4 diciembre, 2024

El misterio de la cabeza decapitada que originó la fiesta de San Fermín hace mil años

San Fermín, representado por José Ximénez Donoso ABC
San Fermín, representado por José Ximénez Donoso ABC

La celebración fue alumbrada sobre dos pilares: la devoción al santo tras la llegada de una reliquia desde Amiens, y las populares fiestas de ganado de Pamplona

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Ernest Hemingway, ese entrañable buscabroncas enamorado de España, definió en una misiva a un amigo su concepto de perfección: «Para mí, el paraíso sería una gran plaza de toros con dos asientos de barrera y un arroyo de truchas». Pero no le valía cualquier fiesta taurina; él se refería a los Sanfermines, ese anhelo que le llevó a regresar a la península a contar al mundo la Guerra Civil y que, estos días, se celebra en Pamplona al calor del ‘chupinazo’. La tradición, sin embargo, no data de 1939, sino de mucho antes. El origen último, de hecho, se halla en la cabeza decapitada de un religioso y las corridas de morlacos del siglo XIV. Casi nada.

Misterios varios

El primer pilar sobre el que se erige la fiesta es la vida del propio santo; una existencia rodeada de mitos, leyendas y tribulaciones. Las ‘Actas de San Fermín’, alumbradas hace mil años, sostienen que el germen de todo se halla en Pamplona, donde el padre de nuestro protagonista, un tal Firmo, se convirtió al cristianismo allá por el siglo III. Y con él, su chiquillo, Fermín. A partir de entonces, el pequeño siguió el camino de la religión de la mano de otro santo, Honesto, que había acudido a la península para extender la palabra de Dios. Su ascenso fue vertiginoso: se ordenó sacerdote a los 18 años y, a los 24, era ya el primer obispo de la ciudad.

O eso cuenta la leyenda. Porque la realidad es que existen una ristra de fuentes que ponen en duda desde su obispado, hasta su presunto viaje evangelizador por las Galias. Entre ellas, las ‘Actas sinceras nuevamente descubiertas de los santos Saturnino, Honesto y Fermín’, publicadas en el siglo XVIII. El doctor en Historia Miguel Carlos Vivancos sostiene en la biografía de este personaje elaborada para la Real Academia de la Historia que, al cumplir los 31 años, nuestro protagonista fue encarcelado por predicar el Evangelio y azotado por orden del gobernador Valerio. Aunque la fortuna quiso que escapara de sus garras y viajara hasta Amiens. Siempre, en palabras del experto, según la tradición popular.

Representación de San Fermín, un personaje rodeado de intrigas y enigmas ABC

La suerte tuvo su punto y final cuando los gobernadores Lóngulo y Sebastián le capturaron de nuevo y le hicieron pagar por su labor evangelizadora. El 25 de septiembre de un año imposible de determinar, Fermín fue decapitado de forma secreta en una prisión desconocida de Amiens, en Francia. Según los unos, porque se había trasladado allí para extender el cristianismo; y según otros tantos, porque era el obispo de la región. «Históricamente sólo es posible afirmar que a finales del siglo VIII se veneraba en Amiens a un obispo de nombre Fermín, del que se ignoraba incluso su condición de mártir o confesor. Para obviar problemas el personaje se desdobló en dos y fue el mártir quien alcanzó mayor veneración», explica Vivancos.

El regreso de la cabeza

Mil años después, en el siglo XII, aquellas supuestas reliquias del santo volvieron a cobrar importancia. Corría 1186 cuando Pedro de París, el obispo de Pamplona, recibió del prelado de Amiens un suculento regalo: la testa decapitada de San Fermín. El historiador decimonónico Francesch Carreras y Candi desgrana los pormenores de este curioso episodio en su ‘Geografía general del País Vasco – Navarro’: «La cabeza estaba puesta en una cruz de oro, que colocó en el pecho de la imagen de plata que se conserva en la Catedral, ordenando se celebrase su fiesta con mayor solemnidad y con doblados cantores, […] y dispuso que en dicho día se diera una comida extraordinaria a todo el cabildo».

Aquella fiesta no era baladí. De hecho, se ordenó que tuviera «el mismo rango que la de los apóstoles» y se celebró durante cuatro siglos el 10 de octubre, jornada en que había sido trasladada la cabeza del santo. En 1591, no obstante, la ciudad de Pamplona solicitó que la jornada festiva se cambiase al 7 de julio. Y de ahí proviene el San Fermín actual, tal y como explica el miembro de la Real Academia de la Historia y profesor de Historia del Arte Ricardo Fernández Gracia en la obra coral ‘La imagen visual de Navarra y sus gentes’. Desde entonces, al relicario se le ata un pañuelo rojo al cuello y es paseado por la urbe.

Pero lo más conocido de los Sanfermines no es la fiesta religiosa, sino los famosos encierros; esos 849 metros que, jornada tras jornada, a las ocho de la mañana, recorren cientos de jóvenes ataviados de prendas blanquirrojas frente a otros tantos morlacos. Tal y como se recoge en la obra ‘Teatro y fiesta coral religiosa’, esta práctica tiene su origen en la llamada ‘entrada‘ de la Edad Media. Una práctica en la que los pastores navarros llevaban a los toros de lidia hasta la plaza mayor. La noche previa a la corrida la pasaban en los ‘corralillos del gas‘ y, al amanecer, trasladaban a los animales corriendo frente a ellos para guiarlos. Y todo, por mera practicidad.

Aunque la historia no es tan simple. La expansión de los toros de San Fermín se sucedió por mil y una causas. Entre ellas, la popularización de una feria mercantil que duraba veinte días y que arrastró la organización de corridas desde el siglo XIV. «Dos siglos después, se añadió la celebración de San Fermín», explica Miguel Izu en ‘Sexo en sanfermines y otros mitos festivos’. Poco a poco, todas estas fiestas y tradiciones religiosas se fusionaron hasta engendrar un único ente. En 1591, conmemorar al patrón y el encierro se hizo en los mismos días. Y, con el tiempo, el encierro superó en auge a lo demás.

Cuatro siglos después, fue un solo autor el que ayudó a extender por el mundo los Sanfermines: el escritor y reportero Ernest Hemingway. El investigador y divulgador histórico José Luis Hernández Garvi, autor de obras como ‘La desaparición de Agatha Christie y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos’, afirma a ABC que este personaje llegó a España para contar la Guerra Civil más por amor que por trabajo. Quería a este país desde que, una década antes, visitara Pamplona y quedara prendado con las corridas de toros. «La fiesta constituye una especie de confirmación de que no solo el hombre, sino la humanidad toda, está enfrentada y emplazada con la muerte, igual que el torero ante el toro», escribió.

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