28 marzo, 2024

El crimen, también, fue en Álora (Málaga)

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El crimen, también, fue en Álora (Málaga)

En 2022 se retomarán los trabajos para tratar de encontrar la gran fosa común del castillo de la localidad malagueña, en la que yacen casi 200 víctimas de la represión franquista, entre ellas las 64 fusiladas de la ominosa “Noche de los sesenta” del 5 de Abril de 1937.

El crimen, también, fue en Álora (Málaga)
Fernando Llorente Arrebola

“Han de ser ejecutados en las primeras horas del día de mañana”, así reza la disposición que el juzgado militar de las fuerzas sublevadas contra el gobierno legítimo de la República emitía el 4 de Abril de 1937 y hacía llegar al mando local de Álora, refiriéndose a los 63 hombres y una mujer encarcelados en la localidad.

Y así, con esa sórdida nocturnidad alevosa de una luna menguante avergonzada se perpetró el crimen, “mil panderos de cristal herían la madrugada”: antes del amanecer las 64 personas encarceladas, de las que un tercio ni siquiera habían sido juzgadas (suponiendo que podamos considerar justicia a esos simulacros sumarísimos sin garantía, ni legitimidad alguna), fueron conducidos desde la cárcel, calle arriba, al patio de armas del histórico Castillo de Álora, dónde fueron fusiladas; “esa noche la sangre corría por las escaleras abajo” dicen las que recuerdan o recordaban. Sus restos fueron enterrados precipitadamente en una fosa común en el propio patio de armas que hoy se denomina “Patio de los Limones”, por los limoneros que alguien plantó y que crecen sobre los restos de los asesinados en esa Noche de los sesenta y en las otras horribles noches de sangre y plomo que dejaron en torno a 196 víctimas mortales sólo en la localidad de Álora, casi dos centenares de asesinados que dan buena muestra de la feroz represión que el franquismo desató contra el campesinado andaluz (y extremeño, y manchego, y aragonés, y…).

El movimiento ciudadano atado a la memoria histórica es el soporte vital de un territorio a la vanguardia de las políticas pero donde “queda mucho trabajo”. La proximidad de las elecciones autonómicas revuelve el paño de los temas candentes dejando a la reparación memorialista en un discreto segundo plano.

“Así mismo certifico que los mencionados reos fallecieron a consecuencia de las heridas de arma de fuego que presentaban en la masa cerebral y en el corazón” firma con aséptica crueldad Sergio Gómez Ortega, médico titular del ayuntamiento de Álora por aquel entonces, y es que efectivamente los asesinos apuntaban al mismísimo corazón del sueño y al luminoso cerebro de la esperanza. Sueños y esperanzas populares de un mundo nuevo, menos desigual, con más libertad, sueños de esperanza que habían prendido como un fuego fértil entre los campesinos y campesinas pobres de Andalucía.

De las 64 víctimas de aquella noche dos eran electricistas, una era oficial del ayuntamiento, también había un albañil, un zapatero, un ferroviario y un solo miliciano, los otros 57 eran campesinos sin tierra, denominados “del campo”, tal y como reza en los documentos del Juzgado Togado de Málaga, del Registro Civil y de la propia prisión de Álora. Números que ilustran la componente de venganza de clase que tuvo la represión: las élites rurales que seguían ancladas moral y materialmente en el feudalismo, y que habían sentido temor ante los vientos de libertad que germinaron en el pueblo, se adhirieron en masa al golpismo fascista y lanzaron una auténtica operación de exterminio y venganza contra los “del campo”, contra los hijos e hijas de la tierra, contra los indígenas, contra los muertos de hambre, contra los desposeídos, contra los nadie y sus sueños libertarios.

85 años después los restos mortales de estas víctimas siguen ahí, en silencio, esperando que alguien cuente sus historias. 85 años después sus familias siguen esperando memoria, justicia y reparación, e incluso la recuperación de los bienes que les fueron incautados y que contribuyeron al ilícito y vergonzoso enriquecimiento de tantos franquistas

85 años después los restos mortales de estas víctimas siguen ahí, en silencio, esperando que alguien cuente sus historias. 85 años después sus familias siguen esperando memoria, justicia y reparación, e incluso la recuperación de los bienes que les fueron incautados y que contribuyeron al ilícito y vergonzoso enriquecimiento de tantos franquistas que hicieron su particular botín de guerra a base de dolor y oprobio imprescriptibles e imperdonables.

