El rencor de un genio del armamento español contra los políticos que le despreciaron
Leonardo Torres Quevedo, artífice de un dirigible famoso en toda Europa, cargó con sorna contra aquellos que le propusieron ponerse al frente de la Escuela Nacional de Aviación después de negarle un crédito
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La opinión de los expertos fue unánime: los aparatos inventados por el ingeniero cántabro de caminos, canales y puertos Leonardo Torres Quevedo eran más veloces, estables y maniobrables que cualquiera de sus contemporáneos. Su mayor ventaja era que aunaban todas las ventajas de los dirigibles rígidos y flexibles en uno solo: el globo semirrígido. No en vano la empresa gala Astra había conseguido la patente poco antes. Y no se crean que las loas son huecas. Apenas dos meses después de salir del hangar, en mayo, obtuvo el prestigioso Premio Deperdussin al aerostato más rápido en recorrer 100 kilómetros en un circuito cerrado con escalas de control prefijadas.
Pero esa no fue la única medalla que se colgó el ‘Astra-Torres nº1’. Tras superar una prueba de vuelo de 200 kilómetros, fue invitado junto a sus hermanos –adquiridos por el ejército galo– a participar en el desfile de las tropas francesas en la Fiesta de la República el 14 de julio. ABC registró aquel honor en el seno de sus páginas: «Durante el tiempo que duró la tradicional revista militar, estuvieron evolucionando sobre la extensión de terreno que ocupaban las tropas tres dirigibles, y los tres realizaron sus evoluciones con un precisión que fue elogiadísima por los que la presenciaron». Todos eran globos con patentes española, aunque rebautizados como ‘Torres-Quevedo’, ‘Le Temps’ y ‘Vincelot’.
Y, para los que todavía alberguen dudas sobre su efectividad, basta decir que el estallido de la Primera Guerra Mundial trajo consigo la adquisición de decenas de estas máquinas por las fuerzas aéreas de medio mundo. Durante el gran conflicto europeo, los ingenios fueron utilizados para vigilar las costas, llevar a cabo labores de observación, escoltar navíos y colaborar en la lucha antisubmarina. La empresa Astra vendió unidades al Reino Unido –60–, Francia –20–, Estados Unidos –6–, Rusia –4– y Japón –1–. Casi nada. Todo, gracias al hombre que el presidente de la Sociedad Matemática Francesa, Maurice D’Ocagne, definió en 1930 como «el más prodigioso inventor de su tiempo».
Según recoge el profesor de Historia de la Ciencia Francisco A. González Redondo en sus ensayos sobre Torres Quevedo, los dirigibles jugaron un papel capital en el desarrollo de la contienda. Al terminar el conflicto se certificó que ningún buque que estuviera escoltado por los ingenios españoles había sido hundido por los temibles submarinos alemanes. Con todo, el experto también sostiene que su efectividad fue muchísimo mayor sobre los mares, donde era más difícil hacerles blanco: «En Francia fueron utilizados en el frente terrestre en 1914, pero en este destino eran extremadamente vulnerables, además de resultar poco efectivos». Hasta que se cambió su ubicación fueron destruidos el ‘L’Alsace’, el ‘La Flandre’ y el ‘Pilatre de Rozier II’.
La tristeza es que, si los ‘Astra-Torres’ fueron reconocidos por toda Europa, en España pasaron de puntillas. En sus informes sobre este aparato, el CSIC sostiene que «la estrechez de miras y la descoordinación de intereses entre los distintos departamentos ministeriales del Gobierno español» hicieron que el dominio de los cielos no se considerase importante. Así, aunque ya en 1904 el ingeniero cántabro había creado al calor del Gobierno el Centro de Ensayos de Aeronáutica y había producido el primer dirigible semirrígido unos meses después, nuestro país no disponía de ninguna unidad operativa en 1909. Ese año fue, de hecho, cuando los derechos fueron cedidos a la empresa gala.
El desastre del ‘Barranco del lobo’, también en 1909, demostró que era necesario contar con dirigibles de exploración. Sin embargo, la primera de estas aeronaves que se construyó en la península no fue la de Torres Quevedo. Tres años después, el inventor español intentó obtener en dos ocasiones una subvención de 400.000 pesetas para continuar sus investigaciones y diseñar nuevos inventos que fueran útiles dentro y fuera de las Fuerzas Armadas. Por desgracia, nunca obtuvo respuesta. Sí le tentaron para que dirigiera alguna institución de renombre, pero de forma más bien testimonial. La realidad es que, cuando hubo que abrir la cartera, el gobierno español no lo hizo.
La respuesta del ingeniero cántabro cuando le propusieron ponerse al frente de la Escuela Nacional de Aviación y que esta se fusione con el Centro de Ensayos de Aeronáutica no tiene precio:
«El problema de los dirigibles es muy distinto al de los aeroplanos. Yo no he estudiado nunca este último ni tengo de él más noticias que otro ingeniero cualquiera… Para montar y dirigir la Escuela de Aviación es necesario un hombre que tenga competencia, autoridad, condiciones de organizador y mucho tiempo que dedicar a esta obra. A mí me faltan todas esas condiciones y fracasaría seguramente… He pedido un crédito de dos millones de pesetas para experimentar un nuevo tipo de globo… si no me lo conceden sería cosa extraña que me obligaran a estudiar problemas de aeronáutica ante los cuales me declaro incompetente, cuando me niegan los recursos necesarios para estudiar otros que tengo esperanzas en resolver».
Origen: El rencor de un genio del armamento español contra los políticos que le despreciaron