26 abril, 2024

Arde España: las 24 horas de la Guerra Civil que dividieron para siempre a la izquierda y la derecha

Montaje de un miliciano haciendo el símbolo de la hoz y el martillo comunista y un falangista haciendo el saludo fascista ABC
Montaje de un miliciano haciendo el símbolo de la hoz y el martillo comunista y un falangista haciendo el saludo fascista ABC

Todo comenzó con la llamada del presidente republicano Martínez Barrio al general Mola para intentar parar el golpe de Estado, mientras la insurrección se extendía por todo el país con desigual éxito según la provincia

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Lo cierto es que el término de ‘Guerra Civil’ no lo usaron por primera vez los españoles, sino los británicos en unos informes diplomáticos fechados el 28 de julio de 1936, diez días después de que se produjera el golpe de Estado: «Spanish Civil War», advertían. Era evidente que España se había dividido en dos mitades prácticamente iguales, enfrentadas por las armas durante los tres siguientes años e, ideológicamente, durante las siguientes décadas hasta prácticamente a día de hoy, con la memoria histórica presente en el debate político casi a diario.

Hace dos años, el académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas Javier Rupérez todavía reconocía en ‘La Tercera’ de ABC que pertenecía a «esa generación que despertó, creció y maduró bajo la persistente y casi bíblica maldición de las dos Españas». Una idea que persiste todavía hoy en los medios de comunicación, que se fue gestando en los años previos al conflicto, pero que quedó prácticamente consolidada en las primeras 24 o 48 horas de la Guerra Civil. «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón», que diría el poema de Antonio Machado cantado después por Joan Manuel Serrat

El jueves 16 de julio de 1936 se levantó primero en Marruecos una unidad de soldados regulares y, un día después, Franco dio el paso definitivo para consumar su traición al llegar a Tenerife a las 8.00 de la mañana para asistir al entierro del comandante militar Amado Balmes. Fue allí donde firmó el bando de guerra que se leyó en Melilla al anochecer del día 17. Lo más importante de los siguientes dos o tres días es que el conflicto comenzó con sorprendente equilibrio de recursos económicos y militares entre los dos bandos, que dio como resultado una España dividida en dos mitades prácticamente iguales.

Las cifras así lo demuestran, pues el balance tras la insurrección dejó bajo control republicano algo más de la mitad del país: 270.000 de los 505.000 kilómetros cuadrados, 22 de las 50 capitales y 14,5 millones de habitantes, lo que en aquel momento significaba un 60% de la población. El de la República, sin embargo, era el territorio con más desarrollo industrial, incluida la siderurgia vasca y la producción textil y química de Cataluña, pero también el que menos recursos agrarios y ganaderos poseía. Los rebeldes, por su parte, tenían algo menos de territorio (235.000 kilómetros cuadrados), algunas capitales más (28) y cuatro millones de habitantes menos a los que alimentar. Su estructura industrial, por contra, era más débil, pero a cambio disponían del grueso de los recursos alimenticios, con cifras tan significativas como el 75% de la leche, el 70% del ganado ovino y algo más del 60% del trigo y las patatas.

Fue una división casi ‘perfecta’ del país que iba a enfrentar a familiares y amigos y que el presidente repubicano Diego Martínez Barrio intentó evitar en una última llamada desesperada a Emilio Mola y el resto de generales golpistas en la madrugada del 18 de julio, pero fracasó y España saltó por los aires, sellando fisu futuro con sangre y fuego. «Ya no puedo volver atrás. Estoy a las órdenes de mi general, don Francisco Franco, y me debo a los bravos navarros que se han puesto a mi servicio. Si quisiera hacer otra cosa, me matarían. Claro que no es la muerte lo que me arredra, sino mi convicción. Es tarde, muy tarde», zanjó el militar.

Esta división llegó, también, al ámbito del cine y la cultura en general, a pesar de que «los profesionales que se dedicaban al séptimo arte no se caracterizaban por una militancia política muy activa, por lo que aquello les pilló desarbolados», explicaba a ABC, en 2016, el director y guionista ganador de dos Goyas y un Oso de Berlín, José Luis García Sánchez. Prueba de ello es que, poco antes de que estallara la Guerra Civil, Luis Buñuel ayudaba a José Luis Sáenz de Heredia a rodar una de sus primeras películas: ‘La hija de Juan Simón’. Un comunista convencido y el primo del fundador de Falange trabajando juntos y tan amigos en un drama musical.

