21 noviembre, 2024

Quién miente en el asesinato de Durruti: el complot que señala a franquistas, anarquistas y comunistas

Durruti, poco antes de morir, junto su cadáver con la marca de la bala visible en el costado ABC
Durruti, poco antes de morir, junto su cadáver con la marca de la bala visible en el costado ABC

La investigación sobre quién disparó al famoso líder anarquista en 1936 sigue abierta 90 años después, con varias teorías que apuntan a todos los bandos enfrentados en la Guerra Civil

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«Uno de los grandes enigmas, si no el mayor, de la Guerra Civil». Así calificaba el escritor José María Zavala la muerte del célebre líder anarquista Buenaventura Durruti, víctima de una bala perdida que aún hoy, ni tan siquiera sus descendientes, saben quién disparó. Casi 90 años después, es como si aquella bala hubiera sido descargada por un fantasma.

En todo este tiempo las teorías que se han barajado han sido muchas y la controversia no se ha cerrado. En teoría, no debería haber sido tan difícil averiguar quién fue el responsable, puesto que la ejecución se produjo mientras Durruti visitaba tranquilamente el frente de la Ciudad Universitaria de Madrid, el 19 de noviembre de 1936. La versión oficial de los republicanos dice que la bala pertenecía a un franquista que jamás fue identificado, otros historiadores sostienen que el balazo de su propia arma tras un rocambolesco e inexplicable accidente, entre otras.

El resultado fue el mismo: fue trasladado rápidamente a las dependencias del Hotel Ritz, transformado en el Hospital de las Milicias Confederadas de Cataluña , y falleció a las 4 de la mañana del día siguiente, tan solo cuatro meses después de haberse iniciado el conflicto. Tenía 40 años, y han pasado desde entonces otros 84 sin que exista una sola certeza sobre el origen del disparo que conmocionó a la sociedad española. Sobre todo, si tenemos en cuenta que «medio millón de personas de toda Cataluña» acudieron a su entierro en Barcelona, según informó ABC.

La poca convicción con que se explicó el suceso y la escueta información que se dio a la opinión pública de la muerte dio origen a todo tipo de recelos y, por consiguiente, a las más diversas interpretaciones. Todo el incidente se envolvió en una atmósfera de confusión que creció aún más con los detalles contradictorios que se dieron. La versión admitida y más enérgicamente sostenida en aquellos años fue la del escritor y dirigente anarquista Ricardo Sanz , quien aseguró que la muerte había sido ocasionada por la bala de una ametralladora disparada desde el Hospital Clínico, ocupado en aquel momento por los nacionales. Una versión que parecía, desde todos los puntos de vista, la más razonable y acorde con las noticias de los periódicos.

«Enigma psicológico»

En su biografía sobre Durruti, el historiador Abel Paz explicaba que las versiones sobre su muerte pueden agruparse en tres direcciones: «La primera, que murió como un combatiente más ante los fascistas. La segunda, que fue víctima de uno de sus compañeros, porque evolucionaba hacia posiciones comunistas. La tercera, que fue víctima de la GPU [policía secreta soviética, llamada entonces NKVD]. A estos tres grupos podemos añadir un cuarto, el de la «vox-populi»: Durruti fue asesinado por la contrarrevolución, es decir, por el conjunto de fuerzas políticas que se esforzaban en hacer retornar a España al punto de partida del 18 de julio de 1936».

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El biógrafo añadía a continuación: «No se puede hacer un análisis de las diversas versiones sin tener en cuenta el clima político del momento. En esa situación conflictiva, una versión oficial de la muerte de Durruti que no fuese categórica, como que fue matado «por una bala enemiga», podía ser el detonante del enfrentamiento armado en el interior del campo antifascista. Y quizá fuera esta la principal razón de que se diera esta versión que, no siendo posiblemente la real, da pie a las contradicciones y abre el abanico de interrogantes que jamás aclararán lo que nos atrevemos a calificar como el «enigma psicológico de la revolución española»».

