22 noviembre, 2024

La desconocida llamada al general Mola el 18 de julio de 1936: «Ya no puedo parar la guerra, me matarían»

Montaje del general Emilio Mola (centro), con Franco (izquierda) y Diego Martínez Barrio, sobre una imagen de la batalla del Jarama - ARCHIVO ABC/ ABC Multimedia
Montaje del general Emilio Mola (centro), con Franco (izquierda) y Diego Martínez Barrio, sobre una imagen de la batalla del Jarama – ARCHIVO ABC/ ABC Multimedia

Se produjo poco después de que el entonces presidente de la Cortes, Diego Martínez Barrio, recibiera la noticia del golpe de Estado contra la Segunda República, que intentó parar por encargo de Azaña, hablando con los conspiradores a las cuatro de la madrugada

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Aunque Franco fue curiosamente el gran beneficiado políticamente del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, lo cierto es que no estuvo detrás de su diseño. No fue a él a quien tuvieron que llamar las autoridades republicanas para detener la Guerra Civil. El verdadero ‘director’, nombre con el que era designado entre los conspiradores, fue Emilio Mola, en aquel momento gobernador militar de Pamplona. Él fue el verdadero cerebro de todo y había escogido como líder, en primer lugar, al general José Sanjurjo, pues sabía que lo había sido todo en el Ejército español y poseía una autoridad moral indiscutida entre todos los militares rebeldes.

En la Guerra de Marruecos, este se había convertido en uno de los grandes héroes de España y luego había sido director de la Guardia Civil y director del Cuerpo de Carabineros. Además, había protagonizado ya un levantamiento contra la República en agosto de 1932. Según el hispanista Gabriel Jackson, en esa primera ocasión, «los conspiradores habían contado con que Franco se sublevaría en La Coruña, pero este decidió unos días antes no sumarse, pues no creía que pudiera tener éxito».

Acertó. El general Sanjurjo fue encarcelado hasta la amnistía de 1934, momento en el que se exilió a Estoril, en Portugal, y siguió conspirando pacientemente en espera de una nueva oportunidad. Esta llegó el 18 de julio de 1936. En cuanto pudo, voló a España para asumir el mando de la rebelión una vez más, pero la avioneta Puss Moth que pilotaba el falangista Juan Antonio Ansaldo se estrelló y Sanjurjo murió. Aún así, Franco no fue elegido líder de inmediato, a pesar de haberse sumado ya a la rebelión. Ni siquiera formó parte de la Junta de Defensa Nacional que se formó en Burgos el 24 de julio de 1936.

«¿Por qué lo han hecho?»

Por eso, en el intento desesperado por parar la guerra a través de una serie de llamadas desesperadas, en quien pensaron primero las autoridades republicanas fue en el general Mola, que seguía siendo la cabeza principal durante la madrugada del 18 al 19 de julio en que Diego Martínez Barrio descolgó el teléfono. Acababa de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros, el cargo que hacía las veces de presidente del Gobierno. Sin embargo, cuando recibió la noticia el día 17 de que la guerra había estallado era todavía presidente de las Cortes.

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Emilio Mola, en 1930
Emilio Mola, en 1930 – ABC

«¿Por qué lo han hecho? ¿Para qué lo han hecho?», se preguntó, furioso, al enterarse. No entendía qué había llevado a aquel grupo de generales descontentos encabezados por Mola a levantarse contra un régimen legítimo y democrático como aquel. En ese momento no se le pasó por la cabeza la llamada que iba a recibir al día siguiente del presidente de la República, Manuel Azaña, en la que le pedía que formara un gobierno de conciliación nacional para librar al país del horror de la guerra. Un intento desesperado para evitar que España sufriera un nuevo derramamiento de sangre como los vividos en Cuba y Marruecos, pero esta vez entre hermanos y vecinos.

Azaña le había comunicado unos días antes que el entonces presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, le había presentado su dimisión poco después del asesinato de José Calvo Sotelo el 13 de julio. Aún así, este esperó hasta la noche del 18 al 19 de julio para nombrar a Martínez Barrio. A las 22.00 horas se difundieron hasta cinco notas de prensa oficiales sobre lo que estaba ocurriendo y, poco después, se produjo la transmisión de poderes. «Casares Quiroga estaba deshecho y nos ha confesado claramente que no tenía medios para resistir la sublevación», comentó el vicesecretario general del PSOE, Juan Simeón Vidarte, presente en la reunión.

El diálogo

Azaña eligió a Martínez Barrio para que escogiera la vía del diálogo, aunque no tenía mucho tiempo porque la guerra ya estaba en marcha. Así que, sin perder un minuto, este pronunció un discurso radiofónico como nuevo presidente en el que exigió a los sublevados que regresaran a la obediencia y, poco después de las cuatro de la madrugada, inició una ronda de llamadas telefónicas para conocer hasta dónde había llegado la rebelión. El objetivo principal era convencer a los mandos más indecisos. El primero de estos últimos fue Miguel Cabanellas, jefe de la V División, que se encontraba en Zaragoza y era masón como él, pero no consiguió que este le garantizara su lealtad. La siguiente llamada fue a Domingo Batet, general de la VI División, en Burgos, fiel a la República, quien le comunicó que la autoridad en esa zona no estaba en sus manos, sino en las de Mola.

