El fallido intento de Hernán Cortés de apoderarse de Argelia en nombre del Imperio español
El viento hizo que poco más de una decena de bajeles pudiera tomar tierra, causando la pérdida de 150 navíos y 20 galeras
Las relaciones de España y Argelia no pasan por su mejor momento. El viraje del Gobierno hacia Marruecos ha roto el precario equilibrio que el país europeo mantiene con los dos vecinos del sur, siempre enfrentados, siempre incompatibles. La Argelia que existe hoy es resultado de la herencia colonial francesa, pero antes que esta entidad moderna existió, en la zona del norte, la llamada Regencia de Argel, que obedecía directamente al Imperio otomano y era un enemigo irreconciliable de los españoles.
Desde la conquista de Granada por los Reyes Católicos, la región marroquí y argelina empezó a acoger a los musulmanes españoles que huían de la Península y se establecían en África. Las ciudades aumentaron su tamaño y se convirtieron en el oscuro objeto de deseo de los europeos.
En 1501, los portugueses trataron de tomar la playa de los Andaluces (plage des Andalouses) en Orán, y cuatro años después España lanzó su primera gran expedición contra esta ciudad, que resultó arrasada y finalmente tomada por el ejército de Pedro Navarro. En 1510, las tropas de Fernando el Católico atacaron directamente Argel y lograron que este territorio africano pagara un tributo anual.
Sin embargo, a la muerte de Fernando, en 1517, el famoso capitán corsario Barbarroja cortó la cabeza en persona al Rey de Argel y entregó la ciudad al sultán otomano Selim I. Los españoles que permanecían guarneciendo el castillo del Peñón de Argel, y los refuerzos que desde España se enviaron al conocer el cerco, fueron masacrados o capturados. A partir de entonces, Aruj Barbarroja instaló en esta plaza su principal base de operaciones, un lugar perfecto desde donde atacar Italia. A la muerte de Aruj, el hermano menor, Jaredín Barbarroja, recogió el testigo de saqueos y mantuvo los privilegios de Assanages.
Tan bien lo recogió que la actividad corsaria de Argel, llamada por algunos « la ladronera de la Cristiandad», terminó alarmando a Carlos V, quien se planteó, tras el éxito en Túnez, conquistar la plaza pirata. Al frente de 65 galeras, 450 navíos de menor tamaño y 24.000 soldados, el Emperador y un centenar de nobles procedentes de distintos rincones de su imperio se propusieron demostrar en octubre de 1541 que la ciudad musulmana, con fama de invencible, era tan vulnerable como cualquiera. No obstante, cuando comenzó la operación Barbarroja no estaba en casa. Su hueco al frente de la ciudad lo ocupaba un hueso igualmente difícil de roer.
Un renegado salva la ciudad
Un renegado cristiano llamado Assanages ejercía como gobernador y lugarteniente del corsario en Argel desde 1533, debido a que Barbarroja se había instalado en Estambul para recoger los beneficios de tantos años de guerra. Según escribe Cervantes en el Quijote, la historia de Hasán Agá o Assanages (1487-1543) es la del renegado más célebre del largo conflicto que enfrentó al Imperio español y el Imperio otomano. Las fuentes discrepan sobre si era nacido en algún territorio de España o, probablemente, en Cerdeña, lo cual era prácticamente lo mismo, dado que la isla italiana estaba bajo la soberanía de los Reyes de España, al igual que Sicilia, Nápoles y más tarde Milán. Tomado cautivo por Barbarroja siendo un niño, el joven cautivo fue hecho «capón», esto es, fue castrado para servir en la casa de los hermanos corsarios. El primero de los Barbarroja, Aruj, le trató como a un hijo más y, estando en Argel, le hizo mayordomo de su casa.
Presionado para que rindiera Argel antes de que empezara el asedio cristiano, cuenta Pierre de Bourdeille en ‘Bravuconadas de los españoles’ que Assanages replicó al capitán Lorenzo Manuel enviado por el Emperador: «Nunca peor cosa fue, que tomar consejo de su enemigo. Que si me aconsejárais de no rendir la tierra, yo la rendiría; mas pues que, como enemigo, me aconsejais rendirla, yo no quiero dejarla». No conforme con tal bramido, el renegado desafió directamente al Emperador, según la leyenda: «¿Cómo pensáis cogerme y hacerme todo ese daño vosotros que tanto braveáis y amenazáis?». «Pues yo tengo aquí dentro cuanto preciso para defenderme de vosotros».
En este sentido, el historiador León Galindo y de Vera en ‘Memoria Histórica de las posesiones Hispano Africanas’ (Madrid, 1884) daría una versión todavía más cruda de la contestación del renegado:
«Perro cristiano… tú eres un perro, entre los perros tus hermanos; y admiro tu presuntuoso valor de querer subyugar a esta Ciudad guerrera en el tiempo mismo en que vergonzosamente te has estrellado contra miserables bicocas. Si desgraciadamente para ti, nuestro Señor, el sublime Sultán, tuviese noticia de tu loca empresa, pronto serías su esclavo: un negro, un simple negro que él enviase para no rebajar el honor de sus armas bastaría para conducirte a sus pies. Dejo a un lado toda fanfarronería y me refiero al testimonio universal incontestable sobre punto de que nuestras armas están bajo la protección divina. Espera un solo instante y serás testigo de tu destino: en vano reunirás la integridad de tus fuerzas; serán insuficientes. Verá el infiel a quien le tocará su suerte, la recompensa de esta vida. Preciso es, te lo repito, que seas insensato o desprovisto de todo juicio para vanagloriarte y lisonjearte de un éxito que es preciso conseguir antes».