No sólo fue una venganza de clase, fue así mismo un intento de enterrar las historias, las palabras y los relatos que habían tejido un horizonte de esperanza e igualdad entre el campesinado andaluz. Fue un intento cruento pero vano: las casi 200 personas arrojadas al olvido y al silencio del Patio de los Limones, aún asesinadas hace tantas décadas, siguen haciendo historia, siguen constituyendo una parte importante de la historia triste de nuestro país, siguen viviendo en las historias de los linajes familiares de los supervivientes, y por lo tanto siguen absolutamente presentes porque los desaparecidos nunca se van. Porque “la muerte, con ser la muerte, no deshojó su sonrisa” escribía el poeta asesinado 7 meses antes en la vecina provincia de Granada a propósito del fusilamiento, también un siglo antes, de Torrijos, también en Málaga, “la bravía”.

Andalucía tiene más desaparecidos que los provocados por la dictadura de Videla en Argentina y multiplica los números del régimen de Pinochet en Chile.

Los muertos matados, las personas desaparecidas de un país que ostenta el ominoso récord mundial de ser el que más desaparecidos tiene después de Camboya, nos susurran a los vivos de hoy relatos de ausencias, narraciones de desarraigos, historias de dolor compartido y de rabia de clase contra un país que trató a las de abajo, a las “del campo”, peor que a animales. Historias que en Málaga se amontonan por las cunetas, en las casi 80 fosas comunes dispersas por la provincia, en el recuerdo de La Desbandá: ese brutal bombardeo por tierra, mar y aire contra la población civil desarmada que en febrero del 37 huía de la capital malagueña por la carretera de la costa que va hacia Almería. La Desbandá fue un perverso y premeditado crimen de guerra que dejó entre 3.000 y 5.000 víctimas mortales, en su mayoría ancianos, mujeres y niños, en lo que sólo puede calificarse como auténtico genocidio. “Ahora monta cruz de fuego, carretera de la muerte”. Una ordalía que no alcanzó la fama del bombardeo de Gernika o del sitio a Madrid, entre otras cosas por el vergonzoso y también imperdonable abandono que padeció la población malagueña por parte del gobierno republicano de Madrid, una población que se quedó sola en el mundo, abandonada a merced de la bestialidad de las tropas fascistas italianas y de los regulares marroquíes, al mando del sanguinario Queipo de Llano.

No sólo fue una venganza de clase, fue así mismo un intento de enterrar las historias, las palabras y los relatos que habían tejido un horizonte de esperanza e igualdad entre el campesinado andaluz

Pero las palabras del pueblo, al igual que las de sus poetas, ni a plomo y sangre pueden ser del todo erradicadas, siempre dejan semillas esparcidas, siempre hay quién las recoge y las vuelve a sembrar, siempre hay quien relata e hilvana las hebras con las que se teje la esperanza, siempre hay quien recuerda, quien relee los versos y reconstruye las historias, con sus duelos, con sus esperanzas, y con todos los deseos de vida buena y digna. La memoria está siempre cargada de futuro.

Historias como la de Pepe Florido Lobato que a sus 85 años aún está a la espera, y en la esperanza, de recuperar los restos de su padre Cristóbal Florido Hidalgo que fue asesinado en esa infausta madrugada del 5 de Abril de 1937, cuando él tenía sólo siete meses de edad. Pepe cuenta a El Salto que su padre estaba afiliado a la CNT, “pero últimamente estaba con los socialistas”. A Cristóbal le detienen un mes antes de su ejecución porque le denuncia un compañero suyo, concretamente Antonio “Remamao”. Durante el mes de cautiverio la madre de Pepe, María Lobato, le lleva todos los días comida a la cárcel, pero el 4 de Abril le dicen que a su marido se lo han llevado a la capital malagueña, aunque lo cierto es que Cristóbal y los otros 63 reos fueron conducidos de la cárcel al castillo, dónde fueron acribillados por las balas y enterrados apresuradamente… “Esa noche la sangre corría por las escaleras abajo”.

