La Rosa Blanca, los jóvenes universarios frente al nazismo
En el III Reich, nadie estaba a salvo de las delaciones, los juicios arbitrarios o las ejecuciones. Pero no todos […]
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En el III Reich, nadie estaba a salvo de las delaciones, los juicios arbitrarios o las ejecuciones. Pero no todos los alemanes callaron. Un grupo de universitarios se levantó enarbolando su única arma: la palabra. Eran La Rosa Blanca. Por Rodrigo Padilla.
“Por favor, haz todas las copias que puedas de este panfleto y distribúyelas.” Decenas de apostillas terminadas con esta frase y firmadas por un grupo autodenominado La Rosa Blanca, que clamaban contra la red de mentiras y manipulaciones creada por el sistema de propaganda de Goebbels, comenzaron a aparecer en junio de 1942 en la Universidad de Múnich. Meses después eran cientos, y ya circulaban por buena parte de Alemania. Llamaban a la resistencia contra el régimen nazi, denunciaban el desastre al que «Hitler y su camarilla» estaban conduciendo al pueblo germano e incitaban a sus compatriotas a despertar y enfrentarse a la realidad.
La Gestapo, la eficaz Policía del Tercer Reich, conocía las actividades de este grupo, pero era incapaz de frenar su expansión o de descubrir la identidad de sus autores. ¿Quiénes eran los responsables? ¿Funcionarios? ¿Comunistas fogueados en la lucha clandestina? ¿Militares descontentos? ¿Intelectuales?
Alexander Schmorell y Hans Scholl tenían en esa época 22 y 23 años. Se habían conocido un año antes. Ambos estudiaban Medicina en la Universidad de Múnich y les entusiasmaban la literatura y la filosofía, ir a conciertos y hablar. Eran apasionados, románticos y, sobre todo, patriotas. Y veían que algo no iba bien; que el nacionalsocialismo ocultaba un lado oscuro y que el aclamado Führer no era lo que muchos compañeros pensaban. El propio Hans, como miles de jóvenes de su edad, había formado parte de las Juventudes Hitlerianas y creído que Alemania avanzaba hacia una etapa de esplendor y gloria. Pero ya no.
Seguros de que el régimen ocultaba un lado oscuro, pronto los panfletos de estos jóvenes recorrieron el país burlando a la Gestapo.
Los dos amigos constituían el núcleo del grupo, al que se fueron incorporando otros compañeros de estudios, como Cristoph Probst, amigo de Schmorell desde la infancia, Willi Graf, Hans Leipelt y Sophie Scholl, la hermana pequeña de Hans y estudiante de Biología, además de Kurt Huber, uno de sus profesores de filosofía. La guerra había reforzado su sentimiento de rebeldía y oposición al régimen. Los chicos, encuadrados en unidades de asistencia sanitaria, pasaban algunos meses del curso en hospitales de campaña. Allí pudieron escuchar los relatos de los soldados sobre las ejecuciones en masa de polacos y rusos, intercambiar información con otros compañeros y debatir sobre lo que veían. Y allí decidieron pasar a la acción, y crearon La Rosa Blanca.
Sophie Scholl, hermana de Hans y estudiante de Biología. Colaboró en la distribución de los dos últimos panfletos de La Rosa Blanca. Fue ejecutada con su hermano, a los 22 años.
Sus cuatro primeros panfletos vieron la luz entre junio y julio de 1942. Usando direcciones obtenidas en las guías telefónicas y contactos de amigos en otras universidades, sus opúsculos, comenzaron a recorrer toda Alemania y a animar las primeras protestas contra el régimen, que se expresaron en pintadas con lemas como «Libertad» o «Abajo Hitler».
En julio de 1942, el grupo de amigos vistió el uniforme gris de la Wehrmacht y fue enviado al frente oriental. Alexander Schmorell hablaba ruso perfectamente y esto les permitió conocer de primera mano los horrores de la represión nazi. En otoño estaban de vuelta en Múnich, más decididos que nunca a continuar con su labor de resistencia. Llamamiento a todos los alemanes fue su siguiente panfleto, firmado ahora con el nombre de Movimiento de resistencia en Alemania. A principios de 1943 se produjo el desastre de Stalingrado, en el que perecieron más de 300.000 soldados alemanes abandonados a su suerte por Hitler. Su convicción de que el país avanzaba hacia el desastre se acrecentó.
