Leyenda negra: Las mentiras sobre Cholula: la falsa matanza a sangre fría de los conquistadores españoles
Según ha extendido la Leyenda Negra, el 18 de octubre de 1519 Hernán Cortés acabó sin razón alguna con miles de nativos. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja
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A estas alturas del cuento, decir que la leyenda negra se ha cebado con los conquistadores españoles no descubre nada nuevo. El mito de la sangría que perpetraron en el Nuevo Mundo ha sido exacerbado hasta la saciedad por los enemigos de la Monarquía Hispánica. ¿Qué mejor forma de fomentar el odio contra una nación que airear una y otra vez sus supuestos trapos sucios? De entre toda la caterva de falsas crueldades extendidas por historiadores de cartón piedra, existe una que ha quedado grabada a fuego en las Américas: la matanza de Cholula. Una presunta masacre de miles de nativos que habría sido perpetrada el 18 de octubre de 1519 por los hombres de Hernán Cortés. La realidad que se esconde tras ella es, sin embargo, más gris de lo que parece y de lo que explicó el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador hace algunos meses.
Para empezar, los cronistas de la época dejaron escrito que los habitantes de Cholula habían organizado un complejo plan para dar muerte a los conquistadores españoles tras atraerles hasta sus dominios. Así pues, y tal y como desveló el propio Cortés en su Segunda Relación a Carlos V, no habría tenido más remedio que asestar primero el golpe cuando se enteró de la traición para evitar la aniquilación de su contingente. Todo ello a pesar de que, como bien confirman historiadores como el francés Christian Duverger, el hispano buscaba atraer a los habitantes de la ciudad a su causa. Por otro lado, y a pesar de que las cifras de muertos esgrimidas por los divulgadores contrarios a España son siempre las más altas, existen tantas como expertos que han investigado los hechos.
Nuevo destino
El origen de este suceso se encuentra en el año 1519. Por entonces, Cortés se hallaba en Tlaxcala, una ciudad gigantesca que el propio conquistador definió como «mucho más grande que Granada» en su Segunda Relación. La situación era halagüeña para los peninsulares, pues contaban con la ayuda de cientos de miles de tlaxcaltecas y acababan de confirmar la alianza con la vecina Uexotzinco. En esa tesitura, sabedor de que empezaba a contar con un ejército potente de nativos, el extremeño recibió la visita de una embajada enviada por Moctezuma que le invitaba a viajar hasta Cholula, una imponente urbe leal al Emperador. Según le informaron, allí recibiría instrucciones del mandamás.
Así lo dejó claro en su Segunda Relación:
«Después de haber estado en esta ciudad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Mutezuma que siempre estuvieron conmigo que me fuese a una ciudad que está seis leguas désta de Tascaltecal que se dice Churultecal, porque los naturales de ellos eran amigos de Mutezuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad del dicho Mutezuma si era que yo fuese a su tierra; y que algunos de ellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me partiría para un día cierto que les señalé».
En principio, Cortés no consideró Cholula una amenaza. Al fin y al cabo, por entonces mantenía buenas relaciones con Tlaxcala. Por ello, decidió satisfacer al monarca y viajar hasta la urbe. Aunque es innegable que en su mente había dos objetivos claros: ganar popularidad entre las tribus locales y conseguir adeptos para su ejército. Según explica el propio Duverger en «Hernán Cortés, más allá de la leyenda», el conquistador salió de la ciudad el 11 de octubre «acompañado por cien mil guerreros indígenas». No obstante, lo que no se suele contar es que el extremeño había recibido poco antes la visita de varios emisarios locales que le aconsejaron no acudir a su nuevo destino. ¿La razón? Sencilla: los líderes de la ciudad habían preparado una trampa para acabar con él y sus soldados.
«Y sabido por los de esta provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella ciudad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella ciudad a mí y a los de mi compañía, y que para ello había enviado Mutezuma de su tierra -porque alguna parte de ella confina con esta ciudad cincuenta mil hombres, y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha ciudad, según señalaron; y que tenía cerrado el camino real por donde solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen; y que tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la ciudad tomamos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad».
Llegada a Cholula
Una jornada después, los pocos españoles que acompañaban a Cortés arribaron hasta Cholula. Fueron recibidos entre sonidos de caracolas por los sacerdotes de la ciudad, quienes se habían engalanado con sus mejores trajes. Sus hombres (apenas unos centenares) fueron instalados en el interior de la urbe, pero no ocurrió lo mismo con los 100.000 tlaxcaltecas que le acompañaban. Estos fueron obligados a mantenerse fuera de los muros de la ciudad. Aquel fue el primer comportamiento extraño de otros tantos. «Los emisarios de Moctezuma, que no dejan a los españoles ni un segundo, se vuelven día a día más enigmáticos. Ninguna cita con el soberano azteca se fija todavía. Pronto, por instrucciones del tlatoani mexicano, les cortan los víveres a los españoles. El ambiente se vuelve extraño, malsano y opaco», añade el experto.