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Pepe Florido Lobato en el Patio de los Limones, del castillo de Álora. Fotografía: Luis Corres.

Pepe nos relata cómo él, hasta cumplidos los 15 años, no sabía nada de la historia de su padre: “no querían que los niños nos enterásemos de estas barbaridades”; a esa edad le cuenta lo acontecido su madre y, sobre todo, su abuela, “la segunda pasionaria” la llama con orgullo. Es la abuela la que se encarga mayormente de sus cuidados y educación porque la madre al quedar viuda ha de trabajar muy duramente de sol a sol para sostener al clan, en unos momentos históricos tremendos para el campesinado sin tierra que fue castigado por el franquismo, primero a fuego y luego a hambre. Pepe nos lo ilustra así: “con cinco años iba por los cortijos para que me dieran un trocito de pan, porque no teníamos de , en un cortijo una vez me echaron un perro que me mordió…”, y nos enseña la cicatriz de la mordedura. Durante los trabajos arqueológicos, que desde el año 2017 se han realizado en el castillo para tratar de localizar los restos de los represaliados, Pepe a sus más de 80 años ha subido todos los días a ver el avance de los trabajos en la esperanza de encontrar “los huesos de su padre, ya que su madre y su abuela no los pudieron ver”.

Pepe nos relata como él, hasta cumplidos los 15 años, no sabía nada de la historia de su padre: “no querían que los niños nos enterásemos de estas barbaridades”; a esa edad le cuenta lo acontecido su madre y, sobre todo, su abuela

Las penas y las alegrías del pueblo nunca vienen solas, en común se vive abajo y en común se construyen los relatos que fluyen en paralelo, hermanados, para desembocar en el gran río de la Historia. Cuenta Pepe que su padre compartió celda con Andrés Franco Sánchez, también de la CNT, y afirma, quizá presintiendo, sabiendo o soñando (y es que la historia también se compone con sueños, no todo iban a ser pesadillas) que su padre y Andrés Franco yacen juntos uno al lado del otro y van a aparecer juntos, “y las manos del hombre no tienen más sentido/ que imitar a las raíces bajo tierra”.

La madrileña Susana Cintado Franco es la nieta de Andrés Franco, el compañero de sindicato, celda y tumba de Cristóbal, pero no supo nada de él hasta la edad adulta. La versión oficial del paradero de su abuelo era que se había marchado a Francia en los convulsos años de la guerra y allí se había casado con una francesa, pero uno de los hermanos de Inés Franco, la madre de Susana, siempre negó ese relato y le pide a su sobrina que investigue el paradero del abuelo, porque él sabe que Andrés fue asesinado pero no hay papeles que lo demuestren, y Susana le promete que no va cejar hasta saber la verdad.

Así, hace más de una década, comienza a investigar poniéndose en contacto con el Foro por la Memoria de Málaga, que le comunica que el nombre de su abuelo está en la lista de los asesinados en la Noche de los 60. “Me fui a Álora a buscar los documentos que demuestran el destino fatal de mi abuelo, el Foro me proporcionó documentos, también el constructor al que se encargó el derribo de la cárcel recogió parte de la documentación de la época, que fue mandada a la basura por los responsables políticos presuntamente democráticos para que se pierda todo vestigio de la memoria,… y ahí estaban los documentos: los del tiempo que estuvo mi abuelo en la cárcel, desde el 19 de febrero al 4 de abril, y los de la conducción al castillo para ser fusilado. También encuentro la sentencia de muerte a mi abuelo por robar naranjas para mandarlas al frente de guerra y la certificación forense de la muerte”. Lo ratifica el documento judicial de la indagatoria que se abre contra Andrés: “El denunciado declara que perteneció a la Columna Ascaso próximamente (sic) tres meses, que una sola vez fué (sic) a por naranjas a la huerta según orden del Comité; que estuvo afiliado anteriormente a la C.N.T. y que no tiene más que decir”, y por estos “delitos” Andrés fue condenado a muerte. En Madrid, Susana acude al ministerio de Hacienda a solicitar la pequeña prestación a la que su madre tiene derecho por ser víctima de la represión golpista, y pese a todas las dificultades y obstáculos que le pone un funcionario “franquista” consigue el reconocimiento de que su abuelo fue un miliciano fusilado. “También le prometí a mi tío que conseguiría sacar los huesos de mi abuelo y enterrarlo dignamente, pero no lo he conseguido y mi tío ya ha muerto”.

