El necrófilo caníbal que destruyó la gran farsa de Stalin y el KGB: «En el paraíso de la URSS no existe la maldad»
Hoy, ABC recomienda un programa de radio sobre la historia de los crímenes más destacados de los últimos siglos: «Elena en el país de los horrores». Lo hacemos a través de un asesino que puso en jaque al gobierno de la URSS, Andréi Chikatilo
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La URSS fue, según sus líderes, un perfecto paraíso. Hubo un tiempo en el que el mismo país que aniquiló a más de 22.000 polacos en Katyn -allá por la Segunda Guerra Mundial– se vanagloriaba de cuidar a sus ciudadanos y de ser todo un paradigma de justicia. Pero no solo eso, sino que (según se orquestó desde la época de Stalin, y perduró después) era una región en la que aberraciones de la naturaleza como los asesinos en serie no existían. Por el contrario, los mandamases de la política y del KGB (fundado en 1954) afirmaban que el infame sistema capitalista era el único que podía producir a esos renglones torcidos.
Sin embargo, en la década de los 70 y los 80 (después de la muerte del camarada Stalin en el 53), un sujeto logró que se tambalease ese supuesto paraíso sobre la Tierra. Y no lo hizo luchando políticamente por la democracia. Lo consiguió acabando con la vida de más de medio centenar de personas y perpetrando contra sus cadáveres todo tipo de aberraciones. Desde comerse sus órganos sexuales (ya fueran testículos o pezones), hasta eyacular sobre sus cuerpos mientras les hundía el acero. Aquel criminal fue Andrei Chikatilo. Un sujeto que, con su malsana obsesión por la sangre y el sexo, demostró al KGB y al gobierno soviético que sí era posible que en la URSS existiese la brutalidad.
Y un asesino, por cierto, cuya barbarie fue ocultada por sus «camaradas» hasta décadas después para evitar que el mundo conociese la terrible farsa que había empezado a forjar el viejo Iósif.
Con todo, este sádico asesino fue finalmente atrapado, procesado y juzgado por el KGB. Su condena fue morir de un disparo. Desde entonces, su historia ha sido recordada en películas como «Niño 44» y programas de radio como el que hoy recomendamos en ABC: «Elena en el país de los horrores». Un podcast con una temática que se encuentra a caballo entre la criminología y la historia y que es dirigido por la periodista especializada en sucesos Elena Merino. Desde 2012, esta reportera sube a la Red un programa de dos horas de extensión por semana en el que -junto a sus colaboradores- da un repaso por los crímenes más truculentos de los últimos siglos, la labor de la policía en el descubrimiento de los asesinos, y un largo etc.
En el paraíso no existe la maldad
La teoría de que en la URSS no podían existir asesinos en serie empezó a ser instaurada en la época stalinista, aunque vivió su auge durante los años 70. «No se aceptaba, era un mal que solo podía afectar al capitalismo, que era corruptible y corrupto. Entendían que el sistema soviético era perfecto y no podía darse esa perversión en el ser humano», explica Elena Merino (directora del programa) en declaraciones a ABC. Para ser más concretos, no es que en los comunistas no entendieran que alguien pudiese matar, sino que creían que era imposible que un «camarada» asesinase a varias personas sin un objetivo político, económico o pasional. Sin tener, en definitiva, una razón mayor que disfrutar con la muerte.
Así lo determina la autora Olga del Pilar López en su obra «Amarilla y roja. Estética de la prensa sensacionalista». «Esos asesinos no tenían intereses, solo una actitud fría, calculada, de ciudadano respetable», señala. Por ello (y porque esa conducta implicaba una individualización del sujeto, algo contrario al comunismo) el gobierno de la URSS siempre trató de «ocultar ante los ojos igualitarios cualquier vestigio de estos crímenes», en palabras de la autora. De la misma opinión es la criminóloga Janire Rámila quien, en su libro «Depredadores humanos», afirma que «aún hoy existen ciertos países integristas como Irán que niegan el fenómeno de los asesinos seriales en sus fronteras y los consideran exclusivos de las naciones capitalistas».
Niño traumatizado y adulto pervertido
Andrei Romanovich Chikatilo vino al mundo en la Ucrania comunista allá por 1936, cuando el país se encontraba todavía en plena resaca por el Holodomor (una época de gran hambruna en la que multitud de personas dejaban este mundo en la zona por no tener nada que llevarse a la boca debido a las malas políticas de Stalin). «Nació en un momento muy difícil, de severa hambruna en la URSS. Y además creció a solas con su madre porque a su padre le habían detenido los nazis», explica a ABC Merino. Él siempre contó que su madre, ya fuera verdad o únicamente por protegerle, le solía repetir la misma historia para evitar que saliese de casa: «Le asustaba diciéndole que su hermano mayor (otras fuentes afirman que su primo) había sido atrapado por una turba y comido después», añade la española.
