Guerreros de Xi’an: los fantasmas del primer emperador chino
Era un día como cualquier otro en el pequeño Museo Lintong. Ubicado a las afueras de Xi’an (China), un arqueólogo autodidacta llamado Zhao Kangmin era su único empleado cuando respondió al teléfono. «
Era un día como cualquier otro en el pequeño Museo Lintong. Ubicado a las afueras de Xi’an (China), un arqueólogo autodidacta llamado Zhao Kangmin era su único empleado cuando respondió al teléfono. «Unos agricultores han hallado cabezas humanas y fragmentos de terracota», le informaron. Era el 25 de abril de 1974 y, al conocer la ubicación del hallazgo, en la pequeña aldea de Xiyang, Zhao no se lo pensó dos veces. Salió disparado hacia allí.
Al llegar, supo que las reliquias habían sido extraídas 28 días antes, el 23 de marzo, por siete campesinos que buscaban agua. Tras excavar un pozo de 15 metros, se toparon con «tierra roja y dura» y, poco después, con una «pieza de cerámica». «Parece un frasco», concluyeron al ver lo que acabaría siendo la cabeza de un milenario guerrero de terracota. Hallaron más cabezas, piezas de bronce que resultaron ser puntas de flecha y otros fragmentos, pero, ignorantes de lo que tenían entre manos, los dejaron tirados en el campo y vendieron varias piezas de bronce a un chatarrero.
Zhao Kangmin, sin embargo, conocía la historia. En particular, las deslumbrantes descripciones del legendario historiador chino Sima Qian, fechadas hacia el 90 a. C., sobre el faraónico mausoleo ordenado para su propia eternidad por Qin Shi Huang, el gran unificador de China y su primer emperador, fallecido en el 210 a. C. tras gobernar durante medio siglo. Más de 700.000 hombres, escribió Qian, trabajaron durante décadas para hacer realidad el sueño imperial de crear una tumba cuyo interior simulara un país con torres y palacios, alzados entre cien ríos de mercurio, metal al que los alquimistas chinos atribuían propiedades que prolongaban la vida y cuya intoxicación llevó a una muerte prematura al emperador.
Prohibido mirar al pasado
Zhao Kangmin sabía que la región de Xiyang figuraba entre las posibles ubicaciones de la legendaria tumba del primer emperador. El propio Zhao había desenterrado años antes en esa zona tres ballesteros que, con sus inexistentes recursos, no consiguió datar. Tampoco lo ayudaba el contexto. En la China de Mao Zedong y su Revolución Cultural mirar al pasado podría salirte muy caro, como bien sabía Zhao. Costumbres, cultura, hábitos e ideas precomunistas –bautizados como ‘los cuatro viejos’– eran perseguidos como «influencias antiproletarias». Años antes, de hecho, varios guardias rojos habían entrado en el Museo Litong y, tras destruir una estatua de la dinastía Qin, habían obligado a Zhao a admitir que su implicación con «cosas viejas» alentaba el resurgimiento del feudalismo. Y a Zhao, que tenía 38 años el día en que supo de los guerreros de terracota, no le apetecía nada recibir una nueva visita de la ‘purificadora’ Guardia Roja. Así que decidió mantener el hallazgo en secreto, restaurar las piezas y esperar a una oportunidad propicia para reportarlo.
Cuando Zhao llegó al lugar, se emocionó al ver «pedazos de torsos, extremidades y dos cabezas», según le contó al historiador británico John Man, autor del libro The terracotta army. De inmediato sintió que estaba ante los restos del mausoleo perdido. Algunas piezas eran del tamaño de una uña. Pero, días después, dos deslumbrantes combatientes de 1,78 metros de alto ‘resucitaban’ ante sus ojos en el museo. Y los bautizó: ‘guerreros de terracota de la dinastía Qin’; el nombre con el que han pasado a la historia.
Ocultar un secreto semejante, sin embargo, resultó una tarea imposible. Pocos meses después, Lin Anwen –un periodista de la agencia oficial de noticias Xinhua– visitó a unos familiares en Lintong y se acercó al museo a echar la mañana. Alucinó al ver a los dos militares de arcilla y empezó a atar cabos. Zhao le rogó silencio, pero Lin lo destapó todo nada más regresar a Pekín.
La Revolución Cultural, sin embargo, languidecía y el reinado del Gran Timonel –convertido ese año en clásico del pop-art por Andy Warhol– había iniciado su cuenta atrás. Para sorpresa (y alegría) de Zhao, lejos de ordenar destruir los guerreros, el Gobierno de Mao organizó una excavación en toda regla.
El asombro fue constante entre los arqueólogos a medida que desvelaban figuras y figuras de terracota, cada uno con rostro y vestimenta únicos. Junto a miles de militares de diverso rango y origen había también caballos, carros, vasijas de bronce, joyas de jade, adornos de oro y plata…, todos ellos ordenados en una extensa ciudadela subterránea con jardines, establos… y dividida en cuatro cámaras cuyo epicentro era la tumba del propio Qin Shi Huang.