Durante los trabajos arqueológicos, que desde el año 2017 se han realizado en el Castillo para tratar de localizar los restos de los represaliados, Pepe a sus más de 80 años ha subido todos los días a ver el avance de los trabajos

Andrés Franco Sánchez era viudo y padre de dos niños y una niña; su esposa María Arjona había muerto 2 años antes, como se moría en las clases bajas andaluzas de la época: por no tener acceso a la más sencilla atención médica. Inés, la niña que quedó huérfana de madre a los tres años y luego le asesinaron al padre cuando sólo tenía 5, recuerda que su padre cuando vinieron a prenderle imploraba “por favor no me llevéis que tengo tres niños pequeños y soy viudo”, pero fue en vano.

El oprobio no termina con el fusilamiento en esa noche en que la sangre corría por la escaleras abajo: los dos niños huérfanos son enviados a la inclusa de Málaga y a la niña Inés se la queda el juez Manuel Carrión Bracho, que paradójica y dolosamente era el juez que pudo haber salvado la vida de Andrés. Además de quedarse con la niña Inés, el juez también se apropia de la casa de la familia Franco en la calle Rosales número 26 de Álora y de una tierra familiar en el vecino pueblo de Pizarra. “La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises/ los ricos dan a sus queridas pequeños moribundos iluminados”.

En el centro de la imagen, Inés, hija del asesinado Andrés Franco Sánchez, durante la celebración de uno de los homenajes a los fusilados en el castillo. Imagen: Foro por la Memoria de Málaga.
Inés se cría en la familia del juez franquista que no podía tener hijos y que sí pudo salvar a su padre, pero no es reconocida como hija adoptiva hasta cumplir la mayoría de edad, 21 en aquella época. Cómo en esta historia la sordidez del horror no tiene límite, “que no hay cáliz que la contenga/ que no hay golondrinas que se la beban”, al enviudar el juez, éste ¡le pide matrimonio a su ahijada Inés! y ésta, por supuesto, rechaza la descabellada idea, con lo que acaba siendo expulsada de la casa paterna por la que después sería su segunda esposa. A la muerte del juez, la “adoptada” Inés es desheredada contra toda legalidad y todas las propiedades del juez, incluidas la casa y tierra usurpadas a la familia Franco, pasan a una prima del fallecido, cerrándose de este modo cualquier posibilidad de recuperar su casa natal en Álora y su tierra en Pizarra, que actualmente ocupan los herederos del juez.

O no, porque recientemente se ha presentado una moción en el Parlamento para que la ley de Memoria Democrática incorpore la posibilidad de que los bienes incautados por el franquismo puedan ser devueltos a los herederos de los represaliados, una modificación legislativa que abriría la posibilidad de que Susana y otros muchos miles de familiares pudieran reclamar lo que les usurpó el franquismo. Poco tiempo después, Susana localiza a la prima del juez y se presenta en su casa con su madre Inés, donde la prima del juez franquista les espeta que “no vais a poder recuperar nada porque mis hijas son juezas y magistradas”. “La historia de mi familia es también la historia de un desarraigo”, cuenta Susana emocionada a El Salto. Una historia de desarraigo, de olvido, y de desmemoria cómplice, “nos arrancaron de nuestro pueblo, del pueblo de nuestros ancestros”.

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Inés se cría en la familia del juez franquista que no podía tener hijos y que sí pudo salvar a su padre, pero no es reconocida como hija adoptiva hasta cumplir la mayoría de edad, 21 en aquella época

