Cefalonia: El día que Hitler ordenó fusilar a 8.200 soldados de Mussolini: la masacre que EE.UU. ayudó a ocultar
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Apenas hay referencias sobre este oscuro episodio ocurrido en Grecia, en 1943, considerado como uno de los más injustamente olvidados de la Segunda Guerra Mundial
En la prensa española de la época tan solo encontramos una mención acerca de esta masacre perpetrada por las tropas de Hitler contra sus aliados fascistas en plena Segunda Guerra Mundial. La publicó el diario falangista « Duero» en el mismo momento en el que se producía. «En Cefalonia, los italianos de Pietro Badoglio fueron aniquilados por los soldados alemanes», decía el titular. Se refería al mariscal del ejército que había sustituido a Mussolini poco antes como presidente del Consejo de Ministros.
El periódico explicaba en una breve nota que la división Acqui estacionada en la isla griega se había negado a deponer las armas «después de la traición de su propio Gobierno». Los soldados consideraban que sus mandos en Roma les habían dejado abandonados a su suerte con los nazis avanzando sin piedad por todo el territorio heleno. Una matanza que el escritor Louis Bernières contó muy bien en « La mandolina del capitán Corelli», la novela donde reflejó con fidelidad la alteración de la vida en Cefalonia por parte de los soldados italianos y alemanes. Los primeros con una invasión que se podría calificar de guante blanco y los segundos, instaurando después la represión y el terror.
No hay prácticamente más referencias sobre este episodio que puede ser considerado como uno de los más injustamente olvidados de la Segunda Guerra Mundial. Toda la documentación relacionada con el aniquilamiento de esta división ya desarmada, a finales de septiembre de 1943, fue secuestrada por el gobierno de Estados Unidos durante la Guerra Fría y jamás publicada. Hasta 1980 ni siquiera existía un memorial para las víctimas de la guerra en la isla. El recuerdo de los miles de soldados ejecutados era difícil de encuadrar en una causa, puesto que no luchaban exactamente contra el fascismo ni por el fascismo, sino por su supervivencia. En 2003, la asociación de supervivientes y familiares de las víctimas de Cefalonia recordaron que, 70 años antes, «los alemanes asesinaron a casi doce mil de nuestros soldados, una tragedia que algunos oficiales alemanes siguen negando. Y a nosotros, ¿quién nos pide disculpas?».
El detonante de aquella venganza de los nazis contra sus socios fue el armisticio que los últimos firmaron con los aliados el 8 de setiembre 1943. Entre las condiciones que se establecieron estaba la obligación de no ayudar más al Ejército alemán, entregar a todos los prisioneros y regresar inmediatamente a Italia dejando allí a los alemanes. Como era de esperar, Hitler se tomó aquello como una traición a la causa fascista y respondió con la mayor crueldad contra sus aliados de la 33ª División Acqui.
Esta división había participado cuatro años antes en la campaña de Francia. Después había pasado por Albania y, más tarde, se había incorporado a la invasión de Grecia para establecerse finalmente en Cefalonia en mayo del 43. En total, 12.025 hombres, de los cuales 525 eran oficiales y 11.500 suboficiales y soldados. Contaban también con baterías costeras, lanchas torpederas, barcos de suministros y dos aviones de reconocimiento. Y al mando de todo, el general Antonio Gandin.
El general Carlo Vecchiarelli, comandante de todas las fuerzas italianas en Grecia, había ordenado a este que no atacara a los nazis y que no hiciera «causa común» con los partisanos griegos para enfrentarse a ellos ahora que ya habían capitulado. Unas directrices muy confusas si tenemos en cuenta que, por su parte, el presidente Badoglio había ordenado también a su Ejército que respondiera con contundencia ante cualquier amenaza de los alemanes. Nada parecía tener sentido en aquellos momentos de confusión.
La gota que colmó el vaso para aquella división se produjo cuando Gandin recibió la orden de enviar a Brindisi todas sus unidades navales, para cumplir con los términos del acuerdo firmado con Francia y el Reino Unido. Eso dejaba a las tropas de Cefalonia sin posibilidad de escapar ante cualquier ataque. Una situación a la que hay que sumar el hecho de que Badoglio, una vez derrocado Mussolini, cedió el mando del pequeño destacamento precisamente a los nazis para tener contentos a todos. Aquel movimiento sin sentido dio a los alemanes la justificación para tratar como traidores a todos los que desobedecieran sus órdenes.
Desarmar a los italianos
El teniente coronel al mando de ambas tropas de la isla fue desde entonces Johannes Barge. El 9 de septiembre este comunicó a Gandin que de momento no había recibido órdenes con respecto a ellos desde Berlín, pero estaba mintiendo. El Alto Mando de la Wehrmacht (OKW) —que en la práctica hacía la función del Ministerio de Guerra del Tercer Reich— había comunicado ya que debían desarmar a los italianos para evitar cualquier motín. Una orden que transmitió al día siguiente y tras la cual advirtió que, si se negaban, tenían la directriz de fusilarlos a todos.
El general Gandin se encontraba ante una gran disyuntiva: deponer las armas ante los nazis y dejar que se hicieran con todo el poder de Cefalonia o, por el contrario, negarse, combatir y afrontar las consecuencias. En su cabeza seguían rondando unas órdenes poco concretas y hasta contradictorias: evitar el enfrentamiento con sus exaliados y no colaborar con los partisanos griegos, pero contestar al mismo tiempo a cualquier agresión. ¿Qué debía hacer, sabiendo que ya no contaba con barcos para evacuar la isla?
