Segunda Guerra Mundial: Guerra sexual: las prostitutas enfermas que infectaron a los nazis con gonorrea y sífilis
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Un nuevo libro narra las desventuras de Virginia Hall, la espía que organizó una red de meretrices para contagiar a los germanos con todo tipo de ETS
Han pasado más de siete décadas desde que los aliados liberaron Berlín y dinamitaron el Tercer Reich. Sin embargo, eso no impide que la Segunda Guerra Mundial deje de sorprendernos con personajes tan olvidados como Virginia Hall; una espía británica con pata de palo que -tal y como desvela una nueva biografía sobre su vida- engañó a decenas de nazis para que mantuvieran relaciones sexuales con prostitutas que padecían sífilis y gonorrea. Ya lo dice el lema: todo vale en el amor y en la contienda.
Tal y como afirma el diario «Daily Mail» en su versión digital, la extravagante historia de Hall ha salido a la luz gracias a la periodista y biógrafa Sonia Purnell. Según recoge en su última obra («Una mujer sin importancia») esta mujer fue considerada durante años la espía «más peligrosa de todas» por la Gestapo y por el mismísimo jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring. Y no solo eso, sino que logró escabullirse de los servicios secretos germanos y sabotear trenes a pesar de contar con una pierna de madera.
Resistencia en Francia
Aunque se paseó por media Europa, Hall se hizo famosa por sus años en la Francia ocupada. En París, y ya como miembro del SOE (Special Operations Executive, el precursor del MI6) causó tales estragos que los alemanes colgaron carteles en los que ofrecían una suculenta recompensa a cambio de su captura. Göring, por ejemplo, la consideraba la espía más peligrosa del país y destinó una gran cantidad de recursos para capturarla.
Desde su base en Lyon, Hall fue una pieza clave de la Resistencia francesa. A sus 37 años, decidió atacar a los alemanes en los establecimientos que más visitaban: los burdeles galos. Lo hizo de varias formas. En primer lugar, convenció a muchas de las camareras para que introdujeran heroína en las copas de los invasores. Su finalidad era que se convirtieran en adictos y que, cuando estuvieran en primera línea, padecieran un severo síndrome de abstinencia que les impidiera combatir.
La segunda pata de su plan se hizo realidad gracias a las prostitutas y al doctor Jean Rousset, el ginecólogo encargado de certificar que las meretrices no sufrían enfermedades de transmisión sexual para los oficiales teutones. Este galeno dio el visto bueno a chicas que padecían sífilis o gonorrea para que infectaran a los soldados cuando mantuvieran relaciones con ellos. A su vez, ambos organizaron una clínica para ayudar a los miembros de la Resistencia que fueran heridos en combate.
Por si fuera poco, la ingeniosa espía también logró que un peluquero disfrazara a los soldados de la Resistencia y que, así, pudieran escapar de los nazis. Otro tanto hizo con los aviadores británicos que eran derribados y caían sobre territorio francés, a los que ayudaba a regresar a casa y proporcionaba cobijo y comida. Su dominio de los idiomas (francés, italiano y alemán) le facilitó mucho las cosas.
Pata de palo
Hall vivió todas estas aventuras con una dificultad añadida: una pierna amputada tras un trágico accidente de caza. Al parecer, durante su juventud la escopeta se le escapó de las manos y se disparó sola… sobre su pie izquierdo. Cuando llegó al hospital la gangrena se había extendido tanto que los médicos solo pudieron cortarle la extremidad por debajo de la rodilla y sustituirla por una pata de palo.
Nuestra protagonista se encontraba en París cuando estalló la guerra. Poco después se unió al servicio de ambulancias, aunque no tuvo más remedio que huir a Londres cuando los germanos conquistaron Francia. Allí fue reclutada por el SOE y entrenada en el arte del asesinato, las comunicaciones y el espionaje. Pronto fue enviada de nuevo a la vieja Europa bajo la tapadera de ser una reportera del New York Post.
Tras dar tumbos por medio mundo (Francia, el norte de África y España) regresó a París en 1944 para organizar a varios grupos de la Resistencia. El objetivo: atacar las redes de comunicaciones alemanas y volar puentes. Así, hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial. A la postre se casó con uno de los hombres con los que había combatido, Paul Goilott, y entró a formar de la CIA. Recibió la Cruz del Servicio Distinguido en 1945; el colofón a una vida tan intensa como llamativa.