Continúa Susana: “en 2012 viajé a Álora con mi madre Inés y mi hija Alba, Inés llevaba 75 años sin ir Álora, tenía miedo de que la rechazaran por haberse ido con un fascista”. En esa visita Inés, ya muy anciana, contempla la fachada de la casa en que nació y vivió sus primeros años, conversa con algunas de las pocas personas que aún conservan recuerdos de aquella época. Una vecina de la que fue su casa le cuenta, bajando la voz como si el miedo negro todavía aleteara por entre las casas blancas: “de la cárcel salían para matarlos al castillo y hay una calle Carril que es muy pendiente y entonces dicen que ahí se escapaban mucha gente, los dejaban medio atados, no del todo, y por ahí se tiraban al barranco a matarse incluso, aunque claro a todos no los podían dejar de ir…”. Esta historia de los huidos es corroborada por miembros del Foro por la Memoria: alguno de los reos incluso se tiró por el barranco arrastrando consigo a un guardia civil como escudo humano, de modo que no les dispararan sus compañeros; “algunos lograron escapar, otros murieron al caer por el barranco, pero preferían morir así porque sabían que iban a ser fusilados”. “Por las calles empinadas/ suben las capas siniestras/ dejando detrás fugaces/ remolinos de tijeras”. También nos señalan el lugar en que había una fuente en la que los asesinos al bajar de su macabra tarea todas las noches se “lavaban las manos como Pilatos”.

Inés, en el que va a ser su último viaje al pueblo que la vio nacer, acompañada de su hija y de su nieta, sube al Castillo a homenajear a las víctimas enterradas y allí llora desconsoladamente, llora 80 años de orfandad y 75 años de exilio interior; “mamá aquí está tu padre” le dice Susana. Al año siguiente Inés deja de poder andar y poder hablar, pero al menos antes pudo reconocerse como víctima del franquismo, como malagueña exiliada contra su voluntad, y pudo recuperar sus recuerdos infantiles, sanando en parte la memoria de su padre y las raíces de su árbol familiar que también es el nuestro.

Inés, en el que va a ser su último viaje al pueblo que la vio nacer, acompañada de su hija y de su nieta, sube al Castillo a homenajear a las víctimas enterradas y allí llora desconsoladamente, llora 80 años de orfandad y 75 años de exilio interior

En esas fosas del Patio de los Limones también yacen, al menos, tres mujeres. Una de ellas fue Joaquina Polo Campaña, cuya historia también sirve para retratar el grado de arbitrariedad, sinrazón y violencia de los mandos militares y de sus cooperantes y cómplices necesarios entre la propia población local. Joaquina estaba embarazada y un día fue a comprar jabón y, como le pareció muy caro, no lo compró; tras la discusión con la tendera (la pequeña burguesía vinculada al comercio siempre fue un caladero muy fértil para el fascismo) ésta la denunció acusándola de ser republicana, y Joaquina fue detenida a principios del infausto año 37. Cuando era conducida al castillo, consciente de su fatal destino, se negó a entrar en él y “tuvo que ser” fusilada allí mismo, a la puerta del edificio. Una vez que le dispararon, el hijo que llevaba empezó a moverse y los falangistas le dieron otro disparo en el vientre diciendo “este rojillo aún está vivo”. “La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro, para fingir una muerte semilla de manzana

La tendera delatora, un tiempo después se tuvo que marchar de Álora porque todo el rato “soñaba con el fantasma de la mujer y su hija nonata”, y es que cargando la culpa de crímenes como estos “no duerme nadie por el mundo, nadie, nadie”. Se tuvo que marchar de Álora arrastrando la culpa de su infamia, y por ahí seguiría expiando hasta la muerte sus pecados, haciendo de este país el sitio horrible y oscuro que aún nos sigue siendo.

Muestras del ADN de Pepe y de Inés están recogidas en la Universidad de Granada para lograr la identificación de los restos mortales de sus padres, Cristobal y Andrés, cuando aparezcan. La injusticia y la vergüenza habita hasta en los más pequeños detalles de esta historia: los costes de las pruebas de ADN corren a cuenta de las propias familias, y eso con una Ley de Memoria Democrática vigente elaborada por uno de los partidos que era de izquierdas por aquel entonces y que puso miles de mártires en la balanza del horror. “La gente mayor muere y la gente joven no recuerda… es muy triste” dice Susana en un acto de homenaje organizado por el Foro de la Memoria de Álora, y ciertamente los pocos hijos e hijas de los asesinados que quedan van muriendo sin que se recuperen los restos mortales de sus progenitores, una deuda histórica de país que ya se alarga demasiado y a la que no debe sumarse el olvido. “El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta/ sobre el monóculo”. Susana Cintado tiene claro que “no se quiere hacer memoria porque no se quiere devolver el patrimonio usurpado” y añade: “quiero enterrar los restos de mi abuelo con mi madre para que descansen en paz y quiero recuperar la casa y la tierra que nos robaron”.