Tras el 18 de julio, el séptimo arte también se dividió en dos grandes bandos: las dos Españas del cine. La franquista se quedó sin medios técnicos, puesto que los principales estudios y laboratorios se encontraban en Madrid y Barcelona, donde la insurrección había fracasado. En la republicana, por el contrario, escaseaba el capital. «De hecho, cuando estalla la guerra, el dueño de Cifesa, Manuel Casanova, se marcha a Sevilla con su dinero para abrir una delegación con la que apoyar la causa franquista y grabar documentales de propaganda», contaba también a este diario el profesor de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, Rafael Rodríguez Tranche.

El Cuartel de la Montaña en abril de 1939, tras la Guerra Civil, ya en ruinas ABC

Emilio Mola

La ronda de llamadas de Martínez Barrio duró apenas una hora, tras la cual presentó su dimisión y la sublevación siguió su curso en las diferentes provincias. En Canarias, por ejemplo, la rebelión triunfó sin apenas resistencia y las preocupaciones principales se centraron en Barcelona, por su peso económico y político; en Pamplona, porque allí se encontraba Mola, y en Andalucía, porque era la vía de entrada de las tropas africanistas a la Península. Todo transcurrió a una velocidad de vértigo a una velocidad de vértigo en aquellos primeros dos días de conflicto.

Pronto se tuvo noticias de la lucha en Málaga y del acuartelamiento de las tropas en Sevilla y Cádiz. Se conoció también el asesinato del jefe de la Guardia Civil en Navarra, el comandante José Rodríguez Medel, cuando intentaba contener al general Mola. Y el domingo 19, los madrileños amanecieron con el ruido de los primeros disparos y gritos de «¡Muerte a los cochinos fascistas!» en los alrededores del Cuartel de la Montaña, a menudo calificado como el primer lugar en el que se levantaron los golpistas.

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Joaquín Fanjul fue el encargado de dirigir el motín en este punto estratégico de la capital, junto a dos mil militares y quinientos civiles el sábado al mediodía, a los que se sumaron algunos afiliados a la Falange y simpatizantes monárquicos. Horas después, el general proclamó el estado de guerra en Madrid con las siguientes palabras: «Este movimiento tiende a librar a los obreros de la dictadura de los miembros que los rigen y que los están sumiendo en la mayor miseria […]. ¡El Ejército no os abandonará! ¡Viva España!».

Queipo de Llano, durante una de sus discursos desde Radio Sevilla ABC

Madrid y Andalucía: las dos caras

Sin embargo, el asalto del cuartel por parte de la República con dos mil guardias, dos batallones de voluntarios, dos regimientos de ferrocarriles y una sección de artillería con el apoyo de la aviación se saldó con 150 muertos según las cifras aportadas por la mayoría de historiadores, aunque alguna fuente haya elevado la cifra hasta los 900. Madrid, la plaza más importante, continuó siendo republicana, pero la rebelión se extendió igualmente a casi toda España. De las 53 guarniciones que integraban las ocho divisiones del Ejército, 44 protagonizaron algún tipo de insurgencia y crearon una fractura tan profunda que el golpe se convirtió en una guerra.

En Andalucía, en cambio, los sublevados triunfaron con facilidad, a pesar de que el asalto solo fue protagonizado por unas pocas guarniciones. En este sentido fue crucial la labor de Queipo de Llano en Sevilla y la escasez de tropas leales a la República en muchos pueblos. Prueba de esa escasa oposición al golpe fue el Regimiento de Ingenieros de la capital hispalense, que se negó a secundar el movimiento, pero también a sacar las tropas para combatirlo. Eso no impidió que fueran fusilados, ya que los conspiradores no aceptaban la neutralidad por respuesta. Es curioso, porque en el primero de sus famosos discursos por radio, Queipo defendió que «el movimiento no va contra la República, sino contra el Gobierno del Frente Popular».

