La humillación que Franco borró de la historia
Recorremos la Alcarria, una región en la que la dictadura desplazó a la población mediante la construcción de un pantano para ocultar su derrota
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
«Por aquí no estuvieron Hemingway y compañía». Luis A. Ruiz Casero rompe la quietud de la mañana con un chascarrillo mientras señala los restos de una línea de trincheras con la que no ha podido el tiempo. El calor aprieta en el vértice Sierra, un cerro olvidado que domina la Alcarria, en la provincia de Guadalajara; nada que ver con el invierno de 1938, cuando la lluvia se entremezcló con la sangre. «La Primera Bandera de la Legión, la élite del ejército de Francisco Franco, intentó un golpe de mano desde esa llanura», prosigue el doctor en Historia. Todo parecía perdido para la 33ª División del Ejército Popular, bisoña y poco bregada, pero un cóctel de errores de los atacantes permitió rechazar la ofensiva.
El desenlace sorprendió hasta tal punto a los sublevados, que ordenaron aplastar las defensas republicanas por saturación. «Aquí, donde pisamos, cayeron 6.000 proyectiles, una cantidad mucho mayor que la de otras batallas como la del Pingarrón, en el Jarama», explica Ruiz. Sin embargo, la ofensiva del vértice Sierra ha pasado de puntillas por los libros de historia; lo mismo que otras tantas de los frentes de Guadalajara y Toledo. Y no porque no estremeciesen al autodenomjnado bando Nacional, sino porque Franco puso todos sus esfuerzos en cubrirlas con el oscuro manto de la desmemoria. Lo cierto es que le salió muy bien; quizá demasiado. Pero toda acción conlleva una reacción, y la de nuestro guía ha sido alumbrar el ensayo ‘Sin lustre, sin gloria’ (Desperta Ferro).
Dolorosa derrota
Arranca dura la mañana: evocando el repiquetear de las balas. Pero todavía nos quedan muchas batallas por contar. Mientras descendemos del vértice Sierra, en dirección al coche que nos trasladará al siguiente enclave, Ruiz se retrotrae al germen de todo; ese porqué que llevó a Franco a señalar la comarca como el enemigo a batir. En marzo de 1937, 35.000 fascistas enviados por Mussolini y 15.000 franquistas de la División Soria se estrellaron contra las defensas republicanas de Guadalajara. Los italianos anhelaban tomar Madrid mediante su imbatida ‘guerra celere‘, el desplazamiento a toda velocidad de soldados en vehículos, pero fueron frenados en seco. El ridículo fue internacional, lo mismo que las burlas: «¡Menos camiones y más cojones!».
No acabó ahí la humillación. Entre finales de marzo de 1937 y los primeros compases de 1939 se sucedieron una infinidad de ofensivas en la Alcarria, la llave de la capital. Así lo corrobora el doctor en Historia mientras atravesamos en coche un mar de encinas: «En el libro me centro en todas ellas. Se dieron en los flancos del frente de Madrid: Guadalajara y Toledo. Absorbieron una alta cantidad de tropas y medios». Ejemplos los hay por decenas, aunque solo le da tiempo a recordar un par: «En la ofensiva del Alto Tajuña, el contraataque de la República en 1938, hubo más bajas que el otoño anterior. Y en Seseña, en la cuesta de la Reina, hubo combates toda la guerra». En todos primaron las derrotas franquistas.
Malditos y olvidados
La conversación se queda a medias. De la nada, brota frente a nosotros una de esas construcciones colosales de las que la dictadura se enorgullecía: el embalse de la Tajera. Sobre los papeles, se levantó en la reserva natural del Valle del Tajuña para aprovechar la orografía del terreno. Ruiz no está de acuerdo del todo. Recostado ya sobre la barandilla, y echando alguna mirada furtiva a un fondo parco de agua, desvela que estas infraestructuras se utilizaron para «expulsar a los municipios que sostenían a las guerrillas de la zona» y castigar a los pueblos que habían combatido por la Segunda República.
Hoy, por tanto, gran parte del campo de batalla está hundido bajo las aguas. «No hay papeles que lo corroboren porque no iban a hacerlo oficial, pero basta con sumar dos y dos», sentencia.
No se quedó en ese punto el generalísimo. Desde lo alto del embalse, Ruiz señala el vértice Sierra; su caso es más doloroso todavía. «La dictadura alteró la toponimia. Aunque el promontorio se llamaba así desde mediados del siglo XIX, le cambiaron el nombre porque se relacionaba con la victoria del ejército de la República», explica. Cuando se actualizó el plano, pasó a denominarse cerro Alto.
Y eso, por no hablar de que en la zona del Alto Tajo acabaron con la explotación de los pinares, una actividad habitual entre los pueblos de los alrededores. «Se prohibió a los gancheros que trabajaran. Eso puede entenderse como una castigo porque habían estado sindicados en los años treinta y eran muy progresistas. De hecho, tuvieron en sus filas a varios guerrilleros», asevera. La mayoría abandonaron la comarca y se marcharon a las grandes ciudades.
Baile de cifras
Volvemos al coche, herramienta indispensable para recorrer la inmensidad de la Alcarria, y empezamos la última parte de la ‘tournée’. A la izquierda dejamos Brihuega, donde se desangró el ‘Corpo Truppe Volontarie‘ italiano; a la derecha, el enésimo valle que provocó los desaires de los tanquistas del famoso Dmitri Pávlov, enviado por la República en 1937 para reforzar el frente. «Sus T-26 causaron estragos entre los vehículos de Mussolini», añade Ruiz. Entramos y salimos de minúsculos y bellos pueblos que sirvieron de base para uno y otro ejército; testigos mudos de la muerte. Y, por último, llegamos a Abánades. El municipio, que acogió una batalla a muerte por una cabeza de puente, cuenta hoy con medio centenar de habitantes censados.
Abánades recuerda con un pequeño museo la ‘batalla olvidada’, como la conocen los historiadores. En su interior, donde hace décadas impartía clases el maestro del pueblo, reposan decenas de recuerdos hallados por parroquianos, labradores y arqueólogos: cascos, proyectiles, bayonetas… Hasta una pieza de artillería adquirida a un chatarrero que la tenía almacenada sin saber exactamente su importancia. Hace unos años, comenta Ruiz, desenterraron incluso los restos de varios soldados de ambos bandos que, poco después, inhumaron con honores.
Como ellos, otros miles se dejaron la vida en la comarca. «Parto de un esfuerzo documental muy grande. Por primera vez, he contado todas las bajas que hubo en estos dos frentes secundarios», explica.
El autor despide el viaje con un tirón de orejas en este sentido: «Los historiadores clásicos minimizaron las bajas de los sublevados aquí y multiplicaron las republicanas. Al que más agujeros he visto ha sido a Martínez Bande». El caso de Toledo es representativo: «Mi conteo eleva un 40% las bajas». Por eso, Ruiz lanza un reto al acabar esta ‘road movie’: «Hay que hacer lo mismo en todos los sectores de España; nos basamos en cifras sin base documental». El que quiera, que recoja el guante.