8 octubre, 2024

¿Mató Isabel La Católica a su hermano Enrique El Impotente?

Retrato de la reina Isabel (Casa de los Tiros, Granada) ABC
Retrato de la reina Isabel (Casa de los Tiros, Granada) ABC

No terminó ni empezó con el Monarca la retahíla de extrañas muertes que propulsaron a los Reyes Católicos hacia el trono

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Solo dos meses después del fallecimiento del Marqués de Villena, que murió vomitando sangre en grandes cantidades, Enrique IV, tras veinte años y cinco meses desastrosos en lo político y lo familiar renunció a seguir interpretando su papel en la gran comedia castellana. Ambas muertes ocurridas a finales de 1474 colocaron a Isabel y Fernando de Trastámara en dirección al trono de Castilla. Todo ello a pesar de que cuando nacieron ocupaban posiciones traseras en las líneas sucesoria de sus reinos…

¿Tuvieron los Reyes Católicos algo que ver en la muerte de Enrique IV, el último obstáculo para que reinaran? Una respuesta definitiva es imposible, pero sí se puede reconstruir los sucesos que llevaron al Rey de Castilla a la tumba con solo 49 años y hacerse nuevas preguntas.

En 1469 Enrique rompió definitivamente relaciones con su hermanastra por su decisión de casarse sin su permiso con Fernando, heredero a la Corona aragonesa, y declaró que el enlace era ilegal. El bando de los recién casados pasó tiempos duros, pero gracias a los enemigos de Enrique, que siempre habían sido muchos, fue sumando una fila de aliados que daba la vuelta a Castilla. Cada vez más villas, ciudades y nobles, unos mediante las armas y otros por voluntad propia, enarbolaban la bandera de los príncipes desheredados que prometían traer tranquilidad al país. Cuando la guerra total entre ambos bandos parecía inevitable, Enrique sorprendió a propios y extraños accediendo, gracias a la intervención del alcaide del Alcázar de SegoviaAndrés de Cabrera, a reunirse con su hermanastra en la ciudad castellana para acercar posturas a finales de 1473.

El encuentro en Segovia

En uno de esos súbitos cambios emocionales que lo definían, Enrique dio el más cálido abrazo a Isabel en Segovia y se mostró públicamente con ella. Fernando también fue recibido en elogios ante la «buena confederación y concordia» que le dispensó su primo en unas celebraciones que se alargaron varias semanas bajo una atmósfera familiar que ni los más viejos del lugar recordaban. Enrique se mostró melancólico, con los ojos humedecidos a la menor emoción durante los actos. Otra historia fue la política… La tensión entre ambos bandos se rebajó, pero ni Villena ni todos los nobles que vivían de sembrar discordia permitieron un acuerdo para que Isabel fuera reconocida como Princesa de Asturias. El reino seguía en tablas.

Enrique IV de Castilla (miniatura de un manuscrito del viajero alemán Jörg von Ehingen, circa 1455) ABC

Durante uno de los banquetes celebrados con Isabel, el Rey se tuvo que retirar por una indisposición, desatando los rumores más fantasiosos de que alguien de la casa de su hermanastra le había echado ciertos polvos en la comida. Lo cierto es que los príncipes habían recibido instrucciones muy específicas de no molestar al Rey cuando, con puntualidad diaria, se retiraba en privado a escuchar música y comer en solitario. Ni queriendo hubieran podido envenenarlo tan fácilmente…

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Enbusca de sosiego para recuperarse, Enrique se refugió posteriormente en Madrid, donde mataba el tiempo allí donde no llegaban los quejidos de los grandes. Aquejado durante el resto del año por esta extraña enfermedad, los príncipes visitaron e inútilmente le pidieron que aceptara a Isabel como heredera. Ambas partes se mostraron de acuerdo en que no estaban de acuerdo. En nada más.

Parecía que el reino iba abocado a que resonaran las espadas con estruendo cuando, de repente, ocurrió lo más inesperado que podía imaginar un escritor de novela negra. El Marqués de Villena, el consejero que le soplaba maldades a Enrique en el oído, cayó enfermo de lo que se creyó unas fiebres propias del cambio de estación cuando estaba en Trujillo. Sin embargo, al cabo de los días empezó a echar sangre por la boca y murió el 12 de noviembre de 1445. Según los cronistas, el motivo de su enfermedad fue un «apostema que le salió en la garganta», que bien pudo ser un cáncer de laringe a consecuencia de una irritación crónica (laringitis).

Un misterio sin resolver

Enrique acompañó a su consejeros solo dos meses después del raro suceso. Al volver de una cacería por los montes de El Pardo, un agudo dolor en el costado obligó a Enrique a refugiarse en el Alcázar madrileño. Apenas tuvo tiempo de echarse en el lecho, donde murió el 11 de diciembre de 1474. Durante la agonía final sufrió fuertes dolores y arrojó mucha sangre por la boca.