Días antes, la lucha en Madrid había alcanzado tintes épicos por ambas partes y una gran cantidad de víctimas. El 9 de noviembre, los franquistas habían llegado a orillas del Manzanares comandados por el general Carlos Asensio, que trataba de entrar en la capital. Tuvo que detenerse porque los tanques no podían ascender por las empinadas márgenes del río. La defensa republicana, por su parte, contaba con 12.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales y otros 12.000 españoles. El día 11, una compañía de Regulares de Tetuán enviada por Franco intenta penetrar en la Ciudad Universitaria, mientras se desarrollaban durísimos combates en el Parque del Oeste y el Puente de los Franceses, a menos de un kilómetro de allí.

Durruti, con su pareja, en una imagen antes de la Guerra Civil

Las circunstancias de la muerte

El historiador Joan Llarch contaba así su versión del momento crucial en ‘La muerte de Durruti’ , publicado por Plaza y Janés en 1973: «Eran las 4 de la tarde del 19 de noviembre de 1936. El nutrido tiroteo acabó por acallarse. No sonaba ni un disparo; poblaba el aire una oquedad llena de silencio de tarde de noviembre […]. Ni un hombre visible. Nadie. Todos escondidos con las armas empuñadas […]. De pronto, a lo lejos, saliendo del cercano Madrid en guerra, apareció un automóvil oscuro y grande. Cuando estaba llegando al pabellón de Odontología de la Ciudad Universitaria, se detuvo totalmente al descubierto, ofreciéndose como una diana. En una de las ventanas del Hospital Clínico, una ametralladora de las tropas nacionales había movido su cañón siguiendo al auto […]. Se abrieron las puertas del coche. Se apearon siete hombres y se reunieron en grupo fuera del vehículo. ¿Con qué objeto en lugar tan visible y peligroso? Quien manejaba la ametralladora no esperó más. Su dedo presionó el gatillo y disparó una breve ráfaga de plomo. Una de las figuras se desplomó».

La confusión se generó casi desde ese momento, cuando fue trasladado al Hotel Ritz, en el que los cirujanos se veían obligados a trabajar las 24 horas del día sin moverse de la sala de operaciones. El que atendió a Durruti se llamaba Manuel Bastos Ansart y recordaba así el momento en sus memorias – ‘De las guerras coloniales a la Guerra Civil’ (Ariel, 1969)–, sin mencionar el nombre de la víctima, probablemente por temor a revelar en plena dictadura que había atendido al famoso anarquista: «Los que lo rodeaban no se recataron en darme a entender que habían sido sus propios secuaces los causantes de la herida. Esta atravesaba horizontalmente la parte alta del abdomen y lesionaba importantes vísceras. Nada podía hacerse por el paciente, que estaba en su último aliento. Aún pude oírle las que seguramente fueron sus palabras postreras. Dijo, «ya se alejan», aludiendo a los aviones atacantes».

«Ansart debía sospechar que el asesino de Durruti era un miliciano a sus órdenes, porque así se lo dio a entender alguno de los que acechaban al moribundo», explica el mencionado Zavala en ‘Los expedientes secretos de la Guerra Civil’ (Espasa, 2016), donde añade: «El testimonio del cirujano dejaba en evidencia la falsa teoría de la bala fascista, la cual fue alimentada en todo momento por la propaganda comunista para jalear los ánimos de sus desmoralizados combatientes en la Ciudad Universitaria».

El mismísimo Pío Baroja recogía en sus memorias que había sido disparado «por alguno de los que iban en su tropa», y su nieta, Marta Durruti , señala desde hace unos años al sargento José Manzana: «Estaba en Barcelona y le pidieron que fuera a Madrid, que estaba recibiendo mucha presión del ejército de Franco. Él no quería, pero al final accedió. Estaba dentro de un coche con un comunista, el sargento Manzana, y otras personas. En un momento en que la columna retrocedía, él salió del coche y Manzana le disparó por la espalda. Lo sabemos porque vimos la chaqueta, que tenía el agujero en la espalda con todos los bordes quemaduras: le habían disparado a quemarropa. La cazadora la guardó Mimí [Emilienne Morin, su mujer]. Buenaventura murió en el acto, pero lo llevaron al hospital para que la gente no lo supiera y sus tropas no se rebelaran», contaba en el periódico ‘Directa en Cataluña’ en 2015.

