La extraña carta cifrada en la que Napoleón anunció que iba a «volar el Kremlin por los aires»
El emperador francés abandonó la actual sede del presidente Vládimir Putin el 19 de octubre de 1812, tras un mes viviendo en ella, con la orden de que se colocaran 180 toneladas de explosivos en las criptas del histórico edificio
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
En la soleada tarde del 14 de septiembre de 1812, la ‘Grande Armée’ llegó por fin a los suburbios de Moscú. Napoleón subió a la colina para contemplar el espectáculo. «¡Aquí está, por fin! Ya era hora», exclamó antes de dirigirle al Kremlin a descansar y escribir la extraña carta cifrada con una orden que, de ejecutarse, habría acabado con el mayor símbolo del país, residencia hoy del presidente Vládimir Putin. La alegría del emperador, sin embargo, duró poco, al comprobar que ni el zar Alejandro I ni ninguno de sus generales salió a recibirle con las llaves de la ciudad en un cojín de terciopelo, tal y como esperaba. Su sorpresa fue mayor al comprobar que, de los 250.000 habitantes, solo quedaban 15.000.
La gran mayoría de los moscovitas, al descubrir que la capital había sido abandonada por el Ejército ruso, evacuó también sus viviendas e inició un éxodo masivo, no sin antes esconder o destruir todo lo que podía ser de utilidad al invasor francés y que no podía llevar consigo. Según cuenta Andrew Roberts en ‘Napoleón. Una vida’ (Palabra, 2016), el presidente de la Universidad de Moscú y una delegación de moscovitas franceses visitaron a Napoleón el día anterior en su cuartel general a las afueras, para informarles de que las calles estaban desiertas y no habría delegación de notables para ofrecerle los tradicionales presentes de sal y pan y las llaves de la ciudad.
El emperador llegaba al corazón de la gran conquista que había iniciado cinco meses antes, el 24 de junio, al cruzar el río Niemen con 615.000 soldados. En la década anterior había protagonizado una serie de deslumbrantes hazañas militares en Italia, Francia y Egipto, había sido coronado en Notre Dame y continuado su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland. En el verano de 1812, dominaba todo el continente desde el Atlántico hasta el citado río, pero más allá, nada. Se le resistía la vasta región de Rusia y al inicio del verano de aquel año concluyó que había llegado la hora.
Su Ejército era tan grande que necesitó ocho días a finales de junio para cruzar el Niemen. Contaba con soldados italianos, polacos, portugueses, bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses, napolitanos, alemanes, sajones, suizos… En total, veinte naciones. Los franceses eran la tercera parte. Todos ellos sufrieron una lenta agonía de marchas extenuantes, torturas, hambre, enfermedad y frío extremo a medida que llegaba el invierno que, al entrar en Moscú, quedaban poco más de cien mil hombres.
El vacío
Durante el camino, todos ellos se fueron percatando de que solo conquistaban el vacío. La genial estrategia del zar de retirada y tierra quemada hizo que el corso se viera obligado a perseguirlo durante miles de kilómetros, desesperado. Siempre que llegaba a una aldea, la encontraba incendiada, sin habitantes y con el alimento enterrado… y la capital, como pronto comprobó Napoleón, no fue menos. De hecho, los que decidieron permanecer eran, principalmente, mendigos y delincuentes excarcelados por Alejandro I y armados con pólvora para prender fuego a cuantos edificios pudieran.
En su lugar, relata Roberts, un campesino anciano se ofreció sutilmente a guiar al emperador por la ciudad y mostrarle los lugares más emblemáticos, pero se le rechazó con educación. El capitán Heinrich von Brandt, de la Legión del Vístula, rememoró después: «Moscú tiene una apariencia óriental, o más bien enigmática, con sus quinientas cúpulas doradas o pintadas con los colores más estridentes, erigidas aquí y allá sobre un mar de casas». Pero por motivos logísticos y de seguridad, esperando que la ‘Grande Armée’ no la saqueara, solo se alojaron dentro de sus murallas la Guardia Imperial y la Guardia Imperial Italiana.
El resto del Ejército permaneció fuera, en el campo, aunque algunos soldados encontraron rápidamente un camino a través de los suburbios para entregarse al pillaje. Napoleón, por su parte, entró en la ciudad el día 15 de septiembre. Después de comprobar que no había minas, se instaló en el Kremlin y se fue a dormir. «La ciudad es tan grande como París y dispone de todo», escribió a su esposa, María Luisa de Austria, en la intimidad de su habitación.
Moscú, en llamas
El general Philippe-Paul de Ségur, en un libro que escribió aquel año y que la editorial Duomo reeditó en España, en 2008, bajo el título ‘La derrota de Napoleón en Rusia’, aseguró que «las esperanzas tempranas del emperador revivieron al contemplar el Kremlin». Sin embargo, al día siguiente estallaron de forma simultánea incendios en toda la ciudad que no se pudieron sofocar por el fuerte viento y porque el gobernador de la ciudad, Fyodor Rostopchin, había acabado con las bombas de extinción y hundido su flota contra incendios.
