Canibalismo y sacrificios humanos: las prácticas de Hispania que estremecían a las legiones romanas
Los autores clásicos recogieron aterrados cómo algunas tribus peninsulares asesinaban a civiles para adivinar el futuro y cómo preferían comerse unos a otros antes que rendirse
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Julio César fue tan explícito en sus textos como aguerrido al atravesar el Rubicón con su legión más leal para hacer estallar la República en dos millares de trozos. En ‘La guerra de las Galias‘, el dictador romano dejó sobre blanco una práctica que le asombraba de los guerreros hispanos. «Los que se ven aquejados de enfermedades graves o andan en continuas luchas y en peligro inmolan hombres como víctimas o hacen votos de inmolarse ellos mismos». La razón es que estaban convencidos de que «no hay modo alguno de aplacar a los dioses inmortales si no es ofreciendo la vida de un hombre por la de otro».
Esta tétrica práctica fue una de las muchas que estremecieron a las legiones romanas a lo largo de siglos. Desde la república hasta el imperio. Y es que, la herencia gala y semita de Hispania hacía que algunas de sus tribus recurrieran a sacrificios humanos y decapitaciones; prácticas abolidas por la Ciudad Eterna en el 97 A.C. Por vivirse, en la península se vivieron hasta episodios de canibalismo. Aunque, eso sí, en momentos extremos como el asedio de Numancia por Escipión Emiliano. «No les quedó más remedio. A los defensores se les habían acabado las provisiones y se negaban a capitular», afirma a ABC el escritor e investigador Juan Torres Zalba, autor de ‘Numantia. La ira de los Escipiones‘ (‘La Esfera de los libros’). Una obra que narra, de forma ágil y magnética, el asedio que mantuvo en jaque al Senado romano.
Cabezas y caballos
Son muchas las fuentes clásicas que hacen referencia a la decapitación ritual y militar en los alrededores de la Península Ibérica. Desde el historiador Diodoro de Sicilia hasta el geógrafo Estrabón. Los dos, nacidos en el siglo I A.C., hacen referencia a la costumbre celta de cortar la cabeza a los enemigos caídos en batalla y colgarla después de las crines de los jamelgos como trofeo. Aunque, en pos de la realidad histórica, ambos se basaron en las crónicas de Posidonio, quien había visitado la Galia en el 90 A.C. y había recopilado las diferentes prácticas de las tribus locales. Diodoro fue el más descriptivo:
«Cuando cae un enemigo, le cortan la cabeza y la atan alrededor del cuello de caballo. O bien, entregan sus despojos ensangrentados a sus sirvientes, se dedican a saquear entonando el peán y cantando el himno de la victoria y cuelgan en sus casas lo mejor del botín, como en algunas cacerías se hace con las fieras. Untan además con aceite de cedro las cabezas de los enemigos más señalados y las conservan cuidadosamente en una caja para luego mostrárselas a los huéspedes, orgullosos de que ninguno de sus antepasados ha consentido en darla por una gran cantidad de dinero. Se dice también que algunos de ellos se vanaglorian de que no aceptaron por la cabeza su peso en oro».
Con todo, la referencia más antigua sobre esta cruel práctica la aporta el historiador latino Tito Livio. Al hacer referencia a la batalla de Sentinum, acaecida en el 295 A.C., destaca que «los jinetes galos llevan las cabezas colgadas del pecho del caballo y clavadas en sus lanzas, mientras entonan los cánticos que acostumbran». El mismo autor insiste en que la tribu de los boios –ubicada en el centro de Europa– solía «llevar las cabezas cortadas y los despojos de los enemigos caídos» a los templos como ofrenda. «Luego que han limpiado cuidadosamente la cabeza, adornan el cráneo con oro, y esto les sirve de vaso sagrado con el que hacer las libaciones en sus solemnidades», explica.
Sacrificios en Hispania
Todas estas prácticas tuvieron su reflejo en la Península Ibérica. Cicerón, que poca presentación necesita, dejó escrito que «los sacrificios humanos tenían en Hispania el mismo carácter que en la Galia, donde eran muy frecuentes». Y, según afirma el Catedrático de Historia Antigua José María Blázquez Martínez en el dossier ‘Cabezas cortadas’, llevaba razón. En su trabajo, el experto recopila las diferentes fuentes clásicas que hacen referencia, de una forma u otra, a estos rituales. Así, narra que Publio Craso, procónsul de la provincia Ulterior del 96 al 94 A.C., quiso castigar a los jefes de los Bletonenses –en las afueras de Salamanca– por asesinar a seres humanos para ofrecérselos a los dioses. Solo escaparon del castigo porque desconocían que lo que hacían estaba prohibido.
Tampoco se quedó atrás Estrabón. En el libro tercero de su ‘Geografía’, el referido a la Península Ibérica, escribió que los lusitanos –pueblo al que pertenecía el incombustible Viriato– hacían sacrificios y examinaban las vísceras sin separarlas del cuerpo para adivinar, a través de ellas, el futuro. Las entrañas de los prisioneros eran cubiertas con ‘sagoi’, mantos especiales de lana para que el ‘hieroskópos’ o adivino hiciera una predicción después de que el cuerpo quedase inerte. Por último, amputaban «las manos derechas de los cautivos» para consagrarlas, orgullosos, a los dioses. Una práctica de la que se valieron también los pueblos celtas.
