Lo que ocultó Ramsés II sobre la batalla de Qadesh que le dio la gloria eterna en el Antiguo Egipto
Ramsés II lucha en la batalla de Qadesh, según el cuadro pintado por Karl Oderich en 1907
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Hace unos días ABC ya contó que Ramsés II fue, sin duda, el faraón más importante del Antiguo Egipto. Todo lo que encontramos en su biografía es grandioso, sobre todo en lo referente a su longevidad, pues gobernó durante casi setenta años y falleció a los 96, una edad sorprendentemente alta en una época sin los avances médicos actuales. Además, fue el promotor de la mayor expansión territorial y cultural de su civilización, un constructor sin precedentes en lo que a templos y monumentos se refiere, padre de más de noventa hijos y, sobre todo, el gran promotor y héroe de la famosa batalla de Qadesh con la que obtuvo la gloria.
Pero, ¿fue tan gloriosa su intervención como nos hicieron creer, como nos hizo creer él mismo faraón? Lo cierto es que la famosa batalla contra los hititas del 1274 a. C. se fue gestando durante mucho tiempo y, sin duda, fue importante para el devenir histórico del Antiguo Egipto. No obstante, durante los tres primeros años de su reinado, Ramsés II no llevó a cabo ninguna campaña militar y centró todos sus esfuerzos en asegurar su recién adquirido poder mediante una intensa política de construcción de templos y monumentos que se convirtió en santo y seña de su reinado.
Esta megalomanía, sin duda, revelaba las intenciones expansionistas del nuevo faraón, a lo que se sumó el traslado de su residencia de Tebas, en el valle medio del Nilo, a Avaris, en la frontera oriental del delta, que pasó a llamarse Pi-Ramsés («casa de Ramsés»). Las razones fundamentales de esa mudanza fueron, por lo tanto, de orden táctico, pues desde esa zona el faraón podía controlar de cerca el siempre preocupante escenario asiático y comenzar sus conquistas con más facilidad. La nueva capital se encontraba situada estratégicamente cerca del camino que conducía a la fortaleza fronteriza de Sile y a Siria y Palestina.
Como afirma el egiptólogo Jan Shaw, Pi-Ramsés «no tardó en convertirse en el centro comercial y base militar más importante del país». Instalado en la nueva capital, el nuevo faraón no tardó en dejar claro al rey hitita, Muwatali, sus objetivos. En su cuarto año de reinado, organizó su primera campaña militar con el fin de recuperar el vasallaje de los amorritas (Amurru), cuyas tierras estaban bajo control hitita y resultaban esenciales para asegurar el control de la costa de Siria, así como la comunicación marítima de Egipto.
Los preparativos
El regreso victorioso de las tropas del faraón apenas tuvo ocasión de celebrarse, pues rápidamente Muwatali respondió con un nuevo ataque que le permitió recuperar las posiciones perdidas. El Rey de los hititas respondió formando un gran coalición de hasta veinte tribus y pequeños estados aliados de Anatolia y Siria con los que hacer frente al faraón. Las dos potencias políticas y militares más importantes del momento estaban listas para tener un enfrentamiento definitivo por el dominio del Mediterráneo oriental, que tuvo lugar en la batalla de Qadesh.
Ramsés II estuvo preparando su ejército durante un año, que formó con cuatro grandes cuerpos armados de militares: el más importante era el de Anión, procedente de Tebas, que estaba comandado por él mismo. A este se añadían los procedentes de Heliópolis, Menfis y Pi-Ramsés. Todos ellos, además, acompañados de mercenarios. En total, unos veinte mil hombres, aunque la coalición liderada por Muwatali no era menor, pues lo cierto es que existía un equilibrio de fuerzas y técnicas bélicas en ambos ejércitos. La única diferencia es que en cada carro de guerra egipcio iban dos hombres y en el de su enemigo, tres: un conductor y dos guerreros.
Lo sucedido en Qadesh constituye uno de los pasajes más conocidos y mejor documentados de la Antigüedad, aunque se deba a la increíble labor de propaganda realizada por Ramsés II con inscripciones y relieves en templos y monumentos. Así es como se ha conservado el relato de batalla, conocido como el ‘Poema de Pentaur’. Este, sin embargo, transmite la versión oficial egipcia y responde únicamente a sus intereses, por lo que se presenta como una gran victoria de Ramsés II que, en realidad, acabó en tablas.