Esa historia, unida a la sobreprotección de su madre, convirtió a Chikatilo en un joven incapaz de defenderse por sí mismo. «Se convirtió en un niño raro que sufría burlas en el colegio debido, entre otras cosas, a que era miope y no lo sabía», añade Merino. Rámila le define en su libro de una forma parecida: «Siempre se caracterizó por su apariencia triste y taciturna». De hecho, siguió orinándose en la cama hasta los 12 años, lo que le convirtió, más si cabe, en blanco de todo tipo de crueles bromas por parte de sus compañeros. Toda aquella crueldad terminó haciéndole renegar de la sociedad. La comunista. Aquella que hablaba de supuesta igualdad y de presunta unidad.
Su adolescencia no fue mejor. Primero, porque aquel retraimiento le hizo separarse cada vez más de las mujeres; y segundo, porque tampoco tenía un control sexual normal. «La primera vez que tuvo relaciones empezó a forcejear con la chica, y ese mismo forcejeo le hizo eyacular», explica Merino. Por si no hubiera tenido que soportar suficientes burlas durante su infancia, tuvo que aguantar centenares más cuando esta historia se supo. «En otra ocasión intentó consumar con otra chica, pero tampoco pudo debido a que le era imposible tener una erección. Nuevamente, todos conocieron lo que había pasado. En definitiva, descubrió que era impotente y eyaculador precoz, y eso le hizo estar obsesionado por el sexo», destaca la experta.
A pesar de todo, en 1963 logró casarse con Fayina, con la que tuvo dos hijos (una niña y un niño). «Tuvo hijos, pero tanto él como su mujer dijeron posteriormente que lo había logrado eyaculando sobre su mano y, después, metiendo la extremidad en la vagina de su esposa», añade Merino. Mientras tanto, Chikatilo se destacó como un estudiante aceptable y logró hacerse profesor. Pero su vida no mejoró con aquello. Más bien todo lo contrario. Y es que, se convirtió en el blanco perfecto de los alumnos más rebeldes. Un pésimo caldo de cultivo que, sin duda, avivó el fuego del odio en el interior de este pintoresco sujeto.
Esta etapa exacerbó, todavía más, su obsesión por el sexo. «Se sabe que, como docente, perdió el trabajo porque realizaba constantemente tocamientos a las niñas», explica la periodista especializada.
Los crímenes
A partir de ese momento se perdió la pista de Chikatilo. Hubo que esperar hasta 1978 para que volviera a aparecer. Más concretamente, hasta el 22 de diciembre, cuando acabó con su primera víctima, Yelena Zakotnova. «Su primer crimen sucedió de forma un poco casual. Sintió impulsos sexuales y raptó a punta de cuchillo a una niña de 9 años que se llevó a una pequeña cabaña que había alquilado», determina Merino. Lo que ocurrió allí fue dantesco. A sus 42 años, trató de violar a la niña, pero le era imposible conseguir una erección. «En el forcejeo la hirió con una navaja y, cuando vio la sangre, se violencia se desató», añade la experta. Una y otra vez, clavó el cuchillo a la pequeña, y solo se detuvo cuando tuvo un orgasmo debido al éxtasis al que le llevó el espeso y rojo líquido de la pequeña.
En 1981, Chikatilo encontró trabajo funcionario de una fábrica. Aquel empleo implicaba que tenía que viajar constantemente, lo que le daba una coartada perfecta para seguir matando. «El subidón del recuerdo de haber matado le duró dos años y medio. Suelo decir que los asesinos en serie son drogadictos, pero la sustancia a los que son adictos se la facilita su organismo cuando hacen estas atrocidades. Igual que otra persona adicta, el periodo de abstinencia, el mono, aparece cada vez más pronto», destaca Merino.
Nuestro protagonista pudo aguantar el síndrome de abstinencia casi dos años más. Sin embargo, el 3 de septiembre de 1981 sintió la sed de sangre una vez más. Así, acabó con la vida de Larisa Tkachenko, de apenas 17 años.
«Los asesinos aguantan el síndrome de abstinencia más tiempo durante los primeros crímenes. Empiezan matando poco a poco, pero posteriormente la escalada de violencia va en aumento. Tanto en barbarie, como en frecuencia», añade la experta. Así pues, durante los siguientes años (hasta 1990, cuando perpetró su último asesinato) Chikatolo acabó con la vida de 53 personas demostradas. «Llegó a matar a madre e hija en el mismo día. Se volvió compulsivo y fue incrementando el ritmo de muertes», determina Merino.
Una cruel forma de matar
Y todas ellas, mediante un «modus operandi» similar. Para empezar, atraía (o raptaba) a sus víctimas y las llevaba a un lugar apartado. Ya fuera su cabaña en el bosque o un lugar cercano a las vías de tren (pues viajaba mucho debido a su trabajo). A los niños y niñas solía engañarles con comida para que le siguieran. Una vez que ya les tenía a su merced, se desataba la barbarie. «Le llamaban “la bestia” porque entraba en un fuerte trance cuando mataba. Llegaba incluso a arrancar trozos de carne a sus víctimas mientras las trataba de violar y las asesinaba. Luego, se los comía», determina Merino.