Cortés y su loca propuesta
La verdadera respuesta fue probablemente mucho más prosaica de lo relatado por Bourdeille o la versión novelada de Galindo y de Vera. Assanages dio esperanzas vagas de negociar la entrega de la plaza si se presentaba como una necesidad y no una traición, es decir, si llegaban los españoles a las murallas no lucharía. Sin embargo, cambió de opinión cuando las condiciones meteorológicas castigaron duramente al ejército de Carlos.
La enorme flota de invasión fue vapuleada por las tempestades propias del otoño en el Mediterráneo, cuyos efectos habían llevado al marino Andrea Doria a aconsejar que se pospusiera la expedición. Pero nada hizo cambiar de opinión a Carlos V, que ordenó el 25 de octubre de 1541 desembarcar a pocos kilómetros de Argel, una ciudad defendida por una guarnición de 800 turcos y 5.000 berberiscos. En inferioridad numérica, Assanages tenía puesta su esperanza de sobrevivir en la disposición de Argel, que se levantaba en una pendiente de un cerro y estaba rodeada de fortalezas mirando al mar.
En cualquier caso, el viento hizo que poco más de una decena de bajeles pudiera tomar tierra, causando la pérdida de 150 navíos y 20 galeras en el intento. Solo los soldados de los tercios españoles al mando del Duque de Alba, la vanguardia de los ejércitos imperiales, consiguieron hacerse fuertes en la costa de Argel a la espera de refuerzos. Todavía empeoró más el clima antes de que el Emperador convocara un consejo de guerra en el cabo de Matifou, donde la mayoría de nobles se inclinó por retirarse a más faltar.
No obstante, algunos como Hernán Cortés, el conquistador de México, o Martín de Córdova y Velasco, conde de Alcaudete, estimaban deshonrosa una retirada en ese momento y propusieron distintas alternativas. En concreto, el conquistador extremeño se ofreció a encabezar el desembarco de un puñado de hombres, algunas fuentes afirman que 400 soldados como los usados al inicio de la conquista de México, para tomar por sorpresa la ciudad. El plan fue desechado sin ser siquiera considerado por el Emperador.
«Por extraño que parezca, las opiniones de este gran soldado no eran seriamente consideradas en Europa, y no se le prestó ninguna atención», destaca William S. Maltby en el libro ‘El Gran Duque de Alba’ (biografía sobre el III Duque de Alba, también presente en esa reunión)–. Ciertamente, Carlos I hizo oídos sordos a la sugerencia del hombre que derrumbó el imperio más poderoso de Norteamérica, y ordenó una retirada ese mismo día. El repliegue fue desastroso y hubo que echar al agua a los caballos para hacer sitio a toda la gente naufragada en el proceso, entre ellos a Cortés y a sus hijos.
El viaje hasta España fue también muy accidentado, de modo que la flota cristiana quedó dispersa por una decena de puertos. Como si fuera un castigo divino, el Emperador tardó un mes en llegar a las costas españolas. Agotado y enfermo por el viaje, Hernán Cortés nunca recuperó las fuerzas perdidas en la que fue su última expedición guerrera. Además, el extremeño extravió la enorme fortuna que portaba en su barco naufragado, 100.000 ducados en oro y esmeraldas.
Un mito creciente en el mundo musulmán
Los soldados de Hassan Aga persiguieron a los cristianos en su fuga «picando, matando y degollando» hasta Matifou. En la defensa de Argel, el renegado había mostrado un carácter de hierro. Al año siguiente del asedio, el gobernador de Argel lanzó una expedición de castigo contra el Rey moro de Cuco, en la región argelina de Cabilia, que se había aliado con Carlos V durante el sitio. Este monarca puso sobre el tablero 2.000 escopeteros, mucha caballería y vasallos de haberse producido el desembarco español. Así las cosas, el gobernador logró hacer su tributario al Rey moro e incluso que le entregara como rehén a su propio hijo a cambio de no arrasar su reino. Lo que no evitó una nueva traición del Monarca al año siguiente.
En septiembre de 1543, Hassan Aga enfermó de forma súbita a su regreso de una nueva campaña de castigo contra el Rey de Cuco. Su muerte, a los 56 años, fue muy llorada en Argel, donde fue enterrado, concretamente fuera de la puerta de Babaluete, en una sepultura que un renegado suyo y mayordomo de su casa le hizo después de muerto. Según expone el profesor Fernando Fernández Lanza en un texto titulado ‘El Muladí Hassan Aga y su gobierno en Argel’, el renegado se convirtió en un mito en el mundo musulmán tras la defensa de la ciudad. El monje benedictino y abad de Frómista Diego de Haedo lo describió como alguien «pequeño pero muy bien proporcionado, de lindos ojos y facciones de cara y muy blanco; fue amantísimo de justicia y, por esta causa, usó con algunos de muy grandes crueldades, por lo cual fue de todos muy temido; era hombre muy liberal y amigo de hacer bien a los pobres».
A decir Diego de Haedo, el renegado se comportó durante todo el sitio «no como capón, más como hombre entero y animoso». De la misma manera, con el rico botín capturado a los asaltantes, Hassan Aga fue «liberalísimo y magnánimo con todos; no tomando para sí un alfiler y dejando todo liberalmente a quien lo había ganado, diciendo que sola la fama y honra de tan gran hecho a él le bastaba y sobraba». Gruesas palabras tratándose de un cronista cristiano hablando de un renegado musulmán.
Origen: El fallido intento de Hernán Cortés de apoderarse de Argelia en nombre del Imperio español