27 abril, 2024

La feroz carta de Carrillo con la que dejó de hablar a su padre veinte años: «Soy comunista y tú un traidor»

Montaje de Santiago Carrillo (izquierda), junto a su padre, Wenceslao
Montaje de Santiago Carrillo (izquierda), junto a su padre, Wenceslao

En 1939, el dirigente del PCE renegó de su progenitor, Wenceslao Carrillo, un destacado dirigente socialista al que estaba muy unido y que le impulsó a entrar en política cuando era un adolescente, mediante un escrito muy duro que hizo público en la prensa

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«Cuando pides ponerte en comunicación conmigo olvidas que yo soy comunista y tú un hombre que ha traicionado a su clase, que ha vendido a su pueblo. Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género. Tú has quedado ya del otro lado de las trincheras», le escribía Santiago Carrillo a su padre, el 15 de mayo de 1939. Quince días más tarde la carta fue reproducida en algunos medios de la Internacional Comunista, como ‘La Correspondance Internationale’ y ‘Jeunesses Du Monde’. Para ellos era una muestra de la fidelidad y el amor que todos los militantes debían tener hacia el partido, por encima de la propia familia.

En ese momento, Carrillo tenía 24 años y su padre, Wenceslao, 49.

La política les había unido antes de que se instaurara la Segunda República y ahora les había separado, como insistía el futuro secretario general del Partido Comunista de España (PCE) en la misiva: «No, Wenceslao, entre tú y yo ya no puede haber relaciones. No tenemos nada de común, y yo me esforzaré toda mi vida, con la fidelidad a mi partido, a mi clase y a la causa del socialismo, en demostrar que entre tú y yo, a pesar de llevar el mismo apellido, no hay nada de común».

Antes de aquel incidente, los Carrillo eran una familia cálida y afectuosa, impregnada por un acusado sentido de la lucha de clases. En sus memorias, Santiago asegura que sus padres y sus seis hermanos siempre fueron muy importantes para él, por lo que es difícil explicarse la ferocidad con la que repudió a Wenceslao en 1939. Sobre todo, si tenemos en cuenta que había sido un ejemplo a seguir para él desde los tiempos en que trabajaba como metalúrgico en la fábrica Orueta y era un destacado sindicalista y miembro del Partido Socialista. También cuando se trasladó a Madrid en 1923 para desempeñar el cargo de redactor en el diario ‘El Socialista’ y accedió, más tarde, a la dirección de UGT.

La cárcel

Wenceslao puso siempre un gran empeño en que su hijo siguiera sus pasos en la política. Parecía no importarle que le llevara a la cárcel, como le había ocurrido a él mismo durante la huelga revolucionaria de agosto de 1917. Santiago reconocería más tarde que el recuerdo más temprano que guardaba de su padre era ver cómo la Guardia Civil se lo llevaba cada cierto tiempo de la casa familiar en Avilés. Aquello le marcó y, en 1930, cuando tenía solo 15 años, él también empezó a colaborar como periodista en ‘El socialista’. Se hizo cargo de la información parlamentaria en la Segunda República, codeándose con otros grandes de la profesión como Víctor de la Serna, del diario ‘Informaciones’; Manuel Azaña, de ‘El Sol’, y Wenceslao Fernández Flores, de ‘ABC’.

Santiago Carrillo, en 1937

Con 18 años, Santiago ya defendía en discursos su vertiente más radical en el partido socialista. Llegó a ser juzgado en 1933 por uno de sus artículos e ingresó en prisión, junto a su padre, por participar en la Revolución de 1934. Wenceslao y él compartieron celda, unidos por la política. Cuando recobraron la libertad dos años después con la amnistía del Frente Popular, el joven Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. Ese mismo día ingresó en el PCE y comenzaron las matanzas de Paracuellos del Jarama de las que fue responsabilizado a lo largo de su vida.

