30 octubre, 2024

La revolución médica del mayor genio del Imperio español empezó en este lugar olvidado

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El Hospital de Antezana, con 541 años de historia, es un pilar de la atención humanista a los enfermos

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Resplandece el sol sobre los adoquines por los que transitara en su día el joven Miguel de Cervantes. La Calle Mayor de Alcalá de Henares rebosa vida y emana cultura. A un lado la casa natal del escritor; al otro, más alejada, la de Manuel Azaña. Y a medio camino, en el número 46, un portón con siglos de antigüedad que da acceso a una joya de la medicina complutense con nombre y apellidos: el Hospital de Antezana. «Nunca hemos dejado de dar servicio. Fuimos centro médico desde 1483 hasta finales de los años noventa del siglo XX. A partir de entonces nos reconvertimos, pero hoy continuamos nuestra labor benefactora como residencia de ancianos», explica a ABC Asensio Esteban Vallejo, actual presidente de la fundación.

Cuesta resumir el currículum del ‘hospitalillo’, como lo conocen los vecinos de Alcalá. Normal: casi cinco siglos y medio de vida dan para mucho. Por fortuna, en sus tripas nos aguarda también alguien versada en su historia: Anabel Servando Loeches. La responsable del departamento de Turismo y Cultura de la fundación recita, cual padrenuestro, las bondades de un enclave que es considerado «el primer hospital universitario de Europa», el «más antiguo que desarrolla su actividad en el mismo lugar de manera ininterrumpida» y la cuna de los cuerpos de enfermeras patrios. Y eso, por no hablar de que sus cocinas contaron con un ilustre trabajador: Ignacio de Loyola. Hoy, uno y otro nos narran los secretos de este tesoro escondido en la ciudad complutense; uno que pide paso en los libros.

Sanar y diseccionar

Tiene algo el ‘hospitalillo’, vaya usted a saber el qué. Quizá las paredes, teñidas de blanco impoluto; quizá una paz capaz de ahogar la algarabía de los tenderetes instalados en la Calle Mayor con motivo de un mercado cervantino. Servando señala la entrada al museo en el que guardan sus tesoros más preciados. Y, mientras echamos a andar en este paseo por «la cuna de la medicina moderna», arranca una charla que repite siempre a los visitantes: «La historia del edificio comenzó en 1483. Era un palacio del matrimonio formado por Luis de Antezana e Isabel de Guzmán». Como no alumbraron retoño, los nobles dejaron su patrimonio a una cofradía que ellos mismos crearon, la de Nuestra Señora de la Misericordia. «Hoy es la fundación», dice Esteban.

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Se abre la puerta y brotan cartelas, documentos y hasta cuadros de época. Mientras, Servando encaja las piezas del puzle: «El matrimonio dejó escrito que se fundara una casa de acogida para enfermos que tuviera, al menos, dos camas ‘para pobres todos los días del mundo’».

Hasta este punto, lo canónico. Pero poco después, en 1499, el propósito del hospital dio un giro cuando el Cardenal Cisneros fundó la Universidad de Alcalá. A partir de entonces, ambos centros iniciaron una colaboración muy estrecha. «El político, convencido de que la base del conocimiento debía ser el humanismo, puso sobre la mesa conceptos como la felicidad y la dignidad del paciente. Con esos mimbres acordó que los estudiantes acudieran aquí para hacer sus prácticas», añade Servando. Y, como si quisiera justificar sus palabras, muestra una vitrina que atesora un papel. Cuesta entender la letra, pero se aprecian una gran F y un Toletum. «Lo firmó el Cardenal en 1504. En él protegía y defendía que el edificio funcionara tal y como el matrimonio había pedido antes de morir», completa.

Tras un breve paseo, Servando se detiene en una sala sin ventanas. «Aquí se hacían las disecciones de cadáveres». Lo dice como si tal cosa… «Cisneros creía que no se podía entender al ser humano centrándose solo en lo que veían los ojos. Era básico profundizar y, para eso, eran necesarias las autopsias», sentencia. La patada a la Leyenda Negra se ha oído en toda la Calle Mayor. «Este hospital rompe el mito de esa Inquisición perversa que impedía tocar un cuerpo muerto. En la práctica, las autoridades eclesiásticas entregaban permisos a los centros para que se trabajara y se avanzara en este sentido», completa. De hecho, los alumnos debían analizar un número específico de finados para aprobar. Y todo ello, medio siglo antes de que Rembrandt pintara su ‘Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp’. Avanzados en todo.

Recreación de la enfermería del hospital. Hoy, parte del museo de la fundación ignacio Gil

Cada vitrina guarda una historia que contar. Documentos que demuestran el paso por Antezana de médicos que, tras superar sus prácticas, acabaron en la corte; archivos que corroboran la relación de la reina Juana I de Castilla con el hospital… Mucha, muchísima historia imposible de introducir en unas pocas líneas. Que nos disculpe don Asensio por habernos dejado cosas fuera.

