6 diciembre, 2024

Molina de Aragón, la Siberia española

La Comarca de Molina de Aragón es una de las zonas más frías y despobladas de España. Tiene una temperatura media anual de 10,5 grados y una mínima de 3 grados

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Antonio nunca olvidará el 28 de enero de 1952. «Ese día se alcanzaron los 28,2 grados bajo cero. Se helaron las tuberías, los grifos, los inodoros y como entonces no existía la calefacción…. había que echarle valor», recuerda este jubilado, de 84 años, natural del municipio guadalajareño de Molina de Aragón. Aquel día se registró la temperatura más baja en la localidad que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) tiene anotada.

Pero este molinés, al igual que el resto de los 3.500 vecinos de este municipio, ya está más que acostumbrado a las bajas temperaturas. «Para nosotros es algo normal alcanzar los 10 grados bajo cero en invierno», afirma, mientras Juan, su compañero de partida, asienta con la cabeza. Este octogenario, en cambio, no sufrió esas gélidas temperaturas ya que, por aquel entonces, residía con su mujer e hijos en Zaragoza. Ahora, 64 años después, tiene su residencia en Peralejo de las Truchas, una pequeña localidad de poco más de 100 habitantes que está situada a 35 kilómetros de distancia, aunque en invierno vive en Molina, donde se compró un piso «para pasar mejor los inviernos».

Pero, ¿por qué hace tanto frío en Molina de Aragón? Este pueblo, a 1.062 metros de altitud, cerca de la frontera con Teruel, se encuentra en una zona ligeramente deprimida de la rama castellana del Sistema Ibérico, entre las sierras de Aragoncillo, Caldereros y los Montes de Picazza. «No hay cadenas montañosas próximas muy elevadas que protejan del temporal en invierno, las noches son muy largas y se produce mucha pérdida de calor por irradiación, sobre todo en noches despejadas por anticiclones. Esto se ve acentuado cuando hay entradas de frío polar y nevadas», explica Paloma Castro, delegada de la Aemet en Castilla-La Mancha.

Fuente en Molina de Aragón congelada por las bajas temperaturas. Fotografía del 12 de febrero de 2015
Fuente en Molina de Aragón congelada por las bajas temperaturas. Fotografía del 12 de febrero de 2015– Mónica Valverde

Molina de Aragón tiene una temperatura media de 10,5 grados a lo largo del año y una media mínima anual de 3 grados. Excluyendo los datos del Puerto de Navacerrada (Madrid), casi a 2.000 metros de altitud, se extrae que este observatorio climatológico —uno de los ochenta y cuatro que la Aemet tiene repartidos por España— registra las temperaturas más frías de todo el país.

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Enero con una media de 2,5 grados, diciembre con 3,1 y febrero con 3,7 son los meses más gélidos mientras que los que tienen las temperaturas medias mínimas mensuales bajo cero son enero (-3,5 grados), febrero (-3,2 grados), diciembre (-2,4), marzo (-1,2) y noviembre (-0,2). Así, entre los valores extremos más fríos registrados, aparte de los -28,2 grados del 28 de enero de 1952, se encuentran el mes de diciembre de 2001, con -11 grados y el de febrero de 1956, con -3,1 grados.

Pero, además de las bajas temperaturas, lo que más caracteriza al municipio es su contraste térmico. «Tenemos el récord de amplitud térmica diaria de 29,4 grados que se ha alcanzado en dos ocasiones: el 8 de febrero de 1981 y el 15 de septiembre de 2012», explica Castro, quien añade que Molina de Aragón no solo es el lugar más frío, sino también donde ocurren más heladas: 122 días al año—en enero, hay heladas 24 días; en febrero, 22 días y en diciembre, 21 días—, cifra superior al segundo, Teruel, con 95 días al año.

Despoblamiento

Aún así, las temperaturas que se registran en la actualidad no son ni viso de lo que eran antes. José García Juárez, profesor y párroco de la comarca de Molina de Aragón, conoce a la perfección ese cambio tras vivir fuera y regresar años después. «Ahora los inviernos son muy atípicos aquí. Hace diez años, cuando vivía en Molina todos los días, había placas de hielo, las máquinas quitanieves echaban sal y seguían ahí», recuerda José, quien anhela esas nevadas copiosas que cubrían hasta medio metro. «Ahora las fuentes se siguen congelando, pero cae mucha menos nieve», apostilla.

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Pero la comarca de Molina de Aragón no solo es una de las zonas más frías de la Península, sino también una de las más despobladas. El éxodo rural, que comenzó en la década de los cincuenta del pasado siglo, ha convertido esta zona —de unos 4.000 kilómetros cuadrados de superficie—en un gélido desierto, donde apenas viven 8.000 personas (1,63 personas por kilómetro cuadrado). Tanto es así que muchos medios internacionales ya la han bautizada como «la Siberia española», al tener una densidad de población inferior a la que hay en esta región —tres habitantes por kilómetro cuadrado—. Presenta además una población muy envejecida, que vive de la agricultura y ganadería. «Yo soy párroco de diez pueblos y en invierno, entre todos los municipios, tengo una media de 300 habitantes y 25.000 cabezas de ganado», explica José, el sacerdote.

¿Mal fario?

«¡Los curas no hacemos nada más que enterrar a vecinos!», exclama este religioso, que apunta que en una semana puede llegar a haber una media de tres a cuatro sepelios. «Años atrás, hubo una época que moría mucha gente y una vecina del pueblo cada vez que me veía pasar se santiguaba. Yo le decía: ‘¡Pero, Flora, que yo no mato a nadie!’, a lo que ella me respondía: ‘Padre, es que cada vez que le veo es para enterrar a alguien», recuerda el cura entre risas.

Gotas de H2O en tela de araña
Gotas de H2O en tela de araña– Mónica Valverde

Como anécdota, el padre José reconoce que cuando hay muerto y nieva, la movilización de personal que hay que hacer es enorme. «Hay que avisar al párroco, al alcalde, al quitanieves, a la funeraria…. Es un auténtico ritual». En una ocasión, recuerda, falleció una señora un día que cayó una nevada monumental y vino una funeraria de Zaragoza. Cuando llegó al pueblo y los vecinos cogieron el ataúd, se marchó rápidamente y nos dejó allí con la caja. Hacía tanto frío que se congeló hasta el agua de las vinajeras y ni encendían las velas de parafina, porque estaban congeladas».

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La odisea continuó. «Oficié una misa rapidísima pero teníamos un problema: ¿cómo íbamos a llegar al cementerio? Un vecino nos tuvo que dejar su coche, una pick up, y allí metimos la caja. De camino al camposanto, todas las calles estaban congeladas y había una cuesta que no podía subir el vehículo porque las ruedas patinaban. Entonces, todos los familiares de la fallecida tuvimos que empujar. ¡Fue un horror! Pero la aventura no acabó aquí. Al llegar, el albañil me dijo: ‘Padre, cante o rece lo que sepa, que se ha congelado el cemento’. Y yo, canta que te canta, y el operario, dándole a la hormigonera hasta que finalmente pudimos enterrar a la mujer. Yo pensaba esto no me podía estar pasando a mí. Era el típico guión de una película de Paco Martínez Soria».

Origen: Molina de Aragón, la Siberia española

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