La bestia acorazada de Franco: el olvidado supertanque fabricado con basura para aplastar a la República
En 1937, un capitán de artillería diseñó el Verdeja 1 para combatir la potencia de los T-26 soviéticos. Aunque efectivo, el proyecto terminó por ser abandonado
Hasta el alumbramiento del Leopard-2E, orgullo de las Fuerzas Armadas patrias, la historia de la industria armamentística española en lo que se refiere a carros de combate era la de un querer y no poder. El proyecto más famoso en lo que se refiere a blindados nonatos fue el Lince, del que solo se llegaron a dar unas pinceladas. Pero no fue el único. El de mayor solera fue el Verdeja, un tanque diseñado durante la Guerra Civil para subyugar la potencia de los T-26 enviados por la URSS a la República y cuyo primer prototipo fue ensamblado a base de desechos de otros tantos vehículos. Los expertos coinciden: era eficiente, era moderno y era letal. Con todo, la imposibilidad de construirlo en masa por parte de una industria anémica terminó por condenarlo al olvido.
Guerra blindada
El arma blindada no era puntera en la España de comienzos de los años treinta. Cuenta el historiador Juan Pastrana Piñero en ‘Medios acorazados en la guerra civil española’ que, al estallar el conflicto, apenas había en nuestro país una docena de vetustos carros de combate Renault FT-17. Armatostes veteranos de mil batallas en África y protagonistas, entre otras tantas operaciones, del desembarco de Alhucemas de 1925 con el que se aplastó a Abd el-Krim. Para colmo, todos quedaron destruidos o inutilizados poco después de que el bando sublevado se alzara contra la República el 18 de julio. Y otro tanto sucedió con el batiburrillo de tanques y tanquetas existentes en el parque de vehículos patrio; entre ellos, los viejos Schneider CA-1 y los Trubia.
«Los T-26 llevaron a cabo auténticos milagros. Se puede afirmar con total seguridad que, si el grupo de combate no hubiese estado presente durante la primera fase de la defensa de Madrid, esta habría sido catastrófica»
La mecanización de los ejércitos en lid quedó, por tanto, a cargo de las potencias internacionales que apoyaron a ‘hunos y hotros’, como diría Unamuno. Desde el mismo arranque del conflicto, Alemania puso a disposición de los sublevados –a la postre se supo que bajo pago, por mucho que Franco lo negara una y mil veces– sus Panzer IA. «Se trataba de un carro ligero, con un peso de algo más de 5 toneladas, un blindaje de 13 mm y una dotación de 2 hombres que debían accionar las dos ametralladoras de 7,92 mm con las que estaba equipado», explica Pastrana en su obra. Llamar a aquello carro de combate parece irrisorio en la actualidad, pero, en la época, se desempeñaban bien como apoyo de la infantería.
En total, los Nacionales recibieron 122 unidades de este blindado a lo largo del conflicto. «Dado que Alemania deseaba mantener en relativo secreto su participación en la contienda española, estos carros pasaron a ser conocidos con el sobrenombre de ‘negrillos’ por su camuflaje», añade el experto en su obra. Estos vehículos teutones, diseñados en principio tan solo para entrenar a los carristas de la ‘Wehrmacht’, se sumaron a los 149 CV3/33 italianos; una suerte de tanqueta ligera armada con dos ametralladoras o un lanzallamas e ideada para romper las líneas enemigas a toda velocidad y favorecer el avance de la infantería. Cosas de la táctica de la época.
A cambio, la Unión Soviética envió a España sus famosos T-26. Carros de combate con mayúsculas tripulados por tres combatientes y armados con un cañón de 45 mm –de considerable potencia para la época– y dos ametralladoras DT de 7,6 mm. Las casi ochocientas unidades que arribaron a la Península hicieron las delicias del Ejército Popular y se convirtieron en una pesadilla para las fuerzas sublevadas durante la primera fase de la Guerra Civil. Así lo confirmó un informe emitido por los asesores soviéticos: «Los T-26 llevaron a cabo auténticos milagros. Se puede afirmar con total seguridad que, si el grupo de combate no hubiese estado presente durante la primera fase de la defensa de Madrid, esta habría sido catastrófica».
Huelga decir que los T-26 se mostraron intratables hasta que el bando sublevado obtuvo la superioridad aérea. «Desde los primeros combates quedó claro que los T-26B soviéticos eran muy superiores a sus homólogos del bando franquista. Los combates en torno a Madrid y en la defensa de la capital española evidenciaron que los modelos alemán e italiano eran inferiores en potencia de fuego, por lo que se vieron obligados a cambiar las tácticas», explica Piñero en su obra. Hasta tal punto, que los nacionales recibían una suculenta recompensa por capturarlos. Les fue bien y, a lo largo de la guerra, pudieron hacerse con los suficientes como para formar una unidad independiente.