La injusticia y la vergüenza habita hasta en los más pequeños detalles de esta historia: los costes de las pruebas de ADN corren a cuenta de las propias familias

En 2014 se hicieron los primeros trabajos de la fase de localización y delimitación de los diversos enterramientos de represaliados en el antiguo Patio de Armas del Castillo de Álora. En 2017 se destinan por parte del ayuntamiento 54.000 euros para los trabajos de localización y exhumación, se localizaron algunos restos sin conexión anatómica, proyectiles, un cráneo con orificio de bala, dos esqueletos enteros, pero se acaba el presupuesto, se cierran las excavaciones y los dos cuerpos se dejan en una caja con lo que se pierde la posibilidad de identificación genética, en un claro ejemplo de desidia y mala praxis arqueológica. “Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras”.

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En 2021 se destinó otra partida presupuestaria para las exhumaciones sin resultado, con lo que se vuelve a cerrar en falso. Hay interés institucional en localizar la fosa y exhumar los restos, entre otros motivos porque el castillo tiene un gran valor arqueológico y bajo las fosas comunes del siglo XX hay restos del pasado árabe, romano y fenicio del castillo que podrían ser, además, un futuro reclamo turístico, y ya sabemos que habitamos tiempos en que el negocio pasa por encima de todo. Para este año 2022 el ayuntamiento de la localidad malagueña ha obtenido una subvención estatal de 20.000 euros, a los que se añadirán fondos propios del consistorio para realizar tres catas de localización. “Esperemos que esta vez se haga caso a los abuelos que señalaron el lugar en que se encuentran enterrados los 60, no se les escuchó en su día y abrieron en dos sitios que los abuelos decían que no, ahora van a abrir dónde dijeron porque ya no hay otro sitio” nos dicen los familiares, y es que hasta ahora se ha excavado en dos puntos distintos y ninguno era el señalado por los que saben y recuerdan la localización (o sabían, porque la mayoría ya han fallecido). Del mismo modo, los familiares reivindican que se construya un monumento de recuerdo a las víctimas en el propio castillo, y han presentado al ayuntamiento la propuesta de memorial realizada por un escultor granadino a la espera de aprobación y ejecución.

El pueblo de Extremadura estuvo durante la Transición en la vanguardia del movimiento de la memoria histórica en toda España. Junto a Navarra es en estas tierras donde se produce el proceso de exhumaciones más potente. Y, sin embargo, este hecho es desconocido para la inmensa mayoría de la población, dentro y fuera de la región. ¿Cómo se explica este olvido, cómo es posible que prácticamente nadie reivindique aquel movimiento popular?

No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra/ La Tierra con sus puertas de siempre/ que llevan al rubor de los frutos”. Recordar viene del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón, responsabilidad viene del latín responsum que significa en deuda, obligado a responder. Tenemos la responsabilidad de recordar, estamos obligados y obligadas a volver a pasar por el corazón la memoria de nuestros muertos, de nuestras víctimas desaparecidas, de las que lucharon por una Andalucía libre en un mundo mejor, de las que dejaron su vida para llenar la nuestra de semillas de amor, libertad y esperanza. Nos enterraron pero no sabían que éramos semillas.

La historia reciente de este país contiene un dolor colectivo inmenso que no recordar no cura, sino lo contrario, crea un dolor que se derrama por los linajes familiares que nos constituyen, un dolor que sangra por las esquinas de nuestro presente amnésico. Contiene, también, una culpa colectiva imprescriptible, una culpa que envenena relaciones, que ensucia la política, que sangra por las encrucijadas y los caminos, que anida tras la opulencia dolosa de nuestras élites económicas, judiciales y políticas. Como sociedad tenemos que responder ante los muertos porque siguen estando en la polis, siguen formando parte de la comunidad, siguen viviendo en nuestros cuerpos, en nuestro ADN habitado por los sueños del pasado y también por los crímenes cometidos para extirparlos. No hay otro modo de curar el “dolor en la voz” que mirar de frente al pasado y desenterrar los huesos de las cunetas y de las fosas comunes, no hay otra forma que no sea devolver a la Tierra con amor y dignidad los restos de nuestro pasado inconcluso, de nuestro pasado irredento. Irredento sí, porque como dice la nieta de Andrés Franco: “no nos derrotaron, no nos vencieron, nos mataron con nocturnidad y alevosía, con balas y olvido, pero son los asesinos los que de verdad quedaron derrotados”, ya que el mal es la verdadera derrota y el mal absoluto que se derramó sobre los nuestros es la derrota absoluta de los criminales y sus herederos. Y continúa Susana: “no nos vencieron, aquí estamos para recordarles sus crímenes, aquí estamos para reivindicar los ideales que llevamos en la sangre y que son inextinguibles, imprescriptibles como sus crímenes”.

