27 abril, 2024

La reina Coñori y el Nerón de Oñate: mitos de amazonautas en la conquista de América

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En las dos primeras expediciones españolas que navegaron, a mediados del XVI, el curso del Amazonas se dan cita los mitos de la remota ciudad riquísima, las legendarias mujeres guerreras y el tirano impío.

Álvaro Cortina

Stendhal definió la belleza como una promesse de bonheur, una «promesa de felicidad». Nietzsche, después, celebró este hallazgo (Genealogía de la moral, III. 6). Lo cierto es que la fórmula del francés refleja bien algo del espíritu del viajero que se embarca en el avión, en el ferry, en el tren, en el autobús inflado de entusiasmo. En el más recio contexto de la Conquista americana del siglo XVI, los historiadores nos han informado sobre los entusiasmos de los españoles que hicieron esa aventura.

Dejemos hoy de lado, si es posible, la parte truculenta de aquellos hechos del pasado y fijémonos en una cuestión interesante: los mitos y literaturas que configuraron las promesas de felicidad de los conquistadores del Renacimiento. Mi erudición en este punto es escasísima, lo admito, pero cumplidos historiadores del asunto como Fernando Cervantes o Irvin A. Leonard, me han advertido de que la biblioteca del conquistador se parecía mucho a la biblioteca del Quijote.

Ya que mis fuerzas flaquean tomemos de aquel pretérito sólo un par de expediciones. Hablemos, por ejemplo, sobre las dos primeras que navegaron, a mediados del XVI, el curso total del río de los ríos: el Amazonas. Aquí se dan cita los mitos de la remota ciudad riquísima (El País de la Canela y El Dorado), las legendarias mujeres guerreras, las amazonas, y el tirano impío, el Nerón.

Entre 1541-1542 el capitán Francisco de Orellana lleva a cabo la primera navegación completa del Amazonas, desde los Andes ecuatorianos hasta el mar. El dominico fray Gaspar de Carvajal formó parte de esta tripulación (recibió dos flechazos de indios y perdió un ojo), y compuso después la Relación del nuevo descubrimiento de famoso río Grande que descubrió por muy gran ventura el capitán Francisco de Orellana. Orellana pretendía descubrir el País de la Canela y hacerse rico, pero se topó con las guerreras amazonas, que dieron su nombre al inmenso río sudamericano. Entre 1559 y 1561 ocurrió la malograda empresa amazónica de Pedro de Ursua o Ursúa, que Werner Herzog trasladó al cine en la fundamental Aguirre, cólera de Dios, a comienzos de los 70.

Entre 1541-1542 el capitán Francisco de Orellana lleva a cabo la primera navegación completa del Amazonas, desde los Andes ecuatorianos hasta el mar

Ursua, navarro, fundador de la Pamplona americana, se internó en la gran selva con un grupo de 300 aventureros en busca de la mítica ciudad de El Dorado: en Quito o en Cartagena de Indias aquel habría oído sobre la existencia de esta maravillosa urbe inasequible. Lejos de conseguir arribar a la ciudad de oro, pierde la vida a cuchilladas y es sustituido como líder por dos personajes oscuros.

Finalmente, uno de ellos se hizo con el mando total de la expedición: se trata de Lope de Aguirre o Aguirre el Loco, que mató a 60 personas de las embarcadas, incluyendo a su propia hija, según se narra en Crónica de la expedición de Pedro de Ursua y Lope de Aguirre, por Francisco Vázquez. ¿Cómo no imaginar a este individuo con el rostro alucinado del actor que lo encarnó, Klaus Kinski, en el filme mencionado? (Por cierto, Herzog funde ambas expediciones en el momento en que incluye en su historia a un fraile llamado Carvajal).

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El mito impulsor, y el sobrevenido

En ambas empresas encontramos un caso claro de lo que los historiadores llaman mito impulsor, promesa de felicidad que pone en marcha todo. Además, tanto en la historia verídica de Orellana/Carvajal y Aguirre/Vázquez surge a medio camino, en el corazón del bosque originario del Amazonas, algo así como un mito sobrevenido.

El mito impulsor de Orellana se llama País de la Canela, y el de la expedición de Ursua es El Dorado: ambos evocan el esplendor de la ciudad-tesoro que iba a colmar el ansia de riqueza de los conquistadores. Según leo, salvo los casos de México y Perú, los resultados crematísticos y de tesoros de los aventureros españoles fueron bastante más pobres de lo imaginado. Además de Ursua, Jiménez de Quesada o Sebastián de Benalcázar anduvieron a la buscar de El Dorado.