Se trataba de uno de los hallazgos arqueológicos más impresionantes de la historia. Tanto que, medio siglo después, todavía queda por excavar casi la mitad del yacimiento. La ubicación de la tumba, de hecho, tardó en ser determinada, ya que su imperial huésped dispuso la construcción de varios túmulos vacíos para despistar a eventuales saqueadores. La tecnología moderna consiguió finalmente ubicar con precisión el lecho de muerte del primer emperador.
Ahora bien, acceder a la tumba ya es otro cantar. Durante 2234 años de existencia, el suelo levemente alcalino, escasamente aireado y con poca materia orgánica de Xi’an actuó como un conservante eficaz. El inicio de las excavaciones, sin embargo, echó por tierra esa milenaria protección y el descanso imperial presenta hoy un estado de tal delicadeza que nadie garantiza la seguridad de sus restos en caso de apertura.
Hoy, la excavación en el yacimiento lleva años ralentizada para evitar el deterioro de las esculturas, que pierden sus colores originales en cuanto son expuestas al aire. Por eso nadie se atreve todavía a abrir la tumba del emperador, que mantiene mientras tanto ese sueño eterno que tanto se esforzó en proteger.
Producción en cadena
Al primer emperador la idea de perdurar lo obsesionó desde los 13 años, cuando, nada más alcanzar el poder, ordenó que la construcción de su mausoleo se iniciara de inmediato. Los trabajos, inacabados, se extendieron hasta su temprana muerte a los 48 años.
Fue, además, una obra revolucionaria que recurrió a un primigenio sistema de producción en cadena, ya que, si bien cada figura se distingue de las demás, todos los guerreros guardan idénticas proporciones. Una innovación a la altura de su legado, pues, más allá de unificar los siete estados chinos y de su consideración como genio militar, Qin Shi Huang estandarizó la moneda, la escritura y las medidas chinas; conectó las ciudades y provincias con un avanzado sistema de carreteras y canales, y promovió un gran avance en las obras de la Gran Muralla.
Del mismo modo, nada fue dejado al azar en la creación de su mausoleo. Entre las estatuas que custodian su descanso se distinguen, por los tocados de sus cabezas, sus peinados o sus uniformes, distintos grados militares, representantes de las ocho etnias mayoritarias que coexistían bajo su mandato o el estatus social de cada uno de los miembros de sus fantasmales tropas.
Además, según Sima Qian, el primer emperador forró su complejo funerario con montones de piedras preciosas que representaban el firmamento, una muestra de su fascinación por el cosmos como guía para cruzar a una existencia inmortal. Y para protegerla, escribió Qian, ordenó que todos aquellos que hubieran participado en la obra fueran enterrados con él.
Las esculturas pierden sus colores originales en cuanto son expuestas al aire. Por eso, nadie se atreve a abrir la tumba del emperador
Sobre todo ello había leído Zhao Kangmin antes de toparse con el hallazgo que definió el resto de su vida. Después de aquello, el arqueólogo descubrió muchos otros tesoros entre los 600 yacimientos hallados desde entonces en la región y publicó cuatro libros.
Sin embargo, solo en 1990, 16 años después, Pekín lo reconoció como autor del hallazgo, honor del que había disfrutado hasta entonces Yang Zhifa –hay incluso un asteroide con su nombre–, el campesino que había quebrado con su azada la cabeza del primer guerrero de terracota ‘vuelto a la vida’. Zhao murió a los 81 años, el 16 de mayo de 2018. Según contó su hijo entonces, su padre fue un hombre parco en palabras… Excepto cuando hablaba de sus queridos guerreros de terracota.
Los guerreros y sus detalles
1. Ensamblaje: La cabeza de cada figura se insertaba en la parte superior del torso (hueco). De media, los soldados miden 180 centímetros de altura y pesan 160 kilos.
2. Cascos: Los soldados de Qin usaban cascos de bronce o hierro de 3 kilos de peso.
3. Arqueros de pie: Con el pelo recogido en moños y vestidos con túnicas ligeras de combate, posan como si estuvieran a punto de disparar.
4. Reconstruidos: La mayoría de las estatuas fueran halladas rotas en pedazos esparcidos por el suelo. Los arqueólogos han reconstruido la mayoría de ellas, aunque se han perdido sus colores originales.
5. Originales: Las figuras fueron pintadas en colores brillantes creados a partir de materiales molidos como azurita, cinabrio, carbón vegetal u óxido de hierro. Las armaduras de los oficiales de alto rango están forradas con exquisitos patrones geométricos.
6. Así se pintaron, en cuatro pasos: I. Terracota. II. Primera capa de laca. III. Segunda capa de laca. IV. Pintura a base de huevo.
7. Arqueros de rodillas: Disparar de rodillas favorece la estabilidad y, por tanto, la puntería del arquero y también lo ayuda a ocultarse del enemigo. Es la postura perfecta para el ataque y la defensa.
Origen: Guerreros de Xi’an: los fantasmas del primer emperador chino