo. El 20 de septiembre del año 52 a. C., en el horizonte se divisó la vanguardia del tan esperado ejército de socorro galo. Una formidable masa de más de 250.000 guerreros dispuestos a lanzar un ataque sobre las defensas romanas. Motivado por las ventajas tecnológicas, Roma decidió llevar la iniciativa y rechazó a los galos en ambos frentes. En su narración de la batalla, Julio César describió un punto débil por el que su enemigo podía atacarle, como así ocurrió.

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Las tropas de Vercingétorix se ocultaron tras el monte Rea y lanzaron un primer ataque con 70.000 hombres comandados por su primo, mientras el jefe lo hacía desde todos los ángulos en las fortificaciones interiores. César estaba en medio, aparentemente atrapado. Pero el general romano confió en la disciplina y el valor de sus hombres y ordenó mantener las líneas. Él personalmente recorrió el perímetro animando a sus legionarios y acabó contraatacando hasta lograr hacer retroceder al enemigo. Sin embargo, lo que dio la victoria definitiva a Roma fueron sus inteligentes tácticas y la decisión desesperada de atacar al ejército de socorro enemigo por la retaguardia con la caballería auxiliar.

Con tan sólo 6.000 hombres, César estaba dispuesto a vencer a 70.000 galos. Viendo a su jefe afrontar tan tremendo riesgo, los hombres de Labieno redoblaron sus esfuerzos. En el momento más crucial de la batalla, el 50 por ciento de los romanos estaban involucrados en la lucha cuerpo a cuerpo, cuando en el momento adecuado apareció la reserva para aplastar a los galos. El futuro dictador surgió, con su inconfundible capa escarlata de comandante en jefe flotando al viento y su tropa de cuatrocientos germanos dirigiendo él mismo el ataque final.

«Pido clemencia»

En las filas galas pronto empezó a cundir el pánico y se produjo una desbandada general que terminó en una auténtica matanza. César anotó en su obra que sólo el hecho de que sus hombres estuvieran completamente exhaustos salvó a los galos de la total aniquilación. Vercingétorix había perdido. Sus fuerzas dentro de Alesia y el ejército de socorro en el exterior habían luchado contra los romanos hasta el límite. Las laderas del monte Rea se llenaron de cadáveres.

Tras la victoria, César exigió que los guerreros galos desfilaran ante él depositando las armas a sus pies y finalmente le entregaron a su caudillo, el responsable supremo de la batalla. Vercingétorix fue hasta el campamento donde le esperaba César sentado en su silla curul. La escena fue representada por Lionel Noel Royer en un cuadro de 1899. El líder galo se acercó a un estrado construido para la ocasión y, tras arrojar la corona, su armadura y su espada a los pies de Julio César, le dijo con orgullo: «Me has vencido, pido clemencia para mi pueblo». Y este le respondió: «La tendrás, príncipe Vercingétorix».

Acto seguido firmó el documento de la rendición y los miles de legionarios romanos lanzaron vítores. La guerra de las Galias había terminado. «Has luchado como has podido y eso te honra, pero espero que hayas aprendido la lección de que no es bueno desafiar a Roma», le advirtió el general a este personaje al que Jean-Yves Ferri y Didier Conrad —guionista y dibujante sucesores de Uderzo y Goscinny desde 2012— quisieron homenajear en su último número: ‘La hija de Vercingétorix’ (Salvat).

Origen: La matanza de Alesia: la batalla real en la que ‘Asterix’ casi aplasta al Ejército de Julio César

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