Como los topónimos California o Patagonia, el nombre Amazonas proviene de la literatura. Como dije antes, historiadores como Fernando Cervantes en Conquistadores (Turner), me han llamado la atención sobre el poderoso influjo de la literatura clásica, medieval o renacentista en gente como Colón o como Ponce de León, que buscó la Fuente de la Eterna Juventud por la geografía americana.

Y lo mismo se puede decir de nuestros exploradores. Al parecer, la novela de caballería configuró las mentes de los aventureros españoles que se lanzaron al Nuevo Mundo en busca de fortuna. Tirante el Blanco y los ciclos literarios de Amadís de Gaula y de Palmerín de Oliva marcaron, con sus aventuras y personajes, la mente de los hoy denostados aventureros.

Ocurrió, también, al revés: uno de los libros clave del momento fue Las Sergas de Esplandián, perteneciente al primer ciclo mencionado, de Garci Rodríguez de Montalvo. Pues bien, en esta ficción de 1510 aparecen las guerreras amazonas. Y, a propósito de esto, en Los libros del conquistador, el historiador Irving A. Leonard considera lo siguiente: «A la inclusión del recién revitalizado mito de las amazonas en esta narración se debió que Las Sergas de Esplandián tuviese sobre el conquistador una influencia más honda que la de Amadís…». O sea, las amazonas estaban ya en la mente de esas gentes y eso explicó el éxito de la novela sobre el hijo de Amadís, que hablaba sobre ellas.

Ciertamente, las amazonas aparecieron bastante antes de cierta reina Calafia, de la isla de California, que imaginó Montalvo en su best seller. Las amazonas participaron, por ejemplo, en la guerra de Troya. Dice la leyenda que la amazona Pentesilea se enfrentó a Aquiles. En el medieval español Libre de Alexandre, se canta en romance el encuentro entre Alejandro Magno y la amazona Thalestris. En el contexto de la conquista, al parecer figuras como Colón ya habían hecho referencia a estas indómitas mujeres… En fin, al elenco de amazonas famosas como Pentesilea, Thalestris o Calafia, el fraile Carvajal refiere una nueva. ¿Nombre de la caudillo que se enfrentó a Orellana? ¡Coñori, se llamaba!

Surgen las amazonas en medio de la selva

En un primer momento, tras episodios de hambres y otras penurias, Carvajal refiere un indio que se dice tributario de las amazonas. Después, en la plaza de un pueblo «mediano» de indios encuentran representada «de relieve una ciudad murada con su cerca y con una puerta». También se dice que las amazonas adoran al sol como a un dios. Más adelante, en tierra, llega el momento de la acción y el dominico parece ver cómo ellas «andaban peleando delante de todos los indios como capitanas».

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Los de Orellana «matan siete u ocho amazonas» embarcan y dejan tierra. «Estas mujeres», dice, «son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza; y son muy membrudas y andan desnudas en cueros, tapadas sus vergüenzas con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta guerra como diez indios; y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de flecha por uno de los bergantines, y otras que menos, que parecían nuestros bergantines puercoespín».

Más adelante, Orellana, encuentra a un nativo y le interroga sobre estas bravas mujeres, que además resulta que son muy ricas (andan sobradas de plata y de oro) y visten con lana fina. Leamos el pasaje de Carvajal:

«El Capitán le preguntó si estas mujeres parían: el indio dijo que sí. El Capitán le dijo que como no siendo casadas, ni residía hombre entre ellas, se empreñaban: él le dijo que estas indias participaban con indios en tiempos y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente de guerra y van a dar guerra a un muy gran señor que reside y tiene su tierra junto a la destas mujeres y por fuerza los traen a sus tierras y tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hayan preñadas les tornan a enviar a su tierra sin les hacer otro mal; y después, cuando viene el tiempo que han de parir, que si paren hijo le matan y le envían a sus padres, y si hija, la crían con muy gran solemnidad y la imponen en las cosas de la guerra».

