La otra cara de Cisneros: cardenal, militar y salvador de la Armada Española
La figura de Cisneros es una de las más interesantes de la historia de España. Desde su faceta religiosa y como estadista, hasta su participación activa en la toma de Orán.
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Francisco Jiménez de Cisneros conforma una de las personalidades más importantes en la historia de España durante su salida de la Edad Media. Su faceta evangelizadora y política es bien conocida, durante el principal proceso de expansión y conquista de la corona española hasta convertirse en un Imperio. Sin embargo, la vertiente militar de Cisneros no ha sido tratada tan en profundidad como se debería.
Agustín J. Pérez Cipitria, investigador y Doctor en Historia Contemporánea y licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, ha realizado una valiosa investigación en torno a la figura del fraile, editada por la Revista de Historia Militar, editada por el Instituto de Historia y Cultura Militar. Cipitria pone especial atención a su participación en las contiendas en África, en el marco de la expansión de la corona por medio mundo, y la que fue la «auténtica vocación» del fraile: la guerra.
El último cruzado
Nacido en Torrelaguna en 1436, los primeros pasos de Cisneros se guiaron por los estudios de teología en Alcalá, Salamanca y Roma. Proveniente de una familia de la nobleza baja, en 1471 pasó a ser arcipreste de Uceda, un cargo que le llevó a mantener varios enfrentamientos con el arzobispo de Toledo, por los que entró a prisión.
Pasó a ser vicario general de la diócesis de Sigüenza hasta 1484, año en el que pasó a formar parte de la orden franciscana. El encuentro con la fe humilde y desarraigada a la imagen de la vida de san Francisco de Asís marcaría el resto de su vida. En el año 1492 se convirtió en el confesor de la reina Isabel. Este nuevo puesto, y su cercanía con los reyes católicos, le llevaría a obtener el puesto de arzobispo de Toledo.
La situación de la corona al final del siglo XV había puesto el ojo de las monarquías europeas, así como del Vaticano, en la reconquista de la Península. Los pontífices Alejandro VI y Julio II, emprendieron sendas campañas para la reactivación de las cruzadas, aportando partidas de dinero a la corona española. Cisneros, que había pasado varios años en Granada tras su toma, encargado del proceso de evangelización de la población musulmana, había recibido el sobrenombre de ‘el último cruzado’, como señala Cipitria en su investigación.
La caída de Granada trajo una época de esplendor para los navegantes castellanos. Con la rendición nazarí surgió la oportunidad de cartografiar mejor la costa norteafricana para emprender nuevas campañas militares. La atención de los gobernantes estaba puesta en Mazalquivir (el actual noroeste de Argelia), una importante plaza con un puerto que garantizaría la conquista de distintas posiciones al otro lado del Estrecho, en especial, la ciudad Orán.
Jerónimo Vianello, un importante comerciante veneciano, se convertiría en la figura clave de esta operación militar. Vianello había podido observar las desventajas defensivas de la ciudad en sus múltiples viajes, ofreciendo una valiosa información a sus majestades, a cambio de abrir nuevas y fructuosas vías de comercio.
La primera toma de contacto de Vianello con la nobleza no fue favorable. Con este fracaso en mente, Vianello viajó hasta Toro durante el invierno de 1505. Allí tomó audiencia con Cisneros, explicándole su plan. El comerciante le mostró la abundante documentación recogida durante años, dando buena nota de la viabilidad del plan y la promesa de obtener una plaza desde la que organizar el asedio de Orán.
El clérigo vio la oportunidad perfecta de emprender una campaña militar favorable para la corona y sus propios negocios y empezó el reclutamiento de capitanes y la logística que la operación requería. Para cuando fue presentado al rey Fernando, este se negó a participar por el riesgo económico que entrañaba. Fue Cisneros, uno de los hombres más ricos de Castilla en la época, quien aportó el capital necesario para llevarlo a cabo finalmente.
De clérigo a militar
El 8 de agosto de 1505, la Armada partió desde el puerto de Málaga hacia Mazalquivir. La toma de la plaza se extendió hasta el día 13. Las tropas castellanas pusieron toda su atención en la toma de ‘Sierra Alta’, una cordillera que oteaba a la ciudad y desde la que pudieron lanzar una ofensiva final que permitió la entrada a los conquistadores.
La buena disposición defensiva de la plaza, con una posición elevada, permitía vigilar tanto las tierras cercanas como el mar. Sin embargo, el principal atractivo residía en su cercanía con Orán, una ciudad que además de tener una importante localización estratégica, tenía las suficientes reservas de agua y tierras fértiles para garantizar la supervivencia de Mazalquivir.
A pesar de que los preparativos para su conquista comenzaron el mismo agosto de 1505, tuvieron que ser pospuestos tras la muerte del archiduque Felipe y la confirmación de la autoridad de Fernando en Castilla. Tres años habrían de pasar hasta que se pusiese en marcha de nuevo la campaña militar en Orán. El rey Fernando decidió poner la Armada bajo el mando de Pedro Navarro, a pesar de las peticiones de Cisneros de que el trabajo recayese sobre Gonzalo Fernández de Cordoba.
La relación entre Navarro y el clérigo fue desde el primer momento tortuosa, llegando incluso este último a amenazar con salir de la operación si no se adelantaban los planes de conquista. Con el invierno cada vez más cerca, Navarro y el rey Fernando decidieron retrasar la incursión hasta el verano. La soldadesca, cada vez más inquieta por entrar en combate empezó una serie de motines que tuvieron que ser resueltos con el adelanto de pagos.
Cisneros en Orán
El jueves 17 de mayo, con las luces del alba despuntando, la Armada llegó hasta Mazalquivir, lugar desde el que se lanzaría la ofensiva contra Orán. Rápidamente se organizó una avanzadilla de la artillería pesada contra las murallas de la ciudad, con apoyo de las embarcaciones desde el mar. La infantería tomó una posición elevada, a riesgo del calor y las inclemencias de la zona, provocando la huida de las tropas norteafricanas hacia el interior de la ciudadela.
A media que la noche iba cayendo, Navarro veía más difícil continuar los combates con la escasa luz y sin conocer bien el terreno. Cisneros, enfrentándose una vez más al militar al mando, dio orden de que se continuase con la batalla. Una decisión que terminó por salvar a la Armada española, que vería a las pocas horas llegar refuerzos para los defensores, enviados desde Tremecén.
Cipitria explica en su estudio cómo durante la madrugada, las tropas españolas comenzaron el pillaje y asesinato de cuantos enemigos quedaban en el interior de la ciudad. La primera orden de Cisneros fue la de oficiar una misa en una sinagoga cercana, reformada y preparada para la ocasión. A la mañana siguiente, y con la ciudad despejada de cadáveres, el clérigo pudo pasear a sus 72 años por los mercados de la ciudad, sorprendido ante la riqueza de las tiendas de especias y joyas, muy superiores a las que se encontraban en las principales ciudades de Castilla.
Sin embargo, Cisneros permaneció muy poco tiempo en Orán, regresando inmediatamente a la corte para sorpresa del rey. Allí se quejó de la actuación de la soldadesca española y los pillajes y el caos al que habían sometido a la ciudad. El clérigo aprovechó para denunciar además la falta de autoridad militar de Navarro. A pesar de todo esto, la conquista de Orán marcó a Cisneros en lo que se acabaría convirtiendo en una fijación del cardenal en los años siguientes por la conquista militar.
Origen: La otra cara de Cisneros: cardenal, militar y salvador de la Armada Española