Pero fue al final de la contienda cuando el hijo dejó de hablar al padre, después de aquella llamada del coronel Segismundo Casado al presidente Juan Negrín, en la madrugada del 5 al 6 de marzo de 1939, para comunicarle que se había sublevado contra él. Un golpe de Estado contra los soviéticos y el Partido Comunista del que Santiago Carrillo era ya un miembro destacado. Como tal, defendía la vía de continuar combatiendo contra los sublevados al contrario que su padre, cercano a la postura de Azaña y el resto de conspiradores de negociar con Franco una paz digna.

Cuando se produjo la conjura, Carrillo se encontraba ya en Francia junto a otros miembros del Politburó. En una entrevista de 1974, afirmó que quiso volver a España, pero que los soviéticos se lo impidieron porque no querían que terminara luchando contra su propio padre. En ese momento se enteró de que la Junta anticomunista de Casado incluía a su padre como consejero de Orden Público, el mismo cargo que él había desempeñado en 1936, pero con una misión muy diferente: perseguir a comunistas como su hijo.

«Mi amor al gran Stalin»

En aquella misma entrevista, Carrillo reconoció que la noticia de la participación de su padre en el golpe de Estado le afectó más que la muerte de su madre, acaecida pocos días antes. Así lo contaba en sus ‘Memorias’:

«Recuerdo que me eché a llorar como un crío, como no lo había hecho desde niño y como no lo haría más en mi vida. ¿Cómo pudo hacer eso mi padre? Había estado siempre muy orgulloso de él y no podía entenderlo. Sabía que estaba contra Negrín y contra el PCE, pero llegar a aquello, a participar en la junta del golpe de Estado que iba a entregar inermes a Franco a los defensores de la República era algo que sobrepasaba mi entendimiento. ¡Mi padre junto con Besteiro, que había sido desde hacía muchos años una de sus bestias negras!».

Así se lo hizo saber también a Wenceslao en la mencionada carta de 1939:

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«Por vuestra traición, la República española ha sido batida, pero la lucha no ha terminado. Por el esfuerzo del pueblo, Franco caerá, los obreros y campesinos, unidos a todos los demócratas con el Partido Comunista a la cabeza, restaurarán de nuevo la República popular, pero jamás, ni bajo la dominación fascista ni después de nuestra victoria, olvidarán vuestra infame traición».

No ocultaba tampoco su amor a la dictadura soviética:

«Cada día me siento más orgulloso de ser un soldado en las filas de la Gran Internacional Comunista, que tú y tus cómplices odiáis tanto, y que ha sabido mantener en todo el mundo la bandera de la solidaridad con el pueblo español. Mientras, tus amigos del extranjero, los dirigentes de la II Internacional, hacían cuanto podían para acogotarnos y para trabajar contra la unidad y contra la URSS, utilizando el mismo lema que Hitler y Mussolini: ‘La lucha contra el comunismo’. Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin, a los que vosotros odiáis y calumniáis precisamente porque han ayudado a España de una manera constante. El odio de vuestra cuadrilla caballerista-trotskista a los comunistas, la URSS y Stalin es una prueba más del formidable papel jugado por estos en la lucha del pueblo español por su libertad».

Algunos compañeros de Santiago Carrillo en el PCE estaban convencidos de que aquella misiva no era del todo sincera. El hecho de que hubiera sido publicada, en vez de mantenerla como una mera correspondencia privada, demostraba que su principal motivación era demostrar su ortodoxia estalinista a través de un feroz ataque contra su propio padre. «La carta iba más dirigida, en realidad, a sus superiores que a Wenceslao. Sin el menor indicio de tristeza o melancolía, el texto era una mezcla de comprensible indignación por las consecuencias del golpe de Casado y de retórica estalinista absurdamente exagerada», explicaba Paul Preston en ‘El zorro rojo’, la biografía que escribió sobre el dirigente comunista, .