En la Segunda Relación, Cortés dejó claro que la situación le pareció extraña desde el principio:
«Otro día de mañana salieron de la ciudad a me recibir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la ciudad y nos metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer […]. Y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos aunque no muchos, y algunas calles de la ciudad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recaudo».
Según las crónicas, Cortés corroboró sus temores más oscuros gracias a La Malinche, la interprete nativa que se hallaba entre sus hombres. Ella le reveló que todo era parte de una conspiración: al parecer, los gobernantes de Cholula habían planeado disfrazar a sus combatientes de porteadores para, poco antes de la partida de las tropas, acabar con los españoles. De nuevo, así lo confirma en la carta enviada a Carlos V, donde especifica que su «lengua» (como denominaba a sus traductores) le desveló los crueles planes de los nativos. En sus palabras, todo aquel al que interrogó le ratificó que el plan existía.
«Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hube en Putunchan, que es el río grane de que ya en la primera relación a Vuestra Majestad hice memoria, le dijo otra natural de esta ciudad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Mutezuma junta, y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos, y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que la guarecería. […] Y yo tomé uno de los naturales de la dicha ciudad que por allí andaba y le aparté secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho».
Evitar el desastre
No quedaba más que prepararse para evitar el desastre. A la mañana siguiente (el 18 de octubre) Cortés reunió a los dignatarios del Emperador y a los señores de Cholula en los alrededores de la casa en la que se hospedaba y les informó de que sabía que todo era una trampa. Acto seguido, ordenó a sus soldados que acabaran con esta treintena de desgraciados, aunque dejó vivos a los emisarios para que informaran a Moctezuma de que el extremeño no tenía un pelo de tonto.
A partir de entonces se desató la batalla. O, al menos, así lo afirma el autor francés: «Españoles armados abren las puertas de la ciudad a los tlaxcaltecas que la cercan. La confusión es general; los españoles libran cinco horas de combate. Cortés hace quemar los edificios públicos y los templos que servían de refugio a los arqueros cholultecas». Tras la contienda (en la que fueron respetadas las mujeres y los niños) el extremeño contó 3.000 bajas, mientras que el cronista López de Gómara, el doble. En todo caso, ambos coinciden en que los caídos fueron guerreros preparados para acabar con la partida de peninsulares. Al final, y siempre en palabras del historiador, los dignatarios locales se rindieron y admitieron que habían sido obligados a preparar esta treta.
A su vez, el experto confirma que Cortés quería evitar el enfrentamiento: «No hay alegría alguna en el triunfo español; el propósito de Cortés no era verter la sangre de los indios. Contrariado, hará levantar una cruz en la cúspide de la gran pirámide y trabajará en la reconciliación con Tlaxcala y Cholula, que se habían enfrentado a causa de su presencia». El conquistador también les exigió detener los sacrificios rituales y el canibalismo. A partir de este punto se puede especular sobre qué versión es la más acertada, la que afirma que fue una masacre o la que explica que fue en defensa propia. En todo caso, conviene conocer los pormenores del acontecimiento para entender que existe una escala de grises en la historia.
Así la narró Cortés
En su Segunda Relación, Cortés narró de forma pormenorizada al monarca lo que había ocurrido aquella jornada. En sus palabras, «las señales que veía» hicieron que acordara «prevenir antes que ser prevenido». Es decir, actuar antes de que masacrasen a sus hombres. «Hice llamar a algunos de los señores de la ciudad diciendo que les quería hablar y metilos en una sala, y en tanto, hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida», añadía. Sabedor de que todo podía acabar en desastre, dio una sencilla orden a sus hombres: que se preparasen para atacar si escuchaban un disparo de arcabuz. O, como él mismo explicó, «que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro de él».
Así se hizo. Cuando el extremeño corroboró lo que sucedía, dio orden de atacar. «Después que tuve los señores dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres mil hombres». Con todo, Cortés incidió repetidas veces en que los nativos que quedaban eran guerreros preparados para acabar con ellos. «Porque Vuestra Merced vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían», añadió.
Por descontado, en la Segunda Relación el conquistador también dejó claro que, aquella jornada, sus hombres eran una minoría y que la mayor parte de las fuerzas se correspondían con nativos que habían decidido acompañarles. Guerreros ávidos de venganza contra Cholula. «Así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal», desveló.