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Abrumados por la información, le pedimos al presidente que ponga el acento en uno de los tesoros, y nos dirige hacia dos papeles amarillentos. «En el siglo XVI se profesionalizó la labor de las enfermeras, y aquí se formó un cuerpo. Cobraban lo mismo que los hombres y, como pasaba con ellos, recibían un sueldo tras jubilarse», explica. Los documentos en cuestión son dos estadillos de practicantes de ambos sexos en los que se aprecia que, por tener, tenían incluso los mismos días de libranza.

Cocina en la que trabajó San Ignacio de Loyola IGNACIO GIL
El resumen es que hubo dos máximas en Antezana: velar por el paciente e impulsar la medicina humanista. Y el mejor ejemplo de ello es el segundo emplazamiento que visitamos. «Aquí está el jardín del boticario. Lo trasladamos hace un año a la parte trasera, pero tenemos constancia de que hubo uno en el edificio entre los siglos XV y XIX. En él se cultivaban y cosechaban plantas para crear medicinas que, luego, se entregaban gratis al paciente. Si lo necesitaba, se le daban también después de sanar y dejar el lugar», sentencia.

Las plantas que cuidan hoy son las mismas que había entonces: hinojo, manzanilla, aloe… ¡Hasta cúrcuma! «Al ser tan avanzados en el tratamiento de los enfermos, tenemos documentado que varias nos llegaban directamente desde las Américas y Asia. Alguna importancia tendría este hospital cuando no se quedaban en otros sitios», bromea Esteban.

De cocinero a santo

La siguiente parada en esta visita es una cocina… pero del siglo XV. Servando sube al segundo piso, abre la puerta con precaución y muestra una retahíla de cucharones y calderos de época; una bonita recreación. «Aquí trabajó Ignacio de Loyola entre 1526 y 1527», afirma.

El cómo diantres acabó el santo por estos lares tiene miga. Según Esteban, está documentado en los archivos de Antezana que el guipuzcoano, que había acudido a Alcalá para estudiar teología, vivía malos momentos. «Se sabe que pedía dinero por las calles y que el hábito que portaba daba tanta pena que se reían de él hasta los eclesiásticos», señala el presidente. El entonces prioste del hospital se apiadó y le ofreció un techo a cambio de que trabajara como cocinero y ayudante de enfermería. El destino de Ignacio y de la institución quedó entonces ligado para siempre.

Antonio, uno de los residentes, en el patio de luces IGNACIO GIL

Desde la parte superior del hospital, donde se halla la cocina, Servando señala el patio de luces. En el centro hay un pequeño aljibe, hoy cegado. Esa es nuestra siguiente parada. Por el camino, Esteban desvela su importancia: «En 1527, la Inquisición detuvo a Ignacio hasta en tres ocasiones por reunirse alrededor de este pozo y predicar sobre la religión sin estar ordenado sacerdote. Era la época de Lutero y se sospechaba de él».

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Aunque no es el único recuerdo que se guarda en el ‘hospitalillo’ del santo. Nuestros guías de hoy insisten, orgullosos, en que la capilla del edificio está decorada con un colosal cuadro del que, años después, fue el fundador de la Compañía de Jesús. «Lo pintó Pedro de Valpuesta en 1658 y nos muestra, a modo de cómic, cuatro escenas de su vida: cómo expulsó a los demonios de aquí, cómo predicó, que se le apareció la Virgen María y que dio asistencia a los enfermos», añade. El lienzo guarda también algún que otro secreto. «Al mirar con atención, se puede ver que los médicos del centro ya separaban a los pacientes por patologías, algo revolucionario», completa.

Capilla de la Fundación Antezana IGNACIO GIL

Todo esto y mucho más fue, es y será Antezana; una institución que, según explica con orgullo Esteban cuando llegamos a la vera del pozo, mantiene sus principios inalterados desde hace 541 años: «Seguimos cumpliendo el mandato que nos dejó aquel testamento en 1483: cuidar de los enfermos y los necesitados todos los días del mundo». El vivo ejemplo es un interno que pasea por el patio de luces esta mañana de octubre. Le preguntamos su nombre: Antonio Horcajada Parra. «Yo ya venía aquí en los años setenta y pico, cuando era niño. Había unas monjas que nos ponían una inyección cuando teníamos un catarro», explica. Hoy, bromea, les tratan igual de bien: «Si nos ponemos malos nos suelen dar pastillas, pero a veces cae también algún pinchazo».

 

Origen: La revolución médica del mayor genio del Imperio español empezó en este lugar olvidado

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