Nerón de la selva

Aunque el nombre Amazonas o Amazonia ha permanecido en los mapas hasta hoy, sólo veinte años después del capitán Orellana y la reina Coñori, el río se nomina Marañón. En la relación de Vázquez del viaje sangriento de Ursua y Aguirre el Loco, el Amazonas se llama Marañón. La distinción entre ambos tampoco debía estar clara después, puesto que a fines del XVI en el mapa de América del célebre cartógrafo Abraham Ortelius, el Amazonas y el Marañón aparecen como dos ríos paralelos y unidos en algún punto.

Por cierto, tanto la historia de Carvajal como la de Vázquez nos llevan mucho más allá de la desembocadura del Amazonas/Marañón, hasta la costa caribeña de la actual Venezuela. La historia de Vázquez termina en Barquisimeto, de este país, donde Aguirre encuentra la muerte, tras dos arcabuzazos, el 27 de octubre de 1561. Sobre el Marañón observa Vázquez que «no hay en el río otra cosa que desesperar».

Aunque el nombre Amazonas o Amazonia ha permanecido en los mapas hasta hoy, sólo veinte años después del capitán Orellana y la reina Coñori, el río se nomina Marañón

El mito sobrevenido de la historia de Aguirre es el mito del tirano loco. Fue relatada muchas veces, tanto en su siglo como en la modernidad (además de Herzog, Sender y Torrente-Ballester escribieron sobre él). En la primera sección del relato de Vázquez, Aguirre queda en las sombras. Realmente, surge como de la nada, de entre la masa de veteranos (junto con otro rebelde Fernando de Guzmán) en la revuelta contra Ursua («hallándolo solo, como solía estar, acostado en su cama, le dieron muchas estocadas y cuchilladas, y él se levantó y quiso huir y cayó muerto entre unas ollas en que le guisaban de comer»).

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La introducción de Javier Ortiz de la Tabla a este texto expedicionario, reconoce que poco se sabe de Aguirre: hijodalgo de Oñate, veterano de guerra del Perú, habitante por 20 años en las Indias con una hija mestiza y, seguramente, algunos problemas con la justicia española. Sus curiosas cartas dirigidas en la selva del Amazonas al rey Felipe II, incluidas por Vázquez en su relato, muestran que estaba resentido con su suerte y que era un «agudo y vivo ingenio para ser hombre sin letras». Vázquez considera que el vasco era «amigo de quimeras», lo cual parece irrebatible. Este cronista se refiere a él como «el tirano».

Vázquez deja constancia de las soberbias reflexiones de Aguirre sobre su propio mito. Esta cuestión le importaba. Éste piensa que «a lo menos quedaría eterna en la memoria de los hombres la fama de sus crueldades, y que su cabeza sería puesta en el rollo para que su memoria no pereciese, y con esto se contentaba y así se cumplió a la letra, y su ánima fue a los infiernos, donde él decía muchas veces que deseaba ir, porque allá estaba Julio César y Alejandro Magno y otros valientes capitanes, y que en el cielo estaban pescadores y carpinteros y gente de poco brío. Él fue al infierno a hacerles perpetua compañía, y quedará dél la memoria eterna que quedó del maldito Judas, para que blasfemen y escupan del más perverso hombre que ha nacido en el mundo».

La conquista española encontró en este oscuro personaje la figura del traidor y del tirano: su cuerpo fue desmembrado y los restos se trasladaron a diversos puntos de la América española. Parece ser que su ingeniosa cabeza terminó expuesta en la plaza de la ciudad de Tocuyo. Vemos, por un lado, que Aguirre pensaba en sus propios mitos: el de César y Alejandro, aunque históricos, eternos; por otro, Vázquez encuentra una contrafigura de éstos en el traidor de Cristo. ¡En esto quedó la promesa de felicidad del Dorado!

La gran obra épica española de aquel tiempo, La Araucana, de Alonso de Ercilla, en la segunda mitad de ese mismo siglo XVI, contiene una referencia al por entonces reciente tirano loco. De acuerdo con Ercilla, la figura del de Oñate y su mito (que yo he llamado sobrevenido) no evocan a Judas, traidor, o a Alejandro, el gran rey, sino más bien a Nerón y a Herodes. Leamos sus versos sobre el río Marañón/Amazonas:

«Estuve allí hasta tanto que la entrada
por el gran Marañón hizo la gente,
donde Lope de Aguirre, en la jornada,
más que Nerón y Herodes inclemente,
pasó a tantos amigos por la espada
y a la querida hija juntamente».

Origen: La reina Coñori y el Nerón de Oñate: mitos de amazonautas en la conquista de América

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