Las olvidadas armas biológicas de Vlad el Empalador, el verdadero Drácula, para aplastar a sus enemigos
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!La leyenda cuenta que disfrazó a decenas de sifilíticos con trajes turcos para que extendieran una plaga en el campamento turco de Mehmed II
El Conde Drácula es un vampiro clásico en la literatura. Pocos habrá que no hayan oído hablar en alguna ocasión de la obra del escritor Bram Stoker. El personaje real que hay tras la leyenda es, sin embargo, más interesante si cabe. Vlad III, hijo del soberano del principado rumano de Valaquia, pasó a la historia como Tepes (traducido como «el empalador») por su obsesión por asesinar a sus enemigos clavándoles en una pica. Aunque era su método predilecto, tan real como eso es que -para aterrorizar a los turcos, que invadieron su reino en 1462– expuso los cadáveres de presos desollados y descompuestos frente a las tropas del sultán Mehmed II.
Su cruel imaginación le llevó también (según algunos autores) a enviar al campamento otomano a un grupo de infectados de sífilis y lepra para que expandieran su mal entre el ejército enemigo.
Es difícil saber de dónde le venía a Vlad esa macabra imaginación. Aunque es probable que ese resentimiento naciera en 1442, año en el que su padre (apodado Dracul -demonio-) le envió (junto a su hermano Radu) a vivir bajo la tutela del sultán turco Murat II, entonces su aliados contra los húngaros. Con la ayuda de los musulmanes asesinó a su progenitor y logró hacerse con la poltrona de Valaquia en 1448. Pero su ambición le impidió mantenerse fiel y, poco después, se enfrentó a ellos durante más de una década. Durante ese tiempo demostró su barbarie al acabar, según se cree, con hasta 100.000 personas mediante el cruel empalamiento. Estas triste técnica le gustaba tanto que solía agasajar a los dignatarios extranjeros con grandes banquetes rodeados de cadáveres en picas.
Ataque biológico
Pero, aunque el empalamiento siempre fue el método de tortura y guerra psicológica preferido por Vlad III de Valaquia, no fue el único que puso en práctica. En las crónicas de la época (la mayoría, elaboradas después de su reinado, todo sea dicho) se afirma también que hervía a personas vivas y desollaba a cientos de sus víctimas para escarmiento público. Incluso se baraja la posibilidad de que fuera uno de los precursores de la misma guerra quimica que, a la postre, utilizarían los británicos contra los nativos americanos en el siglo XVIII e inauguraron de forma oficial los franceses -a gran escala- mediante los ataques con gas de cloro contra los búnkers enemigos en la Primera Guerra Mundial.
La presunta guerra biológica de Vlad III fue mucho más rudimentaria y se dio durante la guerra que mantuvo contra los invasores turcos en el siglo XV. Así lo afirma, al menos, el arqueólogo e investigador Matthew Beresford en una de sus primeras obras, «From Demons to Dracula: The Creation of the Modern Vampire Myth». En la misma (publicada en 2008 y replicada a la postre por otros tantos autores) se especifica que Draculea («hijo de Dracul», como también se le conocía) utilizó al pueblo valaco para tender una trampa a sus enemigos. «Usó a aquellos que estaban infectados con sífilis,tuberculosis o lepra, les vistió como otomanos y les ordenó que se internaran en los campamentos enemigos para infectarles», explica en la mencionada obra.
En España, el historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!» y de una infinidad de libros sobre nuestro pasado) ha recogido también esta posibilidad en su obra «¡Es la guerra, las mejores anécdotas de la historia militar!». Según el experto, Vlad reunió a «tuberculosos, leprosos, sifilíticos y demás enfermos contagiosos que habitaban su reino», les proporcionó vestimentas turcas y «los infiltró tras las líneas enemigas» para que extendieran sus males. «Se les dijo que, por cada uno que muriese, ellos recibirían una recompensa», desvela. Aunque, para demostrar su éxito, estaban obligados a regresar con el turbante del soldado otomano fallecido.
¿Fue efectiva la treta? Según ambos expertos, es difícil saberlo. Aunque Beresford especifica que el problema de esta última técnica es que estas curiosas «bombas biológicas» deberían haber infectado a un número exagerado de soldados enemigos para que la diferencia fuese palpable. Además, si se hubiera producido un brote de una de esas enfermedades (destacando sobremanera la lepra) habría quedado constancia en los escritos por su importancia. En el caso de la sífilis la idea es todavía más extraña, ya que se puede convivir con ella años hasta que empieza a provocar problemas severos como ceguera o parálisis. Aunque eso no impide que la rocambolesca idea fuese real y se llevase a cabo.