Napoleón dormía en su camastro de hierro bajo los candelabros del Kremlin cuando le despertaron, a las 4 de la mañana del día 16, para informarle del fuego, que alcanzaba tal intensidad que se podía leer dentro del edificio sin necesidad de lámparas. «¡Qué enorme espectáculo!», exclamó Napoleón, contemplando las llamas desde la ventana. En sus habitaciones dedicó los siguientes días a reorganizar las unidades del Ejército, hacer recuento de las bajas, pasar revista y estudiar los detallados informes acerca de su situación, que le pusieron al corriente de que disponía de 100.000 efectivos.
Fue en aquellos días cuando Napoleón debió tomar la drástica decisión de volar el Kremlin, que dejó por escrito en una carta fechada el 20 octubre de 1812, un día después de que hubiera abandonado el palacio para regresar a París. La misiva estaba dirigida a Hugues-Bernard Maret, el diplomático y estadista que le había acompañado durante gran parte de aquella campaña, y saltó al primer plano de la actualidad en 2012, después de salir a la venta en la casa de subastas Osenat de la capital francesa. Con un precio de salida de 10.000 euros, fue finalmente vendida por más de 180.000.
Firmado, «NAP»
El manuscrito estaba firmado como «NAP», en referencia a Napoleón, y totalmente cifrado. En él, el emperador especificaba al principio, sin ambages, su siguiente ataque: «Voy a hacer volar el Kremlin por lo aires el día 22 [de octubre] a las tres de la mañana». A continuación, informaba a su destinatario de su situación: «Me encuentro a medio camino de Kaluga y, desde aquí, me voy a Smolensk y Witepsk por la misma ruta. Haced enviar víveres de Minsk y de Vilna a Witepsk y Smolensk. Mi caballería no tiene monturas y mueren muchos caballos, así que ordena y procura que no se pierda tiempo para comprar».
Cuando salió a subasta, la misma casa de subastas recordaba que Napoleón había abandonado Moscú el 19, dejando en la capital rusa algunas tropas al mando del mariscal Édouard Mortier, gobernador de la ciudad desde el 14 de septiembre. La procedencia del documento era la colección de Lord Lindsay, conde de Crawford, que sacó a la venta otros documentos del emperador, como un «Ensayo sobre la fortificación en el campo» que redactó cuando se encontraba preso en la isla de Santa Elena y que alcanzó una cantidad mucho mayor: 300.000 euros con un precio de salida era de 60.000 euros.
En lo que respecta a su orden de volar el Kremlin, efectivamente la llevó a cabo pocos días después de haber abandonado la capital para volver a París. Como dijo en otra carta al general Jean Ambroise Baston de Lariboisière, «es posible que regresé a Moscú», en la que también explicaba que, si optaba por esa opción, le resultaría más fácil retomarla sin ese gran punto defensivo que significaba la actual sede de la presidencia rusa. Fue entonces cuando, siguiendo sus instrucciones, el mariscal Édouard Mortier colocó 180 toneladas de explosivos en las criptas del histórico edificio.
La explosión fallida
Napoleón escuchó la explosión a la 1.30 de la noche del 22 de octubre, cuando se encontraba a 40 kilómetros de distancia. A continuación, alardeó en el boletín de que «el Kremlin, antigua ciudadela, coetánea del auge de la Monarquía de los Romanov y palacio de los zares, ha dejado de existir». Sin embargo, aparte de la destrucción del arsenal, de una de las torres y de la puerta Nikolski, así como los daños al campanario de Iván, el resto del Kremlin resistió.
El emperador apremió también a Mortier para que evacuase de Moscú a todos los heridos, sin saber todavía que lo que les esperaba a estos en su viaje de regreso era mucho peor. Como apuntamos, de los 650.000 hombres que cruzaron el Niemen en junio, solo 100.000 llegaron a la capital rusa. Y de estos, solo unas pocas decenas de miles consiguieron llegar a Francia con vida. Menos del veinte por ciento.
La lucha por comer y conseguir refugio se convirtió en lo único que importaba durante aquel viaje de vuelta. Al anochecer, los hombres destripaban a los caballos muertos para meterse dentro y coger calor. Otros ingerían la sangre coagulada. Y, tan pronto fallecía un compañero, le quitaban las botas y el poco alimento que tenía en la mochila. El general británico Robert Wilson habló de «miles de fallecidos, moribundos desnudos, caníbales y esqueletos de diez mil caballos cortados en pedazos antes de que murieran
Origen: La extraña carta cifrada en la que Napoleón anunció que iba a «volar el Kremlin por los aires»