TODOS LOS ROSTROS: Iglesia, fascismo y represión
Memoria visual de los presos antifranquistas y de los represaliados por el fascismo y el franquismo en la España de la guerra civil y postguerra
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“El cura de Valderas (León), con su pistola al cinto, marcaba los objetivos a eliminar por las escuadras de la muerte de los sublevados. En los tres primeros días del golpe y con la colaboración del sacerdote, la represión en este pueblo se llevó por delante a unas 120 personas”.
“El cura de Zafra (Badajoz), Juan Galán Bermejo, alcanzó fama de sanguinario. Cuenta Peter Wyden en su libro “La guerra apasionada»: ”Luciano Zainos, de once años,con sus padres y cinco hermanos estaba entre el centenar de aterrorizados ciudadanos que buscaron refugio en el sótano de la catedral. Al asomarse para echar un vistazo, Luciano vio cómo los legionarios entraban al asalto pasando las gruesas puertas tachonadas de gruesos clavos, iban a la caza de presa oculta en la iglesia. Juan Galán Bermejo, que había sido el cura de Zafra (Badajoz) y ahora capellán de la 11ª bandera del 2º Regimiento, estaba entre los asaltantes. Descubrió a un miliciano escondido en un confesionario y lo mató con su pistola, no era ésta la primera de las ejecuciones privadas del padre Galán, que estaba orgulloso de todas. Pocos días más tarde, en el despacho del gobernador civil de Badajoz, Antonio Bahamonde, de la comandancia del general Queipo de LLano, le pidió al padre que le dejase ver la pistola que había usado en la catedral. Galán la mostró y dijo: «Aquí está. Esta pistola ha librado al mundo de más de un centenar de revolucionarios«. El cura de Zafra se encargó de marcar a quienes debían matar. A preguntas de Marcel Dany, de la Agencia Hava, el cura de Zafra respondía que“todavía no hemos tenido tiempo de legislar cómo y de qué manera será exterminado el marxismo en España; por eso, todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos. Y Dios, en su inmenso poder y sabiduría, los aplaudirá”. El cura Juan Galán siempre portaba una pistola de dotación sobre la sotana, y fue el ejecutor directo de unos 750 asesinatos”.
También en Badajoz, “el cura Isidro Lombas (o Lomba) Méndez participó en la represión, pues elaboraba las listas de quienes aún vivían y había que detener para llevarlos a la Plaza de Toros. Según puede leerse en un artículo de investigación de Alfredo Disfeito, Andreu García Ribera y Federico Pérez-Galdós publicado en el periódico EL OTRO PAÍS), “aquellas ejecuciones (decía Yagüe), eran gratamente presenciadas por respetables y ‘piadosas’ damas”, según escribió Martínez Bande en La marcha sobre Madrid; también aplaudían “los jovencitos de San Luis, eclesiásticos, virtuosos frailes y monjas de alba-toca”. “Las ametralladoras no paraban. Hasta tal punto que, varias veces, fueron reemplazados los tiradores. Entre los que nunca faltaban, el cura Isidro Lombas Méndez un gran cazador de rojos…”.
En Navarra, según se recoge en el libro “Navarra 1936. De la esperanza al Horror” editado por Altafaylla, “muchos de los que iban a ser fusilados eran llevados ante el párroco Antonio Ona para ser confesados. Uno de ellos, Julio Pérez , concejal de UGT, resultó malherido tras una penosa huida. Mientras estaba en el hospital, su madre, asidua al confesionario de Antonio Ona , intercedió ante su hijo aunque sólo obtuvo unas palabras que el párroco solía emplear en otros casos: «Mira hija, si lo matan ahora irá al cielo. Si no lo matan, volverá a la andadas y se condenará. ¿Qué mejor momento para morir que ahora que está confesado?». En ese mismo libro se cuenta cómo Ona partió al frente donde «anduvo luciendo pistola y uniforme de campaña«. Al poco tiempo fue nombrados canónigo de Pamplona y en 1956 ascendió a Obispo de Mondoñedo.
El que más tarde fuera obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, llevó a cabo la labor de confesor en la matanza de las Bardenas, según relata Galo Vierge en su obra Los culpables (Pamiela).
El cura de Obanos (Navarra), Santos Beguiristáin, participó activamente en la lucha contra los vecinos republicanos de Azagra y destacó por su afición a elaborar listas . Los fusilados (71) los catalogaba como «muertos por el peso de la justicia«.
También es reseñable la historia del entonces párroco de Egüés. Al parecer, por una mera razón de disputa personal (el médico prefería ir a misa a otro pueblo de al lado con cuyo párroco jugaba a cartas) delató a este profesional llegado de Bilbao. Comenzada la guerra un día vinieron a buscar al médico con una orden de detención. Ëste logró saber que detrás de la denuncia estaba el cura.
