El insólito hallazgo de las retorcidas cartas de amor de Enrique VIII a sus esposas antes de ejecutarlas
Fueron descubiertas por casualidad en los archivos secretos del Vaticano en 1951, después de que llevaran cerrados, salvo para el Papa, más de 70 años. Son una muestra más de la crueldad del rey más maltratador de los últimos cinco siglos en Europa
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En marzo de 1951 se produjo un sensacional descubrimiento en los archivos secretos del Vaticano: 17 cartas autógrafas de Enrique VIII en las que la política y la religión quedaban, por una vez, al margen. De ellas, las más importantes e insólitas fueron aquellas en las que el Rey de Inglaterra desparramaba con garbo todo su amor escribiendo a sus desventuradas esposas. Las mismas a las que maltrató, ignoró e, incluso, ejecutó, para acabar trágicamente con sus vidas después de haber accedido al trono.
Teniendo en cuenta que hablamos de, posiblemente, el mayor maltratador de entre todos los monarcas europeos de los últimos cinco siglos, e incluso de cualquier otro dirigente político, dichas misivas llenas de pomposidad y falso cariño resultan doblemente retorcidas y crueles. «He pasado un año entero herido por los dardos del amor y sin saber si voy a encontrar un lugar en vuestro corazón y afecto, lo que, en último término, me ha prevenido hasta ahora de llamaros mi amante; si solamente me amáis con un amor corriente, ese nombre no es adecuado para vos, porque eso no denota un amor singular como el mío, que está muy lejos de ser común», le escribía a Ana Bolena, tres años antes de ordenar que la decapitaran para casarse de nuevo.
Los archivos del Vaticano llevaban más de setenta años cerrados herméticamente no solo a los más prestigiosos investigadores, sino también a las más altas autoridades de la Santa Sede. Como excepción, solo un pequeñísimo número de personas de la Secretaría de Estado y algunos jerarcas eclesiásticos podían, en casos especiales y muy justificados, investigar en ellos. De hecho, el Papa León XIII, a quien le gustaba fomentar los estudios históricos, accedió al ruego de algunos célebres historiadores y científicos a finales del siglo XIX y ordenó que les dieran acceso a los documentos secretos. Aquel levantamiento del veto produjo estupor y críticas, pero el Sumo Pontífice las zanjó de inmediato con el siguiente comentario: «La Historia es Historia, y ninguno podrá cambiarla. La Iglesia no tiene nada que temer. Al contrario, ganará mucho, porque así se desharán muchas de las leyendas inventadas por sus enemigos».
Enrique VIII, el cruel
Quien más se benefició de aquel permiso especial fue el historiador austríaco Ludwig von Pastor, que escribió su monumental ‘Historia de la Iglesia’. Un ensayo gigantesco que le llevó más de treinta años de trabajos y arduas investigaciones en los inmensos archivos del Vaticano. A pesar de ello, no tuvo la suerte de encontrar estas cartas de Enrique VIII. El afortunado fue Henry Savage, que desdé hacía años trabajaba en torno a una historia de las relaciones entre Inglaterra y la Santa Sede. Este también insigne historiador había obtenido de Pío XII el permiso de penetrar y disfrutar de los documentos relativos al período de los siglos XV y XVI… y allí estaban, entre un millón de legajos más, perdidos y olvidados.
«Es difícil explicar por qué el epistolario íntimo de uno de los enemigos más grandes de la Iglesia católica ha sido hallado en la Santa Sede y por qué esta nunca ha querido utilizarlo con fines polémicos. De cómo desaparecieron o se volatilizaron de las manos del monarca, ¿quién podría decir nada? Y si llegaron a Roma antes de la muerte del Rey o después, tampoco nadie podría determinarlo. Es más que probable que fuera después, porque si Enrique VIII las hubiera echado de menos, habría dado abundante trabajo al verdugo de Londres», aseguraba ABC cuando informó del descubrimiento.
Se refería este periódico a los crímenes cometidos contra las mismas esposas a las que iban dirigidas las cartas de amor, en especial las que dedicó a Ana Bolena y que fueron publicadas, en 2016, por la editorial Confluencias. «La distancia que mantenemos aumenta el fervor de nuestro amor, al menos por mi parte. Espero que ocurra lo mismo por la vuestra. Os aseguro que el dolor de vuestra ausencia es ya tan grande para mí, que cuando se incremente, se volverá intolerable, aunque tengo la firme esperanza de mantener vuestro afecto imperecedero por mí», le decía a su segunda esposa.