Uno de los compañeros de piso de Carrillo a las afueras de París, cuando vivía en la clandestinidad, era el camarada Manuel Tagüeña, cuya opinión al respecto era muy parecida a la del historiador británico:

«Entre Santiago y yo nunca hubo confianza y menos amistad. Siempre lo había considerado dispuesto a subordinarlo todo a sus ambiciones políticas. En aquel momento, acababa de renegar públicamente de su padre. Por mucho aire espartano que quisiera dar al gesto, nadie dudaba de que lo había hecho para presentarse ante la dirección del PCE como militante íntegro y capaz de sacrificar a su propia familia en beneficio de la causa».

La respuesta

Cuando Wenceslao leyó la carta varias semanas después, le costó creer que la hubiera redactado su hijo. Por eso le respondió con otra misiva fechada el 2 de julio de 1939 en la que no se dirigía a Santiago, sino a la persona que él consideraba que había escrito la primera misiva a través de él. La llamaba de manera sarcástica el «señor Stalin». Era su forma de insinuar que había sido dictada por Dolores Ibárruri y el que había sido ministro comunista de Instrucción Pública, Jesús Hernández. Reconocía que aquella «puñalada» le había «llegado al corazón» y, por último, le hablaba directamente al dictador ruso:

«Yo, señor Stalin, había educado a mi hijo en el amor a la libertad, pero ustedes me lo han convertido a la esclavitud. Como le sigo queriendo, a pesar de tan monstruosa carta, procuraré, con el ejemplo, que vuelva al lugar del que no debiera haber salido nunca».

Sin embargo, Carrillo no regresó. Durante los siguientes veinte no le dirigió la palabra a su padre. El reencuentro se produjo en Bélgica, el país al que Wenceslao se había mudado con el apoyo del sindicato de metalúrgicos y su secretario general, Artur Galli. Había ingresado en una clínica que este último había fundado en Charleroi, y en la que el líder socialista pasó sus últimos años de vida. Según explicó Santiago tiempo después, fue a visitarle como respuesta a la estrategia de «reconciliación nacional» desarrollada por el PCE en 1956. En base a esta, Ibárruri le sugirió que sería políticamente beneficioso que se reconciliara con él.

Nada más verse y abrazarse, Wenceslao le dijo: «Por lo que a mí respecta, siempre has sido mi hijo». Las aguas volvieron a su cauce y Santiago le presentó a su mujer y a sus hijos. Poco después, Santiago se lo llevó a vivir con ellos a su casa de París. Así explicaba el episodio en una entrevista con ‘El Periódico’ en 2002:

«Mi padre y yo recuperamos la amistad hacia 1956 o 1957. Algunos me han criticado por romper con él, me han llamado ‘hijo desalmado’. Las cosas en 1939 eran muy claras. Mi padre participó en el golpe de Casado que dejó en manos de Franco a muchos de mis mejores amigos y camaradas. Era un momento en el que tuve que optar entre los que luchaban por las mismas ideas o por quien era mi padre. Si tuviera que hacerlo hoy no escribiría una carta con tanta fraseología como entonces, pero tendría un contenido semejante. Después, en 1956, cuando elaboramos la política de reconciliación nacional, La Pasionaria me preguntó: ‘¿No crees que si estamos propugnando la reconciliación deberías empezar por tu padre?’. Era algo que estaba pensando, así que me marché a Bélgica, donde él estaba enfermo. Nos vimos. El encuentro fue emocionante. Me dijo: ‘No tienes que explicarme nada’. Él comprendía lo que había hecho».

Cuando Wenceslao falleció en Charleroi, en 1963, su hijo se presentó en el entierro para sorpresa de todos los presentes. Fueron miles los socialistas españoles exiliados que desfilaron junto a su tumba. «Todos íbamos con camisa roja, pantalón azul y botas de trabajo. Dimos el pésame a todos los miembros de la familia, menos a Carrillo, que impertérrito estuvo con la mano tendida mientras pasábamos todos por delante de él», recordaba el socialista asturiano Manuel Villa.

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Origen: La feroz carta de Carrillo con la que dejó de hablar a su padre veinte años: «Soy comunista y tú un traidor»

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