Datos y argumentos que desmontan el tópico de que España condenó a América al subdesarrollo
Los mitos de la Leyenda Negra sustentaron el mito de la inferioridad de los mexicanos y sirvieron, en su día, para justificar la ampliación de la frontera de EE.UU.
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Para explicar la abrumadora derrota de México contra el estado independiente de Texas en la batalla de San Jacinto (1836) la tradición afirma que los soldados hispanoamericanos estaban echándose la siesta y no advirtieron al enemigo hasta que lo tuvieran encima. Y, ciertamente, las crónicas militares y las contradicciones en el diario del presidente y comandante mexicano Santa Anna demuestran sin lugar a dudas que, al menos en este caso, el Ejército mexicano actuó con indisciplina. Lo de la siesta ya resulta más dudoso…
El tópico del mexicano, véase hispanoamericano en general, ocioso, indisciplinado, impuntual y tan obeso que no piensa con fluidez, forma parte de la constelación de prejuicios raciales que algunos pueblos aceptan con más o menos gracia. A cambio de reconocer que al menos son gente más feliz, dicharachera y bondadosa que otras razas, los hispanoamericanos asumen como algo pintoresco las afirmaciones sobre su lentitud y su dejadez, aunque estén basadas en creencias gravemente falsas.
¿Los vicios europeos?
Todavía hoy algunos historiadores, políticos e intelectuales emplean estos tópicos para justificar el retraso económico que vive la región iberoamericana respecto al gigante estadounidense. En 1983, Henry Kissinger vinculó en un informe del senado estadounidense las carencias democráticas de varios países hispanos con la tradición española, lo que motivó una protesta, más bien tímida, del Ministerio de Asuntos Exteriores español. El propio presidente de México, López Obrador, ha negado en reiteradas declaraciones que el origen de la corrupción crónica de su país se debe a la cultura nacional, «algo absurdo y ofensivo», sino que para ver «cómo empieza» hay que remontarse a la misma llegada de Hernán Cortés. España, y solo España, es responsable de todos los males de México según estas tesis.
Los tópicos de la Leyenda Negra, aún vigentes en ciertas corrientes intelectuales y en tics inconscientes del lenguaje y el pensamiento, sustentaron el mito de la inferioridad de los mexicanos y sirvieron, en su día, para justificar la ampliación de la frontera de EE.UU. a costa de los territorios españoles. Durante la guerra hispanoestadounidense de 1898, EE.UU. necesitó convencer a la opinión pública de su país de que, lejos de actuar como una potencia agresora, lo hacían como protectora de las víctimas cubanas y contra un país históricamente malvado. Todo ello a pesar de que fueron los norteamericanos los que bloquearon navalmente Cuba y quienes enviaron buques de guerra como el USS Maine, hundido en La Habana por un accidente, con el único propósito de intimidar a España.
«El resultado fue que una gran oscuridad cubrió España, atravesada por ninguna estrella e iluminada por ningún sol naciente»
«Nada quedaba más que los españoles; es decir, indolencia, orgullo, crueldad y superstición infinita. Así España destruyó toda la libertad de pensamiento a través de la inquisición, y durante muchos años el cielo estuvo lívido con las llamas del auto de fe; España estaba ocupada llevando leña a los pies de la filosofía, ocupada quemando a gente por pensar, por investigar, por expresar opiniones honestas. El resultado fue que una gran oscuridad cubrió España, atravesada por ninguna estrella e iluminada por ningún sol naciente», expuso el político norteamericano Robert Green Ingersoll en los años previos a la Guerra de Cuba.
La fobia anglosajona contra lo español fue asumida por EE.UU. con todas sus mentiras, de modo que México, Perú y las repúblicas herederas estaban infectadas de los peores vicios de Europa y podían ser intervenidas con espíritu civilizador. Su menor desarrollo respecto a las potencias anglosajonas del norte parecía darles la razón.
No obstante, culpar dos siglos después al Imperio español de lo que le ocurrió a sus herederos tras su desaparición es como responsabilizar a los romanos porque su caída sumió a Europa en el caos. La historia ha demostrado que cuando faltan estados fuertes, capaces de crear prosperidad y fomentar el comercio, esto es, la asociación entre regiones y la creación de puentes y caminos, se sucede un periodo de inseguridad, de fragmentación y de lucha hasta que vuelve a ponerse todo en orden. Que Iberoamérica siga aún hoy inmersa en esa desunión, jaleada por los movimientos indigenistas y el enfrentamiento ideológico, tiene poco que ver con un imperio que creó caminos, hospitales, puentes, universidades y fundó ciudades a un ritmo desconocido desde tiempos de la Antigua Roma.
De la cumbre al suelo del continente
En tiempos previos a la independencia, los territorios hispanos en América gozaban de mayor pujanza que los del norte. Hacia 1800, solo la ciudad de México albergaba a 137.000 almas, cuatro veces más que Boston y más grande que la suma de Nueva York y Filadelfia. El país contaba en ese momento con los recursos económicos, demográficos y culturales necesarios para alzarse como una gran nación, incluida una red de caminos que los estadounidenses emplearon en su contra durante las sucesivas guerras.
Desde la capital de Nueva España, que no tenía rival ni en el terreno cultural ni el científico en todo el continente, se administraba un territorio gigantesco y rico que iba de Panamá a California y de Florida a Filipinas. La arquitectura barroca de la urbe, conexión entre tres continentes, no admitía comparación. Cuando el viajero prusiano Alexander von Humboldt pisó sus calles en 1799, no le quedaron dudas de que algún día sería un rival íntimo de EE.UU.
Así lo entendieron también los vecinos del norte, que desde el primer día de la independencia de México trabajaron para fomentar la inestabilidad del país. Con el desmantelamiento de la estructura imperial, los nuevos líderes mexicanos, que se presentaron como herederos del pueblo azteca y no del virreinato español, no supieron mantener unido un estado que ocupaba una superficie catorce veces más grande que la España actual y veintitrés veces el Imperio azteca.
El gran beneficiado de ese caos fue obviamente EE.UU., que obtuvo el 40% del territorio soberano de México por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). Porque ya lo dice la frase hecha, «pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de USA». El nuevo imperio hegemónico se encargó de culpar a la esencia española de México de su propia desgracia en base a argumento religiosos y raciales hoy completamente superados.
Ni la raza ni ser de una religión concreta sirven habitualmente para explicar el retraso de una región respecto a otra. Buen ejemplo de ello es que el norte de Italia es mil veces más rico que el sur y, sin embargo, igual de católico. O que el estado alemán de Baviera, de mayoría católica, es hoy una de las regiones más ricas de Europa. En la propia Hispanoamérica, no todos los países gestionaron igual de mal el desorden que siguió a la caída del Imperio español. Argentina consiguió ser a finales del siglo XIX una de las economías más potentes del mundo y hasta ocupó el puesto número uno en el ranking de PBI per cápita en los años 1895 y 1896.
Origen: Datos y argumentos que desmontan el tópico de que España condenó a América al subdesarrollo