El cura Fermín Izurdiaga (Pamplona, 1905 -1981), sacerdote, poeta, orador y periodista, fue falangista y fundador de «Arriba España» y de «Jerarquía.Revista negra de la Falange». En su primer ejemplar quedaba claro el ideario del periódico: «¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la Patria!». Tras la Guerra Civil, el diario continuó como divulgador de las consignas del falangismo. Izurdiaga participó en muchos actos de exaltación fascista y era conocido por sus encendidas alocuciones
Un capellán castrense entró en los barrios obreros sevillanos de La Macarena con la columna de legionarios y falangistas “a sangre y fuego”. También el cura de Rociana (Huelva) insistía repetidamente para que se fusilara a más gente en su pueblo, porque las 200 que ya habían asesinado le parecían pocas. Existen además numerosos testimonios de curas disparando ametralladoras desde los tejados en el libro “Historias orales de la guerra civil” de Bullón de Mendoza, A. y de Diego, A.
Y tampoco debemos olvidar el papel que voluntariamente se asignaron a sí mismos muchos sacerdotes durante la represión de postguerra. Por ejemplo:
“En la cárcel franquista de la isla de San Simón, Galicia, un cura con su pistola al cinto se encargaba de administrar justicia y ésta no era divina precisamente”.
Más conocido fue el caso del cura del penal de Ocaña era conocido como el “cura verdugo” porque era el encargado de dar los tiros de gracia. Así puede leerse en los versos de Miguel Hernández, escritos a hurtadillas en 1941 la cárcel de Ocaña poco antes de que lo dejaran morir:
Muy de mañana, aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Llegó al pabellón de celdas,
Allí oímos sus pisadas
Y los cerrojos lanzaron
Agudos gritos de alarma.
“¡Valor, hijos míos,
que así Dios lo manda!”
Cobarde y cínico al tiempo
Tras los civiles se guarda,
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Los civiles temblorosos
Les ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.
Camino de Yepes van,
Gigantes de un pueblo heroico,
Camino de Yepes van.
Su vida ofrendan a España,
Una canción en los labios
Con la que besan la Patria.
El cura marcha detrás,
Ensuciando la mañana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Diecisiete disparos
Taladraron la mañana
Y fueron en nuestros pechos
Otras tantas puñaladas.
Los pájaros lugareños
Que sus plumas alisaban,
Se escondieron en los nidos
Suspendiendo su alborada.
La Luna lo veía y se tapaba
Por no fijar su mirada
En el libro, en la cruz
Y en la “star” ya descargada.
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
En los libros ”¡Alerta los pueblos!” y “España heroica”, escritos ambos por Vicente Rojo puede leerse: “…cuando los presos estaban “en capilla”, esperando su ejecución para la madrugada, un sacerdote, se acercaba a los condenados con el fin de confesarles, hacerles besar la Cruz de Cristo y señalarles que con toda justicia iban a ser ejecutados, pero que Dios, en su infinita bondad, les perdonaría en el otro mundo; esto para los que aceptaban tal “receta”; para los que se negaban a ello les esperaba una sutil venganza por parte del cura y del oficial del pelotón de ejecución; parece ser que informado dicho “mando” por el representante religioso de la negativa del reo a confesar, comulgar y arrepentirse de sus pecados, se ordenaba al pelotón de fusilamiento lo siguiente: “A ése, no le matéis de primera, dejármelo a mí para el tiro de gracia. Y así se hacia. Cuando el capitán ó teniente, bien cargadito de alcohol, se acercaba al reo, que había recibido varios disparos no mortales de necesidad, se le miraba con ojos de “justiciero” y se le decía estas últimas palabras: “ahora te voy a dar el tiro de gracia, pero viviendo, para que así te des cuenta de que te vas al otro mundo”.
El padre Vendrell, sacerdote jesuita, diría a los republicanos prisioneros que iban a ser fusilados de madrugada: «No tened miedo, porque los moritos tienen muy buena puntería y no os harán ningún daño», y agregaba con fervor: «Vosotros sí que sois bienaventurados, puesto que conocéis el momento exacto en que ha de veniros la muerte, y así podéis poneros en paz con Dios, que es lo único que debe importaros».
En el fichero http://es.geocities.com/gomez_urdanez/quel/pdfs/quelhist7.pdf puede leerse que “…los vencedores, que empezaban a desfilar, eufóricos, en camionetas, con uniformes y armas, eran bendecidos por algún cura de la comarca: en Quel fue muy activo el cura don Higinio Arpón, amigo del también sacerdote calagurritano Francisco Lajusticia, que vestía el uniforme de Falange, con pistola al cinto…“ “…las víctimas quedaban a la espera de que viniera la camioneta, la “camioneta de la muerte”, con hombres de Arnedo y otros pueblos –algunos tristemente famosos-, dispuestos a hacer el trabajo sucio: matar. Con ellos iba a veces ese cura de Calahorra, vestido con el uniforme de la Falange, el ya citado don Francisco… La Rioja Baja, como La Ribera navarra, se pobló de curas con pistola al cinto, boina colorada y actitudes extremadamente criminales….”.