El trágino destino de Ana Bolena
Quién iba a decir que, tres años después, él mismo escribiría el informe de cómo quería que la ejecutaran, tras un juicio amañado y una acusación falsa de «adulterio y alta traición». El ‘enamorado’ lo preparó todo con, alegando que Bolena había mantenido relaciones sexuales con varios hombres de su corte, incluido su propio hermano. La sentencia no se sostenía por ningún sitio, porque todos los implicados negaron los cargos a pesar de la presión a la que fueron sometidos. Solo uno de los supuestos amantes de la Reina –uno de los músicos a su servicio, Mark Smeaton– terminó reconociendo lo que el monarca quería, aunque la mayoría de historiadores sostienen que la confesión fue arrancada bajo tortura.
El objetivo de Enrique VIII era deshacerse de su mujer, tal y como había hecho con su primera esposa, Catalina de Aragón, y con la mayoría de las otras cuatro que tuvo y a las que también escribió cartas de amor en ese ritual maquiavélico en el que todas acabaron siendo víctimas del terror provocado por el monarca y su ambición. De las 17 misivas, ocho están escritas en francés y nueve en inglés, y de estas seis iban dirigidas a Bolena.
«Desde mi partida de vuestro lado, me han contado que vuestra actitud hacia mí ha cambiado totalmente y que no volveréis a la corte ni con vuestra madre ni de cualquier otra manera. Si es cierto, no puede verdaderamente dejar de sorprenderme, porque estoy seguro de no haber hecho nada para ofenderos. Parece un pago muy pobre para el gran amor que os tengo que me mantengáis a distancia», insistía Enrique VIII en una de las misivas a Ana Bolena, antes de que se consumara la pena de muerte.
¿Cómo podía alguien escribir así a la persona amada y luego ejecutarla con sangre fría y premeditación? Estas últimas fueron redactadas después de la salida de Bolena de la corte a consecuencia de los rumores que habían empezado a circular por la evidente atracción de Enrique VIII hacia ella y el escándalo que eso suponía en medio de su matrimonio con Catalina de Aragón. Enrique VIII envió las cartas al retiro de ella a la localidad de Hever, en el condado de Kent. El rey pronto se arrepintió de su dureza e intentó persuadirla para que regresara, pero pasó bastante tiempo antes de que pudiera convencerla.
Otras cartas de amor
No fue la única vez que lo hizo, porque hubo epístolas con la misma pasión para Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos, a la que poco después de casarse repudió al sospechar que no podría tener un heredero varón mientras siguiera casado con ella. Todo ese amor y esas cartas se esfumaron, y no dudó en romper las relaciones con Roma y la Iglesia católica porque el Papa no le concedió el divorcio para casarse con Bolena. Un episodio, el de la fundación de la Iglesia anglicana, que cambió la historia de Inglaterra para siempre.
Y lo mismo ocurrió con Ana de Cléveris, cuyo matrimonio anuló apenas seis meses después de celebrarse, lo que no supuso ningún problema para el monarca, pues ya tenía sustituta en otra de las damas de compañía de la efímera reina: Catalina Howard. Sin embargo, esta también fue decapitada tan solo dos años después de que le enviara las mismas cartas de amor, después de que tuviera noticia de sus amoríos anteriores –y posteriores– al matrimonio regio.
«Estas cartas demuestran la presencia de la Iglesia Católica en Inglaterra, aun después del cisma. También, que Enrique VIII no era exactamente como lo han reflejado la historia y la leyenda. El valor y la importancia histórica de este epistolario reside justamente en esta pasión de Enrique VIII, que por completarla con el matrimonio, anuncia su propósito de superar todo obstáculo y crear la Iglesia Anglicana. Esta preciosa revelación confirma cómo el cisma fue determinado por el deseo de desposarse con Ana Bolena, a la que en una de las cartas califica ‘no sólo Reina, sino todo aquello que una mujer puede ser para un hombre: la amante y la confidente más preciosa’», explica ABC en 1951.