Los panfletos estaban mecanografiados con la máquina de escribir de Hans Scholl y mimeografiados con una tinta elaborada con té para no ser descubiertos. El que se repartió por todo el país desde febrero de 1943 comenzaba: «Desde las llamas de Beresina y Stalingrado los muertos nos convocan». Fue el último.
El revoloteo de los papeles alertó al conserje de la Universidad, y la Policía no tardó en llegar. La pesadilla acababa de comenzar…
La noche del 18 de febrero de 1943, los hermanos Scholl salieron de casa con una maleta llena de panfletos y se dirigieron a la Universidad. Pegaron algunos en las paredes y deslizaron otros por debajo de las puertas. Para deshacerse de las octavillas sobrantes, Hans subió hasta el primer piso, abrió la maleta y la agitó en el aire. Los papeles llovieron sobre el hall. Trabajo cumplido y hora de volver a casa, al 13 de la Franz-Joseph-Strasse, en el barrio de Schwabing. Pero Hans y Sophie no llegaron nunca.
Hans Scholl harto del fanatismo nazi, gestó, en 1942, La Rosa Blanca a la que se unió su hermana Sophie.
El revoloteo de los papeles llamó la atención del conserje del edificio, que vio a Sophie Scholl, la agarró del brazo y alertó a los vigilantes de la Universidad. La Gestapo no tardó en aparecer para conducir a los dos hermanos a sus oficinas. El agente Robert Mohr se hizo cargo de los interrogatorios. La pesadilla acababa de empezar.
Las actas del proceso quedaron durante años olvidadas en los archivos del Ministerio de Seguridad de la RDA. Su desclasificación permitió conocer qué ocurrió en las noches anteriores al juicio.
El aplomo y la serenidad de Sophie Scholl sorprendieron a un Mohr que casi creyó que todo había sido un error. Desgraciadamente para ella, los agentes de la Gestapo registraron su casa, donde encontraron pruebas que implicaban a los hermanos y a Cristoph Probst, que fue detenido inmediatamente. Los interrogatorios cambiaron de objetivo: ahora perseguían que Sophie y Hans delataran a sus compañeros. No lo consiguieron y los hermanos asumieron toda la culpa. Su suerte estaba echada.
Ronald Freisler, quien firmó cientos de condenas a muerte y dirigió el proceso contra La Rosa Blanca. El juicio sólo duró unas horas.
El juicio, como la mayoría de los celebrados en la Alemania nazi, fue una pantomima. Roland Freisler, que llegó desde Berlín para dirigir el proceso, actuó más de fiscal que de juez. Se pasó el juicio gritando, golpeando la mesa y tachando de traidores a los jóvenes. Después de tres horas de acusaciones, el juez dictó su veredicto: culpables de alta traición. Y sólo había una pena para este delito, la muerte, que Freisler estableció que fuera por decapitación.
La tarde del 22 de febrero de 1943, sólo unas pocas horas después de terminado el juicio, se cumplió la pena. Sophie fue la primera en subir a la guillotina. Después le llegó el turno a Cristoph Probst. Hans fue el último.
Tras las ejecuciones, la Gestapo prosiguió sus investigaciones y los demás miembros de La Rosa Blanca acabaron cayendo. Se celebraron nuevos juicios en abril de 1943 y octubre de 1944, que se saldaron con cuatro nuevas condenas a muerte y numerosas penas de prisión.
La Rosa Blanca desapareció, pero sus palabras, la única arma que aquellos jóvenes emplearon contra el régimen nazi, les sobrevivieron. Una copia de su último panfleto cayó en manos del mariscal Helmuth von Moltke, un militar contrario a Hitler. Éste se encargó de que el opúsculo llegara a Escandinavia y de allí a Inglaterra. A finales de 1943, aviones británicos arrojaron cientos de miles de octavillas como ésa sobre Alemania. Muchos compatriotas pudieron leer entonces la última frase escrita por La Rosa Blanca: «Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor».
Origen: La Rosa Blanca, los jóvenes universarios frente al nazismo