¿Por qué la mano derecha? El autor de ‘Numantia. La ira de los Escipiones‘ lo tiene claro: «Era la mano militar y política. Sin ella, la víctima no podía empuñar la espada ni combatir, no era nadie. También perdía la capacidad de chocar la mano para sellar un pacto. En la práctica, era la muerte en vida». Los ejemplos abundan, incluso entre los romanos. «El más claro se sucedió cuando Retógenes escapó del cerco de Escipión Emiliano en Numancia y arribó a Lutia para pedir ayuda. Unos 400 jóvenes aceptaron. El general de la República acudió raudo a la urbe, exigió que los voluntarios se entregaran y les cortó la mano derecha a todos. Fue un castigo ejemplar».
Pero los lusitanos fueron siempre los reyes de los sacrificios y las prácticas más turbias. El ejemplo más claro es que solían adivinar el futuro a golpe de vidas humanas, como explica Diodoro: «Tras elegir a un hombre como ofrenda, le golpean con la espada por encima del diafragma y, mientras cae, por la propia caída y por las convulsiones de sus miembros, así como por el flujo de la sangre, conocen el porvenir».
Los ejemplos de sacrificios humanos en Hispania se cuentan por decenas. En el funeral de Viriato, asesinado por sus propios generales, se sucedieron varios. Hasta tal punto llegaron a ser habituales, que César y Tiberio castigaban con pena de muerte a los padres que sacrificasen a sus hijos. «Tertuliano nos atestigua la existencia de sacrificios humanos en Cádiz durante el siglo segundo de la Era Cristiana. Necesariamente hemos de aceptar que se trata de la pervivencia de una remota tradición introducida bajo la colonización semita y fuertemente arraigada cuando se siguió haciendo bajo penas tan severas», desvela el historiador Víctor M. Guerrero Ayuso en ‘En torno a los sacrificios romanos en la Antigüedad’.
Canibalismo
El canibalismo también fue una práctica que conocieron los hispanos durante la invasión romana de la Península. El episodio más llamativo se sucedió en Numancia. Durante medio siglo, la resistencia a los soldados de la República fue férrea y sus victorias ante cónsules de la talla de Mancino escandalosas e hirientes. Fueron 52 años en los que Numancia se erigió en un bastión contra el enemigo y se transformó en un baluarte que minaba la moral de unos soldados que se sentían impotentes ante la determinación de aquellos a los que habían invadido. Sin embargo, en el 134 A.C. todo cambió gracias a Publio Cornelio Escipión Emiliano.
En lugar de atacar frontalmente, Escipión prefirió levantar un cerco para matar a la urbe de hambre. «Era una ciudad muy pequeña, con muy pocos recursos bélicos, y, aún así, tuvieron en jaque a Roma durante décadas. Fue un aguijonazo en el orgullo de la República. Escipión era lo mejor que tenían y acudió con entre 50.000 y 60.000 soldados. Pero confiaba tan poco en sus legionarios que hizo un cerco, una táctica bastante extraña en la época. Rehuyó el combate, no se arriesgó y, en un mes, ya tenía montada la empalizada, dos campamentos y siete fortines», explica Torres Zalba a ABC. Queda claro y cristalino que respetaba a sus enemigos.
Numantia. La ira de los Escipiones
- Editorial La Esfera
- Precio 25,90
- Páginas 840
Tras diez meses de asedio, el hambre doblegó a los defensores. «Apiano de Alejandría, el cronista principal de las guerras numantinas y de los últimos momentos de la ciudad, dejó escrito en su libro sobre las guerras de Iberia que, al final, se estaban muriendo de hambre», desvela el autor. En los textos se especifica que empezaron a comerse a los muertos y que incluso, cuando estos faltaron, dieron buena cuenta de los débiles. Su debilidad les impedía luchar «Era un momento de desesperación absoluta. Luego chuparon el cuero y los huesos de los caídos», sentencia. ¿Hasta qué punto puede calificarse de leyenda? En palabras del experto, «lo más posible es que sucediera».
El cronista Valerio Máximo fue más explícito: «Los numantinos, rodeados por Escipión con una empalizada y un terraplén, una vez que habían agotado todo cuanto podía saciar su hambre, comenzaron, como último recurso, a comer carne humana. Por eso, al ser tomada la ciudad, se descubrió que muchos llevaban aún en el regazo trozos y miembros de los cuerpos descuartizados».
Pero el de Numancia no fue el único episodio de canibalismo en Hispania. Casi medio siglo después se volvió a repetir la escena en Calahorra. «Fue entre el 72-73 A.C., cuando finalizaron las guerras sertorianas, una guerra civil entre romanos que arrastró también a los hispanos. El ejército pompeyano asedió la ciudad de Calahorra, los ciudadanos no se quisieron rendir y se dio la ‘Fames calagurritana‘. Prefirieron comerse unos a otros antes de capitular», añade el experto en declaraciones a este periódico.
Origen: Canibalismo y sacrificios humanos: las prácticas de Hispania que estremecían a las legiones romanas