Nace el Verdeja
En esas andaba el ejército sublevado, a golpes con la potencia acorada soviética, cuando un capitán de la Unidad de Reparaciones de Carros llamado Félix Verdeja Bardales presentó el que, decía, era el proyecto definitivo de blindado español. Hoy, su historia es recordada en las Fuerzas Armadas con cierta morriña. El coronel de caballería Jesús Martínez de Merlo, por ejemplo, la desgranó a la perfección en uno de sus muchos artículos de la Revista de Historia Militar. En su texto, confirma que Verdeja diseñó su ingenio de ensueño mezclando las ventajas que ofrecían los T-26, los también rusos BT-5 –menos populares en el conflicto, pero también presentes– y los Panzer I. Y es que ya se sabe, si algo funciona, toca copiarlo…
El proyecto se presentó en 1937 bajo el nombre de Verdeja 1. «Se diseñó con una silueta muy baja que no era más alta que la de un hombre en pie y que apenas superaba las 6 toneladas de peso. Llevaba el motor en la parte delantera con una torre de combate muy retrasada armada de un cañón de 45 procedente de los carros soviéticos, lo que, por el momento, equilibraba la potencia de fuego entre ambos», desvela el militar en su artículo. Lo más llamativo era una cadena revolucionaria para la época que, como explica la Asociación Cultural Trubía, conseguía altas prestaciones en terreno muy irregular y peraltes pronunciados. «La cadena no tenía dientes guía y las ruedas corrían por su canal», desvelan.
El mismo Pastrana confirma en su dossier que se trataba de un ‘híbrido’ que combinaba la movilidad teutona con la potencia de fuego soviética; un acierto, vaya. Verdeja, en un alarde de ingenio, construyó el prototipo con restos de otros tantos blindados que había en su taller de Cariñena. Típica supervivencia española. Al final, lo terminó en Zaragoza. «Fue bien acogido y llevado a Bilbao», apostilla el historiador Gabriel Cadorna, especializado en la Guerra Civil, en ‘El gigante descalzo: el ejército de Franco’. Por si fuera poco, las pruebas le dieron ventaja sobre los Fiat, los Panzer y los T-26. Dada las necesidades del ejército franquista, desde un principio se estudió la producción de hasta un millar.
Fin del sueño
A partir de este punto la historia se difumina. La versión más extendida, presentada por Martínez, afirma que la construcción fue imposible por la debilidad de la industria española. Con todo, eso no detuvo al capitán, que ideó un nuevo prototipo de carro de combate en 1941. Para entonces la guerra acorazada había evolucionado a pasos agigantados tras el perfeccionamiento de la ‘Blitzkrieg‘ por parte de Heinz Guderian. Los alemanes dominaban las orugas y Verdeja, siempre avispado, supo adaptar su vehículo a los tiempos que corrían. «En el Verdeja 2, el motor quedaba situado en la parte trasera y la torreta quedaba en posición más habitual en todos los carros», añade el experto. El equipamiento: un cañón de 45 mm, dos ametralladoras alemanas y un motor Ford.
Verdeja no pudo ver cómo su sueño se materializaba y rodaba por tierras españolas. Y esta vez no fue solo por la falta de liquidez, sino porque cuando se presentó el prototipo, allá por 1944, el vehículo se había quedado desfasado. Normal, pues la industria armamentística evolucionó a toda velocidad durante la Segunda Guerra Mundial. Valgo como ejemplo que, por entonces, ya combatían por toda Europa los temibles Tiger I (Panzer VI) –equipados con cañones de 88 mm y un blindaje frontal de 102 mm–. Además, los Panzer IV germanos, T-34 soviéticos y Sherman estadounidenses –muy superiores al Verdeja– se habían convertido en la columna vertebral de las divisiones acorazadas de sus respectivos ejércitos. El momento del capitán, la Guerra Civil, había pasado.
Pero todavía hubo un último intento de salvar los diseños. En 1945, un año después, el capitán instaló sobre el chasis del Verdeja 1 una pieza de artillería de 75 mm. «Podemos considerar este modelo como el único ejemplar de artillería autopropulsada española», afirma Martínez en su artículo. El sueño, sin embargo, volvió a romperse. Cardona afirma que «no se pudo construir ni un solo carro porque la industria española era incapaz de ello y los ejércitos extranjeros ya le habían superado sobradamente». No le falta razón. A pesar de todo, el único prototipo que queda de este ingenio permaneció, cual recuerdo del desafío rojigualdo al mundo, en los jardines de la Academia de Infantería.