Mola, igualmente, arrasó en Navarra con el apoyo de las milicias carlistas. En Pamplona, por ejemplo, donde acababan de terminar los sanfermines, sonó una diana similar a la que daba comienzo a los encierros y muchos jóvenes tradicionalistas salieron a la calle a destruir los símbolos republicanos. A la mañana siguiente, más de 300 dirigentes sindicales fueron detenidos por sorpresa y no hubo manera de organizar una resistencia. Mientras que en Aragón, los sublevados conquistaron rápidamente Huesca y Teruel, donde se desató una represión importante. Jaca fue la única localidad que protagonizó una importante respuesta civil, pero fue igualmente aplastada.

La España republicana

La siguiente división en levantarse fue la 7ª, con sede en Valladolid y con el general Andrés Saliquet, exgobernador civil de la dictadura de Primo de Rivera, al frente. Se presentó por sorpresa en el despacho del jefe republicano de la región, el exministro Nicolás Molero, y lo detuvo, además de matar a sus dos ayudantes sin mediar palabra. La Guardia Civil y la de Asalto se unieron de inmediato al levantamiento, al igual que los simpatizantes de Falange, y la débil oposición fue abatida sin dificultad, tal y como ocurrió también en Zamora, Salamanca, Ávila, Segovia, Cáceres, Vitoria, Toledo, Galicia y las islas Baleares.

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El primer balance parecía desolador para la República, pero lo cierto es que el triunfo del golpe en casi la mitad de España suponía que había fracasado en la otra mitad. Bajo control republicano quedaron dos grandes extensiones de territorio separadas. Por un lado, una franja estrecha en el norte cantábrico, que iba desde Asturias, excepto Oviedo, hasta el País Vasco. Por otro, una compacta región centro-oriental que se articulaba con el triángulo formado por Madrid, Barcelona y Valencia. Era una zona muy importante, pues incluía Cataluña y el resto de la costa mediterránea hasta Málaga, además de un área interior que iba desde Badajoz hasta Castilla-La Mancha.

La victoria de la República en estas zonas se produjo gracias a la acción robusta y leal de una parte del Ejército y de las fuerzas de seguridad, con el apoyo decisivo de las milicias obreras. El ejemplo más claro de esto fue Madrid y Cataluña. En esta última comunidad, el jefe de la 4ª División, el general Francisco Llano de la Encomienda, y el jefe de la Guardia Civil, el general Jesús Aranguren, resistieron juntos y bien organizados para detener las tímidas tentativas de insurrección que aparecieron el 19 de julio en Barcelona.

En Valencia sucedió algo parecido. El 20 de julio, tras haber hecho un seguimiento detallado de lo ocurrido en Madrid y Barcelona, el general de la 3ª División, Fernando Martínez Monje, se reunió con sus oficiales de confianza y resolvieron permanecer leales a la República por amplia mayoría. Esta determinación, junto al apoyo civil, decantó la balanza. Pero lo más importante de esta victoria es que empujó hacia la derrota el resto de intentos de rebelión en la costa mediterránea.

Imagen de la batalla del Ebro ABC

Balance

Lo más curioso en el resultado de todos estos enfrentamientos es que se puede encontrar un patrón. Según explica Pilar Mera Costas en ’18 de julio de 1936: El día que empezó la Guerra Civil’ (Taurus, 2021): «Ninguna ciudad de España se mantuvo en poder de la República sin la ayuda de, al menos, una parte de las fuerzas de orden público. Fue, por tanto, la decisión del grueso de las guarniciones militares de participar o no en la rebelión, o la posición de la Guardia Civil y de Asalto, lo que decantó la suerte de la rebelión».

En cualquier caso, lo que no parece cierto es la imagen romántica que se ha dado en ocasiones de la resistencia a la insurrección del 18 de julio de 1936, ni que la derrota o victoria de esta se puede medir en términos de valentía popular. Tampoco resulta fácil explicar por qué unos se sublevaron y otros permanecieron fieles a la Segunda República, ya que las causas son múltiples. Lo que nadie se imaginaba entonces es que aquella rebelión fuera a desembocar en una guerra de tres años y que provocaría medio millón de muertos, otro medio millón de exiliados y una dictadura de casi cuarenta años.

Origen: Arde España: las 24 horas de la Guerra Civil que dividieron para siempre a la izquierda y la derecha

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