¿Por qué los indios iroqueses declararon la guerra a Hitler en 1942 al margen de Estados Unidos?
Seis meses después de la entrada del presidente Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial, tras el ataque de Pearl Harbor, un grupo de indígenas encabezados por el jefe de la tribu mohawk, Angus Horn, llegaba a la escalinata del Capitolio de Washington con el gesto serio y solemne y un comunicado importante
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El 8 de diciembre de 1941, apenas veinticuatro horas después del bombardeo por sorpresa de Pearl Harbor, Roosevelt declaraba la guerra a Japón en su famoso «discurso de la infamia». «El Gobierno japonés ha engañado deliberadamente a Estados Unidos con falsas declaraciones y expresiones de esperanza para que continuase la paz. El ataque de ayer en las islas de Hawai causó graves daños a nuestras fuerzas navales y militares. Y lamento decir, además, que se han perdido muchas vidas», justificaba el presidente americano ante el Congreso.
Solo seis meses después, el 13 de junio de 1942, un grupo de indios encabezados por Angus Horn, jefe de la tribu de los mohawk, ubicada en la reserva de Kahnawake, llegaba a la escalinata del Capitolio de Washington con el gesto serio y solemne. Y ante la sorpresa de los transeúntes, declaraba en alto: «Existe un estado de guerra entre nuestra Confederación de las Seis Naciones, por una parte, y Alemania, Italia, Japón y sus aliados, por la otra, contra quienes Estados Unidos tiene ya la guerra declarada por su parte».
¿A quiénes representaban? ¿Por qué esta Confederación Iroquesa acababa de declarar la guerra a Hitler y a sus aliados sin contar con el gobierno nacional? ¿Por qué se refería Horn a la «otra» declaración de «Estados Unidos» como si ellos fueran un país aparte? ¿Cómo gestionaban su poder al margen de la Casa Blanca? Cuestiones todas ellas con las que se puede entender esta muestra de autonomía por parte de uno de los pueblos nativos más importantes de América del norte.
«Los de la casa extensa»
Los iroqueses –o la Liga de las Seis Naciones, según se los conocía en el pasado– son un conjunto de grupos amerindios que ocuparon un gran territorio alrededor de los Grandes Lagos, al sureste de Canadá, y del noreste de Estados Unidos. En total contaban con 11 idiomas y se denominaban a sí mismos los «Nadowa» o los «Haudenosaunee», es decir, «los de la casa extensa», en alusión a la gran cabaña alargada situada en su capital, Onondaga, en el actual estado de Nueva York, donde se tomaban las decisiones. El término actual, sin embargo, fue adoptado por los colonizadores franceses para referirse a estos indios nómadas que se volvieron sedentarios cuando comenzaron a dedicarse a la agricultura, a la recolección de frutos y al intercambio de pieles y otros productos.
La Confederación Iroquesa se formó con la unión de cinco pueblos indios en la segunda mitad del siglo XVI: oneida, onondaga, cayuga, seneca y, por último, los mohawk, a los que pertenecía Angus Horn. En 1722 se sumaron los tuscaroras. En 1940, dos años antes de la declaración de guerra, su población bordeaba los 70.000 miembros: 35.000 mohawks, 16.000 oneidas, 9.100 senecas, 3.500 cayugas, 2.000 onondagas y 1.400 tuscaroras. Actualmente, la población iroquesa en Estados Unidos suma unos 42.000 y otros 38.000 mestizos, según el censo de 2010, a los que habría que sumar otros 45.000 en Canadá. Es decir, alrededor de 125.000 en total.
Según la leyenda,fue fundada por Deganawida, el «Gran Pacificador», después de una visión inspirada por el Gran Espíritu, que le incitaba a imponer la paz entre todas las tribus y proponer una unión entre ellas. Consiguió llevarla a cabo con la ayuda de dos de los líderes de los distintos pueblos, Jigonhsasee y Hiawatha, quienes creían que aquella iniciativa podría fin, de una vez por todas, a las constantes guerras que lastraban su progreso.
La Gran Ley de la Paz
Deganawida dictó entonces la Gran Ley de la Paz, una especie de norma fundamental escrita que contaba con 117 artículos en los que se otorgaba la igualdad jurídica y política a las cinco tribus fundadoras. No son pocos los estudios que apuntan hoy que la Constitución de Estados Unidos, aprobada en 1787, se inspiró en ella. Y lo cierto es que parecía adelantada a su tiempo. Establecía consejos de representantes de ambos sexos con derecho equitativo de voto, quienes elegían a sus jefes o «sachem» para formar un consejo central. Algo así como un parlamento primitivo que tomaban las decisiones finales mediante el voto. El jefe supremo no tenía el poder absoluto, sino que era controlado por los diferentes consejos y podía ser destituido.
