Puñaladas, traiciones y odio: la irracional ‘Guerra Civil’ entre los republicanos en el exilio
El enfrentamiento entre los dirigentes comunistas, anarquistas y socialistas, que tanto daño había hecho durante el conflicto, continuó en el extranjero tras la victoria de Franco en 1939 y arruinó la lucha de los refugiados políticos contra la dictadura
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La Guerra Civil no acabó cuando la voz del actor Fernando Fernández de Córdoba sonó por la radio, a las 10.30 del 1 de abril de 1939, con el habitual énfasis y engolamiento: «Cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares». Durante la década de 1940, la actuación de la oposición antifranquista estuvo marcada no solo por la Segunda Guerra Mundial y la represión de la dictadura, también por los enfrentamientos, las traiciones y el odio que se profesaron en el exilio los anarquistas, comunistas y socialistas después de ser derrotados por Franco.
Fue la guerra después de la guerra, la misma que se había gestado desde 1937 en España, cuando comenzaron a vislumbrarse dos facciones bien diferenciadas en el bando republicano.
La primera apostaba por la paz y el armisticio con Franco, encabezada por el entonces presidente Manuel Azaña y apoyada por los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, los nacionalismos vasco y catalán y un sector del PSOE. La segunda, liderada por Juan Negrín, nombrado presidente en mayo, era partidaria de alargar el conflicto y contaba con la ayuda de los comunistas y otra parte de los socialistas, creyendo que la Segunda Guerra Mundial estallaría pronto y que los aliados llegarían en su auxilio.
En la madrugada del 5 al 6 de marzo de 1939, el general Manuel Matallana recibió la famosa llamada de Segismundo Casado para comunicarle que se había sublevado contra el propio presidente Negrín, que a esas alturas ya sólo contaba con el apoyo de los soviéticos y el Partido Comunista. Al enterarse, este último le quitó el teléfono de las manos y le dijo directamente al coronel golpista: «Queda usted destituido». Y este le respondió: «Mire usted, Negrín, eso ya no importa. Ustedes ya no son Gobierno, ni tienen fuerza ni prestigio para sostenerse y, menos, para detenernos. La suerte está echada y ya no retrocedo».
Divergencias insuperables
La brecha se hizo insalvable y, poco después de la llamada de Casado, tres aviones partían hacia Francia con el último Gobierno constitucional de la Segunda República. La edición sevillana de ABC, en manos del bando nacional, titulaba: ‘La zona roja se subleva contra Negrín y este huye a Toulouse acompañado de Álvarez del Vayo’. Dos días después, añadía: ‘Según dicen los rojos de Miaja y Casado, han derrotado completamente a los rojos de Negrín y Stalin’. Para Dolóres Ibárruri, ‘La Pasionaria’, importante dirigente del PCE, «es difícil imaginarse una alimaña más cobarde y escurridiza que el coronel».
La guerra entre los dirigentes del bando derrotado continuó tras la guerra y, sobre todo, a finales de la década de 1940, cuando toda la oposición a Franco se desmoralizó como consecuencia de la consolidación de la dictadura. Este hecho acentuó las divisiones entre los cerca de 500.000 refugiados que abandonaron España. Entre ellos, la gran mayoría de los dirigentes políticos y sindicales, los altos cargos de la Administración republicana y los intelectuales. Es decir, aquellos que tenían una mayor preparación ideológica y más experiencia política.
«Muchos de ellos se conocían perfectamente, desde hacía bastantes años, por lo que las amistades y las enemistades personales, junto con las diferencias políticas se trasladaron al exilio. También las direcciones de los partidos y sindicatos españoles, así como los principales dirigentes de las instituciones republicanas, se encontraban en Francia en precarias condiciones desde abril de 1939. La tarea más urgente en aquellos momentos era facilitar ayuda a los refugiados», explica Borja de Piquer en su libro ‘La dictadura de Franco’ (Crítica, 2021).
La lucha por los refugiados
Por duro que parezca, los enfrentamientos llegaron también a esta tarea humanitaria y solidaria con los suyos. En marzo de 1939 se creó en París, a iniciativa de Negrín, el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), con el objetivo de ayudar con subsidios económicos a los exiliados que se encontraban en Francia y, sobre todo, para facilitarles su traslado a otros países. Esta iniciativa provocó una gran polémica, ya que el SERE, financiado con fondos del Gobierno republicano, fue denunciado por practicar una política sectaria y favorecer a los negristas y a los comunistas.