El preso veterano Isaac Arenal Cardiel narra lo siguiente en su libro «95º Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores»: «Al capellán de la prisión [de Valdenoceda] le llamábamos «Palo Largo». Era un individuo de aspecto siniestro o por lo menos nosotros así le veíamos. Era en la «práctica» el director de la cárcel, pues allí se hacía lo que a él le venía en ganas y tenía una «lista negra»…..»Palo Largo» hizo el comentario «cuando tengan que salir en libertad condicional estos réprobos y masones van a saber quien soy yo». Este individuo tenía la potestad, ilegal a todas luces, pero consentida por el director de retener varias semanas o meses a los reclusos en el momento de comunicarles «su libertad». Tenían que pasar por él para ver como andaban de religiosidad».
Por último, vengo a reflejar aquí un extracto de las «Memorias» de Ernesto Sempere Villarrubia: «Uno de los episodios más duros que viví en el Penal ocurrió durante la llamada ‘comunión general’ del domingo de Resurrección de marzo de 1941 (tras la festividad de Semana Santa). Semanas antes, los jesuitas de Oña habían preguntado y obtenido los nombres de trece de los presos que podrían tener influencia sobre los demás en labores de captación. Y, entre los elegidos (médicos, ingenieros, un catedrático de instituto, etc.), me incluyeron a mí por no sé que ignorados méritos. En virtud de ello, tuve que soportar el asalto de varios jesuitas, empeñados en que “deberías dar ejemplo como católico; sabemos que lo eres”. Les confirmé mis creencias religiosas pero insistí en que hacía ocho meses que mi padre, republicano, idealista e inocente de delitos de sangre, había sido fusilado. Y yo los asociaba instintivamente con los asesinos. Ante sus protestas, yo porfiaba en mi razonamiento: “Ustedes no serán culpables, pero sus amigos sí.” Nada pudieron conseguir. No sólo no comulgué, si no que, en plena misa solemne y en la consagración, permanecí de pie con un numeroso grupo, mientras el resto de penados y autoridades se arrodillaban. Exteriorizábamos así nuestra protesta por tantos atropellos, por tanto dolor, por tantos muertos en el penal, por tanta ignominia. Aquel acto se tomó como sedición. Durante semanas, estuvimos sometidos al acoso de los responsables del Penal y el ambiente era muy tenso. Una noche, llamaron a formar al grupo llamado ‘Los 13 de la Fama’. Éramos los siguientes: Pablo Ávila Menoyo, Humberto Blanco Moreno, Manuel Castillo García-Negrete, Santiago De la Cruz Touchard, Luis Díaz Serrano, Angel Galarreta Maestre, Pedro Garrigos Sevilla, Juan Antonio Gaya Nuño, Juan José Genose Coronas, José Goicuría Ibarra, Antonio Moraleda Gutiérrez, Manuel Pons Quibus y Ernesto Sempere Villarrubia. La Guardia Civil se presentó en el penal. Nos ataron a todos los compañeros, unos a otros, con alambres. Nos metieron en un camión. Y el camión arrancó. En ese momento, estábamos seguros de que íbamos a ser fusilados..” (en represalia por no comulgar, fueron deportados a la Prisión Provincial de castigo de Las Palmas de Gran Canaria).
El padre Pérez del Pulgar, alma del franquista Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo, en una imagen propagandística
El Padre jesuita Martín Colom en misión evangelizadora en la Prisión Especial de regeneración y reforma de Calzada de Oropesa, Toledo, 1941.
Misa en la galería de la Prisión de mujeres de Segovia, en 1954
Mujeres presas en la prisión de Segovia
Procesión del Corpus en la cárcel de mujeres de Ventas de Madrid. 1939
Misa en la galería de la Cárcel Modelo de Barcelona. 1946
Esta imagen puede consultarse en el excelente trabajo «Cautivos» de Javier Rodrigo, Editorial Crítica, Barcelona 2005, con el siguiente pie de foto: «campo de de San Pedro de Cardeña [Burgos]. Celebración eucarística».
Misa en el interio de la Cárcel Modelo de Barcelona, con ocasión de la fiesta de La Merced, patrona de los presos. 24 septiembre de 1955
Un preso ante la Junta de Libertad Vigilada de la Cárcel Modelo de Barcelona. Dos monjas, un militar, un falangista, el director de la prisión y algún civil más le escrutan atentamente. 3 de abril de 1944