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La cosa no empezó muy bien, aunque en las siguientes comunicaciones logró que Martínez Monje, jefe de la III División de Valencia; Martínez Cabrera, gobernador militar de Cartagena, y Luis Castelló, general de Badajoz, le juraran fidelidad absoluta. En ese momento decidió no ponerse en contacto con el coronel Antonio Aranda, gobernador militar de Asturias, ni con el general Francisco Paxot, gobernador militar de Málaga, pues estaba convencido de que ninguno de los dos participaría jamás en un golpe de Estado contra la República.

Animado por los pequeños avances, optó entonces por llamar al general Mola, que iba a ser, sin lugar a dudas, la conversación más relevante de todas. En ese momento, como cabecilla, era el único que probablemente podía parar el golpe. La conversación se produjo así:

Mola: ¿Don Diego Martínez Barrio? Le escucho respetuosamente.

Martínez Barrio: General, he sido encargado de formar Gobierno y he aceptado. Al hacerlo me mueve una sola consideración: la de evitar los horrores de la guerra civil que ha empezado a desencadenarse. Usted, por su historia y por su posición, puede contribuir a esta tarea. Desconozco las ideas políticas de los generales, entre ellos usted, que están al frente del Ejército. Supongo que, por encima de cualquier estímulo, colocan ustedes su amor a España y el cumplimiento de su deber militar. En esta confianza me dirijo a usted, para invitarle a que la tropa a sus órdenes se sostenga dentro de la más estricta disciplina y bajo la obediencia de mi Gobierno.

Mola: Agradezco a usted mucho, señor Martínez Barrio, las palabras lisonjeras e inmerecidas que le inspiran mi condición y mis servicios. Con la misma cortesía y nobleza con que usted me habla, voy a contestarle. El gobierno que usted tiene el encargo de formar no pasará de intento. Y si llega a constituirse, durará poco, y antes ¡qué remedio!, habrá servido para empeorar la situación.

Martínez Barrio: Habría de tener las mismas desconfianzas que usted, que no las tengo, y la conveniencia general me impondría el deber de aceptar la tarea. Lo que pido a todos es que como yo cumplo el mío, cumplan el suyo. España quiere tranquilidad, orden, concordia. Cuando pasen las horas de fiebre, el país agradecerá a sus hombres representativos que le hayan evitado un largo período de horror.

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Mola: No lo dudo. Pero yo veo el porvenir de distinta manera. Con el Frente Popular vigente, con los partidos activos, con las Cortes abiertas, no hay, no puede haber y no habrá gobierno alguno capaz de restablecer la paz social, garantizar el orden público y reintegrar a España su tranquilidad.

Martínez Barrio: Con las Cortes abiertas y el funcionamiento normal de todas las instituciones de la República, yo estoy dispuesto a conseguir lo que usted cree imposible. Pero el intento necesita de la obediencia de los cuerpos armados. Esa es la que pido y la que intentaré imponer cuando esté en el poder. Espero que en este camino no me falte su concurso.

Mola: No, no es posible, señor Martínez Barrio.

Martínez Barrio: ¿Mide usted bien la responsabilidad que contrae?

Mola: Sí, pero ya no puedo volver atrás. Estoy a las órdenes de mi general don Francisco Franco y me debo a los bravos navarros que se han puesto a mi servicio. Si quisiera hacer otra cosa, me matarían. Claro que no es la muerte lo que me arredra, sino la ineficacia, mi nuevo gesto y mi convicción. Es tarde, muy tarde.

Martínez Barrio: No insisto más. Lamento su conducta que tantos males ha de acarrear a la patria y tan pocos laureles a su fama.

Mola: ¡Qué le vamos a hacer! Es tarde, muy tarde.

Tras la ronda de llamadas, que duró apenas una hora, Martínez Barrio presentó su dimisión y fue acusado de ofrecer a Mola el Ministerio de la Guerra, aunque nunca se ha confirmado. Algunos historiadores como Juan María Gómez y Hugh Thomas sostienen que la oferta existió. También el periodista Rafael Fernández de Castro, citado por Gil-Robles como el hombre que mejor contó dicha llamada, quién aseguró: «Sí que llegó a proponerle un puesto en el nuevo Gobierno que Azaña se proponía formar». José María Iribarren, secretario personal de Mola, aseguró que «le prometió un cambio de política, un viraje hacia la derecha y un Gobierno de orden en el que el general sería ministro de la Guerra, con la única condición de que depusiese las armas inmediatamente».

Origen: La desconocida llamada al general Mola el 18 de julio de 1936: «Ya no puedo parar la guerra, me matarían»

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