Pero también era un destripador, pues solía destrozar los cuerpos de aquellos pobres desgraciados con cuchillos hasta sacarles los órganos.
«En el caso de las mujeres, les mutilaba los pezones y se los comía. Se los arrancaba a mordiscos o mediante cuchillos. En el caso de los hombres les amputaba los genitales», determina Merino. Se llegó a decir, incluso, que no dudaba en morder estos después de haberlos amputado. Pero no solo eso, sino que solía sacar los ojos a las víctimas. «A día de hoy, se dice que lo hacía porque creía que en las retinas de sus víctimas se guardaba la última imagen que veían (la suya), y eso le podría llevar a la cárcel. Personalmente, considero que era una forma de despersonalizar. Sin ojos, dejaba de identificar como seres humanos a sus víctimas y las trataba como su fuesen objetos. Sucede lo mismo con muchos asesinos que tapan con bolsas las caras para evitar tratarles como seres humanos», determina la directora de «Elena en el país de los horrores».
Por si todo esto fuera poco, cuando terminaba (y veía que no había podido tener una erección por ser impotente) eyaculaba sobre su mano y dejaba el semen con un palo sobre sus víctimas. «Empezo a matar por su disfuncion sexual. Dejaba semen en sus cadáveres, aunque no les introducía el pene porque era impotente. Con una ramita las dejaba en la vagina», destaca Merino. A pesar de que actuó a lo largo de varios kilómetros, su centro neurálgico siempre fue Rostov.
El hombre que cambió la URSS
A pesar de que Chikatilo comenzó a perpetrar sus crímenes en 1978, no fue hasta 1984 cuando las autoridades rusas admitieron que se encontraban ante un asesino en serie y empezaron, realmente, una investigación seria para atraparle.
Hasta ese momento, se había considerado cada caso por separado y de forma independiente. Al fin y al cabo… no era posible que en la URSS existiese un hombre que matara una y otra vez sin razón aparente. «Ese año, desde Moscú enviaron a un coronel que se puso al frente de la investigación. Este era Mikhail Fetisov quien, junto a Viktor Burakov, consiguió la colaboración de un psquiatra, Bukhanovsky», destaca Merino.
Aquel año, debido a que las autoridades todavía eran reticentes a admitir la existencia de un criminal así, los encargados del caso se movieron con sumo cuidado a la hora de realizar sus pesquisas.
Con un perfil del asesino más bien somero (no querían levantar sospechas) el KGB (el servicio secreto soviético) comenzó una gigantesca labor para detener al culpable. «Antes de encontrarle detuvieron a un millón y medio de personas; abrieron más de 5.845 fichas con antecedentes; se interrogó a más de 10.000 enfermos mentales; 419 homosexuales y a 163.000 conductores», añade la experta. Finalmente, la ayuda de los psiquiatras permitió atrapar a Chikatilo en septiembre de 1984. Todo podría haber acabado en ese punto, con una lista de 32 víctimas a sus espaldas. Sin embargo, el destino se puso en contra de los investigadores.
O más que la divina providencia, el ADN. «Él era un fenómeno genético porque tenía dos tipos de ADN. El de la sangre (A), y el del semen (AB). Por eso, cuando compararon su sangre con el semen dejado sobre las víctimas, no coincidió», destaca Merino. Ese dato lapidario se unió a que era miembro del partido comunista, comulgaba 100% con el régimen, era un funcionario, y la policía prefería seguir manteniendo la versión de que los asesinos en serie eran cosas del capitalismo. Por todo ello, fue dejado libre.
La investigación continuó hasta 1990, cuando -al fin- fue descubierto con las manos en la masa por el KGB tras acabar con la vida de Svetlana Korostik, de 22 años. El caso fue toda una vergüenza para el régimen de la URSS, pues su negativa a no creer en este tipo de criminales, y su pasividad, provocaron 21 fallecidos más y un descrédito increíble.
«Tras su detención, no fue el KGB el que consiguió que confesara, sino el psquiatra, que empatizó con él y, a través de la compasión y hacerle ver que entendía que había sido maltratado de niño, consiguió que desvelara todo», añade Merino. Fue juzgado en el 1992, en medio de una gran expectación y en un proceso que acabó siendo un circo. «Le metieron en una jaula para protegerle de los familiares de las víctimas. Toda su obsesión entonces fue pasar por un enfermo mental para atenuar la pena. En una ocasión, en la sala, se bajó los pantalones, se cogió el pene, y dijo que era imposible que el asesino fuera él porque no podía hacer nada con él», destaca la experta. No le valió de nada. Fue declarado culpable y el 14 de febrero murió ajusticiado de un tiro en la sien.