El consejo central también elegía a una serie de caudillos de guerra y a un consejo de ancianas. Este último era el encargado de proponer los temas que debían tratarse en las asambleas y seleccionar a los candidatos entre los que se debía elegir al gran jefe. Igualmente crearon un consejo femenino con el objetivo de establecer un control férreo del poder. Instituciones todas ellas que sirvieron para mantener la paz entre las distintas tribus durante siglos. Eso no implicaba que la Confederación no pudiera declarar la guerra a otros pueblos indios, como fue el caso de los algonquinos, los hurones y los innus en la famosa Guerra de los Castores, en la segunda mitad del siglo XVII, cuando estos últimos se aliaron con los franceses.
Era una especie de democracia asamblearia que fue la que se puso manos a la obra cuando se planteó la posibilidad, en el seno del consejo central, y tras la sugerencia del consejo de ancianas, de declarar la guerra al entonces todopoderoso Tercer Reich en plena Segunda Guerra Mundial. Una declaración completamente independiente de la realizada por Roosevel medio año antes, igual que las que habían hecho otros estados soberanos, que se basaba en criterios éticos y de justicia.
La declaración
El 12 de junio de 1942 fue aprobada de forma unánime y, al día siguiente, leída por el jefe Horn en la escalinata del Capitolio de Washington: «Representamos a la democracia más antigua, aunque la más pequeña, del mundo de hoy. Es un sentimiento unánime entre la gente india que las atrocidades de las naciones del Eje son violentamente repulsivas a todos los sentidos, según la justicia de nuestro pueblo. Esta matanza despiadada de la humanidad no puede ser tolerada. Por eso el consejo de las Seis Naciones de Indios ha decidido declarar el estado de guerra entre nuestra Confederación de las Seis Naciones, por una parte, y Alemania, Italia, Japón y sus aliados, por otra, contra quienes Estados Unidos tiene ya la guerra declarada por su parte», decía el comunicado.
Una decisión que no debió ser fácil de tomar, no tanto por las implicaciones internacionales que pudiera tener –ninguna, obviamente–, sino porque la Confederación ya había vivido una situación parecida en el pasado, cuando estalló la Revolución de las Trece Colonias en 1775. En aquella ocasión, los iroqueses fueron invitados por los británicos a luchar en su bando, reactivando así una antigua alianza contra los franceses. Cuando se debatió el asunto dentro del consejo central, los distintos miembros no se pusieron de acuerdo: los mohawk y seneca estaban a favor, los oneidas y tuscaroras preferían apoyar a los independentistas y los cayugas y onondagas optaban por mantenerse neutrales. No había unanimidad, tal y como exigía la Gran Ley de Paz.
Esta situación trajo problemas en el seno de la Confederación, generando una tensión que puso a prueba la paz entre ellos. Y, además, provocó la desconfianza de los colonos, al recordar que los mohawk habían luchado antes al lado de la Monarquía británica, partidaria de que el futuro territorio de los Estados Unidos siguiera perteneciendo a la corona. Así que, en 1779, George Washington decidió no arriesgar y ordenó al general John Sullivan que realizara un ataque por sorpresa contra los indios.
La protesta
Las diferentes tribus fueron arrasadas y, tras proclamarse la independencia, las que habían votado a favor de apoyar a los partidarios de esta fueron indemnizadas con extensos territorios y con numerosos privilegios. Las otras fueron obligadas a ceder sus tierras y la mayoría de los supervivientes tuvieron que emigrar a Canadá, por aquel entonces colonia británica todavía. Esto provocó que se organizara en el país vecino otra confederación paralela a la que había en Estados Unidos.
Estas tensiones habían desaparecido en la Segunda Guerra Mundial y los iroqueses, tanto los de Canadá como los de Estados Unidos, se consideraban ya hermanos. Por eso los miembros del consejo central de la Confederación no tuviera el más mínimo problema de votar unánimemente a favor de declarar la guerra a los nazis por su cuenta, tal cual y como habían hecho ya durante la Primera Guerra Mundial. Una decisión que escondía también una acción protesta por una sentencia del Tribunal de Apelaciones en 1940, según la cual las tribus americanas estaban sujetas a la ley federal a pesar de que un tratado las había declarado antes soberanas históricamente.
Hasta ese momento, se suponía que los tratados firmados por las tribus indígenas con el Gobierno de Estados Unidos tenían validez y eran considerados perpetuos, aunque estos se refirieran únicamente a cuestiones relacionadas con la propiedad de la tierra, los derechos tribales y el modo de vida. Esta nueva ley implicaba entonces que los indios tendrían que cumplir con el servicio militar obligatorio, lo que generó un gran disgusto entre los iroqueses, ya que implicaba que su Confederación no era la nación independiente que ellos creían. La declaración era un intento de los jefes indios de autorizar a los suyos a alistarse en los ejércitos aliados que quisieran para luchar contra las potencias del Eje, reclamando ser considerada como una nación aliada más. ¿Y qué hicieron para estirar más la cuerda? Nombrar a Stalin su jefe honorario.
Origen: ¿Por qué los indios iroqueses declararon la guerra a Hitler en 1942 al margen de Estados Unidos?