Segunda Guerra Mundial – Khatyn, la sangrienta masacre en la que los nazis quemaron vivos a bebés y niños
Vladimir Katriuk, miembro de las SS y presunto perpetrador de este trágico episodio, ha muerto sin ser condenado
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Marzo, día 22 de 1943. En plena Segunda Guerra Mundial, una unidad de las temibles SS nazis (las tropas más ideologizadas de Adolf Hitler) llega al pequeño pueblo bielorruso de Khatyn. Su sed de venganza es insaciable, pues acaban de perder a uno de sus oficiales por el ataque de un grupo de soldados enemigos. Sin mediar palabra sacan a un pueblo entero de sus casas. Mujeres con bebés en sus brazos, niños, enfermos y hombres de todas las edades. Cegados por la ira, obligan a una buena parte de ellos a meterse en un cobertizo, que cierran a cal y canto y al que posteriormente prenden fuego. Es su cruel forma de reparar el agravio que acaban de sufrir y llevar, de paso, a 149 inocentes a la tumba.
Este cruel episodio de la Historia, que bien parece sacado de una película de ciencia ficción, sucedió realmente y vuelve a estar en boca de muchos afectados por la contienda. No es para menos pues, como bien han señalado varios diarios internacionales, la semana pasada dejó este mundo Vladimir Katriusk, un aparentemente inofensivo apicultor de 93 años que, en otra época, ayudó –presuntamente- a perpetrar la masacre de Khatyn. Conocido por ser el segundo criminal de guerra nazi más buscado por el centro Judío Simon Wiesenthal, su muerte ha indignado al mundo. No por el fallecimiento en sí, sino porque se había solicitado que se reabriera su caso para que fuese juzgado y condenado por sus crímenes.
La masacre que acabó con un pueblo
Tragedia y dolor. Ese es la aureola que, según el Memorial creado por el Ministerio de Cultura de Bielorrusia, cubre la ciudad de Khatyn. Pero… ¿qué hecho marcó a fuego esta región? Para entenderlo es necesario retroceder en el tiempo hasta marzo de 1943, en plena «Operación Barbarroja» (el plan de Hitler para invadir la Unión Soviética a gran escala y lograr arrebatar a Stalin los pozos de petróleo del Caúcaso.
En esas andaban los alemanes cuando, el 21 de ese mismo mes, una de sus unidades motorizadas de las SS fue atacada en una autopista cercana (aproximadamente a 6 kilómetros) del pueblo de Khatyn. Aquel fue un día trágico para los nazis, pues, en palabras del susodicho organismo gubernamental, perdieron a uno de sus oficiales más queridos.
La semilla del odio (un odio que ya se había materializado mediante múltiples matanzas de inocentes soviéticos a lo largo y ancho de la región) germinó entonces en estos combatientes. Decididos, marcharon hacia el pequeño pueblo de Khatyn ávidos de venganza. Sabían que los ciudadanos no eran culpables de lo sucedido, pero no les importó. En plena mañana, rodeador todas las casas de la zona y, una por una, fueron sacando a punta de fusil a los habitantes a la calle. Hombres, mujeres, enfermos, niños y bebés. No hubo piedad para nadie. Desde la familia Baranovski y sus nueve hijos, hasta los Yaskevich, cuya madre salió en brazos con su hijo de apenas un año.
Otros tuvieron menos suerte. Fue el caso de la joven Lena Yaskevich que, tras intentar huir, fue acribillada violentamente frente a los ojos asustados de sus padres. Tras este acto de violencia nadie se negó a hacer lo que los uniformados decían, por lo que varias decenas de habitantes (poco más de 150, según el Ministerio de Cultura de Bielorrusia) fueron obligados a entrar en un cobertizo. Todos se temían lo peor y, efectivamente, no fallaron en su juicio. Instantes después, los alemanes atrancaron la puerta, cubrieron el edificio de paja, derramaron gasolina y, sin dudarlo, prendieron fuego al lugar. «Mientras el cobertizo ardía se podía oír a los bebés llorando», determina la página Web dedicada la memoria de este suceso.
Pero lo peor estaba por llegar. Y es que, ante la fuerza y la desesperación de la gente, la casa terminó cediendo y los presos consiguieron escapar. Envuelto en llamas, eso sí. En ese momento los nazis, impertérritos, prepararon sus armas y asesinaron a la gran mayoría. Había 75 menores de edad entre ellos. Acto seguido, y tras acabar con todo aquel que se topó en su camino, redujeron el pueblo a cenizas en el sentido más literal de la frase. Por suerte, algunos pequeños sobrevivieron para poder contar esta tragedia que, en los años posteriores, sobrecogió al mundo entero.
Concretamente, solo lograron escapar de aquella matanza en el cobertizo dos niños. Fueron Viktor Zhelobkovich (de 7 años) y Anton Baranovski (de 12). Ambos habían entrado en el edificio, pero lograron salir cogidos de la mano de su madre. Sin embargo, su progenitora terminó falleciendo por un disparo alemán. En su último acto de bondad, esta cayó sobre el cuerpo de su pequeño, protegiéndole de aquellos asesinos. En menor, por su parte, tuvo que esperar durante horas con el cadáver de su madre encima hasta que los germanos abandonaron la posición.
De nazi, a amable apicultor
A pesar de que nunca se conoció la identidad de todos los alemanes presentes en aquel horrible suceso, siempre hubo un nombre que sobresalió por encima del resto: Vladimir Katriuk, un ucraniano que se encontraba el segundo en la lista de los criminales de guerra nazis más buscados y que falleció la semana pasada a los 93 años de edad. Su historia siempre trajo controversia, pues en su momento formó parte –presuntamente- del grupo de las Waffen SS que arribó y destruyó este pueblo. A su vez, se mantuvo a las órdenes del Reich hasta el final de la guerra y, en 1951, emigró a Canadá falsificando su documentación y su pasado para obtener la nacionalidad.
Los años fueron pasando para él y, curiosamente, este ucraniano se ganó la confianza del pueblo de Ormstown (al sur de Montreal), donde pasó sus últimos años. Así, hasta que, hace unas pocas semanas, el Centro Consultivo de Relaciones Judías e Israelíes solicitó al gobierno de Canadá que reabriese su caso. Pretendían demostrar que había asesinado a decenas de personas en Khatyn, algo que no se había logrado en 1999, cuando –en un juicio- no se encontraron pruebas contra él. Sin embargo, finalmente el anciano ha fallecido sin explicarse de nuevo ante un tribunal.