Por esta razón, en el verano, los partidarios de Indalecio Prieto crearon un organismo paralelo y rival, la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). Esta segunda organización utilizó como fuente de financiación el llamado «tesoro del Vita», el antiguo yate Giralda de Alfonso XIII que transportó joyas, obras de arte y otros objetos requisados, que estaban valorados en 50 millones de dólares y cayeron en manos de los prietistas desde su llegada a Veracruz el 23 de marzo de 1939. Más de 80 años, sin embargo, la carga exacta del velero y a dónde fue a parar sigue siendo todavía uno de los grandes enigmas de la Guerra Civil.
La JARE, a su vez, creó dos centros: uno en México, dirigido por el propio Prieto, y otro en París, presidido por el catalanista Lluís Nicolau D’Olwer. El SERE contaba con la participación de un amplio abanico de fuerzas políticas: Izquierda Republicana, Unión Republicana, PNV, ACR, ERC, CNT y FAI. La división y el caos no podía ser mayor, donde este servicio trasladó a América unos 13.000 españoles en 1940, es decir, el 80% de los llegados a América ese año.
Malversación de fondos
«Tanto la acción política y económica de la SERE, como también la de la JARE, se vio envuelta en duras polémicas sobre malversación de fondos y favoritismos políticos que no hicieron más que evidenciar la notable división política de los republicanos españoles», apunta Piquer. Era obvio que las fuerzas de este bando en el exilio estaban muy condicionadas por las tensiones y enfrentamientos heredados de la Guerra Civil, que se incrementaron tras la derrota. La división del antifranquismo fue un factor político fundamental para su futuro, ya que debilitó su ya reducida capacidad de influencia ante las potencias aliadas y entorpeció la eficacia de su acción en el interior de España», añade el historiador.
Una seña de esa debilidad fue el escaso apoyo que obtuvo el intento de Negrín de seguir presidiendo el Gobierno en el exilio con la esperanza de tener alguna capacidad de acción durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, no lo consiguió por el rechazo de la mayoría de las fuerzas del exilio a reconocer al líder comunista. Esto se hizo patente con el enfrentamiento entre este y Diego Martínez Barrio, presidente en funciones de la República tras la dimisión de Manuel Azaña, ya que pretendía presentarse como el único depositario de la legalidad republicana.
A todo esto, hay que sumar la crisis interna en que vivían casi todas las formaciones políticas y sindicales republicanas. El PSOE sufría una clara fragmentación, dado que los seguidores de Indalecio Prieto, los de Largo Caballero y los de Negrín se odiaban y criticaban abiertamente. En la CNT estaban enfrentados los partidarios de la participación en los gobiernos del Frente Popular y los defensores de retornar al apoliticismo ácrata. El caos y la violencia era importante, y fue en aumento tras la invasión alemana de Francia, que favoreció la consolidación de las fracciones.
Los nacionalistas
La derrota también había provocado una radicalización de las posiciones nacionalistas, tanto por parte de los partidos vascos como de los catalanes, en gran medida como reacción a la actuación, calificada de «autoritaria y centralista», del gobierno Negrín durante los últimos meses del conflicto. En el caso del País Vasco esta actitud implicó un reagrupamiento en tomo al lehendakari José Antonio Aguirre, su gobierno y el propio Partido Nacionalista Vasco, pero en el caso de los políticos de Cataluña en el exilio la división era evidente y, además, apenas tenía autonomía financiera. El propio presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fue objeto de numerosas censuras por parte de destacados militantes de la propia Esquerra Republicana.
Lo contradictorio de toda esta ‘guerra’ es que, mientras los dirigentes del exilio exteriorizaban sus enfrentamientos con debates sobre las responsabilidades de la derrota, con acusaciones y recriminaciones de lo más feroces, en el interior de España, con enormes dificultades y en la total clandestinidad, nuevos grupos de militantes antifranquistas se jugaban la vida con el objetivo de reconstruir los grupos políticos y sindicales. Aunque sus intenciones nunca llegaran a buen puerto
Origen: Puñaladas, traiciones y odio: la irracional ‘Guerra Civil’ entre los republicanos en el exilio