“Esperemos que esta vez se haga caso a los abuelos que señalaron el lugar en que se encuentran enterrados los 60, no se les escuchó en su día y abrieron en dos sitios que los abuelos decían que no, ahora van a abrir dónde dijeron porque ya no hay otro sitio”

Hay que enmendar al poeta de Cádiz: las balas no sirven, son las palabras las que de verdad sirven. Lo que sirven son las voces, los cuentos, los relatos, las canciones, los poemas, las historias, son los nombres los que verdaderamente sirven, los nombres de los de la Noche de los sesenta en que la sangre corría por las escaleras abajo. Si las balas les arrancaron sus vidas humildes, pero preciosas, “del campo”, sus nombres siguen aquí presentes como los versos del poeta asesinado en el camino de Víznar a Alfacar, “¡Oh España, oh luna muerta sobre la piedra fría!”, y nombrándolos aquí queremos pulsar su recuerdo, honrar sus vidas, agradecer sus semillas, las simientes de amor y esperanza con que derrotaron a la muerte y el olvido y que son nuestro precioso legado. Gracias compañeros, gracias compañeras, hermanas, amigos, gracias por vuestra victoria que habita en nuestra sangre, gracias por vuestra lucha, gracias por seguir a nuestro lado, siempre, gracias José Acedo Muñoz, Francisco Acedo Aldana, José Alix Morales, Juan Alix Morales, Antonio Álvarez Carvajal, José Álvarez Carvajal, Pedro Aranda Gálvez, Alonso Aranda Ortíz, José Arjona García, Rafael Bernal Hidalgo, Andrés Borrego Salas, José Camuña Pérez, José Carmona Gallardo, Blas Carmona Muñoz, José Castillo Cuellar, Diego Castillo Suárez, José Cazalla Paz, Francisco Díaz Camacho, Antonio Domingo Infantes, Pedro Dosvarganes Suárez, Cristóbal Florido Hidalgo, Andrés Franco Sánchez, Antonio Galván Franco, Benito García Bueno, José García González, Cristóbal García Márquez, Francisco Garrido Bellido, Manuel Gerona Sánchez, José Gil Guerrero, Juan Gil Guerrero, Fernando Gómez Martín, Jerónimo González Rodríguez, Juan Guerrero Doblas, Fernando López Martín, Andrés Martín Aguilar, Dolores Martín Aguilar, Andrés Martín Aranda, Fernando Martín Calmache, Pedro Martín Guerrero, Antonio Martín Moreno, Manuel Martín Ordóñez, Martín Mayo Aranda, Francisco Mayo Ortíz, Francisco Mayo Ruíz, José Muñoz Martín, Juan Navarrete Gómez, Antonio Ortíz Romero, Francisco Palomo Cruzado, Miguel Pérez Aguilar, Alejandro Ramírez Trujillo, Bartolomé Ramírez Trujillo, José Rebollo Subires, José Recio Gómez, Juan Reyes Ramos, Lope Reyes Ramos, Francisco Rojano Carrasco, Juan Romero Granado, Francisco Ruíz Castillo, Diego Sánchez Acedo, Cristóbal Sánchez Cisneros, Juan Sánchez Cuenca, Bartolomé Sánchez Gómez, Juan Vera Muñoz, Francisco Vergara Reina y todas las demás víctimas del franquismo que yacen en el Castillo de Alora. Gracias.

Pero no hay olvido, ni sueño:/ carne viva. Los besos atan las bocas/ en una maraña de venas recientes/ y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso/ y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros”.

Origen: El crimen, también, fue en Álora (Málaga)

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