Ninguna de las referencias, eso sí, habla del año en el que se pudo producir esta mascarada. De lo que podemos estar seguros es de que una de las formas en las que se habría extendido la sífilis es mediante transmisión sexual. Así lo afirma el «Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades» en su página web: «Se puede contraer sífilis mediante el contacto directo con una llaga de sífilis durante las relaciones sexuales anales, vaginales u orales. Las llagas se pueden encontrar en el pene, la vagina, el ano, el recto o los labios y la boca. La sífilis también puede propagarse de una madre infectada a su bebé en gestación».
El medievalista Florin Curta (autor, entre otras tantas obras, de «Eastern Europe in the Middle Ages, 500-1300») no hizo referencia a esta posible táctica en una entrevista que trataba en profundidad la figura de Vlad en la revista especializada «Live Science». El experto sí hace referencia, por el contrario, a un episodio parecido en el que Vlad disfrazó a un grupo de sus más versados soldados como turcos para que penetraran en el campamento otomano y acabaran con la vida del sultán Mehmed II. No lo lograron, pero sí generaron un caos tal como para que los invasores se mataran entre ellos durante horas al considerar que sus compañeros eran unos traidores y habían traicionado a su líder.
En todo caso, este episodio parece una ironía. Y es que, se sospecha que el autor que creó Drácula (Bram Stoker) pudo morir aquejado de sífilis. Así lo sugirió su sobrino en una biografía sobre el escritor publicada en 1975; obra en la que explicaba que el certificado de defunción especificaba que la causa del fallecimiento pudo ser «ataxia locomotora de seis meses» (un eufemismo para no desvelar el verdadero nombre de la enfermedad de transmisión sexual a la prensa). No obstante, la verdad es que existe todavía cierta controversia en relación a las causas por las que abandonó este mundo.
Encerrado y asesinado
Vlad resistió, en primer término, la embestida turca mediante una mezcla de valor y guerra psicológica. El ejemplo más clamoroso de esta última se dio en 1462, cuando Mehmed II llegó hasta la ciudad de Targoviste en su avance hacia el corazón de Rumanía. En las cercanías de la urbe, a orillas del Danubio, se encontró con miles de estacas (las fuentes más exageradas afirman que unas 20.000) en la que había empalados otros tantos presos turcos, húngaros, rumanos y búlgaros. En los palos más altos había ubicado a los nobles. La visión de los cuervos comiendo la carne de los fallecidos estremeció a los invasores hasta tal punto que los cronistas dejaron constancia de la escena sin omitir detalle.
Ese mismo año, sin embargo, la aristocracia alzó hasta el poder a su hermano, Radu el Bello, como monarca de Valaquia. En ese punto comenzó una nueva guerra, ahora, contra uno de sus familiares. «En noviembre 1462, tras haber combatido contra su hermano y agotado sus recursos, fue arrestado por Matías Corvino [rey de Hungría]», explica Antonio Contreras en «De Vlad III, príncipe de Valaquia, a Vladislaus Szeklys, historia y leyenda». Pasó los siguientes años encarcelado.
Según Hernández, durante este tiempo no perdió su pasión por empalar, aunque lo hizo con los ratones y los pájaros que entraban en su celda. «Sin embargo, en 1475, el rey magiar consideró que, ante la amenaza turca, Vlad era más útil fuera que dentro de la prisión», añade el autor español. De esta forma, fue liberado para que se enfrentara, una vez más, a los otomanos.
Aunque logró detener, de nuevo, el avance otomano, Vlad fue traicionado en la Navidad de 1476 y asesinado, de forma presumible, por la espalda. En la actualidad se desconoce quién fue su verdugo, aunque se sospecha que habría sido enviado por el sultán. Su cuerpo sin vida fue enterrado en un convento cerca de Bucarest. «Aunque algunos lo consideran un héroe de la resistencia rumana frente a la expansión turca, de lo que no hay duda es de que, gracias a su desmedida crueldad, se ganó para siempre un lugar destacado en la historia de la infamia», añade el historiador español en su obra.