La causa de la muerte nunca ha podido ser aclarada, ni siquiera por Gregorio Marañón, que propuso un envenenamiento por arsénico como alternativa a la creencia más común de que se trató de una úlcera de estómago o una enfermedad hepática. El cronista Alonso de Palencia responsabilizó con brocha gorda del declive del Rey a que se entregaba a grandes festines sin hacer mucho caso a sus médicos, que de todas formas eran unos ineptos que consentían sus caprichos y que, si caía enfermo, le sometían a purgas y le obligaban a vomitar. También dice el cronista que cuando le pidieron confesar sus pecados se quedó mudo, una nada elegante forma de insinuar que si era cristiano no lo parecía.

Juana, Reina consorte de Portugal. ABC

En verdad, el resto de cronistas coincide en que Enrique murió entre religiosos. En el momento de su muerte estaba cerca del Rey el cardenal Mendoza, que, a pesar de que se había pasado al bando de Isabel, mantenía intactos sus lazos personales con Enrique, y un puñado de nobles que no parece que se deslomaran por despedirle como correspondía. Era deseo de Enrique que no le dedicaran pomposos funerales, pero la manera en la se procedió hubiera resultada raquítica hasta para él. Hubo tanta prisa en finiquitar su reinado que ni se le desnudó ni amortajó como correspondía a un Rey, pues quedó «tan deshecho en las carnes, que no fue menester embalsamarlo», según justificó Enríquez del Castillo.

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El cadáver fue colocado con las polainas de cuero con las que venía de cazar junto al bello sepulcro en bronce de su madre en el remoto templo extremeño de Guadalupe, si bien una posterior remodelación del templo relegó los restos de ambos a unos toscos tablones de madera ocultos de mala manera tras el altar.

El día después

Dado lo repentino de su muerte, el Rey no tuvo tiempo ni ganas de dictar un testamento, o al menos eso registra la versión oficial establecida por los cronistas de Isabel. Desde luego no parece muy creíble que, a pesar de todos los meses que llevaba enfermo, se fuera a la tumba sin dejar claras sus voluntades, lo cual no era como si se hubiera olvidado de la elección de las flores para su funeral… Aunque hay que reconocer que con Enrique nada parece lo bastante descabellado ni tampoco lo contrario, porque siempre depende de a quién se le pregunte. Palencia dice que nombró a su hija Juana «heredera de los reinos» solo tras la insistencia de los presentes y habla, como otros cronistas, de varios ejecutores testamentarios que conocían sus intenciones.

Solo Lorenzo Galíndez de Carvajal menciona de manera directa la existencia de un testamento escrito, que habría sido hallado posteriormente en Madrid por un clérigo y luego enterrado por éste en un cofre bajo suelo portugués.​ Viendo cercana su muerte, la reina tuvo noticia del paradero del testamento y ordenó que se lo trajeran. Lo quemó Fernando antes de que nadie lo leyera, según esta deliciosa combinación de novela de piratas y prédica moralizante.

No terminó con Enrique la retahíla de extrañas muertes que propulsaron a los Reyes Católicos hacia el trono. La reina Juana, esposa de Enrique, intentó sin éxito elevarse como cabeza del partido de su hija, pero falleció pocos meses después, a los treinta y seis años de edad, en el convento de San Francisco. Lo hizo sola, lejos de su hija y de los niños que tuvo fuera del matrimonio, entre la indiferencia de un reino que la había tachado de cosas horribles.

Sin necesidad de acusar a Isabel de asesina, algo de lo que no existen pruebas, no se puede negar que su éxito estuvo sostenido por una cadena de muertes inesperadas. Desde Pedro Girón (el hermano de Villena que murió en 1466 cuando iba camino de casarse con Isabel en un matrimonio que ella no aprobaba) a Enrique, pasando por su hermano Alfonso y Villena. Y ni siquiera con ese reguero de sangre se aseguraron Isabel y Fernando la corona del Rey, del que su hija adolescente Juana La Beltraneja no dejaría de jurar que había sido envenenado por sus enemigos.

Aupada por su tío y prometido el Rey de Portugal, la adolescente firmó un manifiesto dirigido al reino donde acusaba a Isabel y Fernando de haber matado a su padre y pedía que «tal enemiga como esta sea desarraigada de la tierra y del todo amatada y de ella no quede flama ni centella para que en adelante no pueda ennegrecer la buena fama y nobleza de la casa real de Castilla…». Esa afirmación imposible de silenciar fue responsable de que una guerra más internacional que civil aporreara a la puerta de España.

 

Origen: ¿Mató Isabel La Católica a su hermano Enrique El Impotente?

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