La tarde del 11 de septiembre, Gandin recibió un comunicado de Barge donde le daba tres opciones: seguir combatiendo al lado de los alemanes, combatir contra los alemanes o entregar las armas. Aunque la mayoría de sus soldados no eran partidarios de enfrentarse a los nazis, el general italiano decidió seguir una última orden que le acababa de llegar por parte de Vecchiarelli: ni desarmarse ni unirse a los nazis.
La carta de Gandin
Tomada la decisión, el general Gandin envió una carta a los mandos alemanes tres días después, exigiendo que le enviaran una respuesta al día siguiente: «La división tiene el firme propósito de mantener sus armas y municiones y solo en el momento de embarcar hacia Italia entregaríamos la artillería. La misma división asegura, bajo palabra de honor y con garantías, que no volverá a las armas contra los alemanes. Si esto no es aceptado, la división prefiere combatir a ceder. Y yo, aunque con sumo dolor, renuncio definitivamente a tratar con la parte alemana porque soy la cabeza de mi división».
La consecuencia a esta misiva no se hizo esperar: el 15 de septiembre comenzó una cruenta batalla entre estos dos bandos hasta hace nada aliados. El primer movimiento lo hicieron los stukas de la Luftwaffe, que bombardearon las posiciones italianas y lanzaron folletos incitando a sus soldados italianos a abandonar las armas. Aún así, en un primer momento, Gandin consiguió imponer su superioridad numérica y hacer cerca de 500 prisioneros. Sin embargo, solo fue un espejismo.
Dos días más tarde desembarcaron en Cefalonia dos batallones de la División de Montaña de Harald von Hirschfeld, un cuerpo de élite que se había hecho famoso por la brutal represión perpetrada poco antes contra la población civil griega de Kommeno. La carta de Gandin, además, había causado un gran malestar a Hitler, que dictó la orden de ejecutar sumariamente a todos los oficiales italianos que se resistieran a deponer las armas. Un mandato que fue confirmado después por la OKW, que informó a sus tropas de que no hicieran prisioneros. Todos debían ser aniquilados.
El malestar de Hitler
El 18 de septiembre morían en combate los primeros 400 soldados italianos. Y el 21, otros 800. La supremacía de la aviación alemana era indiscutible y el general italiano, encima, no encontró respuesta por parte de sus jefes cuando pidió apoyo aéreo. Además, dos torpederas que iban de camino hacia la isla fueron obligadas a regresar por orden de los mandos aliados. Los soldados italianos de Cefalonia y Corfú estaban solos, abandonados a su suerte. Ni siquiera los efectivos del ELAS (Ejército Griego de Liberación) pudieron hacer nada para socorrer a los italianos.
Lo peor, sin embargo, estaba por llegar. Desde el mediodía del 21 de setiembre hasta el mediodía del 22, un total de 189 oficiales y más de 5.000 soldados fueron fusilados en diferentes puntos de la isla. Esa misma jornada, las tropas de Gandin se quedaron sin municiones y este no tuvo más remedio que ordenar a sus soldados la rendición. Una decisión que, a la mayoría de ellos, les supuso igualmente la muerte.
El 24 de septiembre fueron ejecutados otros 129 oficiales en San Teodoro, entre los que se encontraba el mismo Gandin. Al día siguiente, otros siete oficiales enfermos y heridos corrieron esa suerte en el hospital de campo donde se encontraban ingresados. Y la masacre se extendió luego a la mayoría de municipios de la isla: en Troianata fueron fusilados 631 prisioneros; en Frangata, 461; en Pharsa, 350; en Kuruklata, 300; en Valsamata, otros 300; en Prokopata, 148, y en Kardakata, 114 más.
Los nazis pusieron fin a la escabechina el 26 de septiembre con la ejecución de otros 600 soldados y 20 oficiales más en Corfú. En total, más de 8.200 combatientes fascistas pasados por las armas por orden del «Führer», a pesar de que se habían rendido y estaban indefensos. Tantos eran los cadáveres que, tras ser despojados de sus botas y el resto del equipo, fueron incinerados en grandes piras que extendieron el olor a carne quemada por toda la isla. En algunos casos, como el de Gandin y sus oficiales, sus cuerpos fueron embarcados y arrojados al mar lejos de la costa.
Cantando y rezando
En algunos pueblos como Frangata, las ametralladoras estuvieron disparando más de dos horas sin parar, regando de sangre las calles, los jardines e incluso el interior de algunas casas donde los vecinos habían alojado a italianos heridos. Muy pocos testimonios han llegado hasta nosotros de aquella atrocidad. Uno de ellos, el del capellán Romualdo Formato, asegura que lo acontecido allí se podía comparar con la persecución de los primeros cristianos en la antigua Roma. El sacerdote recordaba a los soldados esperando la muerte mientras cantaban y rezaban. Otro testimonio fue el de Alfred Richter, un soldado austríaco que reconoció la impotencia y repugnancia que sintieron él y otro compatriotas ante aquel exterminio en el que participaron.
Los cerca de 4.000 supervivientes no corrieron mejor suerte. Tras ser embarcados en tres buques para dirigirse al continente, estos se hundieron al chocar con minas en el Mar Jónico. Más de 3.000 murieron ahogados.
El único oficial alemán acusado de la matanza de Cefalonia fue el teniente general Hubert Lanz. Durante los juicios de Nuremberg, en 1945, alegó que él solo cumplía con las órdenes de Hitler de fusilar a todos los italianos por traición. Fue condenado a 12 años de prisión, pero únicamente cumplió tres. En 1951 ya estaba en libertad convertido en asesor militar del Partido Demócrata. Poco después de ese año fueron exhumados unos 3.000 cadáveres en Cefalonia, pero ningún responsable más fue juzgado.