El engaño
Hacia finales del mes de abril del quinto año de su reinado, Ramsés II abandonó la fortaleza de Tharu al frente de la división de Antón. Tras él iban los otros tres cuerpos de su Ejército. Atravesaron Palestina hasta llegar a Amurru y, transcurrido un mes, se hallaron en el valle del río Orontes, desde el cual se divisaba Qadesh, la ciudad en la que el faraón creía que estaban reunidas las tropas de Muwatalli. Según las fuentes, dos espías beduinos del Rey hitita llegaron al campamento egipcio haciéndose pasar por desertores y dieron información falsa al faraón sobre la situación y las características de las supuestas tropas enemigas.
Aseguraron que Muwatali, impresionado por la magnitud del ejército egipcio, había decidido retroceder por el norte hacia Alepo para evitar el enfrentamiento, aunque la realidad era diferente. Eso, quizá, justifica el posterior error táctico de Ramsés II, pues las poderosas tropas de la coalición asiático-hitita esperaban escondidas tras la fortaleza de Qadesh, sin que el enemigo los viera. Sin pensarlo, el faraón tomó el mando de la división de Amón y cruzó solo el Orontes para dar caza al ejército hitita, con la orden a los otras divisiones de encontrarse en un punto cercano a la ciudad.
Sin embargo, cuando la división de Heliópolis se dirigía hacia el punto, sufrió una carga devastadora y por sorpresa de los carros hititas. Todos sucumbieron ante la fuerza de la embestida y las flechas enemigas. Los que lograron sobrevivir, huyeron hacia el lugar donde se encontraba la división de Amón, sin que Ramsés II pudiera hacer nada. El faraón se enteró del engaño cuando torturó a los espías y estos terminaron confesando, pero ya era demasiado tarde, pues las otras dos divisiones se encontraban demasiado lejos.
El milagro
Justo en ese momento, ocurrió el milagro, aunque siempre según la versión del ‘Poema de Pentaur’, que describe así lo sucedido: «Entonces apareció Ramsés. Cogió sus armas, se ciñó la coraza […] y se lanzó al galope, hasta que se hundió en las entrañas de los ejércitos de esos miserables hititas, completamente solo, sin nadie con él. Al dirigir la mirada hacia atrás vio que dos mil quinientos carros le habían cortado toda salida, con todos los guerreros del miserable país de los hititas, así como de los numerosos países confederados».
En ese instante, según el poema, Ramsés II exclamó: «¡Yo te imploro Amón, padre mío!». Y con la fuerza sobrehumana de un dios acabó con los enemigos: «Y, entonces, los dos mil quinientos carros, en medio de los cuales estaba, son derribados a tierra ante mis caballos […]. Los precipitó al agua como si fueran cocodrilos, cayendo unos encima de otros, y los fui matando a mi antojo». Más allá de la descripción mítica de la batalla, según parece, una acción valiente del faraón permitió contener el ataque hitita hasta que llegó la división de Menfis en su auxilio.
Lo cierto es que, aunque las fuentes atribuyen la intervención a Ramsés II en solitario, es improbable que se produjera de esa forma. En cualquier caso, fue solo gracias a la llegada de refuerzos como pudo rechazar a los hititas. Sea como fuera, tanto Muwatalli como el faraón presentaron el conflicto como una gran victoria, pero la mayoría de los historiadores coinciden en que, realmente, no hubo un vencedor. Las pérdidas fueron terribles en ambos bandos y los dos ejércitos renunciaron a continuar avanzando. Se retiraron y la interpretación de lo ocurrido quedó al antojo de los cronistas, según los intereses pertinentes.
Qadesh fue una lección terrible para egipcios e hititas, que renunciaron a continuar con su política de hostigamiento mutuo, en la que los héroes que surgieron de aquella batalla fueron más una cuestión de literatura posterior.
Origen: Lo que ocultó Ramsés II sobre la batalla de Qadesh que le dio la gloria eterna en el Antiguo Egipto