Zavala subraya también el extraño cambio de planes de Durruti que le llevó hasta su fatal destino. En lugar de asistir a una reunión de militantes de la CNT, como tenía previsto, decidió precipitadamente acercarse en su propio coche al Hospital Clínico. Uno de sus subordinados, Antonio Bonilla , influyó decisivamente en ello, tras informarle de la vergonzosa retirada de los miembros de su Columna en aquel lugar. Llamaba la atención lo contado por este testigo en 1976 a la revista «Posible». En primer lugar, que la zona donde se apeó el líder anarquista estaba libre de fuego, por lo que no debería haber corrido peligro, y, en segundo, que él mismo no oyó ningún disparo, aunque estaba en otro coche a solo «veinte metros» de distancia.

Los testimonios posteriores de los hombres que acompañaban a Durruti cayeron en varias contradicciones. Bonilla aseguraba que partieron hacia Ciudad Universitaria «después de comer», llegando allí a «las cinco de la tarde», mientras que Julio Graves manifestó que eran «las dos y media». El conductor, Clemente Cuyás , aseguró por su parte que «la lluvia de balas arreciaba cada vez más», hasta el punto de que un grupo de milicianos comenzaron a huir cuando Durruti les ordenó que volviesen al frente. «¿Qué tenía eso que ver con la pasmosa tranquilidad descrita por Bonilla, sin el menor indicio de tiroteos en la zona?», se pregunta Zavala.

Hoy en día no son muchos los historiadores que defienden la autoría de alguno de sus propios subordinados, pero teorías de lo más dispares no faltan. Desde que pudo matarlo algún agente de Stalin, para quien los anarquistas eran tan odiosos o más que los fascistas, hasta el mencionado accidente. Esta última versión era sostenida por el chófer, que aseguró en 1993 que él y otros siete testigos del suceso juraron mantenerlo en secreto. No quisieron desmerecer al mito de uno de los líderes más carismáticos de la CNT: «Durruti estaba muy enojado con su centurión Bonilla por los destrozos en las vías, ya que creía que se cometía un sabotaje inútil a nuestros propios intereses. A media mañana, en Ciudad Universitaria, en un momento de la discusión, Bonilla alzó el fusil y golpeó la culata contra el estribo de nuestro coche. Entonces sonó un tiro y Durruti cayó redondo al suelo, herido mortalmente».

La viuda del líder anarquista siempre echó en falta una investigación exhaustiva por parte de la CNT, porque estaba convencida de que no fue un accidente, sino que alguien lo provocó. La cazadora de cuero de la víctima evidenciaba, según ella, que el disparo se produjo a unos «veinte centímetros de distancia». «Por eso nunca creí que fue un accidente, aunque nunca tuve otra versión que la oficial de la CNT», respondió ya en 1936 a las preguntas de un reportero. Cuando Joan March entrevistó al responsable médico de la Columna Durruti, el doctor Santamaría, este también afirmó que «el proyectil fue disparado a menos de 50 centímetros de distancia, probablemente a unos 35, según cálculo deducido por la intensidad de la impregnación de pólvora en la prenda».

Antes de morir, el mismo Bonilla acusó finalmente al sargento José Manzana del accidente: «La bala que hirió a Durruti salió del naranjero que portaba Manzana en su hombro. Tras salir del coche para hablar con los cinco jóvenes, Manzana abrió la portezuela del Packard para que Durruti volviera a entrar en el automóvil. Cuando se está encorvado para entrar, a Manzana se le deslizó el naranjero desde el hombro, dando en el estribo del coche y disparándose. De ahí que el chaquetón de Durruti resultara chamuscado por el fogonazo a corta distancia, entrándole la bala por debajo de la tetilla y rozándole el corazón».

Nunca desde entonces se ha podido confirmar al cien por cien cuál de estas versiones es cierta. «Durruti, aunque era de León, era como un Dios en Barcelona. Allí lo adoraban. Supongo que porque le pegaron un tiro en la espalda al ir a ayudar al frente de Madrid, casi sin entrar en batalla. Esa era la percepción que había, por eso sentó fatal. Fue un entierro multitudinario que afectó a la población de verdad, no era un sentimiento fingido», recordaba en ABC Cultural hace menos de tres años Juan Mariné, el director de fotografía fichado por Laya Films en 1936, que fue encargado de rodar el «multitudinario» entierro en Barcelona dos días de después de su muerte.

Origen: Quién miente en el asesinato de Durruti: el complot que señala a franquistas, anarquistas y comunistas

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